Cuando vimos los aspavientos de aquel hombre que en su sexualización fluida era casi casi una mujer, todos acudimos en su auxilio; el primero que llegó junto a ella -ahora es ella porque al acercarnos nos inundaba una esencia tan femenina que pálida se quedaba Afrodita en su concha tal cual la imaginaron los maestros renacentistas italianos- se quedó pasmado, transido de contemplación, como ido; tras él llegamos varios en tropel y al sentir el temblor en el labio inferior de aquel ser que surcaba los géneros como quien surca un amar, sentimos cada uno en el nuestro algo parecido a la empatía, algo parecido al dolor. Llegaron los demás y se hizo el silencio, tan sólo reverberaba en la Gare du Nord -que allí era donde estábamos-, en el andén 3, el aleteo de un petirrojo que se debió de extraviar cuando migraba hacia el sur. Justo en ese momento el sol emitió su último suspiro y nos entregó a la sombra como entrega un padre la novia ante un altar; ella -por los claroscuros que se habían pintado en su rostro- era ahora un muchacho adolescente, a punto de juventud; su gesto, atormentado, nos hablaba de pasiones antiguas como la piedra o la luna y su mano derecha, contenida en puño pálido cual alabastro, parecía contenerse a sí misma en una lucha final; lentamente, adagio infinito, le abandonó del todo la luz y su cuerpo se dejó caer sobre el suelo hecho de adoquín gris, del feo y sufrido adoquín gris y a medida que su cuerpo entraba en contacto con el adoquín se diluía, se iba yendo hasta que tan sólo quedó de aquel ser tan bello un rastro de bruma que sabía a sal.
...y atiende la murga los pasos de los muertos; en el altozano se ha divisado la planta del té y las mujeres al grito de ¡Viva los nabos! han subido por la escarpada ladera, con la cabeza hacia arriba como si esperaran los cielos o una tormenta de padre y muy señor mío; la jefa de todas ellas, doña Margarita de la Manzana Verde-Doncella, se ha arremangado las faldas y como alma que llevara el diablo se ha lanzado a la cima, desgañitándose, jadeándose, enrojeciéndose hasta quedar casi sin resuello cuando con su pie izquierdo ha coronado la cima y dulcemente, como si niña fuera, se ha quedado dormida.
...venid, venid angelitos del demonio; venid, venid, almas en pena; corred, corred marsupiales y que cada salto que deis sea un aguacero de primavera; bebed, bebed cervatillos grises; amad, amad duendes de las rocas blancas; amasad, amasad con vuestra manitas el barro de las marmitas; haya tras venir, beber, amar y amasar un bucle cual rizo de muchacho casadero que rozara ligero la frente de doña Margarita y que ese roce del rizo del cabello despertara en ella la sed del sexo y fuera su cuerpo manantial fresco de flujos y promesas.
...aunque la muerte aceche y el dolor suponga el color de la adormidera, cantad caritas de oso, bufad espectros del mundo, alabad guiñoles queridos el humor que del hombre sale cada mañana, cuando acude a la vigilia y olvida el lugar en donde realmente habita: el mundo del sueño, el mundo sin forma, el mundo sin duelos.
Cuento
Tags : Cuentecillos Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/12/2025 a las 16:38 |Azotes
La recta final era larga. Lo sabía aunque los ojos anduvieran cansados y ya no midiera bien las distancias. Quizá morir era dejar de medir bien. El sol caía a plomo por mucho que el aire estuviera envuelto en una capa gris y el mundo se asemejara a un desierto. Se pasó la mano por la boca varias veces. Elevó una plegaria a una diosa que le debía algún favor. Sabía que las diosas son orgullosas. Sabía que no le devolvería el favor. Porque a los dioses -pensó- se les favorece. Porque los dioses -pensó- están hechos a la medida del humano. Por eso -concluyó- no podemos imaginar el concepto diosa. Se arrodilló. Besó la tierra que le vio nacer. Sintió en sus labios la quemazón de un suelo que más parecía ascua de hoguera que lugar donde pisar. También la rodilla le ardió. Elevó la mirada hacia el disco solar que, aún cubierto por la calima gris del fin del mundo, apenas se podía mirar de tanto como brillaba. ¡Oh, cuánta majestad despedía aquel disco ardiente! Con un esfuerzo carente de todo sentido volvió a ponerse en pie y elevando los brazos hacia él musitó una vieja plegaria que a nadie había servido excepto para creer que se había hecho todo lo posible. Calló. Bajó los brazos. Se dijo algo que olvidó de inmediato y en el silencio de aquel espacio se encaminó de nuevo por la recta, la que tan larga era, hacia su propio fin.
Cuento
Tags : Rapsodia en noviembre Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/11/2025 a las 19:20 |Cuentecillo en verso
Ya no estará
será helio
sol absorbido
Por la llanura quedará un resto
como el matapolvo que cae sobre el camino y varía levemente el tono de la tierra
La noche se agiganta
El peso no se hace leve
Brilla la esfera apagada
Ya explotó el globo
Sólo queda de lo humano una máquina de coser y una cuchara
las cuales vagan por el cosmos
como dormidas
como mecidas
Ya no estará y el mundo, probablemente, siga; habrá nuevos anuncios para nuevos productos y una que ya es vieja dirá que todo se repite, que todo sigue igual
Así es que hoy, piensa,
se atará fuerte los cordones de las botas
se ceñirá la zamarra para que el viento no entre por donde no debe entrar
se armará de gorro y bufanda
y ascenderá, ascenderá, ascenderá por el árbol que le une con el más allá
y al llegar allí se perderá
y yacerá y soñará que el espacio es tan sólo una letra finita
Cuento
Tags : Cuentecillos Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/10/2025 a las 19:26 |El frío había ido entrando poco a poco en el valle. Las nubes se iban haciendo dueñas de los cielos. Una bandada de estorninos, cardumen invertido de sardinas, jugaba a llenar el aire de trazos automáticos, tiznajos negros hermosos como Ártemis desnuda y poderosa. Unas manos masculinas terminaban de acariciar los senos de su amiga. La muchacha se recomponía mientras el rubor en las mejillas nos hablaba del gozo de sentir. Sí, la vida también se da y se calienta la sangre aunque el frío vaya entrando por las venas de los valles. La tarde fugaba. Muchos árboles habían deducido que ya era tiempo de ahorrar energía. El cuello del hombre con su perro era un manchón impresionista en mitad de un bosquecillo. El viento de todos los noviembres se anunciaba y allá, en las últimas montañas, se ondulaba una cortina de agua que habría de llegar.
El joven acompañó hasta la puerta de su casa a la muchacha. Se besaron con hondura las bocas, carnosas ambas como duraznos de verano. Él se alejó cuando ella cerró la puerta. Pensó que todo el mundo en ese instante le cabía. Pensó que el cuerpo, aunque hecho de barro, no podía sino ser barro de cielo y que las estrellas que tan tímidamente empezaban a titilar eran las madres de sus terminaciones nerviosas y del desarrollo del olor de ella, de la piel de ella, del vello de ella y caminaba mientras imaginaba la bóveda celeste llena de diosecillos locos que urdían milagros en sus ojos y nuevas formas de sentir el gozo de beber.
Sí, el frío había ido entrando por el valle mientras él imaginaba un invierno de cuerpos y auroras rosas y azules como el nacer.
Cuento
Tags : Cuentecillos Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/10/2025 a las 20:24 |
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Tags : Cuentecillos Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/12/2025 a las 20:06 |