
La Verdad se rompe en el siglo XIX europeo. O, en Europa la Verdad se rompe en el siglo XIX. El sentido armónico, la necesidad de armonía que desde los tiempos heroicos de la Antigüedad (con mayúscula, Antigüedad, por tanto venerada) se venía buscando y que atraviesa los politeísmos y los monoteísmos se vuelve insustancial en pleno corazón angustiado de la Alemania de principios del XIX. El héroe, entonces, se vuelve héroe de su interioridad, los abismos ya no son mares tenebrosos que hay que surcar con un bajel frágil sino que el bajel es el alma y los abismos residen en el hígado o en el corazón del héroe romántico.
La Verdad es destruida, lenta y sistemáticamente, a lo largo de todo el siglo. El hombre se va volviendo más y más inhábil, se distancia del afán mecanicista de los científicos, se desliga de la Naturaleza y los pensadores se dan cuenta de que la Unidad con el Todo no es más que una construcción de cada Hombre y que esa construcción tiene (o con-tiene) unos vericuetos insondables, abismales, que Sigmund Freud intentará desvelar en vano.
Así, todas las manifestaciones artísticas van tomando forma de nombre; ésa sería la diferencia fundamental entre Mozart y Beethoven que tan sólo se llevaban 14 años de diferencia (Mozart aún se considera un artesano de composiciones; Beethoven reclama para sí el noble título de Artista hasta el punto de que cuando uno de sus mecenas muere, exige a sus herederos que le sigan sufragando y ante la negativa de éstos, los lleva ante los tribunales).
Porque la diferencia entre los artistas pre-románticos y los románticos es justamente que los unos exhiben Heroicidades Externas y los otros Heroicidades Internas que conllevan un sufrimiento intenso, una gestación dolorosa. Es como si antes del siglo XIX, las madres no hubieran tenido ese nombre común que las convierte en mujeres especiales y les otorga un poder sobre su gestación infinito (o con un ejemplo actual: los padres que pierden a sus hijos no tienen un nombre específico. Cuando los hijos escaseen, se inventará un nombre para los padres que los pierdan).
El Romanticismo alemán nos rompe la crisma, derriba altares y promesas, se libera de servidumbres y látigos, se llena de sí mismo y hace a los que a él acuden que creen vómitos de sangre propia, mundos alucinatorios, perversiones y dolor y sobre esa senda nace el hombre del siglo XXI (porque los procesos humanos son lentos, tanto casi como los procesos geológicos), desprovisto de Verdad, en la oscuridad propia del que sabe que nada es Absoluto. Por eso resultan tan anacrónicos los que aún venden prebendas de salvaciones eternas, de verdades puras, de castigos contra quienes alcen la voz ya sea contra un Mahoma, un Juan Bautista o un Buda. Y bajando a nuestras vidas cotidianas, resulta insufrible cuando alguien se otorga la razón de la Verdad y dan ganas de decirle, ¿Cuándo te bajaste del tren del pensamiento europeo? ¿En qué estación decidiste que tu verdad era la Verdad y no seguiste hasta la siguiente en donde hubieras descubierto que tu verdad no era más que el nombre de la estación donde te bajaste? Y que tras su vestíbulo no había nada, no estaba la ciudad soñada, ni lo ángeles alados, ni el manantial sonoro, ni la veleta sobre el campanario, ni el muecín entonando su letanía del final del día ¿Dónde, querido, abandonaste este estar perdido, este sucumbir al tormento de aceptar la Nada de las Verdades Puras?
La Verdad es destruida, lenta y sistemáticamente, a lo largo de todo el siglo. El hombre se va volviendo más y más inhábil, se distancia del afán mecanicista de los científicos, se desliga de la Naturaleza y los pensadores se dan cuenta de que la Unidad con el Todo no es más que una construcción de cada Hombre y que esa construcción tiene (o con-tiene) unos vericuetos insondables, abismales, que Sigmund Freud intentará desvelar en vano.
Así, todas las manifestaciones artísticas van tomando forma de nombre; ésa sería la diferencia fundamental entre Mozart y Beethoven que tan sólo se llevaban 14 años de diferencia (Mozart aún se considera un artesano de composiciones; Beethoven reclama para sí el noble título de Artista hasta el punto de que cuando uno de sus mecenas muere, exige a sus herederos que le sigan sufragando y ante la negativa de éstos, los lleva ante los tribunales).
Porque la diferencia entre los artistas pre-románticos y los románticos es justamente que los unos exhiben Heroicidades Externas y los otros Heroicidades Internas que conllevan un sufrimiento intenso, una gestación dolorosa. Es como si antes del siglo XIX, las madres no hubieran tenido ese nombre común que las convierte en mujeres especiales y les otorga un poder sobre su gestación infinito (o con un ejemplo actual: los padres que pierden a sus hijos no tienen un nombre específico. Cuando los hijos escaseen, se inventará un nombre para los padres que los pierdan).
El Romanticismo alemán nos rompe la crisma, derriba altares y promesas, se libera de servidumbres y látigos, se llena de sí mismo y hace a los que a él acuden que creen vómitos de sangre propia, mundos alucinatorios, perversiones y dolor y sobre esa senda nace el hombre del siglo XXI (porque los procesos humanos son lentos, tanto casi como los procesos geológicos), desprovisto de Verdad, en la oscuridad propia del que sabe que nada es Absoluto. Por eso resultan tan anacrónicos los que aún venden prebendas de salvaciones eternas, de verdades puras, de castigos contra quienes alcen la voz ya sea contra un Mahoma, un Juan Bautista o un Buda. Y bajando a nuestras vidas cotidianas, resulta insufrible cuando alguien se otorga la razón de la Verdad y dan ganas de decirle, ¿Cuándo te bajaste del tren del pensamiento europeo? ¿En qué estación decidiste que tu verdad era la Verdad y no seguiste hasta la siguiente en donde hubieras descubierto que tu verdad no era más que el nombre de la estación donde te bajaste? Y que tras su vestíbulo no había nada, no estaba la ciudad soñada, ni lo ángeles alados, ni el manantial sonoro, ni la veleta sobre el campanario, ni el muecín entonando su letanía del final del día ¿Dónde, querido, abandonaste este estar perdido, este sucumbir al tormento de aceptar la Nada de las Verdades Puras?
A mí Montaigne me enseñó a disfrutar del pensamiento y de la libertad de pensar. Me enseñó el término exacto de la palabra librepensador siendo él un hombre anterior a ese término; a mí Montaigne me ha hecho llorar de risa y llorar de llanto; ha provocado un abismarme en mí y un contemplar los otros y lo otro con mi propia libertad; a mí Montaigne me ha obligado a desdecirme y a maldecir y me ha llevado a elevarme y detenerme largo tiempo en una reflexión. Para mí Montaigne como Krishnamurti o Juan de Mairena son maestros de la filosofía moral porque los tres parten de un principio devastador: Piense usted por sí mismo y déjese de maestros. Gracias, anti-maestros.
Extracto del Capítulo XXV Del Magisterio de Ensayos
Guardamos las ideas y el saber de otros y nada más. Es menester hacerlos nuestros. Harto nos parecemos a aquél que, teniendo necesidad de fuego se fue a buscarlo a casa del vecino y hallando allí uno grande y hermoso, quedóse allí calentándose sin acordarse ya de llevar un poco para su casa ¿De qué nos sirve tener la panza llena de carne si no la digerimos? ¿Si no se transforma en nosotros? ¿Si no nos aumenta ni fortalece? ¿Pensamos acaso que Lúculo a quien las letras formaron e hicieron capitán tan grande sin la ayuda de la experiencia, usase de ellas como nosotros?
Tanto nos apoyamos en los brazos de los demás que anulamos nuestras fuerzas ¿Que quiero armarme contra el miedo a la muerte? Hágolo a expensas de Séneca ¿Que quiero tener consuelo para mí u otro? Tómolo de Cicerón. Tomaríalo de mí mismo si me hubieran enseñado a ello. Nada me gusta esta inteligencia relativa y mendigada.
Aun cuando pudiéramos ser sabios con el saber de los demás, al menos prudentes, sólo podemos serlo con nuestra prudencia.
Traducción de Almudena Montojo
El fin de semana con la ayuda inestimable de Raúl, creamos el rincón de la escritura en mi casa nueva. Una casa que espero poder mantener durante muchos años. Hace un mes con Tere y César creamos el ambiente general. Junto a la mesa he colocado una estantería donde he puesto mis libros más amados. Se encuentra a mi lado izquierdo y no evito girar la silla y quedarme contemplando tanta belleza, tanto conocimiento, tanta ironía contenidas en ese invento extraño y peculiar -tan extraño y peculiar como lo fue la invención del castigo- como es el libro. Entre ellos, claro, se encuentra Ensayos de Montaigne al que siempre imagino en su castillo, rodeado de velas y antiguos libros, hurgando citas, relacionando temas y mirando de hito en hito, a través de una ventana estrecha, el fuego de las estrellas.
Extracto del Capítulo XXV Del Magisterio de Ensayos
Guardamos las ideas y el saber de otros y nada más. Es menester hacerlos nuestros. Harto nos parecemos a aquél que, teniendo necesidad de fuego se fue a buscarlo a casa del vecino y hallando allí uno grande y hermoso, quedóse allí calentándose sin acordarse ya de llevar un poco para su casa ¿De qué nos sirve tener la panza llena de carne si no la digerimos? ¿Si no se transforma en nosotros? ¿Si no nos aumenta ni fortalece? ¿Pensamos acaso que Lúculo a quien las letras formaron e hicieron capitán tan grande sin la ayuda de la experiencia, usase de ellas como nosotros?
Tanto nos apoyamos en los brazos de los demás que anulamos nuestras fuerzas ¿Que quiero armarme contra el miedo a la muerte? Hágolo a expensas de Séneca ¿Que quiero tener consuelo para mí u otro? Tómolo de Cicerón. Tomaríalo de mí mismo si me hubieran enseñado a ello. Nada me gusta esta inteligencia relativa y mendigada.
Aun cuando pudiéramos ser sabios con el saber de los demás, al menos prudentes, sólo podemos serlo con nuestra prudencia.
Traducción de Almudena Montojo
El fin de semana con la ayuda inestimable de Raúl, creamos el rincón de la escritura en mi casa nueva. Una casa que espero poder mantener durante muchos años. Hace un mes con Tere y César creamos el ambiente general. Junto a la mesa he colocado una estantería donde he puesto mis libros más amados. Se encuentra a mi lado izquierdo y no evito girar la silla y quedarme contemplando tanta belleza, tanto conocimiento, tanta ironía contenidas en ese invento extraño y peculiar -tan extraño y peculiar como lo fue la invención del castigo- como es el libro. Entre ellos, claro, se encuentra Ensayos de Montaigne al que siempre imagino en su castillo, rodeado de velas y antiguos libros, hurgando citas, relacionando temas y mirando de hito en hito, a través de una ventana estrecha, el fuego de las estrellas.

¡Qué extraña es la materia del dinero para mí! Nada más pensar este artículo me he querido ir por los Cerros de Úbeda y hacer referencia a un libro -interesante como todos- de Rafael Sánchez Ferlosio titulado Non Olet y acudir a anécdotas y alejarme un poco de la propia desazón que a mí me provoca. Hay personas con facilidad para tenerlo, conseguirlo y gastarlo. En mi caso tengo dificultades. Y ya aquí se me viene a las mientes la educación recibida y los tres tabúes que la buena educación impide tratar en una conversación: la enfermedad, el dinero y la sexualidad.
Me está costando y pienso si poner en el título un 1 como si eso implicara que seguiré, porque ahora lo voy a dejar, no quiero encontrar las palabras; no me atrevo a encontrarlas y pienso si de alguna manera encajaría un poema que me envío ayer Raúl por medio del correo electrónico y que me pareció de una ternura mezclada con reconvención muy de agradecer.
Busco también una analogía ¡oh, qué socorridas son las analogías! que me permita deslizarme por el tema sin mancharme, sin inmiscuirme pero también sé que si este cuaderno tiene vocación de algo, ésa ha sido la de mostrar todas mis caras, no sólo una o dos, sino las caras que yo soy capaz de mostrar, que anidan en mí, que forman ese multiverso al que otorgamos el pronombre Yo. Criticaba el otro día el que en muchas ocasiones me encuentro con que siempre que acudo, llego o derivo a lugares donde se expresan los seres humanos, en muchas me encuentro siempre con la misma cara de ese ser y desde ese momento siento cierto rechazo porque somos más que soy, porque deberíamos aplicarnos más el nosotros al yo, incluso deberíamos anular las tres personas del singular para hablar de seres humanos. Veis, ya me voy, esta digresión me permite no hablar del tema que titulo. Se me escapa. Hay uno de mi yos al que le da vergüenza hablar de ese tema. Y por eso quizá (y también porque estoy cansado. Me levanto muy temprano últimamente, a las seis de la mañana, para ir hasta Madrid donde hago un curso de formación para conseguir un trabajo que me dé algo de dinero para mantenerme) coloque el 1 detrás del título y lo intente otro día.
Me está costando y pienso si poner en el título un 1 como si eso implicara que seguiré, porque ahora lo voy a dejar, no quiero encontrar las palabras; no me atrevo a encontrarlas y pienso si de alguna manera encajaría un poema que me envío ayer Raúl por medio del correo electrónico y que me pareció de una ternura mezclada con reconvención muy de agradecer.
Busco también una analogía ¡oh, qué socorridas son las analogías! que me permita deslizarme por el tema sin mancharme, sin inmiscuirme pero también sé que si este cuaderno tiene vocación de algo, ésa ha sido la de mostrar todas mis caras, no sólo una o dos, sino las caras que yo soy capaz de mostrar, que anidan en mí, que forman ese multiverso al que otorgamos el pronombre Yo. Criticaba el otro día el que en muchas ocasiones me encuentro con que siempre que acudo, llego o derivo a lugares donde se expresan los seres humanos, en muchas me encuentro siempre con la misma cara de ese ser y desde ese momento siento cierto rechazo porque somos más que soy, porque deberíamos aplicarnos más el nosotros al yo, incluso deberíamos anular las tres personas del singular para hablar de seres humanos. Veis, ya me voy, esta digresión me permite no hablar del tema que titulo. Se me escapa. Hay uno de mi yos al que le da vergüenza hablar de ese tema. Y por eso quizá (y también porque estoy cansado. Me levanto muy temprano últimamente, a las seis de la mañana, para ir hasta Madrid donde hago un curso de formación para conseguir un trabajo que me dé algo de dinero para mantenerme) coloque el 1 detrás del título y lo intente otro día.
establecieron una curiosa teoría vinieron a decir que cervantes no sabía lo que hacía al escribir el quijote es decir que cervantes no tenía un soporte intelectual bien estructurado o como se dice ahora lo de tener la cabeza bien amueblada parece ser que cervantes era un estúpido que tuvo suerte una suerte en forma de iluminación poética poética en el sentido amplísimo de todos los eruditos que alientan las palabras hasta sus últimas consecuencias y más allá de sus últimas consecuencias haciendo en instancia n que la palabra se vuelva vaga como la libélula de rubén darío si se me permite la intromisión del nicaragüense hablando del retrasado mental miguel de cervantes saavedra que no sabía lo que hacía intelectualmente hablando cuando escribía línea a línea borrón tras borrón la más alta novela de todas las épocas que en el mundo han sido lo que me lleva a pensar dos posibilidades o bien que lo mejor para ser un magnífico poeta es ser un absoluto imbécil o que eruditos como menéndez pelayo y tantos otros son tan imbéciles como para calificar de tal a cervantes no sé si me he explicado correctamente porque luego aparece una de esas mentes escasas en el mundo con nombre y apellidos que a continuación escribo y que son américo castro que escribe un libro en el que demuestra que la base teórica de cervantes al escribir su quijote no era en absoluto escasa más bien todo lo contrario porque estuvo en italia cuando se escribían las primeras poéticas la del pinciano por ejemplo y se estudiaba a aristóteles y su poética que aunque no sea nada del otro mundo siempre en su único afán clasificador sí fue tomada como del otro mundo por éstos que se dedican a enmendarle la plana a los artistas sobre su forma de utilizar su arte sin que ellos sepan utilizarlo en modo alguno porque si nos pusiéramos a criticar la prosodia del tal menéndez pelayo acabaríamos por ponerle un cero en redacción aunque quizá exagere pero por qué no voy a tener derecho yo a exagerar si ellos lo hacen sin ton ni son en fin lo que decía de américo castro que el buen hombre y hombre bueno para demostrar que cervantes no era un absoluto ignorante se pone a expurgar todas las citas que aquí y allá salpican su obra en donde pone de manifiesto sus tendencias estilísticas las cuales curiosamente se enlazan con todas las poéticas de su mundo y etcétera que para leerlo todo recomiendo el pensamiento de cervantes que es un libro asaz ameno y que destierra para siempre el adjetivo de memo del acervo de cervantes no sé si lo he dicho ni si lo he dicho bien porque sea como sea o bien se demuestra que no hace falta ninguna tener una base teórica para aplicar un concepto práctico o bien que los que tienen una cabeza barrocamente amueblada de teorías teoremas poéticas léxicos estudios comparativos etimologías historiografías y no sé cuántas ías más no les sirve para nada a la hora de recibir en semejante cabeza amueblada a un escritor tan sin par como el ingenioso don miguel de cervantes

Yo sé que nadie que no lo haya intentado podrá valorar el silencio, la elipsis, lo que no se escribe en un poema y justo porque no se escribe adquiere toda la fuerza. Si se escribiera esa ausencia (convertida, claro, en presencia), haría perder imagen (imaginación) a lo que queda.
Lo que queda del silencio es lo que podemos leer en los poemas de Raúl Morales García. O por escribirlo de otra manera: la poesía de Raúl es los armónicos de las notas, lo que se va yendo, lo que apenas tienes tiempo de aprehender.
No me quiero poner crítico (ni sé), hablo como lector.
Lo que unos llamarán escasez, yo lo llamo esfuerzo.
Y en ese esfuerzo de lo poco (que lo es todo) el poeta Raúl Morales va contracorriente de estos tiempos en donde la abundancia es la religión de nuestro lado del mundo. Lo verborreico, lo que no se quiere callar, la antipaciencia, la desmesura.
No voy a escribir mucho más porque sería ir en contra del propio poeta sobre el que escribo, poeta y amigo, que acaba de publicar este libro Casa, editado por Ediciones Vitruvio y del que sólo apuntaré (para abrir vuestro apetito) estos versos: Descansa la boca sobre el trigal quemado,/ su olor/ -verano, lluvia/ la horca que sostiene el nido./ Se inclinan labios, dientes/ sobre lo negro,/ sobre los tallos tiernos de mujer// que ya verdean
Lo que queda del silencio es lo que podemos leer en los poemas de Raúl Morales García. O por escribirlo de otra manera: la poesía de Raúl es los armónicos de las notas, lo que se va yendo, lo que apenas tienes tiempo de aprehender.
No me quiero poner crítico (ni sé), hablo como lector.
Lo que unos llamarán escasez, yo lo llamo esfuerzo.
Y en ese esfuerzo de lo poco (que lo es todo) el poeta Raúl Morales va contracorriente de estos tiempos en donde la abundancia es la religión de nuestro lado del mundo. Lo verborreico, lo que no se quiere callar, la antipaciencia, la desmesura.
No voy a escribir mucho más porque sería ir en contra del propio poeta sobre el que escribo, poeta y amigo, que acaba de publicar este libro Casa, editado por Ediciones Vitruvio y del que sólo apuntaré (para abrir vuestro apetito) estos versos: Descansa la boca sobre el trigal quemado,/ su olor/ -verano, lluvia/ la horca que sostiene el nido./ Se inclinan labios, dientes/ sobre lo negro,/ sobre los tallos tiernos de mujer// que ya verdean
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/11/2010 a las 18:23 |