Capítulo Primero (cont.)
Montaillou
Cuando iba a saltar al momento de mi nacimiento, te me has aparecido de rodillas frente a la hornacina de la salita de tu casa en donde habías colocado una réplica en resina de la Piedad de Miguel Ángel que habías comprado en una tienda de souvenirs, junto a la Plaza de San Pedro de Roma. Era, me dijiste, la única vez que habías salido al extranjero y lo hiciste porque peregrinaste, como una buena católica ha de hacer, a Roma. Era la hora del atardecer; llevabas el pelo recogido y cubierto por un velo negro. La cabeza la tenías inclinada hacia el suelo, mantenías cerrados los ojos y musitabas para tus adentros los avesmarías de un rosario que a mí me resultaba interminable.
Nada en ti era atractivo, Elsa. Nunca te maquillabas. Vestías siempre con una blusa abotonada hasta el cuello, una rebeca siempre en tonos ocres sobre ella, una falda por debajo de las rodillas en tonos grises, medias marrones y zapatos bajos de cordón. Pero bajo la austeridad de tu vestimenta, bajo la castidad que aireaban, yo intuía unos pechos firmes y grandes y unas caderas fuertes donde agarrarse y unas nalgas prietas y un sexo jugoso y velludo y unas piernas fuertes como suelen serlo las de las mujeres vírgenes; esas visiones, mi querida Elsa, me excitaban y sabía que un día la Piedad de la hornacina sería testigo de nuestro primer arrebato sexual; tú te opondrías, me rogarías que no lo hiciéramos frente a tu señora la virgen María, llorarías para ablandarme pero al mismo tiempo sabrías que yo no iba a ceder y también sabrías que ibas a sucumbir a la tentación y al pecado porque así -como decías tú a menudo- nos había hecho Dios Nuestro Señor: débiles ante la tentación, débiles ante el placer de la carne, débiles ante un demonio tentador. Demonio tentador me llamabas mientras gemías y me pedías que te follara más, más, demonio mío, hijo del infierno, amor de mis entretelas.
Escribo sobre nosotros porque formamos parte de mi vida. Me referiré a ti cuando lo necesite porque junto a ti se produjo en mí algo que no he vuelto a sentir y es que, siendo yo como soy ángel caído, he sentido junto a ti la viscosa cercanía de Dios y casi he llegado a oler el olor que más me repugna: el olor de santidad. Ya sigo con mi nacimiento. Sólo quería que supieras que aquel atardecer en que por vez primera te vi rezar de rodillas, ante la Virgen, yo me coloqué tras de ti -sé que tú lo sentiste. Sé que disimulaste- y mis pensamientos imaginaban que te ponías a cuatro patas, te levantabas las faldas, te bajabas las bragas color carne y entre avemaría y avemaría me exigías que te tomara y al girar tu cara para cerciorarte de que me acercaba dispuesto a obedecerte no era tu cara la que veía sino la cara de mi madre Guillemette con un ojo a la funerala.
Capítulo Primero
Montaillou
La primera vez que recuerdo nacer es una noche de noviembre. Desde el quinto mes del embarazo fui consciente de mi existencia y de la existencia de otros; fui consciente de que era transportado; fui consciente de que aquella no era mi última morada sino el interior de un cuerpo humano y sentí y supe que ese cuerpo que me llevaba en su interior no me quería dentro de él. No sé si fue anterior o posterior a la certeza del rechazo cuando yo también sentí lo mismo: me daba asco aquel cuerpo y por decirlo en términos que habrán de ser revisados una y otra vez, también la personalidad de ese cuerpo, el carácter que habitaba en él me resultaba áspero. Luego estaba el olor. ¡Qué mal olía aquel cuerpo! ¡Cuántas veces vomité por el olor nauseabundo que llegaba tanto desde el exterior como desde los intestinos que me rodeaban! Era un olor a cuerpo basto. Era un olor de putrefacción constante. Y este olor se mezclaba con olores de sudor, de sangre, de líquido intersticial con aires de ciénaga. Aquel cuerpo parecía las entrañas de una ciudad superpoblada en donde todas las cagadas, todas las meadas, todas las menstruaciones, todas las lefas, todos los esputos, todo lo pútrido venía a parar allí y a través de la minúscula porosidad de las paredes del saco amniótico entraban esos olores que me mortificaban y hacían que empezara a dar patadas como si con ello pudiera romper la membrana del saco y escapar cuanto antes de aquel infierno líquido, sucio, vivo. Unas patadas a las que aquel cuerpo respondía dándose puñetazos en el lugar donde yo pateaba pero por fuera y fue así como descubrí que había un fuera y que yo estaba dentro de algo que me transportaba y deduje, un par de meses antes de nacer, que algún día yo también estaría fuera y no dependería del cuerpo que ahora me transportaba tan a su pesar.
Memorias
Tags : Memorias para Elsa Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/05/2025 a las 18:09 |
Prólogo
Mi nombre y apellido van a ser Tobías Samel. El nombre y el apellido de la mujer para la que voy a escribir estas memorias van a ser Elsa Temuer. Le he pedido al dueño de esta revista digital que me permita publicar en ella estas memorias por si Elsa leyera en este tipo de medios y la casualidad además hubiera querido que por medio de una navegación aleatoria hubiera llegado hasta esta revista, Inventario -dirigida y gran parte de ella escrita por Fernando García-Loygorri-, que le hubiera gustado (la revista) y hubiera decidido seguirla -aunque fuera de vez en cuando-; otra posible forma de llegar ella hasta aquí es que utilizara internet y algún día, a partir de hoy, buscara el nombre que una vez inventé para ella, Elsa Temuer, y de esta forma apareciera este texto, en esta revista y ella accediera y dentro de un rato o dentro de seis años, esté leyendo este prólogo y me recuerde. Antes de que le produzca un escalofrío en el espinazo mi aparición o el simple haber dado ella conmigo o la mera posibilidad de que pudiera encontrarla...si es que aún está viva, quisiera, para tranquilizarte, Elsa, asegurarte que estas memorias que escribiré para ti es la forma que he hallado menos violenta de pedirte perdón y que bastaría una palabra tuya al final de las mismas en los comentarios para sanarme mi culpa, mi grandísima culpa, la culpa inmensa que siento por haber vivido y por haberme encontrado contigo en un momento en el que mi vida destilaba una ira producida por los que hemos sufrido mal.
Han pasado cuarenta años desde la última vez que te vi. Era cerca del amanecer. Tú estabas dejando de ser Kotok para convertirte de nuevo en Elsa. Yo estaba dejando de ser Trifia para volver a ser Tobías. Me habías roto las medias cuando eras Kotok y yo era Trifia; me habías querido salvar cuando derivabas en Elsa y yo en Tobías. Cuando surgimos del todo siendo tú Elsa y yo Tobías te hundí mi navaja en el estómago, sólo una vez, sin retorcer. Cuando te di la espalda pensé que no sobrevivirías, estábamos en un parque, era otoño, de amanecida; a punto estuve de rematarte pero la posibilidad de que quizá vivieras; la posibilidad de que fuera detenido y ahorcado por tu denuncia; la posibilidad de que acudieras a mi ahorcamiento y de alguna forma se invirtieran los papeles y fueras tú la que me viera morir, me empujaron a no mirar hacia atrás y caminé hacia el este por donde, tristemente, surgían los primeros rayos del sol.
Han pasado cuarenta años desde la última vez que te vi. Era cerca del amanecer. Tú estabas dejando de ser Kotok para convertirte de nuevo en Elsa. Yo estaba dejando de ser Trifia para volver a ser Tobías. Me habías roto las medias cuando eras Kotok y yo era Trifia; me habías querido salvar cuando derivabas en Elsa y yo en Tobías. Cuando surgimos del todo siendo tú Elsa y yo Tobías te hundí mi navaja en el estómago, sólo una vez, sin retorcer. Cuando te di la espalda pensé que no sobrevivirías, estábamos en un parque, era otoño, de amanecida; a punto estuve de rematarte pero la posibilidad de que quizá vivieras; la posibilidad de que fuera detenido y ahorcado por tu denuncia; la posibilidad de que acudieras a mi ahorcamiento y de alguna forma se invirtieran los papeles y fueras tú la que me viera morir, me empujaron a no mirar hacia atrás y caminé hacia el este por donde, tristemente, surgían los primeros rayos del sol.
Continuará...
Memorias
Tags : Memorias para Elsa Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/05/2025 a las 18:48 |
Dentro. Con el tesón propio de los vivos. Con ese tipo ciego de tesón. Alta la glucosa en sangre. Brochazos grises el cielo. La memoria. Lo recurrente. Quemar el karma. Es bello el otoño en la montaña. Gorjeos. Aleteos. Carreras de seres invisibles a las veras del camino. Por el sendero una recua de vacas que se asusta con el perro. Pienso, Si se asusta una, se asustan todas. Así somos los mamíferos. Sobreviene. Hay que dejar. Hay que soltar. Llueve ante el sol. La hierba ha crecido muy verde, casi luminosa, vuelven los regatos a correr, todo se humedece y se alfombra el suelo con las hojas muertas de fuertes robles y álamos soberbios. La vida es esto: humedecerse para secarse, calentarse para quedarse frío. Eso es todo. Sale el sol. Las nubes lo ocultan. Aceptar no implica no sentir lo que sí sucede -puede que suceda- es que el sentimiento se sienta como el dolor bajo los efectos de la morfina: duele y no sufres. Un paso. Otro paso. Camina el perro con un trozo de madera en la boca. Pienso en los hombres y sus mondadientes. La rutina. El beneficio. Jirones, sí, jirones de nubes entre las sierras. Tan alto es todo. Tan inalcanzable.

L’Atelier du peintre. Allégorie Réelle déterminant une phase de sept années de ma vie artistique (et morale) de Gustave Courbet. 1855
Es una mascarilla verde la que se acerca (...) eso debe ser morir. Ahora escucho cómo Violeta, mientras trajina ve una serie en inglés y no entiendo nada. Ella está en la cocina. Yo estoy en mi habitación. ¿Será una buena comparación con la muerte? Tengo recién abiertas las tripas. Tengo hematomas en el pubis, en la base de la polla y una cicatriz aún con grapas en el costado izquierdo.
Eso es todo. No sé si querré más. No sé si volveré. Lo intento. Juro que lo intento. A mis sesenta y un años. Lo sigo intentando. Esta mañana mismo. Lo intentaba. Me trasladaba. Hacía hablar a alguien. La pluma no escribía bien. Me doy cuenta de que me he vuelto muy maniático. O, sencillamente, son excusas. Luego pienso en Miles Davis que les aconsejaba a sus músicos en la época del jazz fussion, Toca como si no supieras. Yo también lo intento. Ahora que he vuelto a la vida y Violeta cocina y escucha una serie en inglés de la que nada entiendo mientras yo tecleo por primera vez desde hace cuatro días. Hoy hace cuatro días iba con mi amigo Luis hacia el hospital de El Escorial para que me operaran. Es curioso porque en vez de Escorial me ha salido "escrotial" que tiene que ver con escroto, el cual está cerca del lugar donde me operaron. ¡Qué amables las mujeres del quirófano! Eran todo mujeres. Me llamó la atención. Me alegró. Quizá porque estoy hasta los cojones de los hombres y nuestros juegos territoriales. No sé si es por eso. No sé si siento hoy esta desazón por un sueño tristísimo que he tenido. O si sencillamente la recuperación conlleva cierto grado de melancolía.
No sé si volveré a hacerlo con el entusiasmo necesario o si lentamente lo iré dejando hasta que muera o yo o mi deseo de seguir intentándolo (me viene ahora a la cabeza Beckett. Me digo, Vuelve a leer a Beckett, lee El innombrable. Dudo, como casi siempre, si poner el título con mayúscula. Me duele la herida de la operación, la que llevo como una cornada desde hace cuatro días y que me atraviesa el vientre. Quisiera levantarme. También, a veces, quisiera ser otro, que todo hubiera sido de otra manera. Pero no hay otra manera. Todas las maneras serían, en esencia, parecidas. Huelo, a lo lejos, el aroma de un huevo frito en aceite de oliva. Estoy en España. Parece que mi país es España. Parece que soy español (hermosa la paradoja de la terminación en -ol para el gentilicio de España. Tiene Américo Castro un precioso estudio sobre el motivo de esta extraña terminación. Si no recuerdo mal concluía el maestro que la terminación viene de un préstamo provenzal. No sé por qué me he ido por aquí. Sigo escuchando la serie que Violeta mira mientras cocina. Se ha hecho tan mayor Violeta. También yo me he hecho muy mayor. El día ha amanecido muy nublado. He vuelto a hacer un par de problemas de ajedrez. Me duele el bajo vientre. Me duele estar sentado. Tengo hambre. El azúcar está controlada. Si hubiera muerto, entonces, si (...) Ocurre un hecho extraño. Probablemente sea por el frío en la punta de los pies. Pienso que quizá no sea capaz de vivir con este frío tan intenso y de ahí me viene la idea del suicidio en Occidente, el poco respeto que se le tiene al suicidio y siento el deseo de volver a leer a Ramón Andrés. Esto fue antes. Cuando me pongo a escribir ya no es lo mismo. Todo lo que pienso resuena mas fuerte en mi cerebro, más definitivo. Será la represión. Será eso, que tiene -la represión- una gran fuerza en la punta de los dedos.
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Memorias
Tags : Memorias para Elsa Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/05/2025 a las 20:38 |