Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Poco antes de morir, mi padre me dijo una de las frases más hermosas que me han dicho jamás (y que jamás me dirán). Estábamos merendando en el Vips de la calle Velázquez esquina con Lista. Nos acompañaba Gustavo, un muchacho emigrante que lo cuidaba por las tardes. Mi padre estaba ya en silla de ruedas y apenas podía hablar tras haber tenido un cáncer de laringe. Cuando terminó de dar un sorbo a su café, me miró con sus ojos tristes y pequeños y me dijo: Fernando, si por algo agradezco la enfermedad que tengo es por haberte podido conocer. Mi padre y yo nos conocimos, al final de su vida, mediante la correspondencia epistolar que empiezo a publicar.
Cuando murió mi padre las cartas -que yo le enviaba en papel, por correo postal y que él guardaba en uno de los cajones de su mesa- desaparecieron. Menos mal que yo guardé copia de ellas.
Transcurridos más de veinte años, siento el deseo de escribir sobre la verdad y creo que estas cartas son lo más sinceras de lo que era capaz. Las escribí entre los treinta y uno y los cuarenta años, es decir, durante la edad conflictiva.



12 de Octubre de 1996
 
                        Querido padre:
 
            Cuando llega el frío a Wotopinga, la isla se queja y cruje. Porque el frio provoca una introversión en las almas de estas gentes y eso los entristece. Para estar en paz, como dice Listia, sólo basta no pensarse uno mismo. Para estar en paz, como dice el Buda, tan sólo hay que no desear. Ambos pensamientos nacen de un principio: no esperar los frutos de la acción sino sencillamente actuar. También nuestros poetas han hablado de esta quietud. Para mí el que mejor lo ha hecho es Antonio Machado, mi maestro, en su poema Consejo: Sabe esperar, aguarda a que la marea fluya, así en la costa un barco, sin que el partir te inquiete. Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya, porque la vida es larga y el arte es un juguete y si la vida es corta y no llega la mar a tu galera, aguarda sin partir y siempre espera  que el arte es largo y además no importa.

           Esperar es vivir. Lo demás es impaciencia. Impacientarse es morir más deprisa. Los wotopingueses, pueblo de sangre caliente y pasión en su cuerpo; pueblo moreno, danzón y cariñoso; pueblo hospitalario y bullanguero, no soportan el paso de Bóreas por su costa. Hay un día de octubre, hacia nuestro día del Pilar, en que el horizonte norte de la isla Wotopinga se cubre de una franja morada de nubes; al principio es una franja leve, tan fina que permite ver el cielo bajo y sobre ella pero cuando llega el crepúsculo, la franja ha engordado y bajo ella el mar adquiere una tonalidad achocolatada como si el fondo quisiera regurgitar, elevarse o simplemente ser superficie. La noche llega llena de viento y rugen los bosques y brama la arena.
 
            El cielo está gordo. La luna, anoche, no nos mostró su culo lleno y manchado. Las hojas de los castaños amarillean. El río se oscurece. Las calles de la ciudad están vacías. Sólo huele a pan horneado a fuego de leño. En lo alto del monte Sajibel los sacerdotes llaman al dios del Cielo Azul para que vuelva pronto a estar con ellos. Mi perro blanco y canela apoya su hocico en la balaustrada de piedra y mira a través de los arabescos a unos lemures. Mi gata parda y blanca acaba de comerse una polilla, se atusa los bigotes y se corta las uñas. Ya se ve la cortina de agua que avanza desde el norte.
 
            ¿Soñamos juntos esta noche palmas gitanas? ¿Soñamos juntos esta noche un mar mediterráneo, la mar suave invitándonos a hundirnos en ella? ¿soñamos alejarnos juntos, tú eres mi padre, yo soy un niño?, ¿soñamos nadar a crawl hacia la boya? ¿sentimos que lo importante es nadar juntos no llegar a la boya?
 
            La acción es la persecución de un objetivo, su consecución no es acción. No hay que conseguir para estar vivo. Hay que perseguir.
 
            Listia es la hechicera de la isla Wotopinga. Es una mujer de noventa años sin apenas arrugas y con el pelo oscuro. Listia todas las mañanas, pasea por su presente con la mirada fija en el segundo que pasa. Luego se purifica comiendo una ensalada. Tras la purificación canta. Quien acude a Listia se sentirá cobijado. Listia no cura, ni es filósofa, ni es galena, ni es sacerdotisa, pero Listia sana, filosofa, conoce el mundo de las plantas y habla con los dioses porque los dioses la llaman. Una mañana, al poco de llegar yo, se acercó a mí me dijo: "Hijo qué sangre tan sucia llevas". Y siguió su camino. Por la tarde apareció de nuevo, seguida por nueve gatos, entró en mi casa, encendió el hogar, echó unas plantas, dejó que hirviera la infusión el tiempo necesario y reposara. Me la ofreció en un cuenco de corteza de coco. Yo la bebí. Cuando la terminé me sonrió y dijo: "La sangre se ensucia cuando se tiene miedo a vivir". A la mañana siguiente eché de mi cuerpo todas las miasmas, sentí el cuerpo renovado,  el líquido que aviva las vísceras no pesaba, el cristalino de mis ojos era la trasparencia de la poza más pura de la cordillera del Himalaya; veían mis ojos la energía de los colores, oían mis oídos el trino más agudo de los pájaros, sentían mis manos las texturas más suaves de los pistilos más pequeños de la flor más microscópica, gustaba mi boca el sabor del aire, olía mi nariz tus manos impregnadas de cebolla.
 
            Wotopinga en español quiere decir: "Ausencia de Mal"
 

Epistolario

Tags : Cartas a mi padre Sobre la verdad Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/12/2025 a las 19:39 | Comentarios {0}


Poco antes de morir, mi padre me dijo una de las frases más hermosas que me han dicho jamás (y que jamás me dirán). Estábamos merendando en el Vips de la calle Velázquez esquina con Lista. Nos acompañaba Gustavo, un muchacho emigrante que lo cuidaba por las tardes. Mi padre estaba ya en silla de ruedas y apenas podía hablar tras haber tenido un cáncer de laringe. Cuando terminó de dar un sorbo a su café, me miró con sus ojos tristes y pequeños y me dijo: Fernando, si por algo agradezco la enfermedad que tengo es por haberte podido conocer. Mi padre y yo nos conocimos, al final de su vida, mediante la correspondencia epistolar que empiezo a publicar.
Cuando murió mi padre las cartas -que yo le enviaba en papel, por correo postal y que él guardaba en uno de los cajones de su mesa- desaparecieron. Menos mal que yo guardé copia de ellas.
Transcurridos más de veinte años, siento el deseo de escribir sobre la verdad y creo que estas cartas son lo más sinceras de lo que era capaz. Las escribí entre los treinta y uno y los cuarenta años, es decir, durante la edad conflictiva.



8-10 de Octubre de 1996
 
 
                        Querido padre:
 
            La taberna del puerto tiene una barra hecha con bastos troncos de madera, el mostrador, sin embargo, está hecho en ébano y se recubre con un cristal de Venecia del siglo XIV que trajo a estas tierras un tal Salvador Ichaso, cristalero vizcaíno que anduvo por los mares en busca de un mineral imposible.
 
            El tal Salvatore creó leyenda en la isla de Wotopinga. Aún hoy cuando alguien realiza un trabajo minucioso o cuando una comida sabe a viento y vida o cuando nace una criatura sin dolor, los wotopingueses exclaman: "La mano de Salvador se ha posado sobre este trabajo, esta comida, esta criatura".
 
            A parte del cristal, Salvador trajo a Wotopinga otros inventos maravillosos.
 
            La primera vez que los habitantes de la isla escucharon los sones de una guitarra, sus corazones se detuvieron, sus alientos no respiraron, sus miradas se clavaron en las notas de la música que flotaban entre las palmeras, los enebros y los castaños, sus manos sintieron la caricia de la rasgadura, sus pieles se erizaron y los lamentos de la música les hicieron recordar momentos felices de sus vidas.
 
            La primera vez que probaron la tortilla de patatas frita en aceite de oliva de los campos de Jaén, los wotopingueses crearon canciones porque has de saber que los habitantes de Wotopinga son unos expertos cocineros y en la comida ponen todo su empeño y todo su cuidado.
 
            La primera vez que representaron la vida en un lienzo fabricado por Salvador, lloraron.
 
            Pero, al igual que los wotopingueses se prendaron de los conocimientos de Salvador Ichaso, el vizcaíno se prendó de los conocimientos de los wotopingueses.
 
            La primera vez que Salvador probó la langosta con esencias de nenúfar, estuvo en un éxtasis culinario durante más de cuatro días. Y dicen que dijo al despertar: "Nada me ha hecho saber más"
 
            La primera vez que Salvador untó su cuerpo con aceite de Salpapiedra (la salpapiedra es una planta que sólo se da aquí y que tiene la propiedad de secretear con la piel) estuvo riéndose toda una noche porque la salpapiedra siempre fue una planta chismosa y con el tacto narraba a Salvador secretos de juegos amorosos.
 
            Y cuando probó la ayahuasca revivió el día en que su tío abuelo Adeodato,  abate de Liébana, le narró al oído los mayores secretos mitológicos que recoge Plinio en su Historia Natural. Lo curioso es que por aquel entonces Salvador contaba con seis meses de edad.
 
            La taberna del puerto tiene en su haber la llegada de más de tres mil barcos de todas las partes del mundo, en sus mesas y taburetes, acodados en la barra y frente a las ventanas, murmurando letanías en las jambas de su puerta o silenciándose con el sonido de las meadas, la taberna del puerto ha acogido a más de cien mil marineros, a más de treinta mil mujeres, a más de tres mil perros, a una infinidad de insectos y a cuatro mariposas que despistadas se bebieron los restos de un vaso de ron creyendo que se trataba del polen de una flor.
 
            Mi casa mira al sur. El sol recorre a lo largo del día, en el sentido de la escritura occidental, los espacios abiertos del interior. Los animales buscan su calor y se quedan dormidos. El mar y el viento se han calmado. La arena muy amarilla tiene pisadas de gaviotas. El cielo azulísimo. Son las once y veinticinco de la mañana. No hay ni una nube. Me viene a la memoria una viñeta de Dumbo en la que el tío Gilito, a bordo de un yate estupendo, se quita su eterna levita para que la brisa marina desprenda de sus plumas el polvo de oro que le impide traspirar.
 
                        Un beso muy fuerte.
 

Epistolario

Tags : Cartas a mi padre Sobre la verdad Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/12/2025 a las 18:39 | Comentarios {0}


Poco antes de morir, mi padre me dijo una de las frases más hermosas que me han dicho jamás (y que jamás me dirán). Estábamos merendando en el Vips de la calle Velázquez esquina con Lista. Nos acompañaba Gustavo, un muchacho emigrante que lo cuidaba por las tardes. Mi padre estaba ya en silla de ruedas y apenas podía hablar tras haber tenido un cáncer de laringe. Cuando terminó de dar un sorbo a su café, me miró con sus ojos tristes y pequeños y me dijo: Fernando, si por algo agradezco la enfermedad que tengo es por haberte podido conocer. Mi padre y yo nos conocimos, al final de su vida, mediante la correspondencia epistolar que empiezo a publicar.
Cuando murió mi padre las cartas -que yo le enviaba en papel, por correo postal y que él guardaba en uno de los cajones de su mesa- desaparecieron. Menos mal que yo guardé copia de ellas.
Transcurridos más de veinte años, siento el deseo de escribir sobre la verdad y creo que estas cartas son lo más sinceras de lo que era capaz. Las escribí entre los treinta y uno y los cuarenta años, es decir, durante la edad conflictiva.



Retomo la publicación de las cartas
que le escribí a mi padre entre los años 1991-2000.
Para leer las tres anteriores puedes clicar
sobre este título resaltado en verde Sobre la verdad o
acceder directamente desde Seriales (a tu derecha en la página principal)


6 de Octubre de 1996
 
                        Querido padre:
 
            ¡Qué esplendor la luz de otoño!, ¡qué algarabía de colores!. El mundo en las tardes del otoño se apropia de mi corazón y lo seduce.
 
            Hoy Wotopinga se encuentra recubierta por un cielo color espiga en los aledaños del sol y luego, expandiéndose por todos los lados, el azul en otoño de las siete de la tarde, claro, limpio, casi trasparente.
 
            Miro el mar pardo; miro las montañas asombradas por su propia mole; miro un libro de Fernando Pessoa.
 
            Fernando Pessoa fue un poeta extraño y un hombre extraño. Creó a lo largo de su carrera lo que él llamó heterónimos. Un heterónimo es un alter ego literario de un autor, en este caso de Pessoa.
 
            Pues bien, para no hacer larga esta introducción un tanto académica, uno de sus heterónimos era Alberto Caeiro. Cuando Pessoa se convirtió en Caeiro, escribió este poema; corría el año 1912:
 
El Tajo es más bello que el río que pasa por mi aldea,
pero el Tajo no es más bello que el río que pasa por mi aldea
porque el Tajo no es el río que pasa por mi aldea.
 
En el Tajo hay grandes navíos
y todavía lo navega,
para quienes en todo ven lo que no está,
la memoria de la carabelas.
 
El Tajo baja de España
y entra en la mar por Portugal.
Todos lo saben.
Mas pocos saben cuál el río de mi aldea
y a donde va
y de donde viene.
Y por eso, porque pertenece a menos gente,
es más libre y mayor el río de mi aldea.
 
Por el Tajo se va al Mundo.
Más allá del Tajo está América
y la fortuna de quienes la encuentran.
Nunca nadie ha pensado en lo que hay más allá
del río de mi aldea.
 
El río de mi aldea no hace pensar en nada.
Quien está junto a él sólo está junto a él.
 
            Ahora cuando ya la luz decae y entran ganas de tomarse un chocolate con tostadas y hacerse un porrito, en fin, perdona, creo que lo voy a hacer y ahora mismo vuelvo... ¡a tu salud, compañero!... con esta luz he releído el poema de Pessoa y he recordado un viaje que hice hace ahora siete años a Lisboa. Iba con mi mujer, Concha; estábamos enloquecidos el uno con el otro, era nuestro primer viaje juntos, recorríamos una de las ciudades más bellas del mundo, en uno de los países más amables del mundo; estuvimos once días y durante la mayor parte del tiempo nos hospedamos en el Hotel Borges, en pleno Chiado; justo al salir del hotel, frente a nosotros, había una estatua de bronce de Fernando Pessoa sentado en un banco con su sempiterno sombrero y sus quevedos redondos.
 
            Uno de los momentos más vividos fue cuando en un día invernal y húmedo, un sábado creo, fuimos a visitar el Mercado de Santa Clara.
 
            De aquel viaje surgió un cuento que se llama "Lisboa, un Sueño". Cuando estaba escribiendo aquel cuento, en marzo de 1989, recordé el poema que acabas de leer y decidí hacerle un homenaje.
 
            Es curioso porque, siguiendo el juego iniciado por Pessoa con sus heterónimos, yo puse en boca de un tal Bernardo (nombre de un personaje de Pessoa) el siguiente texto:
 
                     El Rastro, que es un mercado callejero de la ciudad de Madrid, es más grande y más bello que el mercado callejero de Santa Clara en Lisboa, pero el Rastro no es más grande y más bello que Santa Clara porque el Rastro no es Santa Clara en Lisboa.
 
         En el Rastro hay infinidad de mercaderías y por allí aún pasean, para quienes ven lo que ya no pasa, importantes y menos importantes personajes de varios siglos.
 
         El Rastro está en Madrid y Madrid está cerca de Portugal. Todos lo saben. Pero pocos saben cuál es el Mercado de Santa Clara y a donde va y de donde viene. Por eso, porque es más anónimo, es más libre y mayor Santa Clara de Lisboa.
 
         Por el Rastro se conoce el Mundo, más allá del Rastro está París y el deslumbramiento de quien lo halla.
 
         Nunca nadie ha pensado qué hay más allá del Mercado de Santa Clara.
 
         El Mercado de Santa Clara no provoca pensamientos, quien está en él sólo está en él.
 
            Y así, transcurridos 77 años desde que Alberto Caeiro escribiera por primera vez este poema, ve la luz  de nuevo trasfigurado en un poema nuevo, escrito por alguien a quien nunca pudo imaginar Fernando Pessoa.
 
            ¿O sí pudo?
 
            Ya anochece. Ahora me despido de ti. Llaman a la puerta. Debe ser Penélope que algunas noches, aburrida de tanto tejer y destejer sola, se llega hasta casa y me narra con su escueto acento griego hazañas y prodigios de Ulises, su marido.
 
            Y para terminar esta tercera carta, algo literaria quizá, pero eso nunca es malo, transcribo un parte de la novela que empecé a escribir en septiembre de 1992 y que ya estoy a punto de acabar. El fragmento es un poema que escribe el poeta Valentín Vega desde la cárcel a su amada Bernarda. Estamos en los años cuarenta. Años duros. Años de miseria. Valentín está en la cárcel por motivos políticos.
 
A Bernarda
Dime si las voces se escuchan todavía,
amada,
ahora que la noche se cierne sobre el alma
escindida en lo más hondo de la ría
sobre la que navegamos sin saberlo.
Porque alejadas me llegan migrañas
de palabras, paramecios o amebas
que gritaran todas nuestras quejas
en la más profunda garganta oculta en la más
recóndita gruta, allá en la entraña
misma de la tierra, más aún, en el vientre del Universo.
Dime si el sol sigue tardando lo de siempre
en besar el horizonte o si los vencejos,
en la ciudad,
vuelan y se elevan, caen y remontan
el aire como aviones acrobáticos
pilotados por mujeres locas de alegría;
dime, vida mía,
si todavía me quieres y en tus recuerdos
mis labios y mis manos escriben sobre ti
la añorada estela blanca de la monotonía.
 
 
            Un beso muy fuerte, padre, te quiero.
 

Epistolario

Tags : Cartas a mi padre Sobre la verdad Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/12/2025 a las 18:40 | Comentarios {0}



Carta a Julia

         Querida Julia:
Disculpa el que este año me haya retrasado dos días en felicitarte por tu cumpleaños. El pasado día 8 habrías cumplido 111 años y seguro estoy que, al visitarte, te habría sorprendido haciendo un buen guiso para calentarse en estos primeros días del otoño.
Esta mañana he estado mirando tu fotografía y me he preguntado si en tu viaje por la muerte te acuerdas alguna vez de nosotros, los vivos, los que aún estamos envueltos en el velo de Maya de la supuesta realidad. Sí sé que en esas dimensiones que ahora habitas te habrás encontrado con Nilo que recién acaba de llegar allí. Cuidaos entre vosotros, a los dos os vendrá bien pero sí te pido que lo cuides tú un poco más porque él acaba de llegar como quien dice y debe de andar un poco despistado. No quiero hablarte mucho de él. Prefiero que lo vayas conociendo.
La civilización occidental ha acelerado este año su final. El arte y la literatura entonan el gorigori y ya sabes que cuando estos dos elementos de la memoria humana colapsan, falta poco para que colapse todo lo demás. El gobierno del mundo está en manos de gentes autoritarias, la mayoría fascistas, con lo cual dentro de muy poco una guerra de dimensiones planetarias arrasará y muchos seres vivos sufrirán los tormentos del terror. Sólo como ejemplo te diré que nuestro querido mar Mediterráneo se ha convertido en el mayor cementerio marino del mundo a base de miles y miles de ahogados que deseaban arribar a las costas europeas desde el continente africano en busca de una vida menos atroz. La sociedad postindustrial y sus cachivaches ha conseguido idiotizar a la mayoría de la juventud -ya de por sí la juventud suele adolecer de entendimiento (como debe ser por otra parte)- haciéndoles creer que son más libres porque tienen en sus manos unos aparatos llamados teléfonos móviles que en realidad los hace esclavos de su luminosidad y de su ideología. Y aquí, en España, en tu querida tierra, la estulticia y la barbarie vuelven a ser las dueñas del cotarro.
De mí poco te hablaré porque estoy triste y descreído y aunque todavía algunos ángeles con forma humana me sostienen entre sus alas que parecen brazos y me confortan en la adversidad, siento un tedio que más parece ala de cuervo que sombra de rebelión.
Esta año sí voy a terminar esta carta con un deseo: desearía, Julia, que el año que viene, si aún sigo en este purgatorio, me escucharas más entusiasmado porque eso querría decir que por fin conseguí no esperar nada.

Te quiere siempre, siempre
Fernandoski
 

Epistolario

Tags : Rapsodia en noviembre Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/11/2025 a las 18:33 | Comentarios {2}



...vengo, resuelta. Camino por la noche oscura del alma en estos tiempos de neones y contaminación lumínica. He sabido encontrar esa oscuridad. He aprendido a quedarme en ella. También he aprendido a no buscarte. No sé cuando me golpeó por primera vez esta idea de no quererte. Sí sé que a partir de ese momento ese pálpito fue constante. Lo hice.

Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.

No sé si he hecho bien. No sabría decirte cuántas veces he empezado esta carta. Nunca te la envié. No creo que ésta te la envíe. Llegará un momento en el que me pondré nerviosa y haré con estas hojas -si fuera que llevara varias escritas- una bola y la tiraré a la papelera; quizá se me salten las lágrimas y mire hacia la mesa donde oscura espera la pantalla del móvil; quizá sienta la tentación de llamarte (a veces he llegado hasta tu nombre) con la absoluta seguridad de que no caeré. Luego me olvidaré de ti. Tengo tanto que hacer. Tanta vida que vivir. Una vida que tú nunca compartirás conmigo. Una vida a la que te impido acceder. Una vida que transcurre por donde debe transcurrir. Escribo de esta forma porque leerás lo escrito. Yo sé que tú preguntarías: ¿Qué ves desde tu ventana? o sugerirías que podrías conocer mi casa o si aún fuera todo mucho más cordial, te presentarías tú una tarde, con la seguridad de quien sabe que será bien recibido.

Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.

No podría hacerlo. Me lo pido. Sé que es lo mínimo. No lo haré. No por escrito. Me aterra que quede un testimonio palpable de algo de lo que pasado el tiempo me podría arrepentir. La memoria es la base de los totalitarismos. Sin memoria la manipulación sería imposible. Yo podría mirarte a la cara una mañana en un parque y decirte o mentirte. Podría hacerlo porque esas palabras son aire. Se fueron. Por eso no esperes que de aquí puedas extraer una conclusión y menos aún una dirección. Nada escribiré de lo que pueda retractarme. Puedo escribir: a mi derecha hay un dibujo de una mujer desnuda. Puedo escribir: tengo el pelo largo y hoy me lo he recogido en un moño con un lápiz a modo de peineta. Puedo escribir: Eva está en la sala. Puedo escribir: a punto está la primavera.

Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.

Sé que no lo sé. No debo de ser consciente de que vas a morir. De que voy a morir y que ese tránsito no tiene fecha. No depende de la edad. Será que me siento eterna. Será que la muerte no me alcanza y también es muy posible que sea que no me importe si te alcanza a ti, si tú sí estás a tiro de ella. Los grises. No movemos en esa gama. No podría decirte siquiera. Sí, también lo pienso: yo podría mirarte a la cara una mañana en un parque y no decirte nada. Podría para mis adentros reírme de tu gesto o distraerme de ti por algo que ocurre a tus espaldas (un perro que se escapa, una bicicleta que pasa, un corredor que suda) (las siguientes  tres palabras están tachadas) ...ni lo imagines (las siguientes cuatro palabras de la línea están tachadas) ...incendios

Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.
Fin del fragmento
 

Epistolario

Tags : Fantasmagorías Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/02/2025 a las 20:24 | Comentarios {0}


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