
Nuestra mente racional (hay otras mentes que se escapan a esa calificación. La mente es un gran océano y la mente racional tan sólo uno de sus mares. La Gran Mente está vacía. No atiende a llamados ni a pensamientos ni a deducciones. A la Gran Mente un silogismo categórico le suena a chiste. La Gran Mente urde, enlaza con formas racionalmente caprichosas, eso que podríamos llamar vida. La entrada a esa Gran Mente, la que nos permite cuando menos vislumbrarla es la mente del sueño, otro mar, pero éste no tan cercano a costas pobladas sino que más bien la mente del sueño sería un mar que bañara grandes farallones, escarpados, inaccesibles, sin calas, sin fondeaderos) entiende sobre presupuestos lógicos y la lógica se estructura en base al orden.
Un orden lógico de sucesos permite conocer un proceso.
El proceso es sucesión de hechos.
En la música la distancia entre las notas y los silencios conforma su comprensión.
En la literatura el orden de los acontecimientos conforma su comprensión.
En la danza el número 8 conforma su comprensión.
8 es el infinito.
Desde las reglas de la mente racional se puede también abrir una puerta a la Gran Mente. Y, curiosamente, cuanto más y mejor conozcamos y sepamos aplicar tales reglas, más abriremos la puerta al océano vacío de la Gran Mente.
En ese océano estabas muerta. O ibas a morir. Y estabas viva y me hablabas con desdén y altivez. En ese océano tenía que ir a vivir a tu casa y sentía temor por lo que pensara mi amigo. En ese océano se mezclaban los rostros y las alas. Luego me despertaba y me daba la vuelta en la cama. Estoy solo, me decía cuando ya mi pensamiento se abría de nuevo al océano y estaba tu hijo con un amigo suyo mirando con desdén y altivez. Yo quería saber. Yo quería saber. No dormíamos en la misma cama. Siempre había una luz clara. La noche tras la persiana era anaranjada. Y volvía a girar. Y sonreía. Y pensaba: ya queda poco para que amanezca. Y también, por algún rincón, me decía: ¿Llegaré a tiempo?
Aconsejan: no hagas nada. Estáte quieto. Es buen consejo porque todo está hecho y todo está por hacer al mismo tiempo. Ya somos y ya no somos. Como el contrapunto de Bach sonando en el violonchelo de Pau Casals.
¿Y por qué vacío? ¿por qué es tan vital el vacío? Cuando tengo la sensación de haber comprendido algo, siento, es cierto, un gran vacío.
Lanzarse a ese vacío debe ser tan vertiginoso como el sentimiento que tenían los marineros portugueses en tiempos de su rey Enrique el Navegante, cuando en momento de suprema valentía (u osadía) decidieron pasar el cabo Bojador, en la costa oeste de África, a partir del cual creían que había una brutal cascada que los lanzaría al fin del mundo en una caída prodigiosa. Lo pasaron y para su sorpresa el mar siguió siendo plano.
Un orden lógico de sucesos permite conocer un proceso.
El proceso es sucesión de hechos.
En la música la distancia entre las notas y los silencios conforma su comprensión.
En la literatura el orden de los acontecimientos conforma su comprensión.
En la danza el número 8 conforma su comprensión.
8 es el infinito.
Desde las reglas de la mente racional se puede también abrir una puerta a la Gran Mente. Y, curiosamente, cuanto más y mejor conozcamos y sepamos aplicar tales reglas, más abriremos la puerta al océano vacío de la Gran Mente.
En ese océano estabas muerta. O ibas a morir. Y estabas viva y me hablabas con desdén y altivez. En ese océano tenía que ir a vivir a tu casa y sentía temor por lo que pensara mi amigo. En ese océano se mezclaban los rostros y las alas. Luego me despertaba y me daba la vuelta en la cama. Estoy solo, me decía cuando ya mi pensamiento se abría de nuevo al océano y estaba tu hijo con un amigo suyo mirando con desdén y altivez. Yo quería saber. Yo quería saber. No dormíamos en la misma cama. Siempre había una luz clara. La noche tras la persiana era anaranjada. Y volvía a girar. Y sonreía. Y pensaba: ya queda poco para que amanezca. Y también, por algún rincón, me decía: ¿Llegaré a tiempo?
Aconsejan: no hagas nada. Estáte quieto. Es buen consejo porque todo está hecho y todo está por hacer al mismo tiempo. Ya somos y ya no somos. Como el contrapunto de Bach sonando en el violonchelo de Pau Casals.
¿Y por qué vacío? ¿por qué es tan vital el vacío? Cuando tengo la sensación de haber comprendido algo, siento, es cierto, un gran vacío.
Lanzarse a ese vacío debe ser tan vertiginoso como el sentimiento que tenían los marineros portugueses en tiempos de su rey Enrique el Navegante, cuando en momento de suprema valentía (u osadía) decidieron pasar el cabo Bojador, en la costa oeste de África, a partir del cual creían que había una brutal cascada que los lanzaría al fin del mundo en una caída prodigiosa. Lo pasaron y para su sorpresa el mar siguió siendo plano.
Fotografías en color sepia. Son importantes. Alguien las quiere.
Primer plano de unos pies.
En el giro, en mitad de la madrugada, se colocan de frente La Luna, Las Estrellas, La Tierra, La Fecundación, La Vida, La Muerte, La Comida, La Defecación, La Respiración, La Sangre, La Naturaleza, Las Letras y Las Cifras.
Hay una clave: hay que romper las defensas (o no hay que fiarse de ellas).
Cuando se dice con nombres y apellidos las causas de las tragedias, queda en el aire un regusto de lucha, de enfrentarse, de levantar alardes, de lanzarse contra ellos.
Urdir el argumento sin caer en el tópico.
Seguir adelante.
No me dejaré seducir por los alambres de espinos y si los tanques me atacan por el flanco fiaré al bosque la defensa.
¡Ah, sí: el dictador Duvalier ha vuelto a Haití! Tras él una muchacha sonríe.
Imagina al soldado -reclutado como en las antiguas levas cuando los señores feudales mandaban a sus esbirros casa por casa, granja por granja, y se llevaban, a rastras si era preciso, a los varones en edad de morir- en la trinchera, en pleno invierno, cubierto de frío (el frío del miedo, el frío del ambiente, el frío de su pensamiento).
Lejos, en un búnker, con escuadra, cartabón y compás los jefes preven los movimientos de las tropas sobre un mapa.
El mapa no es el territorio.
¿Es necesario que una niña de doce años conozca la crueldad de su especie?
Primer plano de unos pies.
En el giro, en mitad de la madrugada, se colocan de frente La Luna, Las Estrellas, La Tierra, La Fecundación, La Vida, La Muerte, La Comida, La Defecación, La Respiración, La Sangre, La Naturaleza, Las Letras y Las Cifras.
Hay una clave: hay que romper las defensas (o no hay que fiarse de ellas).
Cuando se dice con nombres y apellidos las causas de las tragedias, queda en el aire un regusto de lucha, de enfrentarse, de levantar alardes, de lanzarse contra ellos.
Urdir el argumento sin caer en el tópico.
Seguir adelante.
No me dejaré seducir por los alambres de espinos y si los tanques me atacan por el flanco fiaré al bosque la defensa.
¡Ah, sí: el dictador Duvalier ha vuelto a Haití! Tras él una muchacha sonríe.
Imagina al soldado -reclutado como en las antiguas levas cuando los señores feudales mandaban a sus esbirros casa por casa, granja por granja, y se llevaban, a rastras si era preciso, a los varones en edad de morir- en la trinchera, en pleno invierno, cubierto de frío (el frío del miedo, el frío del ambiente, el frío de su pensamiento).
Lejos, en un búnker, con escuadra, cartabón y compás los jefes preven los movimientos de las tropas sobre un mapa.
El mapa no es el territorio.
¿Es necesario que una niña de doce años conozca la crueldad de su especie?

Lámpara del Metropolitan Opera House de New York
Moonstruck es romanticismo. Por eso transcurre en New York entre emigrantes italianos. Las notas musicales de esta película de Norman Jewison es de altos vuelos y en algunos momentos (en muchos momentos) es una delicia cómo está dialogada y estructurada. La aparición de Rommy Cammareri, (interpretado por Nicholas Cage) es magnífica y mezcla dos elementos muy difíciles de conjugar -la emoción y la risa- para conseguir el efecto patético (en su sentido griego: que mueve a la compasión).
Moonstruck no comienza tambaleante. Se mantiene firme a largo de todo su desarrollo y maneja con maestría las escenas cumbre. Empieza desbocada y luminosa y pasado el primer acto se llena de melancolía y la risa se va perdiendo entre los vericuetos de las sombras lunares y tan sólo surge cuando no hay objeto que impida ver la luz. Tan sólo al final (en las tres últimas secuencias) vuelve a predominar la comedia cuando aparece Johnny Cammareri (Danny Aiello), el hermano mayor de Ronny que se había ido a Palermo para asistir a la muerte de su madre. Antes de partir le había pedido a Loretta Castorini (Cher) en matrimonio y una vez que ella había aceptado le pidió que durante su ausencia contactara con su hermano, con el que no se hablaba desde hacía cinco años, para que acudiera a la boda e hicieran las paces.
El enamoramiento es doloroso. La búsqueda del placer también. Como lo es la llegada de la muerte. Sobre esas tres temáticas se apoya la película -amor, placer y muerte- y paradójicamente siempre son felices -en esta pelicula- los que están cerca de las tres y aceptan las cosas tal como son.
Una mano que se coge. Un anciano al que su mujer le dice que a la luz de la luna parece un joven de veiticinco años. Una dama que cena sola. Un paseo que es interrumpido. La belleza de las lámparas de techo del Metropolitan. La nieve en el aire sobre la intensidad de dos miradas y el abuelo que llora porque no entiende nada.
Moonstruck no comienza tambaleante. Se mantiene firme a largo de todo su desarrollo y maneja con maestría las escenas cumbre. Empieza desbocada y luminosa y pasado el primer acto se llena de melancolía y la risa se va perdiendo entre los vericuetos de las sombras lunares y tan sólo surge cuando no hay objeto que impida ver la luz. Tan sólo al final (en las tres últimas secuencias) vuelve a predominar la comedia cuando aparece Johnny Cammareri (Danny Aiello), el hermano mayor de Ronny que se había ido a Palermo para asistir a la muerte de su madre. Antes de partir le había pedido a Loretta Castorini (Cher) en matrimonio y una vez que ella había aceptado le pidió que durante su ausencia contactara con su hermano, con el que no se hablaba desde hacía cinco años, para que acudiera a la boda e hicieran las paces.
El enamoramiento es doloroso. La búsqueda del placer también. Como lo es la llegada de la muerte. Sobre esas tres temáticas se apoya la película -amor, placer y muerte- y paradójicamente siempre son felices -en esta pelicula- los que están cerca de las tres y aceptan las cosas tal como son.
Una mano que se coge. Un anciano al que su mujer le dice que a la luz de la luna parece un joven de veiticinco años. Una dama que cena sola. Un paseo que es interrumpido. La belleza de las lámparas de techo del Metropolitan. La nieve en el aire sobre la intensidad de dos miradas y el abuelo que llora porque no entiende nada.

En su Historia secreta de una novela o en La Orgía perpetua Mario Vargas Llosa ensaya que la novela ha de escribirse con la forma de una cebolla: un núcleo de verdad cubierto de capas y capas de mentira.
El último episodio en que una persona real equivocó a un personaje mío con ella me ocurrió este año. Había escrito a vuelapluma (que es una forma muy hermosa de escribir pero que, evidentemente, elabora mal las capas de mentira de una verdad) una ficción de un hecho real y al día siguiente de publicado recibí de la susodicha persona no tan sólo una crítica por mi acción, sino también una amenaza de que por mi propio bien no se me volviera a ocurrir volver a hacerlo. Yo respondí como cualquier escritor: que no era ella de quien hablaba, que no era yo al que leía y que además no había nacido quien me prohibiera a mí escribir lo que se me antojara.
En otras ocasiones he recibido una crítica a una novela del tipo siguiente: se nota que estás atravesando una momento difícil y que no has logrado superar tus carencias afectivas, en la página cincuenta cuando dices... y en ese momento yo paro el discurso del interlocutor y le digo, más o menos: Yo en la página cincuenta no digo nada, lo dice el narrador y el narrador no soy yo...
En crítica literaria las diferencias entre escritor/narrador o lector/narratario parecen evidentes pero en la vida todas esas fronteras tan bien delimitadas por la teoría se vienen abajo. Incluso en el propio escritor ocurre una especie de autocensura. Un ejemplo: un detalle truculento de un personaje le ocurrió a una persona conocida. El escritor lo escribe y al releerlo se le viene a la memoria que ese detalle, ese detalle...
Es muy difícil explicar la multidimensionalidad de un escritor -de un artista en general- porque la gente, en su vida corriente, suele ser una, es más le gusta ser una y muchos se suelen enorgullecer de ser fieles a sus principios (cuando ese ser fiel a los principios -por principio- es algo que atenta contra la naturaleza cambiante del mundo. Los budistas tienen un término que me gusta mucho para definirlo: la impermanencia).
El escritor tiene la obligación de multiplicarse y si es cierto que toma asuntos prestados de su vida -sucesos- lo hace no por el suceso en sí sino porque le sirve para ilustrar un proceso (el de la ficción que está creando). Escribir se puebla de imágenes reales y fantasmales, se producen en la mente del escritor metamorfosis bellísimas (que tan bien supo plasmar, casi pintar, Ovidio en su libro memorable) que crean obras donde la realidad y la ficción (¡ah, qué dos términos tan samsaras!) se funden y producen ese tránsito entre la vida y la muerte o entre el no ser aún y nacer o entre ser capullo y casi flor. Fronteras extrañas se crean. Fronteras en las que hay que creer para poder saborear la literatura en sí (el arte en sí). Muchas veces he pensado que sería muy bueno que no se conociera nada de la vida de los artistas ni tan siquiera su cara, incluso más: que todas las obras las firmara un tal Anónimo.
¡Y qué lindo sería si cuando menos al escritor que ha usado de su biografía para componer una ficción, se le otorgara el beneficio de la duda en cuanto a su intención! Es decir, que ésta no era espúrea sino pura creación. Porque suele ocurrir que los lectores de un escritor -a no ser que éste sea una celebridad- no suelen conocer nada de su vida privada y cuando lo leen adoptan la misma actitud que el espectador ante el actor que hace de, por ejemplo, Otelo: no le juzgan a él sino al personaje que representa.
No sé por qué recuerdo para terminar un verso de Fernando Pessoa: si el corazón pudiese pensar, se pararía.
El último episodio en que una persona real equivocó a un personaje mío con ella me ocurrió este año. Había escrito a vuelapluma (que es una forma muy hermosa de escribir pero que, evidentemente, elabora mal las capas de mentira de una verdad) una ficción de un hecho real y al día siguiente de publicado recibí de la susodicha persona no tan sólo una crítica por mi acción, sino también una amenaza de que por mi propio bien no se me volviera a ocurrir volver a hacerlo. Yo respondí como cualquier escritor: que no era ella de quien hablaba, que no era yo al que leía y que además no había nacido quien me prohibiera a mí escribir lo que se me antojara.
En otras ocasiones he recibido una crítica a una novela del tipo siguiente: se nota que estás atravesando una momento difícil y que no has logrado superar tus carencias afectivas, en la página cincuenta cuando dices... y en ese momento yo paro el discurso del interlocutor y le digo, más o menos: Yo en la página cincuenta no digo nada, lo dice el narrador y el narrador no soy yo...
En crítica literaria las diferencias entre escritor/narrador o lector/narratario parecen evidentes pero en la vida todas esas fronteras tan bien delimitadas por la teoría se vienen abajo. Incluso en el propio escritor ocurre una especie de autocensura. Un ejemplo: un detalle truculento de un personaje le ocurrió a una persona conocida. El escritor lo escribe y al releerlo se le viene a la memoria que ese detalle, ese detalle...
Es muy difícil explicar la multidimensionalidad de un escritor -de un artista en general- porque la gente, en su vida corriente, suele ser una, es más le gusta ser una y muchos se suelen enorgullecer de ser fieles a sus principios (cuando ese ser fiel a los principios -por principio- es algo que atenta contra la naturaleza cambiante del mundo. Los budistas tienen un término que me gusta mucho para definirlo: la impermanencia).
El escritor tiene la obligación de multiplicarse y si es cierto que toma asuntos prestados de su vida -sucesos- lo hace no por el suceso en sí sino porque le sirve para ilustrar un proceso (el de la ficción que está creando). Escribir se puebla de imágenes reales y fantasmales, se producen en la mente del escritor metamorfosis bellísimas (que tan bien supo plasmar, casi pintar, Ovidio en su libro memorable) que crean obras donde la realidad y la ficción (¡ah, qué dos términos tan samsaras!) se funden y producen ese tránsito entre la vida y la muerte o entre el no ser aún y nacer o entre ser capullo y casi flor. Fronteras extrañas se crean. Fronteras en las que hay que creer para poder saborear la literatura en sí (el arte en sí). Muchas veces he pensado que sería muy bueno que no se conociera nada de la vida de los artistas ni tan siquiera su cara, incluso más: que todas las obras las firmara un tal Anónimo.
¡Y qué lindo sería si cuando menos al escritor que ha usado de su biografía para componer una ficción, se le otorgara el beneficio de la duda en cuanto a su intención! Es decir, que ésta no era espúrea sino pura creación. Porque suele ocurrir que los lectores de un escritor -a no ser que éste sea una celebridad- no suelen conocer nada de su vida privada y cuando lo leen adoptan la misma actitud que el espectador ante el actor que hace de, por ejemplo, Otelo: no le juzgan a él sino al personaje que representa.
No sé por qué recuerdo para terminar un verso de Fernando Pessoa: si el corazón pudiese pensar, se pararía.
Herodes mata a los niños menores de dos años porque, realmente, teme que uno de ellos sea el legítimo rey (terrenal) de Jerusalem (no era un infanticida loco).
Myriam (María, la madre de Cristo) mantuvo relaciones sexuales con Antipater (hijo de Herodes) y de dicha unión concibió a Cristo. Herodes hizo ejecutar a Antipater y buscó al fruto de su simiente pero no lo encontró. La agonía de Herodes fue horrible. Tal era el escozor de sus testículos que él mismo se los arrancó y murió, así, desangrado.
Todo esto tenía que ver con antiguas profecías de religiones solares de las que Herodes era sumo sacerdote.
El tiempo convierte la historia en leyenda.
El verdadero constructor del catolicismo es el emperador Constantino (siglo IV d.C.). La religión católica se erige desde el poder imperial no desde los mártires en la arena del circo.
Veintiún siglos después, la conmemoración de la matanza de los niños se ha convertido en un día de bromas.
Veintiún siglos después, los Papas se siguen vistiendo con hábitos solares.
La diferencia más manifiesta entre formas religiosas de Occidente y Oriente es que las primeras son trascendentes (Dios está fuera) y las segundas son inmanentes (Dios eres tú).
He devuelto a su legítima dueña -tras once años de posesión ilícita- un libro que ha sido para mí como el anillo para Frodo. Me costaba tanto desprenderme de él que al hacerlo he sentido un descanso inmenso.
Desprenderse de salvaciones, conocimientos, seguridades, evidencias, deseos, pesares, pasados y esperanzas. Desprenderse. Desprenderse.
Prepararse para bien morir para que el resultado sea un máximo de treinta gramos de líquido.
Aroma de trufa.
Sopa cremosa de hongos.
Myriam (María, la madre de Cristo) mantuvo relaciones sexuales con Antipater (hijo de Herodes) y de dicha unión concibió a Cristo. Herodes hizo ejecutar a Antipater y buscó al fruto de su simiente pero no lo encontró. La agonía de Herodes fue horrible. Tal era el escozor de sus testículos que él mismo se los arrancó y murió, así, desangrado.
Todo esto tenía que ver con antiguas profecías de religiones solares de las que Herodes era sumo sacerdote.
El tiempo convierte la historia en leyenda.
El verdadero constructor del catolicismo es el emperador Constantino (siglo IV d.C.). La religión católica se erige desde el poder imperial no desde los mártires en la arena del circo.
Veintiún siglos después, la conmemoración de la matanza de los niños se ha convertido en un día de bromas.
Veintiún siglos después, los Papas se siguen vistiendo con hábitos solares.
La diferencia más manifiesta entre formas religiosas de Occidente y Oriente es que las primeras son trascendentes (Dios está fuera) y las segundas son inmanentes (Dios eres tú).
He devuelto a su legítima dueña -tras once años de posesión ilícita- un libro que ha sido para mí como el anillo para Frodo. Me costaba tanto desprenderme de él que al hacerlo he sentido un descanso inmenso.
Desprenderse de salvaciones, conocimientos, seguridades, evidencias, deseos, pesares, pasados y esperanzas. Desprenderse. Desprenderse.
Prepararse para bien morir para que el resultado sea un máximo de treinta gramos de líquido.
Aroma de trufa.
Sopa cremosa de hongos.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/01/2011 a las 10:34 |