Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Cuentecillo en verso



Ya no estará
será helio
sol absorbido
Por la llanura quedará un resto
como el matapolvo que cae sobre el camino y varía levemente el tono de la tierra
La noche se agiganta
El peso no se hace leve
Brilla la esfera apagada
Ya explotó el globo
Sólo queda de lo humano una máquina de coser y una cuchara
las cuales vagan por el cosmos
como dormidas
como mecidas
Ya no estará y el mundo, probablemente, siga; habrá nuevos anuncios para nuevos productos y una que ya es vieja dirá que todo se repite, que todo sigue igual
Así es que hoy, piensa,
se atará fuerte los cordones de las botas
se ceñirá la zamarra para que el viento no entre por donde no debe entrar
se armará de gorro y bufanda
y ascenderá, ascenderá, ascenderá por el árbol que le une con el más allá
y al llegar allí se perderá
y yacerá y soñará que el espacio es tan sólo una letra finita
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/10/2025 a las 19:26 | Comentarios {0}



El frío había ido entrando poco a poco en el valle. Las nubes se iban haciendo dueñas de los cielos. Una bandada de estorninos, cardumen invertido de sardinas, jugaba a llenar el aire de trazos automáticos, tiznajos negros hermosos como Ártemis desnuda y poderosa. Unas manos masculinas terminaban de acariciar los senos de su amiga. La muchacha se recomponía mientras el rubor en las mejillas nos hablaba del gozo de sentir. Sí, la vida también se da y se calienta la sangre aunque el frío vaya entrando por las venas de los valles. La tarde fugaba. Muchos árboles habían deducido que ya era tiempo de ahorrar energía. El cuello del hombre con su perro era un manchón impresionista en mitad de un bosquecillo. El viento de todos los noviembres se anunciaba y allá, en las últimas montañas, se ondulaba una cortina de agua que habría de llegar.
El joven acompañó hasta la puerta de su casa a la muchacha. Se besaron con hondura las bocas, carnosas ambas como duraznos de verano. Él se alejó cuando ella cerró la puerta. Pensó que todo el mundo en ese instante le cabía. Pensó que el cuerpo, aunque hecho de barro, no podía sino ser barro de cielo y que las estrellas que tan tímidamente empezaban a titilar eran las madres de sus terminaciones nerviosas y del desarrollo del olor de ella, de la piel de ella, del vello de ella y caminaba mientras imaginaba la bóveda celeste llena de diosecillos locos que urdían milagros en sus ojos y nuevas formas de sentir el gozo de beber.
Sí, el frío había ido entrando por el valle mientras él imaginaba un invierno de cuerpos y auroras rosas y azules como el nacer.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/10/2025 a las 20:24 | Comentarios {0}



Me desfiguro y sueño el alce que deviene encina o la cruz derritiéndose en caramelo sobre la calavera de mi padre. La noche me asusta y siento ganas de maullar. La noche no puede ser la noche si tú no eres la luna, le dije al oído a una mujer honrada que me besaba los labios como si quisiera encontrarlos. Es una imagen. La antítesis de todo lo que predecían los oráculos hasta que llegué a Casandra y me dijo la verdad y yo no la creí. La tarde había sido hermosa. Los colores ocres de las hojas de los robles, los cielos semi cubiertos de nubes gruesas, de esas nubes con aires de madonna. Quise agarrarme a una soga que pendía del árbol que está en lo alto de la colina, a la que nunca he llegado, del que pendieron tantos; es un árbol sin nombre, es un árbol largo como la vida, de infinitas ramas como la muerte; si te quedas mucho rato mirándolo empiezas a escuchar una música que te hechiza y te eleva hacia él como quien va hacia dios sin saber que cuando esté muy próximo a él le helará el corazón. Me desfiguro. Me allano. Me quedo sin órganos. La voz se va callando, es cierto que todavía hace aspavientos, algunos tienen la gracia de lo raro, la mayoría son parcos. Otoñal. 
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/10/2025 a las 18:57 | Comentarios {0}



Este diálogo se establece entre una mujer y un hombre que llevan años follando. 

ÉL:
Escucho el eco y sufro. No debo acudir al muro. No debo morir achicharrado. Lo que debo... sí, lo que debo... (le cuesta decirlo. Apenas consigue mascullarlo.) ...es mirar la luz, el espacio que abre, sus materias.
Tras la última capa del mundo, la nada. La paz debe de ser ese vacío. La llaga vaciada. Sin medios la tortura. No afán. No "faber".
Ahora esculpo. Hay un fragor cuya relación con fragua ahora mismo se me escapa. Podría mirarlo. Sentirme útil.
En los últimos escalones hasta alcanzar la plataforma desde la que lanzarme por única vez al vacío.

Ella le contesta en cierto estado de trance, cercana a una sibila, quizá se llame  Casandra (pobre destino entonces el suyo).
 
ELLA:
¡Aleja el eco! ¡Jala! ¡Jala! hasta perderte más allá del mar. Sube a la atmósfera. Planea sobre La Madre. ¡Vete, amigo mío! ¡Habib! ¡Vete, amado mío!
Más digo: Ni aunque supieras lo que deseas saber, sabrías. El saber y su cualidad la sabiduría saben porque no saben luego al saber tu sabiduría te llevaría a no saber.
Se sabe porque se ignora. La ignorancia es lo más cerca que los humanos podemos estar del vacío. ¡Ignora, habib! ¡Amado mío!

Se acercan. Se tocan. Se follan.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/09/2025 a las 17:23 | Comentarios {0}



Sólo a veces el tiempo parece avanzar. No sé si es cuando cerramos los ojos o si ocurre cuando esperamos, agazapados en la trinchera, la llegada de los enemigos. Mientras eso no ocurre el tiempo se detiene en las venas y la sangre deja de fluir. El mundo no nos ve. El mundo se quedó ciego de nosotros.
Frente a mí se extiende una neblina gris que parece inmensa. No tiene la apariencia de un muro más bien la de un velo algo pesado por la humedad. Bien sé que quisiera abrazarme. Bien sé que el otro también lo quiere. Nadie osaría hacerlo. Desde niños nos enseñaron a separarnos. La piel es una frontera que está prohibida tocar. Sólo estamos cerca, en esta trinchera infinita, envueltos en los velos pesados de una niebla gris y fría como el sudario que un día a todos nos cubrirá.
La muerte no es el mal. El mal es no acabar de morir. El mal es estar muriéndose mientras lejos nos dicen las noticias que hay unos cielos azules y unos verdes valles y unos mares hondos como la desdicha y unas montañas altas como la tristeza que destilan el batallón que agoniza en esta trinchera sin luz.
¿Somos el infierno? ¿Estamos en el infierno? ¿Cuál fue nuestro delito? ¿Quiénes son este nosotros que escribe? ¿Quiénes son nuestros dueños? ¿Por qué cae la noche tan rápido? ¿Por qué el frío nos abraza? El cielo negro resplandecerá. Quizás escuchemos, atenuadas por la condensación, detonaciones a las que seguirán lamentos. Luego se hará el silencio y algunos, por fin, podremos seguir cuidando el huerto.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/09/2025 a las 17:51 | Comentarios {0}


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