El hueso asomaba la cabeza [...] la selva exuberante sin deje de sequía miraba hacia el poniente y se ondulaba como la mar cuando despierta al oleaje, el hueso estaba ahí con su cabeza asomada [...] ¿cuándo se propondría el armisticio? ¿sobre qué atalaya la destrucción vence? [...] no sirvan las letanías por más que la cabeza del hueso asome ni tampoco se entonen plantos ni surja en nosotros las ansias proféticas tan sólo convengamos es que ya basta de barbarie [...] el hueso, siempre el hueso [...] ¿no se oponen la selva y el invierno? ¿no parece improbable un invierno selvático? eso era la náusea, lo capitular, aquello que inicia de forma barroca la interpretación de un suceso [...] Kant [...] ...y el hueso y su cabeza [...] propondríamos que sucediera a la hora del crepúsculo cuando la sangre aún reza y se mitigan las horas con los cantos; sería una reunión informal en la que charlaríamos sobre el tema producto de nuestros enojos y cuando apareciera en cualquiera de nosotros la cabeza de su hueso, todos, al unísono, como una misma fiera, lo rodearíamos y bailaríamos hasta enloquecer -derviches de pacotilla- y caer por el hondo abismo del mareo [...] ¡muéstranos la sal que te daremos espanto, hueso de rodilla, tronco de rosal! ¡muéstranos la espalda, deja que expresemos, vuélvete a cubrir! [...] morir así, con la cabeza del hueso descubierta, a la orilla de una mar que se olea, sin haber llegado a festejar el fin de la barbarie [...]
Preámbulo
Hija mía, los días se hacen tan largos. Desde lo más profundo del bosque te deseo una vida buena, una fuente siempre cerca, la caricia; hija mía estoy descalzo y me sangran los pies pero todo lo doy por bueno; las moras van a reventar, las nubes van poblando el cielo; hija mía bienaventurada, rincón de mi corazón, pedacito de esmeralda, no pases frío ni dejes que el sol queme tu piel y si vas a la mar, ten cuidado con la piel de los erizos y con los arrebatos de las aguas; hija mía, recuerdos de una traición me asoman algunas noches y todas las mañanas al levantarme pero yo sé que no es cierta, yo sé que no puede ser cierta, yo sé que estoy equivocado; hija mía de mis entrañas, mitad de mi corazón, azogue en el que mirarme, futuro en la semejanza, esperanza de contemplación cuida de tus amores, cuida de los licores, camina erguida, mira de frente y si en el camino ves a un vagabundo tocar la zanfonia dale de mi parte una limosna. Te quiere tu padre, el que te quiso, el que te quiere en esta tarde de agosto, el que espera quererte siempre, siempre, siempre...
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/08/2023 a las 18:55 | {0}Vas por la carretera, camino de un hipermercado donde sueles hacer las grandes compras. No te quedan rastros de la vida dormida de la noche. Has desayunado frente a la gran ventana. Tienes el ánimo siempre dispuesto al enfado. El páncreas te dicen. El alma te dices. En todo caso, nada te ha pasado esta mañana, quizá la pereza normal de tener que recorrer cuarenta kilómetros para meterte en un establecimiento que no te gusta y con la inquietud, muy leve es cierto, de que la perra no esté demasiado tiempo en el garaje subterráneo (por los gases de los tubos de escape, te dices). No te has maquillado. Vas vestida con unos shorts rosas, camiseta amarilla y zapatillas deportivas blancas. Ir, comprar, volver, comer y a por la tarde, piensas mientras vas por la carretera y a medida que te alejas de tu casa, vas sintiendo cierto bienestar hasta que de improviso, como un cuchillo que atravesara la carrocería del coche, sientes la punzada de la impiedad, la que esquivas un día y otro, la sientes y una vez que se te ha clavado en el vientre ya no te suelta; es el dolor de una punzada en el centro del alma, donde más duele, donde no hay escapatoria, encerrada en el coche, camino de un hipermercado con la perra en el asiento de atrás que no debe de entender nada cuando te pones a llorar y te enfureces y quisieras que la vida fuera de otro modo, que no se hubiera producido ese dolor, que ahora está incrustado en el centro de tu alma y que, por experiencia, sabes que no te va a soltar en unos cuantos días. Vivir era esto, te dices y sigues con lo que tienes que hacer y lo haces y aguantas la punzada, la impiedad, ¡Oh, Sócrates!
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/08/2023 a las 19:04 | {0}¿Iré a algún sitio subido a la litera?
¿Es la litera de un tren o de un barco?
¿Estoy soñando? (Porque ahora recuerdo las enseñanzas de aquellos que creen que el sueño todo lo unifica y la vigilia todo lo disgrega) (Porque las dimensiones son tan extrañas y puede que paralelamente se estén produciendo otros aconteceres).
¿Viajo en una litera rumbo a otro país? Por la ventanilla veo la velocidad de los paisajes (un día lo escribí, soy referencia de mí mismo) y el destello de una lluvia fina y densa. Tengo hambre. Las luces son mortecinas. Estoy en un tren de otro tiempo. Ya soy de otro tiempo. Ya no viajo. Bajo de mi litera. Debe de ser la madrugada. No tengo reloj. No existen los teléfonos móviles. Pasillo de tren. ¿Pasillo de barco? Lo recorro. Hacia el vagón restaurante voy. La noche. La lluvia. La velocidad de los paisajes. El olor de un cuerpo de mujer. A ser un buen amante se aprende con los años. Nadie nace sabido y menos en el juego erótico. ¡Cómo de hermosa es la humedad! No sabía entonces -de ese entonces del que ahora ensueño, porque he decidido que el que está subido en la litera es un yo joven- que los antiguos griegos estimaban que el semen es la espuma de la sangre. Si lo hubiera sabido me habría agitado más y le habría aconsejado a mi amante que se agitara ella también, que nos agitáramos como si fuéramos putas botellas de champán y el orgasmo fuera el descorchamiento (¿por eso nos resulta tan alegre descorchar el champán?), la alegría desbordándose por nuestros órganos reproductores que deja exhaustos los cuerpos y una lánguida gana de seguir vivo. Camino por ese pasillo de ese tren (o barco). Es verano y llueve una lluvia densa y fina. Tengo comprada una litera, la de arriba, la que está más cerca del techo, lo que me produce cierta sensación de ataúd. Todavía es el tiempo en el que las ventanillas se pueden bajar. Bajo una. Aspiro el aire de la noche húmeda. Me acerco al vagón restaurante. Llego. Entro. Ella, mi amante, está allí. Es bella como la juventud. Lleva puesta mi camisa de seda. Su cabello despeinado me recuerda nuestro amar. Me sonríe. Se enciende un cigarrillo. Viajamos a ninguna parte pero creemos que nuestro viaje tiene destino. Y eso, sí, eso siempre es bueno.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/07/2023 a las 13:38 | {0}
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Cuento
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/12/2023 a las 19:04 | {0}