
Iñaki Gabilondo
Con el Nocturno nº 7 de Chopin se despidió anoche Iñaki Gabilondo en su programa de información Hoy que se emitía por la cadena del Grupo Prisa CNN+.
Iñaki Gabilondo es uno de los mejores periodistas españoles que yo haya tenido el gusto de escuchar y de ver. Durante muchos años presentó el programa de radio Hoy por hoy de la cadena SER. Iñaki, donostiarra de pro, tiene entre sus grandes cualidades la capacidad de saber escuchar. Para poder hacer una buena entrevista lo importante no son las preguntas sino la escucha de la respuesta. Siendo valiente nunca es grosero; siendo brillante nunca es soberbio.
Guardo en mis archivos la emisión de su programa durante los tres días que sacudieron a este país tras el atentado del 11 de marzo. Su voz se tiñó, desde el primer momento, de tal solemnidad y emoción que me llegaron a lo más profundo del dolor. Su contención en las críticas, su apuesta por la mesura, son clases magistrales de periodismo en directo.
No sé si es un síntoma pero que una cadena de información sensata y equilibrada, una cadena donde las tertulias políticas no están cargadas de insultos e infamias, en las que los periodistas no hacen alardes de ideología sino de información, se vaya al traste mientras los vocingleros de otras cadenas siguen lanzando sus proclamas patrióticas, sus insultos sin medida, sus insidias sin descanso, sus venganzas personales revestidas de información contrastada continúen ahí, me da que pensar.
Nocturno como oscuridad. Nocturno como agravante penal (nocturnidad, premeditación y alevosía). Nocturno en escala menor, lleno de melancolía por un tiempo que se prometía venturoso para la libertad y la información, por las que luchó Iñaki Gabilondo durante la época de la dictadura y cuyo resultado, 35 años después, es el cierre de unos espacios que tienden a la objetividad y el alza de propagandistas y calumniadores.
Decía ayer Iñaki en una entrevista que le hizo Gemma Nierga en La Ventana que él ve España como un país adolescente, siempre picajoso, siempre alterado, siempre buscando enemigos y culpas en los otros; un país -esto lo añado yo- rencoroso. Y en un país así no cabe un periodista como Iñaki Gabilondo con su voz pausada, sus ademanes serenos, sus colaboradores educados y sus análisis honestos. No, no cabe un periodista así. Lástima. Siempre nos quedará su recuerdo, sus enseñanzas y su emoción.
Gracias, maestro.
Iñaki Gabilondo es uno de los mejores periodistas españoles que yo haya tenido el gusto de escuchar y de ver. Durante muchos años presentó el programa de radio Hoy por hoy de la cadena SER. Iñaki, donostiarra de pro, tiene entre sus grandes cualidades la capacidad de saber escuchar. Para poder hacer una buena entrevista lo importante no son las preguntas sino la escucha de la respuesta. Siendo valiente nunca es grosero; siendo brillante nunca es soberbio.
Guardo en mis archivos la emisión de su programa durante los tres días que sacudieron a este país tras el atentado del 11 de marzo. Su voz se tiñó, desde el primer momento, de tal solemnidad y emoción que me llegaron a lo más profundo del dolor. Su contención en las críticas, su apuesta por la mesura, son clases magistrales de periodismo en directo.
No sé si es un síntoma pero que una cadena de información sensata y equilibrada, una cadena donde las tertulias políticas no están cargadas de insultos e infamias, en las que los periodistas no hacen alardes de ideología sino de información, se vaya al traste mientras los vocingleros de otras cadenas siguen lanzando sus proclamas patrióticas, sus insultos sin medida, sus insidias sin descanso, sus venganzas personales revestidas de información contrastada continúen ahí, me da que pensar.
Nocturno como oscuridad. Nocturno como agravante penal (nocturnidad, premeditación y alevosía). Nocturno en escala menor, lleno de melancolía por un tiempo que se prometía venturoso para la libertad y la información, por las que luchó Iñaki Gabilondo durante la época de la dictadura y cuyo resultado, 35 años después, es el cierre de unos espacios que tienden a la objetividad y el alza de propagandistas y calumniadores.
Decía ayer Iñaki en una entrevista que le hizo Gemma Nierga en La Ventana que él ve España como un país adolescente, siempre picajoso, siempre alterado, siempre buscando enemigos y culpas en los otros; un país -esto lo añado yo- rencoroso. Y en un país así no cabe un periodista como Iñaki Gabilondo con su voz pausada, sus ademanes serenos, sus colaboradores educados y sus análisis honestos. No, no cabe un periodista así. Lástima. Siempre nos quedará su recuerdo, sus enseñanzas y su emoción.
Gracias, maestro.
El siguiente video Al sordo hay que gritarle (recomiendo que lo veas antes de seguir leyendo. Ya sabes: haz un click sobre el título) es un grito de angustia, un grito bestial, en un país bestial, México, donde en una de sus ciudades, Ciudad Juárez, se asesina desde hace ya muchos años a mujeres humildes de las formas más brutales que yo haya podido conocer.
El grito es un instante. El grito tiene razón. El grito es inútil.
Tengo en mí que el Poder (los poderes) no quieren escuelas para los niños, hospitales para los enfermos, agua potable para los habitantes de las ciudades, la seguridad de que la ley actuará si se comete un delito, el justo precio por el trabajo justo. Porque tengo en mí que el Poder es un animal asustado que se defiende atacando; el poder no quiere siervos agradecidos sino siervos más aterrados que él; el Poder es una máquina que se vuelve anónima al ser accionada por tantas manos; el Poder tiene un ejemplo perfecto en el siglo de su apogeo más cruel: el siglo XX. Como muestra Raul Hilberg en su libro La destrucción de los judíos europeos la maquinaria del poder nazi usó de todos los estamentos sociales para llevar a cabo su exterminio. Desde el peón caminero, pasando por el maquinista de tren, hasta el tendero ario de la esquina, llegando hasta el director de las compañias de seguros alemanas y ascendiendo (o mejor descendiendo) hasta el máximo representante de todos ellos, la maquinaria del poder cuyo combustible es el miedo subyugó a todos y juntos, entre desfiles y alardes, gasearon a millones y millones de vidas humanas, las sometieron a las torturas más espantosas, las humillaron de todas las formas posibles, las despojaron de cualquier bien que tuvieran, las encerraron en lugares aterradores y las hicieron trabajar hasta matarlas; a las mujeres y las niñas las violaron y las utilizaron para abrirlas en canal, sin anestesia, y hacer experimentos en sus úteros; a los hombres y los niños los castraron y les abrieron los escrotos y extrajeron sus gónadas y las frieron delante de ellos y se las dieron a comer a los cerdos. Todo aquello pasó como hoy pasa en Ciudad Juárez ¡Qué poder benigno habría sido aquel que tras la rendición alemana, hubiera tendido la mano, hubiera juzgado con la ley internacional en la mano y hubiera intentado cerrar las heridas cuanto antes! Pero lo que hizo el poder de los americanos fue el bombardeo criminal sobre la ciudad alemana de Dresde en la que bajo cientos y cientos de miles de toneladas de bombas incendiarias quemaron vivas a miles y miles de personas.
Podemos gritar a ese poder. Y es bueno aunque el grito se lo llevará el aire. Tenemos que gritar y también, con nuestros actos, con los más próximos, tenemos que saber cómo enfrentarnos a él. Dicen los budistas (a los que leo desde hace unos días con auténtica admiración) que todo es presente y sólo en el presente las acciones valen y que si las acciones son compasivas y son bondadosas es suficiente y no porque nos vayan a volver bondad y compasión dadas (como en una especie de feedback ñoño, de libro de autoayuda menor) sino porque cuanta más bondad y compasión se lance al mundo menos miedo habrá y así, tan sencillamente, podremos vencer un día al verdadero gran enemigo de todo ser humano: el terror que nos causa vivir por el terror que nos inflige el Poder. No sé si son las únicas armas pero creo que son efectivas: el amor contra el terror; la bondad contra el Poder; la compasión contra la destrucción.
Nunca lo hemos hecho como especie. Por lo tanto no sabemos si funcionaría. Pero yo creo que si funcionara no habríamos vencido, habríamos con-vencido.
El grito es un instante. El grito tiene razón. El grito es inútil.
Tengo en mí que el Poder (los poderes) no quieren escuelas para los niños, hospitales para los enfermos, agua potable para los habitantes de las ciudades, la seguridad de que la ley actuará si se comete un delito, el justo precio por el trabajo justo. Porque tengo en mí que el Poder es un animal asustado que se defiende atacando; el poder no quiere siervos agradecidos sino siervos más aterrados que él; el Poder es una máquina que se vuelve anónima al ser accionada por tantas manos; el Poder tiene un ejemplo perfecto en el siglo de su apogeo más cruel: el siglo XX. Como muestra Raul Hilberg en su libro La destrucción de los judíos europeos la maquinaria del poder nazi usó de todos los estamentos sociales para llevar a cabo su exterminio. Desde el peón caminero, pasando por el maquinista de tren, hasta el tendero ario de la esquina, llegando hasta el director de las compañias de seguros alemanas y ascendiendo (o mejor descendiendo) hasta el máximo representante de todos ellos, la maquinaria del poder cuyo combustible es el miedo subyugó a todos y juntos, entre desfiles y alardes, gasearon a millones y millones de vidas humanas, las sometieron a las torturas más espantosas, las humillaron de todas las formas posibles, las despojaron de cualquier bien que tuvieran, las encerraron en lugares aterradores y las hicieron trabajar hasta matarlas; a las mujeres y las niñas las violaron y las utilizaron para abrirlas en canal, sin anestesia, y hacer experimentos en sus úteros; a los hombres y los niños los castraron y les abrieron los escrotos y extrajeron sus gónadas y las frieron delante de ellos y se las dieron a comer a los cerdos. Todo aquello pasó como hoy pasa en Ciudad Juárez ¡Qué poder benigno habría sido aquel que tras la rendición alemana, hubiera tendido la mano, hubiera juzgado con la ley internacional en la mano y hubiera intentado cerrar las heridas cuanto antes! Pero lo que hizo el poder de los americanos fue el bombardeo criminal sobre la ciudad alemana de Dresde en la que bajo cientos y cientos de miles de toneladas de bombas incendiarias quemaron vivas a miles y miles de personas.
Podemos gritar a ese poder. Y es bueno aunque el grito se lo llevará el aire. Tenemos que gritar y también, con nuestros actos, con los más próximos, tenemos que saber cómo enfrentarnos a él. Dicen los budistas (a los que leo desde hace unos días con auténtica admiración) que todo es presente y sólo en el presente las acciones valen y que si las acciones son compasivas y son bondadosas es suficiente y no porque nos vayan a volver bondad y compasión dadas (como en una especie de feedback ñoño, de libro de autoayuda menor) sino porque cuanta más bondad y compasión se lance al mundo menos miedo habrá y así, tan sencillamente, podremos vencer un día al verdadero gran enemigo de todo ser humano: el terror que nos causa vivir por el terror que nos inflige el Poder. No sé si son las únicas armas pero creo que son efectivas: el amor contra el terror; la bondad contra el Poder; la compasión contra la destrucción.
Nunca lo hemos hecho como especie. Por lo tanto no sabemos si funcionaría. Pero yo creo que si funcionara no habríamos vencido, habríamos con-vencido.

Inventando lo imposible René Magritte
Rompe el espejo
Deja.
Abandonar es asumir y también dejar.
Una mañana muy fría de octubre anduve por un camino hacia un box de urgencias del Hospital de La Paz en la ciudad de Madrid. El Hospital de La Paz es muy grande y muy desangelado. No hay paz en él. Hay ruido, olores fuertes e iluminación sórdida. Allí vi por última viva a Julia. Allí me despedí de ella. Estaba muy viejita y muy consumida. Se encontraba incómoda. Le dolía todo. Un enfermero muy, muy amable, me ayudó a moverla un poco. Recuerdo sobre todo de aquella mañana el olor de ese box de urgencias recién abierto a las visitas. Era un olor terrible a heces, muerte y cerrazón. Era un olor triste.
Julia y yo no abrazamos. Y yo me fui. No, no pude estar más (y podría haber estado). Tenía el corazón roto y la mente atontada. Ojalá hubiera tenido la fuerza y el alma para quedarme junto a ella y ayudarla en el tránsito.
Cuando salí de allí el mundo no existía. Sólo estaba sus bracillos abrazándome. Su mirada tranquila. Su sensación de estar perdida.
Hay que dejar irse.
No podemos abrazarnos a cadáveres.
Hay que tener la fuerza y el valor y la seguridad para saber cuándo un abandono no es una deserción; cuándo hay que devenirse, separarse y olvidar (incluso ignorar si fuera necesario) y llevarlo a cabo para que la putrefacción alimente tierras y no emponzoñe sensibilidades.
La relación es un ser en sí mismo. Hay veces en que también tenemos que dejar que la relación se vaya. Hacer el duelo por ella. Tratarla como a un difunto muy querido. Echarla de menos. Llorarla si es preciso. Y luego, como siempre, renacer de nuevo a esta vida hermosa y dura, tan corta y tan extensa, tan insondable y tan clara.
Cuando no puedas dejar morir una relación, entra en ti, sosiégate en ti. No achaques al mundo lo que no es sino tú y así, de a poquitos, soltarás las amarras y navegarás de nuevo sin el lastre de un cadáver que ya no flota.
Morir, probablemente, no exista como concepto absoluto. Pero el cadáver sí lo es. Es a ése al que hay que dejar marchar. Es a ése al que no te debes aferrar.
Deja.
Abandonar es asumir y también dejar.
Una mañana muy fría de octubre anduve por un camino hacia un box de urgencias del Hospital de La Paz en la ciudad de Madrid. El Hospital de La Paz es muy grande y muy desangelado. No hay paz en él. Hay ruido, olores fuertes e iluminación sórdida. Allí vi por última viva a Julia. Allí me despedí de ella. Estaba muy viejita y muy consumida. Se encontraba incómoda. Le dolía todo. Un enfermero muy, muy amable, me ayudó a moverla un poco. Recuerdo sobre todo de aquella mañana el olor de ese box de urgencias recién abierto a las visitas. Era un olor terrible a heces, muerte y cerrazón. Era un olor triste.
Julia y yo no abrazamos. Y yo me fui. No, no pude estar más (y podría haber estado). Tenía el corazón roto y la mente atontada. Ojalá hubiera tenido la fuerza y el alma para quedarme junto a ella y ayudarla en el tránsito.
Cuando salí de allí el mundo no existía. Sólo estaba sus bracillos abrazándome. Su mirada tranquila. Su sensación de estar perdida.
Hay que dejar irse.
No podemos abrazarnos a cadáveres.
Hay que tener la fuerza y el valor y la seguridad para saber cuándo un abandono no es una deserción; cuándo hay que devenirse, separarse y olvidar (incluso ignorar si fuera necesario) y llevarlo a cabo para que la putrefacción alimente tierras y no emponzoñe sensibilidades.
La relación es un ser en sí mismo. Hay veces en que también tenemos que dejar que la relación se vaya. Hacer el duelo por ella. Tratarla como a un difunto muy querido. Echarla de menos. Llorarla si es preciso. Y luego, como siempre, renacer de nuevo a esta vida hermosa y dura, tan corta y tan extensa, tan insondable y tan clara.
Cuando no puedas dejar morir una relación, entra en ti, sosiégate en ti. No achaques al mundo lo que no es sino tú y así, de a poquitos, soltarás las amarras y navegarás de nuevo sin el lastre de un cadáver que ya no flota.
Morir, probablemente, no exista como concepto absoluto. Pero el cadáver sí lo es. Es a ése al que hay que dejar marchar. Es a ése al que no te debes aferrar.
Me desdigo. Me desdigo y me desdigo de mi hipótesis 1: CRISIS ECONÓMICA EUROPEA+WIKILEAKS+... y no porque que crea o deje de creer en lo que escribí sino porque hacer hipótesis de cuestiones economico-politico-mediáticas es lo mismo que elucubrar con el cardenal Rouco Varela acerca de la inexistencia de la Santísima Trinidad. Yo qué sé qué es Wikileaks ni quién es ese señor Assange al que han detenido por una cuestión de condones en mal estado, en asuntos sexuales parece ser que en Suecia que, de puertas adentro, debe de ser mucho más estrecha de lo que creíamos en España en los sesenta. No sé. No sé si es una excusa para luego, bueno, ya sabéis... A veces me gusta elucubrar. Tengo una iluminación, ¡malditas iluminaciones! y me pongo a urdir complots que como buen guionista (o mediocre) tiene que tener un final redondo y si es con una frase para la historia mejor que mejor ¿Que es Wikileaks? ¿Qué es Barak Obama? ¿Qué es el lobby judío? ¿Qué es Mastercard? ¿Es cierto que A.E.N.A. está a punto de quebrar? ¿Que los malones de los socialistas están a punto de venderla a los empresarios del Reino Unido y que el negocio del turismo en España va a caer en manos de la Pérfida Albión? ¿Es cierto que la tierra es redonda? ¿Es cierto que el Papa Benedicto XVI era un pedazo de inquisidor, guardián de la Doctrina de la Fe, al que se le ha incrustado un sonrisa que por mucho que quiera la cirugía nunca podrá llegar a ser beatífica? ¿Es cierto que Pepe Blanco es un prevaricador? ¿Es cierto que Marta Domínguez es una camella? ¿Es cierto que todo está bien? ¿Es cierto que hay que movilizarse por salvar al bueno de Assange de las manos de la C.I.A.? ¿Existe, decía, la C.I.A.? ¡Vamos, vamos, a las barricadas! ¿Qué encubren estas noticias? ¿Está en peligro nuestra hermosa democracia? ¿O nuestra hermosa lo que sea? ¿Zapatero es un zorrón? ¿Rubalcaba es el Richelieu del siglo XXI sin cardenalato? ¿España se hunde? ¿Se hunde España? o dicho de otra manera ¿Húndese España? Y cómo yo, con estas barbas, ando subiendo escaleras para quitarle los clavos a Assenge el australiano. Disculpas, queridos míos. No sé, ni que me hubiera metido un poquito de cristal (ya tú sabes) y hala, a escribir lírica.

¿∞◊⅞Ω®≥≈$@? ¡∀∂∜∩%≪∝∓∆∇!
Escucha, querido, el son de tus emociones; hay una música y en esa música, aunque escondida, hay una melodía. Cálmate, sosiega el torrente de pensamientos que azotan tu cabeza y acepta, sinceramente, las muchas equivocaciones que como buen humano cometes; escucha, querido, el latir de tus pesares y acaricia y abraza y disfruta el latir de tus alegrías que son tantas si las buscas, como los desdenes y los fracasos; escucha una y otra vez; escucha sin sonrojarte; escucha amablemente como si fuera otro el que te cuenta, como si fuera otro el que te canta; y al escucharte descubrirás que hay aires nuevos y frescos y que ser joven en la madurez, ser potente en la madurez, es tan sólo cuestión de parar y escucharte porque escucharte es haber aprendido y no sonrojarte es haber asumido la fragilidad de ser humano. El alma grande es aquélla que alguna vez se quiebra entera y hecha pedazos se recompone a sí misma pieza a pieza. El pegamento del alma despedazada es la voz interior que recompone a base de verdades y presencias lo que aparentemente no tenía arreglo. Así lo han descubierto los físicos cuánticos al advertir que no hay imposibilidad absoluta en que un vaso estrellado contra el suelo no vuelva a estar al minuto siguiente en la encimera, en perfecto estado, sin una sola grieta.
Escúchate. Duélete si es lo que toca. Admira tu soledad como el bálsamo es admirado por quien siente sus efectos aunque al principio escueza o duela o aparentemente no haga nada. Dolerse es abismarse para surgir de nuevo, no como el que está a punto de ahogarse sino como el que descubre que en la sima aún respira y que puede subir despacio porque aún queda aire y la presión del fondo no acabará con sus pulmones.
Déjate llevar por tus verdades y descubrirás que al igual que no existe la equivocación tampoco existe el acierto, que todo es un fluir de movimientos lentos, que hay que practicar mucho para ejercer con dignidad el oficio de vivir.
Y así llegarás, querido amigo, al momento en que no tengas nada que perdonarte quizá tan sólo la falta de la inexperiencia, que es la falta más usual entre los hombres y que por supuesto no llega a delito.
Escúchate, amigo íntimo ¿ves que va surgiendo la melodía? Seguro que es aquélla que Platón quiso descubrir al escuchar el silencio del universo y ser consciente de que tal silencio era imposible.
Escúchate. Duélete si es lo que toca. Admira tu soledad como el bálsamo es admirado por quien siente sus efectos aunque al principio escueza o duela o aparentemente no haga nada. Dolerse es abismarse para surgir de nuevo, no como el que está a punto de ahogarse sino como el que descubre que en la sima aún respira y que puede subir despacio porque aún queda aire y la presión del fondo no acabará con sus pulmones.
Déjate llevar por tus verdades y descubrirás que al igual que no existe la equivocación tampoco existe el acierto, que todo es un fluir de movimientos lentos, que hay que practicar mucho para ejercer con dignidad el oficio de vivir.
Y así llegarás, querido amigo, al momento en que no tengas nada que perdonarte quizá tan sólo la falta de la inexperiencia, que es la falta más usual entre los hombres y que por supuesto no llega a delito.
Escúchate, amigo íntimo ¿ves que va surgiendo la melodía? Seguro que es aquélla que Platón quiso descubrir al escuchar el silencio del universo y ser consciente de que tal silencio era imposible.

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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/12/2010 a las 12:47 |