¿Glosas?
Supongamos que lo hice. Por azar de la noche. Por el viento que domina el sueño y lo mece y lo transporta, ligero, hasta los bordes del descenso. Caigamos, me digo. No te arrepientas, me digo. No veo de tan profundo lo hondo ni la tierra. Sobre mí la danza de las nubes, las que nunca nos dejan, las que son más que sombras de nosotros mismos, esas nubes atroces que van abarcando más y más capas del mundo; esas nubes que sueñan cataratas altas como las cimas de los Titanes y desean con sus largas lenguas de algodón lamer hasta la última herida, saciarse con la humedad de la tumefacción, alardear de gotas, alardear de la vida que desafía el desafío del sol. Supongamos que he dicho que sí a todo y que aún así mis manos recorren el mundo y nada logra matarme, dejarme seco como la estaca que quizás hace algún tiempo le lancé a mi perro cuando él corría y a mí me gustaba verlo correr y que hoy, hoy por la tarde, por el gusto de alguna parte del Alma del Mundo que decidió sugerirme la posibilidad de aquella estaca, tan larga, tan ligera, tan amarilla sopa de fideos, volviera a mi mano, yo me agachara para cogerla y pensara que quizás no hace mucho, no, no hace mucho. Supongamos la hidra siempreviva pegada a la roca de mi jardín. Supongamos de la desolación y la quimera y juntémoslas en una misma emoción cuya imagen sea la barquilla al pairo en mitad de un enfado de Océano; seamos valientes. Yo me apunto. Supongamos que lo han conseguido: ya han llegado los tiempos oscuros; quieren acabar con la democracia no porque no funcione sino justamente porque, con toda la humildad y todos los desencantos, funcionó. Supongamos, y no es mucho suponer, que al Poder no le gusta la Igualdad. Supongamos que me como el caramelo y que la niña de la que me enamoré siendo yo un niño, está justo en este momento, pasados casi sesenta años, pensando también en mí. Supongamos la memoria. Analicemos las teclas. Dejemos que el viento de la destrucción acabe con todo. Supongamos todo lo que hicimos. Supongamos todo lo que comimos. Comiéndonos a nosotros mismos. Vamos, ¡Supongamos! una y otra vez, una y otra vez, ¿recordáis el hámster en su ruedita? Supongamos que sí, una y otra vez y otra y otra y otra vez.
A la vera
Yace sobre la tierra como barro
La sombra se hace espejo
El aire crea luz
La mano arriba y como la ola al llegar a la orilla, retrocede
Canta el silencio
La voz fue la esfera, al elevar una octava su altura se hizo cigüeña
Calva camina la muerte entre las zarzas
La muchacha luce el bindi y el muchacho se siente arrobado por la hondura de lo oscuro
No hay lombriz que no baile
ni escolopendra que no huela a mañana y primavera
El limpiador japonés de aseos públicos sonríe como nadie la ausencia
Ven que la tarde se ha hecho noche
Ven que sonríe ella también
Vuelve desde las fosas marianas
Vuelve desde el turquesa del mar
Allí la golondrina y el perro que ya no puede más
Allí la hamburguesa
Allí la perdiz que se perdió en su desliz
Camina junto a él
Dale la mano y algo de futuro
Vamos, vamos así
No hay puntos
porque nada hay tajante
Amén
Ensayo poético
Tags : Rapsodia en noviembre Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/11/2025 a las 19:47 |Aquel muchacho que fuiste lo serás siempre y bastará con que una persona sea algo detallista para que sepa reconocerte de inmediato en el deje de tu mirada aunque haya pasado cincuenta años sin saber de ti.
¡Ay, muchacho que ahora sales al mundo, yo te deseo que tus padres no sean unos hijos de puta! Te deseo que quienes han de reprimirte lo hagan con toda la dulzura posible y sepan que en ti anida la mirada que ellos te impondrán.
¡Querido mío, indefenso cuando asoma tu cabeza por el coño de tu madre, yo te deseo que esa mujer sepa acunarte y que cuando te asolen las desgracias te quiera y que cuando se produzcan las victorias te quiera y cuando se den esas largas temporadas nada se encuentre a tu lado, serena su mirada, con su mano sobre la tuya!
Porque siempre serás el niño que te hagan. Porque en tu corazón anidarán los miedos que, como improntas, te fijaron en el alma. Y también las fortalezas se mantendrán y te harán sano.
No suelen los padres ser buenas personas porque tampoco sus padres lo fueron y así tú te convertirás, sin poder evitarlo, en un mal hijo y cuando seas padre también harás daño a los tuyos. Esa es la rueda perversa de la vida. Esa es la verdadera herencia.
Es cierto que a veces, muy pocas, se producen mutaciones y tras la represión en los días de la alta infancia cuando estamos sometidos a los inconscientes de nuestros padres y sufrimos sus castigos con un horror inexpresable y esperamos sus caricias como el maná los judíos en su travesía por el desierto; en esos tiempos en los que se conforman nuestros miedos, tan intensos, que los negamos; hay veces, te escribía querido muchacho, que el resultado no es otro ser humano miserable más sino que aparece un hombre admirable, una mente sana que supo convertir su dolor en conocimiento y su conocimiento en bien. A veces pasa, sí a veces pasa.
Pero como ésa es la excepción tan sólo te pido, muchacho mío, que te mantengas alerta y cuando tengas entre tus brazos a tu hija recién nacida seas consciente de que tu única misión, la única realmente vital, es que le hagas el menor daño posible.
Quizás así, un día, el mundo no amanecerá en llamas, la injusticia no campará a su anchas y la violencia sea tan sólo un rescoldo de la Historia de la Humanidad, casi cenizas, humo que desaparece, ignorancia incluso...
No desfallecer. Ir al vacío. Ahí está la respuesta. Mirar los libros. No abrirlos. Contemplar. Sabes. Quedarse dentro del agujero. Reivindicarse la existencia, las horas pasadas a solas con los libros. Haber navegado por ellos como la tarde navega por el paisaje enfermizo de un jardín en el convento de las monjas. Haber sido monja. Haber cruzado el Danubio en el siglo XIII. Visitar a Magherite Porete. Haber llorado como Julian Sorel. Esos lugares. Los cosmos. Las ideas sobre ese espacio inmenso y hueco, Una pelota en una cueva. Un cordón como serpiente. La suerte de haber llegado el primero. Haberse quedado solo. Prepararse para la buena muerte. No la que te mata sino la que te muere. No desfallecer. Ni ante el sarcasmo del buen amigo. No hay autoridad que te sorprenda. Sabes que los poemas de Catulo no son su biografía. Eso lo sabes. Lo aprecias en lo que vale. En esa labor has de seguir. Hasta el último aliento. Por el puro placer. Mañana -si no esta misma noche- volverás a Foucault o a Graves. La noche. Sí, la noche. Eso has de seguir haciendo. Mover los dedos. Hacer digitaciones. Vigilar la espuma de la orina. Manejar con destreza la excitación que te ha producido esta tarde el recuerdo de un culo amado. Limpiarse. Mirarse. Cortarse las uñas de los pies. Ir erguido por el valle. No desviar la mirada. Eso has de hacer. También mañana. Aún con el sol. Por mucho que sea verano.
Estaba la esquina. El tránsito. Sólo consistía en torcer y encarar una calle nueva. Estaba la tarde que se iba haciendo vieja. También había una bandada de estorninos y un plumín de acero en el suelo. Lo miraba todo y no miraba nada. Tampoco le parecía una gran decisión torcer la esquina y encarar la calle. Era como la venas que no duelen.
Habían pasado muchos años y las secuelas seguían ahí, dando por culo. El tránsito se había hecho. La madurez se había consumado. Los textos lo decían. Las lecturas se apilaban. Seguía disfrutando con una cerveza fría y con el olor que el calor deja al anochecer en una ciudad llena de asfalto en lo alto de una meseta que no llega a ser altiplano.
La mirada se iría encorvando. La meditación no se haría mecánica. Le asaltarían cada vez pensamientos inesperados y debería desecharlos como se ha de hacer también cuando cualquier tipo de amor se ha consumido. Juntaría las manos. Sentiría un ligero escalofrío en el lado izquierdo del rostro y la emoción del tiempo quedaría marcada en su piel.
Ya no se volvería loco. Llamaría a alguien para decirle una verdad amable, de esas verdades que surgen cuando pasa el tiempo y parece éste un analgésico que mitiga tantos dolores que permite decir esa verdad, Te he echado de menos, ¡Qué tontería fue! Ya ni me acuerdo.
Al fin quedará el silencio. Una lluvia a destiempo. Un abrazo largo. La mirada que se fijó en un estante. Los huesos fuertes. La miel por la garganta. Unos labios que le recordaron a otros labios. La figura que se aleja. La reverberación del aire. El tiempo de la canícula cuando el calor vuelve locos a los perros y éstos aúllan tanto que hay que acudir a los cementerios para que se callen.
No hay más. La noción quizá. Esa espera que se alarga y es mansa. No, no hay más. No quiere ocultarlo. No va a ocultarlo. Aprendió que los dolores hay que sacarlos y luchar con ellos a brazo partido para alcanzarlos y abrazarlos y condolerse porque duelan tanto. No hay más. Una sustancia. Una queja. Una mano. O una pisada en los guijarros.
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Ensayo poético
Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/12/2025 a las 19:50 |