La soga
Al cuello. Ya en el árbol. Ante la multitud.
Arrecia el otoño.
La soga.
Con los ojos cerrados. A las trece horas. El taburete. La taberna. Las luces de la ciudad.
Dejaron a la joven pareja que se amara a la vista de todos y luego los sepultaron bajo unos troncos y callaron sus alaridos con el rugir de las bramaderas y cuando hubieron muerto los descuartizaron, los asaron y se los comieron.
Turbamulta. Soga. Culturas.
En este noviembre de ecos funerales.
A la vuelta de la esquina.
Sin mirar atrás y con poco que mirar hacia delante. Vuela la paloma en busca de la paz. Reposa el halcón su vigía sobre unos cables eléctricos. Altera la escritura la llamada de un estafador.
La soga. El péndulo. El sí.
FIN del librito Rapsodia en noviembre
Soflama
Cuando se inició el mes pensé en escribir cada día una entrada de esta Rapsodia en noviembre (si clicas sobre el nombre en verde te llevará a la serie completa). La vida, como tantas veces, había decidido que esa idea no se iba a llevar a cabo. Varias circunstancias se conjuraron para que se fuera al traste. No elevo queja; la vida tiene razones que la razón de un hombre no entiende. Así, entre tristeza y encuentros, he pasado por este mes que me vio nacer y cuando por fin he podido volver a mi hogar he querido desahogarme con una soflama. Tampoco la escritura ha estado de mi lado y me ha llevado por esta deriva donde la saudade se ha hecho fuerte en mi corazón y le ha arrebatado el deseo de gritar con el puño en alto contra los desmanes del poder y sus adláteres. Llevo dos días en los que camino tranquilo por mi mundo; he vuelto a pasear por donde paseábamos Nilo y yo y en cada recodo he esperado encontrarlo vivo y coleando y en las rectas del camino le he lanzado -como siempre hacía- las pelotas de tenis que le regalaba su otra tutora, Liana, a quien tanto agradezco. La rabia se fue por el sumidero del amor, escribiría si todavía me quedara una miajita de cursilería en la argumentación.
Hay otras dos razones para no exaltarme -política y socialmente hablando-, la primera es que estoy helado. ¡Queridos lectores míos, hace en estas alturas un frío del carajo! Desde hace un par de días ando cubriéndome el cuerpo con todo lo que encuentro, me tomo ardiendo las infusiones, cocino pucheros que atemperen el cuerpo, me estiro, me encojo, camino, salto un poco, hago actividades físicas sin ton ni son y me desespero cuando esta tarde creía haber encendido el radiador de mi gabinete y resulta, maldita memoria que nunca recuerda cuál es la posición de encendido y apagado del radiador, que no, no lo había encendido y así estoy ahora, escribiendo con las manos heladas y los pies que me duelen como si me encontrara en lo alto de un monte al abrigo de una ventisca y con las suelas de las botas rotas; la segunda razón es que hay días en los que el destino de mi especie me importa una mierda es más, hasta deseo que acabemos de una vez y para siempre de habitar este planeta el cual, supongo, estaría mucho más tranquilo sin nosotros. Porque a vista de pájaro la especie me parece una auténtica basura, puro oropel, brillo falso y al observarla desde allí, al perder el detalle de un ser humano, todos y cada uno de nosotros parecemos, sobre todo, contingentes (por decirlo de manera fina).
Ahora, eso sí, el título lo dejo, hasta ahí podíamos llegar...
Diario
Tags : Rapsodia en noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/11/2025 a las 18:27 |Texto escrito a partir de un comentario radiofónico de Juan José Millás
Plexo solar
Hoy vivo en el plexo solar. Al despertar ya he sentido la opresión. He luchado. Siempre que habito en el plexo solar sé que he de luchar. Suelo conseguirlo. Probablemente sea porque mi abuelo materno fue militar de carrera.
El plexo solar alberga la desdicha de respirar con ansia. Cuando vivo en la rodilla, el tiempo es otro; nada importa tanto. La rodilla es la piedra. Por la piedra pueden pasar millones de años y apenas verá alterada su morfología. A los ojos de un hombre que de costumbre viviera en su plexo solar, nada en la piedra se vería alterado. Los ojos de un hombre que vive en su plexo solar son ciegos a las pequeñas variaciones de la vida. Porque la piedra vive. Que se lo digan a los muertos.
He luchado. Sólo que ha habido momentos en los que la atracción por el infarto de miocardio ha sido tan grande que me sentía una luna que orbitara alrededor de un planeta infartado. He hecho muescas en los olmos; he lanzado una pelota treinta veces; he mirado la lejanía; he hecho las labores cotidianas; he ido hasta el pueblo más cercano; me he encontrado con el carnicero que en su ciclo coincidía en que él también habitaba hoy en su plexo solar; he vuelto a casa; he cocinado; he comido; apenas he descansado; me he duchado; me he cortado las uñas de los pies y de las manos: me he afeitado; he paseado cuando el sol se dejaba caer... luchar, me digo, por llegar mañana hasta el taller y charlar con el amigo, quizás habitando en el cuello u obstruyendo un poco el colédoco, ¡quién sabe!. A cada día su afán. Vale.
Diario
Tags : Rapsodia en noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/11/2025 a las 20:02 |Podía ser una cuestión de método. Llevo unos días que miro los libros y me apetecen todos. Leer y escribir. Luego no lo hago. Vagueo. Son los primeros días de mi verano. Sientes una necesidad. Una llamada de la selva. Decía Kafka -más de una vez lo he escrito si la memoria no me falla. Aunque creo que me falla. Por ejemplo hay veces que no sé si el título con el que titulo ya lo utilicé otra vez-, decía Kafka que sólo había dos pecados: la impaciencia y la pereza, él que era un hombre hacendoso y -según afirman sus biógrafos- con un alto grado de ansiedad en su mayor parte reprimida como si la parte de la ansiedad de Kafka que se nos hubiera dado conocer no fuera sino la punta del iceberg (siempre una socorrida metáfora) de la gran ansiedad que subyacía y que surgía algunas noches en su fría habitación en la casa de sus padres en Praga. Impaciencia y pereza pues. ¡Ay, qué gran pecador soy!
Salgo y recibo los primeros rayos de sol del día. Frente a mí las montañas y una mata de tomates que he de regar a su tiempo. Sigo mi responsabilidad. No me he vuelto loco. Hago más o menos lo que tengo que hacer.
Una vez que he descubierto que la máscara no te servirá de nada. Debería ir a la etimología de la palabra persona/personaje y refrescar la memoria de mis lectores (la mayoría lo sabrán) para emparentarla con el término máscara. Las máscaras para poder vivir. Eso dicen. Eso nos enseñan y nosotros -astutos cuales Odiseos- lo aprendemos, ¡vaya si lo aprendemos! hasta el día en el que -si la fortuna te lo depara- descubres que ninguna máscara te ayuda en nada y que es buen momento para empezar a quitarse una detrás de otra, una detrás de otra...
Eso me parece hoy.
Es la hora de ir de paseo. La luz de finales de julio en el hemisferio norte del planeta Tierra. ¿Hacia dónde iremos hoy? El sol. El perro. Las botas altas. El pelo recogido. Lo necesario.
A A.
Pensaba escribir en latín el título (por cierto temor a las palabras) pero cuando lo he visto en español, he sentido que así debía ser escrito: claro, conciso.
También podría haber puesto ese otro verbo que tantas veces se asocia a la curación del cáncer, el verbo vencer pero el cáncer, desde mi sentir, no es enemigo, ni es guerra la que contra él se entabla sino que más bien es un diálogo cuyos interlocutores son la enfermedad y la enferma. Es un diálogo, ya lo sé -con A. lo he aprendido- largo, doloroso, lleno de temores en el que los tonos y los estados de ánimo son su esencia. Porque el cáncer, metafóricamente hablando si se quiere, es un endiosamiento de células y las células de nuestro cuerpo nada saben de nosotros por eso el enfermo ha de dialogar con ellas en un largo diálogo lleno de dudas e intriga. Curarse del cáncer tiene algo que ver con curarse de las células de sí mismo.
A. ha necesitado un año para convencer a sus células de que la vida es un sendero por el que desea seguir paseando y para ello se ha sometido a los efectos de los tósigos (que serían en el diálogo los maestros antiguos que con sus varas impedían el uso de la retórica); ¡Ay, los tósigos! ¡Ay, la retórica qué inútil en esta enfermedad! El cáncer obliga a la verdad. El cáncer te muestra su cara frente al espejo. Sólo si se mira de frente, sólo si se siente una infinita compasión por el propio cuerpo -sea ésta consciente o no lo sea- se puede llegar al fin de esta larga conversación con uno mismo abrazándose y asumiendo que vivir es un misterio tan insondable que las propias células que nos conforman pueden convertirse en las mismas que nos destruyan.
Querida A. admiro tu diálogo. Has sido para mí un ejemplo del buen decir y cuando en los peores momentos del drama parecía que monologabas con algo de desesperanza, siempre veía en tus ojos, tus ojos verdes, verde esperanza, la chispa de quien sabe que va a aguantar un día más, sí, un día más.
No soy nadie para aconsejarte nada por eso no tomes como consejo estas últimas palabras sino más bien como recordatorio de una cualidad que has tenido a raudales en estos largos y peligrosos meses: se paciente con tus células, deja que vayan asumiendo que tú tenías razón a su ritmo y así, como la primavera que eres, verás como florecen tus cabellos y son rosas tus mejillas y el tallo de tu cuerpo se yergue fresco y la raíces de tu ser se asientan en tu suelo. A mí me gustará verte, hablaremos de la vida, nos quedaremos callados, quizá nos cojamos de las manos mientras a lo lejos el ocaso nos avisa de que la noche viene y con ella el tiempo del alma del mundo se levanta mientras nosotros, animales diurnos, dormitamos.
También podría haber puesto ese otro verbo que tantas veces se asocia a la curación del cáncer, el verbo vencer pero el cáncer, desde mi sentir, no es enemigo, ni es guerra la que contra él se entabla sino que más bien es un diálogo cuyos interlocutores son la enfermedad y la enferma. Es un diálogo, ya lo sé -con A. lo he aprendido- largo, doloroso, lleno de temores en el que los tonos y los estados de ánimo son su esencia. Porque el cáncer, metafóricamente hablando si se quiere, es un endiosamiento de células y las células de nuestro cuerpo nada saben de nosotros por eso el enfermo ha de dialogar con ellas en un largo diálogo lleno de dudas e intriga. Curarse del cáncer tiene algo que ver con curarse de las células de sí mismo.
A. ha necesitado un año para convencer a sus células de que la vida es un sendero por el que desea seguir paseando y para ello se ha sometido a los efectos de los tósigos (que serían en el diálogo los maestros antiguos que con sus varas impedían el uso de la retórica); ¡Ay, los tósigos! ¡Ay, la retórica qué inútil en esta enfermedad! El cáncer obliga a la verdad. El cáncer te muestra su cara frente al espejo. Sólo si se mira de frente, sólo si se siente una infinita compasión por el propio cuerpo -sea ésta consciente o no lo sea- se puede llegar al fin de esta larga conversación con uno mismo abrazándose y asumiendo que vivir es un misterio tan insondable que las propias células que nos conforman pueden convertirse en las mismas que nos destruyan.
Querida A. admiro tu diálogo. Has sido para mí un ejemplo del buen decir y cuando en los peores momentos del drama parecía que monologabas con algo de desesperanza, siempre veía en tus ojos, tus ojos verdes, verde esperanza, la chispa de quien sabe que va a aguantar un día más, sí, un día más.
No soy nadie para aconsejarte nada por eso no tomes como consejo estas últimas palabras sino más bien como recordatorio de una cualidad que has tenido a raudales en estos largos y peligrosos meses: se paciente con tus células, deja que vayan asumiendo que tú tenías razón a su ritmo y así, como la primavera que eres, verás como florecen tus cabellos y son rosas tus mejillas y el tallo de tu cuerpo se yergue fresco y la raíces de tu ser se asientan en tu suelo. A mí me gustará verte, hablaremos de la vida, nos quedaremos callados, quizá nos cojamos de las manos mientras a lo lejos el ocaso nos avisa de que la noche viene y con ella el tiempo del alma del mundo se levanta mientras nosotros, animales diurnos, dormitamos.
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Tags : Rapsodia en noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/11/2025 a las 13:06 |