Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Me desfiguro y sueño el alce que deviene encina o la cruz derritiéndose en caramelo sobre la calavera de mi padre. La noche me asusta y siento ganas de maullar. La noche no puede ser la noche si tú no eres la luna, le dije al oído a una mujer honrada que me besaba los labios como si quisiera encontrarlos. Es una imagen. La antítesis de todo lo que predecían los oráculos hasta que llegué a Casandra y me dijo la verdad y yo no la creí. La tarde había sido hermosa. Los colores ocres de las hojas de los robles, los cielos semi cubiertos de nubes gruesas, de esas nubes con aires de madonna. Quise agarrarme a una soga que pendía del árbol que está en lo alto de la colina, a la que nunca he llegado, del que pendieron tantos; es un árbol sin nombre, es un árbol largo como la vida, de infinitas ramas como la muerte; si te quedas mucho rato mirándolo empiezas a escuchar una música que te hechiza y te eleva hacia él como quien va hacia dios sin saber que cuando esté muy próximo a él le helará el corazón. Me desfiguro. Me allano. Me quedo sin órganos. La voz se va callando, es cierto que todavía hace aspavientos, algunos tienen la gracia de lo raro, la mayoría son parcos. Otoñal. 
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/10/2025 a las 18:57 | Comentarios {0}



Este diálogo se establece entre una mujer y un hombre que llevan años follando. 

ÉL:
Escucho el eco y sufro. No debo acudir al muro. No debo morir achicharrado. Lo que debo... sí, lo que debo... (le cuesta decirlo. Apenas consigue mascullarlo.) ...es mirar la luz, el espacio que abre, sus materias.
Tras la última capa del mundo, la nada. La paz debe de ser ese vacío. La llaga vaciada. Sin medios la tortura. No afán. No "faber".
Ahora esculpo. Hay un fragor cuya relación con fragua ahora mismo se me escapa. Podría mirarlo. Sentirme útil.
En los últimos escalones hasta alcanzar la plataforma desde la que lanzarme por única vez al vacío.

Ella le contesta en cierto estado de trance, cercana a una sibila, quizá se llame  Casandra (pobre destino entonces el suyo).
 
ELLA:
¡Aleja el eco! ¡Jala! ¡Jala! hasta perderte más allá del mar. Sube a la atmósfera. Planea sobre La Madre. ¡Vete, amigo mío! ¡Habib! ¡Vete, amado mío!
Más digo: Ni aunque supieras lo que deseas saber, sabrías. El saber y su cualidad la sabiduría saben porque no saben luego al saber tu sabiduría te llevaría a no saber.
Se sabe porque se ignora. La ignorancia es lo más cerca que los humanos podemos estar del vacío. ¡Ignora, habib! ¡Amado mío!

Se acercan. Se tocan. Se follan.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/09/2025 a las 17:23 | Comentarios {0}



Sólo a veces el tiempo parece avanzar. No sé si es cuando cerramos los ojos o si ocurre cuando esperamos, agazapados en la trinchera, la llegada de los enemigos. Mientras eso no ocurre el tiempo se detiene en las venas y la sangre deja de fluir. El mundo no nos ve. El mundo se quedó ciego de nosotros.
Frente a mí se extiende una neblina gris que parece inmensa. No tiene la apariencia de un muro más bien la de un velo algo pesado por la humedad. Bien sé que quisiera abrazarme. Bien sé que el otro también lo quiere. Nadie osaría hacerlo. Desde niños nos enseñaron a separarnos. La piel es una frontera que está prohibida tocar. Sólo estamos cerca, en esta trinchera infinita, envueltos en los velos pesados de una niebla gris y fría como el sudario que un día a todos nos cubrirá.
La muerte no es el mal. El mal es no acabar de morir. El mal es estar muriéndose mientras lejos nos dicen las noticias que hay unos cielos azules y unos verdes valles y unos mares hondos como la desdicha y unas montañas altas como la tristeza que destilan el batallón que agoniza en esta trinchera sin luz.
¿Somos el infierno? ¿Estamos en el infierno? ¿Cuál fue nuestro delito? ¿Quiénes son este nosotros que escribe? ¿Quiénes son nuestros dueños? ¿Por qué cae la noche tan rápido? ¿Por qué el frío nos abraza? El cielo negro resplandecerá. Quizás escuchemos, atenuadas por la condensación, detonaciones a las que seguirán lamentos. Luego se hará el silencio y algunos, por fin, podremos seguir cuidando el huerto.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/09/2025 a las 17:51 | Comentarios {0}



Aquel día el padre tenía que trabajar y su hijo pequeño, de tres años, no había podido ir a la guardería. El padre tras haber desayunado con el pequeño, haberse vestido y haber charlado un rato sobre los sueños de la noche, le dijo: Mientras yo trabajo tú toma estas tres cerillas y juega a algo (no, no, les anulamos el suspense de antemano: el pequeño no va a quemar la casa ni va a causar ningún estropicio. Supongamos que el padre les ha quitado previamente las cabezas de fósforo o que ni tan siquiera ha hecho falta, sencillamente las ha mojado con agua).
El padre se va pues a trabajar. El niño se queda en su habitación. Tiene las tres cerillas en su mano. Su imaginación de repente imagina que dos de las cerillas son hermanas. Viven en una casa en el bosque con sus padres que son dos humildes agricultores. El niño imagina que ese día es jueves, el día de mercado, el día en el que los padres han de ir a la ciudad para vender los frutos de la tierra y poder de esta forma alimentarse ellos y hacerse con algo de abrigo y algo de leña. Es el día en el que las dos hermanas cerillas han de quedarse solas hasta la caída de la tarde. Siempre antes de irse los padres les dan la misma orden: no vayáis al bosque, no os internéis en él y cada vez que se van las dos hermanas desobedecen y juntas, tomadas de la mano, llenas de temor se internan en el bosque. También hoy lo harán, sólo que hoy se encontrarán poco antes de llegar a la Cascada de los Muertos con la Bruja de los Dientes Podridos. El niño mira la cerilla bruja, la tercera, y al mirarla la imagina y al imaginarla se aterra y al aterrarse grita y al gritar sale corriendo de su habitación gritando, ¡Papá la cerilla se ha hecho bruja! El padre escucha el grito de su hijo. Sale corriendo del despacho. Se encuentran ambos en el pasillo. Toma el padre al hijo entre sus brazos. Entre sollozos escucha: la cerilla se ha hecho bruja. El padre decidido le contesta, ¡Hagamos que vuelva a ser cerilla! y como un héroe audaz, con paso decidido entra en la habitación, coge la cerilla que yacía inerme en la alfombra y le susurra en la cabeza de fósforo, ¡Cerilla hazte cerilla, yo te lo ordeno! Mira a su hijo y le dice: si eres capaz de partirla por la mitad ya es cerilla. Solemne el padre le entrega la cerilla al hijo, el hijo la recibe y tras un leve chasquido parte la cerilla en dos. Se miran. El padre le dice: por el valor que has demostrado te nombro Caballero de las cerillas embrujadas. Con paso firme y, tras alborotar el pelo del pequeño, vuelve el padre a su despacho. El niño coge las cerillas que eran hermanas. Están de nuevo en el bosque. Ya pueden pasear sin miedo. No hay bruja.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/09/2025 a las 16:54 | Comentarios {0}



¡Cómo te queremos! Te queremos no porque tú no nos quieras sino porque nosotros te queremos. Te queremos como se quieren las habitaciones propias. Te queremos con el ansia de querer del adolescente. Te queremos toda. Hasta ausente te queremos. Deprimidos te queremos. Olvidándote te queremos. Y este amar tan inmenso, este querer generoso no exige, por lo mismo, que nos sea devuelto. No nos lo devuelvas nunca. No vengas un día con las manos llenas. Déjanos así, huecos y heridos como los viejos robles hendidos por el rayo. Te queremos. Nos gusta decirlo. Te queremos y nos alegra quererte. No vuelvas y si lo hicieras sólo te exigiremos que lo hagas como si hubiera sido ayer cuando te fuiste.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/09/2025 a las 17:04 | Comentarios {0}


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