Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Mientras escucho el concierto en la Sala Olimpia de Paco Ibañez del año 1969, un clásico de la lucha contra el franquismo, contra las dictaduras, contra todo tirano, he recordado una conversación que mantuvimos un grupo de amigos la noche del viernes.

Este disco de Paco Ibañez me emociona siempre, por su guitarra es, por su voz rota también, pero sobre todo por las letras de las canciones, por los poemas que musica, por la entrega del público, un público que venía del mayo del 68.

La conversación del viernes acabó derivando en el pueblo judío. Escuché, de nuevo, el vetusto antijudaísmo universal. Lo judío como categoría. Y el argumento infalible: Si todos los pueblos han perseguido a los judíos, por algo será.

Tengo un amigo que cuando en una conversación se dice algo que no merece la pena ni rebatir, alza la mano, se queda callado y deja de hablar. Quizá yo debiera haber hecho lo mismo. Por supuesto que quienes defendían esta idea a renglón seguido afirmaban que ellos se oponían a toda violencia indiscriminada. Esa afirmación, sin embargo, está en oposición con la idea primera y, si es cierta, la niega.

La persecución engendra castigo. El castigo a los hijos también. Cuando se persigue a un pueblo, todo el pueblo es castigado. El castigo a un pueblo es el asesinato de ese pueblo.

No me importa qué hicieron los judíos. Qué hacen los judíos. Qué harán los judíos. Porque los judíos no existen. Porque no existen los cristianos. Porque no existen los budistas. O tan sólo existen cuando el hombre se hace masa. La masa todo lo difumina.

Un judío encarnado en una muchacha tumbada en la arena es más una muchacha tumbada en la arena que un judío.

Un cristiano encarnado en muchacho que camina por un sendero es más un muchacho que camina por un sendero que un cristiano.

El odio todo lo confunde.

Debiera haber callado.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/07/2009 a las 11:43 | Comentarios {0}


Sonia Delaunay. Dibujo (1917)
Sonia Delaunay. Dibujo (1917)
Iba a buscar nuevas informaciones sobre la música (nuevas para mí ¡qué poco sé!, me digo ¡cuántas lagunas culturales -y de todo tipo- tengo! Es un océano sin fondo el cúmulo de conocimientos que vertemos los humanos al infinito universo. Imagino -de nuevo la incultura- que también cualquier ser celular, incluso cualquier materia inorgánica, vierte su caudal de información. Es esa posibilidad de que si lográsemos capturar la luz de cualquier instante, éste se volvería a reproducir exactamente igual, pongamos por caso la toma de la ciudad de Granada y el llanto de Boabdil). Sobre la música iba a buscar y no lo hice. Había cogido el libro de Grout y Paliska y releía la historia musical de los griegos y era entretenido discurrir sobre el consejo de Platón de educar a los jóvenes a base de gimnasia para el cuerpo y sólo música para la mente. No lo hice. Dejé el libro.

Creo que en un rato lo intentaré de nuevo tras haber escuchado La Sinfonía Opus 49 de Haydn La Pasión. La escuché por primera vez en casa de César. Su padre, Luis, tenía una magnífica colección de música clásica. También allí descubrí La Danza de lo Sagrado y lo Profano de Debussy, un concierto para arpa y orquesta lleno de misterio y escalas mixolidias. Luego he relacionado a Haydn con Mstislav Rostropovich y he estado escuchando varios conciertos para cello -entre ellos uno de Dvorak muy hermoso- y de ahí me he ido a Yo-Yo Ma y el cello se ha convertido en el protagonista de la mañana y este inicio de la tarde.

Y estas músicas me han recordado a mi padre, un gran amante de la música clásica. Cuando éramos niños, algunas noches en que venía alegre, nos levantaba de la cama, nos llevaba a la sala y mientras ponía un disco, La Patética de Tchaikovsky por ejemplo, nos iba asignando a cada uno un instrumento y cuando la música empezaba a sonar, él se concentraba, cerraba los ojos y empezaba a dirigirnos. Soñoliento recuerdo rasgar las cuerdas de un violín con el arco. Ambos, claro, invisibles.

¿Quizá escribir sobre la música y la memoria?

¿Realmente hace falta?

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/07/2009 a las 16:14 | Comentarios {3}


Veamos
He sentido que quizá fuera ese un sentido de la vida. (Un pensamiento que me da pudor expresar).
Por supuesto me desdigo.
Es tan sólo una intuición. Como aquella de que el alma rodea al cuerpo y no a la inversa. Y así no sabemos las verdaderas dimensiones del alma. No sabemos dónde llega. No sabemos qué convoca. Ni por cuánto tiempo.
Unas cervezas.
El tiempo, a veces, no pasa.
El alma como palabra que podría ser trasladada -en su sentido- a otras como energía (que es más científica y por lo tanto está más de moda [o de creer] o de tener esperanza. La esperanza en el alma va muriendo).
Ahora he vuelto. Y he pensado, Hazlo con alegría. Hazlo a gusto. Anímate (ánima/alma). Cuando vuelva el sol habrá caído y el infierno de la Puerta del Sol (su hervidero de gentes sudadas, los malos olores que desprenden algunos humanos, la fealdad de edificios y suelos, lo triste de tantos escaparates, los pobres de solemnidad y los del Patio de Monipodio, los autobuses para turistas, el calor que surge del frío de los acondicionadores, el aire seco) se habrá suavizado un poco. Será la hora en la que el viento arrecia y los pájaros vuelan locos, con los picos abiertos para cazar insectos. Cuando vuelva, me digo, cuando vuelva...

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/07/2009 a las 18:32 | Comentarios {0}


Es muy difícil ser equitativo. Saber la medida. La equidad se suele solventar en juicio salomónico. Y no es eso. Medir es un arte. Componer el rompecabezas. No dejarse nada. Coger al vuelo las sensaciones y ponerlas como una pieza más encima de la mesa. Y componer, sabiendo que cabe la posibilidad de lo espantoso... o de lo amable. Repartir -una de las cualidades de la equidad- alivia y al mismo tiempo hace responsable. En las relaciones humanas, en muy pocas ocasiones, la absoluta inocencia y la absoluta culpa son absolutas. Existen pero son las menos. La equidad alivia del dolor y de la responsabilidad de vivir. Al cargarse uno de algunos de los resortes de una relación -aunque éstos sean funestos o nefastos o crueles- ocurre que la tonalidad cambia porque al asumir lo propio malo se puede, en ese momento, asumir lo malo del otro. La equidad es una vía.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/07/2009 a las 23:01 | Comentarios {0}


De nuevo
Sobre el gran edificio de las interpretaciones hoy en día me dejo llevar por la causa. Voy a considerar que un pensamiento que siempre me pareció brillante en realidad no lo es. El pensamiento es: la casualidad es el orden natural de las cosas. Me lo dijo hace muchos años un señor de apellido novelesco, Ombravella, no sé si era un pensamiento original, en todo caso se lo oí a él por primera vez. No es un buen pensamiento, es más bien un sofisma, porque el orden natural de las cosas es la causalidad. Una causa produce un efecto y este efecto se convierte en causa para generar a su vez otro efecto. Esto es lo que creemos, en general, los humanos. Decir que la casualidad es el orden natural de las cosas es, sencillamente, una boutade.
Porque estuve en Radio 3 -causa- se podría inferir el efecto de que volviera a estar.
Porque tuve un amigo que perdí -causa- se podría inferir el efecto de que lo podría encontrar de nuevo.
Ayer se dieron los dos efectos a la vez: volví a Radio 3 y me encontré con mi amigo.
El hecho de que ambas causas ocurrieran hace más o menos veinte años y que su efecto ocurriera veinte años después y el mismo día no sería más que un golpe de efecto según la terminología de Robert McKee. La causalidad otorga verosimilitud a la vida. La casualidad un toque de gracia. Ambas son joyas de la percepción. Sólo se diferencian en el orden de la u.

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Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/07/2009 a las 14:06 | Comentarios {1}


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