Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
El amor es una construcción cuya clave de bóveda es el respeto. Es casi imposible alcanzar el amor como es casi imposible construir una catedral gótica siendo albañil. Sin embargo si conocemos la clave de bóveda, si la conocemos, quizá desde ella podamos empezar a construir.
El respeto empieza por respetarse a uno mismo; respetarse a uno mismo tiene como elemento esencial la dignidad.
En mi obra de teatro La Otra Cara, escrita en 1989, el personaje Tobías Samel decía que la relación de pareja no es más que una mera transacción comercial. No le desdigo pero sí creo, fervientemente además, que puede existir una relación de pareja sustentada en el amor y no en el comercio.
El amor ha de existir. La dignidad ha de existir aunque sólo sea para sentir que ser humano no es tan sólo hablar sino actuar con verdad, con dignidad y con respeto hacia uno mismo y hacia los demás. El amor ha de existir en alguna parte, el amor ha de surgir como un esfuerzo enorme, siendo consciente la pareja, sabiendo ambos, de antemano que el tiempo del entusiasmo pasa pronto y que una vez terminado empieza el amor que es duro, terrible, lento y siempre generoso.
Empeñarse en formas bastardas de amor es lo que hacemos la mayoría de nosotros. Nos enciscamos, nos encoñamos, necesitamos, dependemos, nos sometemos o sometemos. Ninguna de esas acciones es amor. Ninguna de esas acciones lleva a esa sensación que debe de ser elevadísima, que debe de infundir una gran paz como si el mundo dejara de estar en contienda, como si la dificultad no fuera más que una mera cuestión de segundos, porque hay alguien que te ama, que te respeta, que afianza con su amor tu espalda y te ayuda a saberte digno y te encomienda lo mejor de su vida porque sabe que tú sabrás hacer lo justo con ella.
Lo demás es impostura y la impostura lleva al descrédito y el descrédito acarrea amargura y la amargura oscurece la vida y la vida se queda ciega y la ceguera nos impide ver y al no ver creemos que no hay nada, que no hay nada, que el amor, por lo tanto, también es nada. Y nos quedamos dormidos mientras lágrimas de dolor resbalan por nuestras mejillas, ajenas a nuestros sentidos, lágrimas convencidas de que el amor no existe, es imposible como si el amor fuera un dios que habitara en la séptima esfera y cuya música parece sonar a veces pero muy lejos, muy lejos, hasta hacerse inaudible, hasta convencernos de que realmente nacimos sordos.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/09/2010 a las 22:44 | Comentarios {0}


Sólo cuando algo se observa se fija en el estado observado. Mientras un objeto no es observado, puede estar (ser) en todos los estados posibles. En el sueño nos comportamos como electrones libres de observación.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/09/2010 a las 00:16 | Comentarios {0}


A Clint Eastwood


Un ejemplo yacente de mística de mierda
Un ejemplo yacente de mística de mierda
La apología de la venganza es un tema recurrente en las películas de Clint Eastwood. Director de cine ensalzado en los últimos años. Cada vez que veo una de sus películas voy sintiendo un malestar que crece y crece hasta que me pregunto, ¿Pero qué hostias estoy viendo? ¿Por qué cojones estoy viendo y escuchando a esta panda de matones y sus barbaridades? ¿Qué moral asquerosa me está contando este pavo? Sean Penn, en Mystic River, me resulta abundoso y falso. Hasta Tim Robbins me lo parece y sus mujeres -mujeres de siempre. Mujeres imbéciles hasta la saciedad de la imbecilidad. Mujeres que aman el dominio de sus hombres y que resuelven el poder sobre ellos poniéndoseles encima y pegándoles las tetas a sus fuertes pechos tatuados- me dan asco. Sus miradas. Sus ademanes. Sus pastelillos y el amor incondiconal por sus putas familias.
Y esos juegos facilones en la estructura de esta película (Mystic River) donde todo quiere ser justificado en base a psicología de café. Niños de barrio sometidos a la cruda vida de los desposeídos que acaban siendo matones baratos con una tienda de mierda. Todo me suena a mierda en esta película. Esa es la palabra que acude a mi mente. Una vez y otra. Entonces me digo -porque ando ahora en relativizar mis propios pensamientos. Como si quisiera que la ira o la envidia no fueran las señoras de mis análisis-, Espera vuélvelo a pensar. Recorre paso a paso las tramas. Seguro que encuentras algo que genera una paradoja. Mira a ver si en algún momento la ética de esa historia oculta en el fondo una crítica a la misma. Respira. Respira. Y así lo hago porque quiero ser muy crítico con mis críticas y antes de ponerme a escribir esto que ahora lees me pongo música de Haydn que atempera a las bestias. Porque quizá yo sea una bestia. Pasan los minutos mientras contemplo el teclado antes de lanzar mis dedos sobre él y sigo sintiendo lo mismo: Clint Eastwood es un puto fascista; su moral es de una perversión tan descarada que dan ganas de aplicar sobre él lo que él propone. Vendrá alguien diciendo, ¡Oh, oh, pero ¿qué dices?, esa película es una maravilla, miral tal plano, escucha tal diálogo...! Y yo pienso, de nuevo, Propaganda de la ley del más fuerte. Justificación facilona. Asuntos de menor entidad y un Dios que, en muchísimas ocasiones es un Diablo, la familia.
No, no se puede hacer cualquier cosa anteponiendo el sacrosanto nombre de FAMILIA como justificación. No se puede salir y asesinar a un hombre por sospechar de él; no se puede justificar el asesinato selectivo. No se puede terminar una película con un hijo de puta en la escalera exterior de su guarida mientras ve pasar un desfile cutre y frente a él un policía (que sabe que es un asesino) le mira y le hace un gesto inofensivo (sé que el puto director quiere con ese gesto -la mano se convierte en revolver. Apunta hacia el asesino y dispara- inducirnos a pensar que irá a por él tras el desfile. No es suficiente).
Lo único sacrosanto de la vida es ella. Todo lo demás es costumbre y como tal dado a la alteración y en última instancia al olvido. Sería conveniente releer algunos clásicos del pensamiento. Por ejemplo, El Origen de la Familia, de un tal Friedrich Engels.
Y a ti, Clint Eastwood ¡que te jodan!

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/09/2010 a las 10:50 | Comentarios {0}


2-1g No tengo miedo a decir la verdad -exclamó- y quedó mudo para siempre.

Ensayo

Tags : Perdido en la mudanza (lost in translation?) Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/09/2010 a las 10:58 | Comentarios {0}


Francia y la pobreza
La pobreza sólo inspira ternura en las películas. Es una vieja y conocida trampa (siempre, siempre tengo la duda de utilizar la palabra técnica, trampa, truco para referirme a formas conocidas que provocan una reacción. El ejemplo más claro -para mí- es la técnica del guión americano. Cuando doy clases me suele salir, en primer término, la palabra truco. Lo dejo pues en suspenso. Quizá sea una técnica. Podría, claro, irme a las etimologías y hablar de la techné y esas cosas y buscar los sutiles matices de cada una de esas palabras y volverme incluso eruditoide que es a lo máximo que suelo aspirar si no voy más allá y me invento las cosas y me quedo tan pancho arguyendo, en última instancia, que como escritor ése es mi oficio: inventar) la de empezar el relato de un ser desgraciado hundido en la miseria o, al contrario, alguien que vive en una cómoda opulencia, ve trastocada su vida por una ruina repentina (véase la maravillosa ¡Qué bello es vivir!) y de repente tras muchas y supongamos bien urdidas dificultades el personaje en cuestión consigue superar el trance y ve de nuevo el cielo abierto en su vida y en la de los suyos.
En la vida impuesta, la de los relojes y los ocasos, la de las noticias y el devenir, ésa que nos lleva y nos trae en la vigilia, la pobreza es sucia, peligrosa y ocultable. La pobreza crea nidos de ratas, es germen de delincuentes, a ella se achaca las mayores desgracias para la sociedad, es oscura y lleva a la depravación. La pobreza, ya sea en las macro sociedades o en la pequeña sociedad de una familia común en la que uno de sus miembros se ve abocado a ella, se aparta y además convierte en culpable al que la padece (esa es la maldición del American way of life que nos vende que todo hombre con su sólo esfuerzo puede llegar a donde se proponga; ese mundo de héroes que a fuerza de riñones y creencia en sí mismo, peldaño a peldaño, sumiso y orgulloso, asciende y asciende y asciende hasta donde se le ponga en la punta de su ambición) con lo cual todo castigo será poco para semejante desperdicio humano que no ha podido estar a la altura de los demás.
Si además la pobreza se mueve en un mundo de opulencia, se convierte en un crimen. Francia es, junto a Alemania, la rica de Europa. Desde que se tiene memoria lo fue. Ya sólo su paisaje (que tan bien vende el Tour de France) nos da muestra de esa abundancia, de esa exuberancia ¡Quién que haya estado en la Place des Invalides no se ha quedado perturbado ante la magnificencia de sus dorados y sus palacios! ¡Oh, Francia, qué rica eres! nos decimos cuando comparamos las etapas del Tour con las de la Vuelta a España). Por esto que escribo creo que lo que se expulsa de Francia estos días no es a gitanos sino la pobreza.
El presidente de la República de Francia no puede permitir esa exposición de miserables en sus verdes prados, en sus cuidadas ciudades, en sus carreteras en todo iguales a las maquetas más cucas que se puedan imaginar. Sarkozy no es un fascista es un burgués francés y no tiene por qué soportar a esos sucios rumanos y búlgaros en su lustroso e ilustrado suelo -muy bien lavado de la sangre que ha costado cada una de sus columnas de mármol y sus arcos del triunfo- porque son, sobre todo, un ataque a la estética de la grandeur que nos llevan vendiendo desde aquel rey a quien llamaron Sol (ná menos). Y Sarkozy está ahí no por un golpe de estado -como lo estuvo Georges Bush Jr. en su segundo mandato- sino por la sacrosanta mayoría del pueblo francés que lo votó.
Y Francia no es más que un ejemplo -paradigmático quizá- de eso que ocurre en todo lugar del planeta donde la riqueza tiene fronteras con la pobreza. Los pobres son una puta mierda. La mierda huele a mierda y la mayoría de los franceses que votó a ese presidente suele tener la nariz muy grande y elevada siempre y gustan mucho de perfumes que conviertan la cercanía en algo charmant.
Aún así siempre nos quedará su soflama: Liberté, Égalité, Fraternité y, por supuesto, Caen.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/09/2010 a las 13:57 | Comentarios {0}


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