Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

A nadie permitirá que ponga en entredicho el nombre de su madre. Levanta la mano, blande una fusta. Grita, También, idiota, también las pruebas de paternidad pueden ser erróneas. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero a mi madre, ni la nombres, no pronuncies las letras de su nombre jamás. Me importa una mierda que tú también seas su hijo y menos aún me importa que te creas más legítimo que yo. A ojos de quién. De quién carajo me estás hablando. De qué puto Dios me hablas. ¿Qué Dios se iba a molestar en escudriñar que polla se metió en la vagina de mamá para crearme? Hablo así porque me sale de los cojones. No me vas a decir cómo tengo que hablar. Me has oído y cuidadito con lo que haces de ahora en adelante. Te voy a vigilar. Te voy a controlar y como me entere que vas esparciendo esa mierda por ahí, te juro por nuestra madre, que te hundo, que a mí nada se me da que sepan que soy bastardo pero la honra de mamá, ésa ni se toca, ¿me entiendes? La honra de mamá ni tocarla, hijo de puta. Y ahora fuera que tengo mucho que pensar, mucho, mucho que pensar.
Sale el hermano. Cuando el bastardo se queda solo, se echa a llorar como si fuera un niño que acaba de descubrir que los duendes no existen. Maldice su suerte. Maldice en secreto a su madre. Una voz interior que él intenta reprimir pero no lo consigue porque como se sepa, como corra la voz, ¿qué será de él? ¿Cómo lo llamarán los batallones a su mando? ¿Qué autoridad moral tendrá sobre ellos si él, su comandante en jefe, es hijo del pecado, es hijo de una perdida que no supo mantener limpia su honra que es la honra de todos sus descendientes? Coge una pistola. La mira. Murmura, Como corra la voz un tiro en la cabeza y sanseacabó.
Entra un ordenanza. Dice, Mi general, su señora madre de usted espera en el antedespacho y le urge verle. De inmediato, ha dicho, mi general. El bastardo se queda pálido. Se inyectan sus ojos en sangre. Intenta mantener el tipo. Responde, ¿Qué hace? ¿No le urge a mi señora madre verme? Pues que pase, coño, que pase.
El general guarda la pistola en el cajón de la derecha de su mesa oficial. Se estira la chaqueta. Se pasa la mano derecha por la comisura de los labios. Carraspea y cuando ve entrar a su madre siente unas terribles ganas de matar.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/11/2022 a las 20:15 | Comentarios {0}



No quito acento a nada. Tan sólo no sé cuál es exactamente el tema. ¿Por dónde quiero empezar? Si quiero hacerlo. ¿Cuál es la materia? ¿Se podría hablar de la mente? ¿Del alma? ¿Del neuma? No me opongo a mí. Sé que tras la apariencia otra persona –es decir: otra máscara- que también soy yo va marcando otra huella del camino. No la huella del camino porque tras ella –tras esa otra persona, es decir, tras esa otra máscara- hay otra (ni mayor ni menor quizá; sí -por una cuestión de espacialidad para los sentidos- un poco más profunda y también más oculta a la primera de las apariencias, la que se levanta por la mañana, se hace el desayuno, defeca, llama por teléfono, ama y detesta, conoce y desconoce, se lamenta y pasea, ríe y se ofusca… con respecto a esa máscara puede que se encuentre algo escondida, sí, pero basta mirar en una buena meditación para entreverla, quedarse parado ante su mirada, que es nueva, que es más decidida, más vieja, más consciente, quizá que se atreve a más, a mirar más adentro –de nuevo concesión a la necesidad de ideación espacial- y si se ahonda, se ahonda más, el núcleo cuasi enteramente vacío y más allá, la total ausencia, el total desmoronamiento del saber, la inutilidad del saber, el fin del infinito…). No es cobardía. No hay muelle. Debería partir. A la orilla de algún río debe de haber una barca. La tomaré. Montaremos en ella mi perro y yo. Nos dejaremos llevar por las corrientes. Nuestras apariencias primeras morirán de inanición. ¿Llegaremos hasta el océano de las tinieblas? No, no quito a nada el acento. Sólo me falta un muelle desde el que partir.
 

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/11/2022 a las 18:55 | Comentarios {0}



Furioso bramaba el viento. Las nubes cuales cuajarones de sangre se mantenían densas, a punto de explotar. La perra y el hombre debían encararse con la ventisca. No tenían más remedio. La casa estaba enfrente, quizás a trescientos metros. El mundo se había oscurecido. Empezaba a caer la lluvia que al ser casi hielo parecía clavarse en las manos desnudas del hombre, en la trufa de la perra; ambos mantenían los ojos entrecerrados como si fueran pintores impresionistas a los que tan sólo les interesara captar las relaciones entre las sombras y las luces importándoles un ardite el objeto que así se conformaba.
La perra iba por delante. Muy cerca del hombre. Era una border collie. Cuando el aguanieve se convirtió en una nevada intensa y racheada, el hombre agradeció el lomo negro de la perra. Le gritó, ¡Vamos, vamos, llévanos a casa! Si había alguien en el mundo que pudiera llevarlos a casa era ella. La perra giró un instante la cabeza y al ver que el hombre la seguía de cerca aceleró el paso. Pronto ambas figuras se perdieron en la nieve. Ya no había nubes. Ni paisaje. El mundo se había vuelto de una blancura y un silencio solemnes. Creí intuir que si aquella perra y aquel hombre no llegaban a la casa, su muerte no sería agónica. Nunca dejaron de caminar. Nunca el tiempo impidió que salieran. Incluso cuando le ley y la fuerza del Estado les obligaron a permanecer en casa, ellos salieron, de madrugada, lo hicieron esquivando a los soldados, por senderos que sólo ellos conocían y que morían en lugares en los que, juraría, ningún humano había llegado.
Me aparté de la ventana. Di un sorbo a un café recién hecho. Volví a un álbum de fotografías. Esperé con cierta inquietud la llegada del nuevo día. Estaba segura, segura, de que ellos pasarían, él me diría, Buenos días, ¡menuda la que cayó ayer! Y yo le respondería, ¡Qué osados sois! Un día os va pasar algo. Él levantará la mano. La perra moverá el rabo. Seguirán camino. Su camino de todos los días.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/11/2022 a las 18:09 | Comentarios {0}



Cuando el hombre volvía en su velero desde Livorno a Roma se sentía henchido de orgullo como la vela lo estaba por el viento. Sus ojos miraban más allá del horizonte. Sabía que su proyecto estaba a punto de culminar. Su socio salió de la cabina y se puso junto a él, en la proa.  Dijo, Dos mascarones para un mismo barco y le ofreció un vaso de chianti. Ambos hombres brindaron y rieron. El hombre primero le comentó a su socio que estaba deseando llegar a Roma para ver a su esposa y contárselo todo. Ambos sabían que era la última oportunidad. Ambos habían diseñado el farol hasta el último detalle. Todo lo habían previsto. El socio le preguntó, ¿También habíais previsto que yo no aceptara participar? El hombre le miró y el socio no necesitó escuchar la respuesta. Fue justo en ese momento cuando a sus espaldas restañó el primer rayo en el cielo que súbitamente había ennegrecido como si se hubieran metido en las fauces de un inmenso oso. El socio, aterrado, miró al hombre que hacía poco estaba henchido de orgullo y le gritó, ¿Y esto lo teníais previsto? La ola se llevó al hombre. Lo levantó como si fuera una hoja de un árbol caduco en otoño. El socio creyó verlo una última vez entre las olas. Poco más tarde él también moriría ahogado. Pasó la tormenta. Sobre la mar en calma flotaron los restos del naufragio.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/11/2022 a las 19:40 | Comentarios {0}



Por la carretera de abajo se encuentra a la mujer ya entrada en años, de una edad -eso sí- extraña e indefinida, la que corre entre los setenta y los ochenta y cinco años. A partir de los ochenta y cinco, la vejez cae de golpe y se adueña del cuerpo que le viene como un guante... o mortaja. Dice la mujer, ¡Qué día tan bueno ha hecho ! que no parece el día de todos los santos. Con este tiempo hace nada nos reuníamos allí donde los bancos, ¿sabes? nos reuníamos allí lo menos catorce, catorce éramos hace nada y mira ahora, ahora sólo quedo yo... bueno y una señora de noventa y uno que ya no se puede mover. (Pausa. Sonríe) Como dice el refrán: La Conseja ni guarda la vaca ni guarda la oveja. Sólo yo. Que eran las cinco, ahí sola con la televisión que me me he dicho, mira, te vas hasta el reguerillo y se te hacen las seis. Andando el tiempo se hace más corto y eso que ya he venido dos veces esta mañana, una al cementerio este -por el que pasamos en ese momento- y otra vez para ir al nuevo. Otros días voy al Centro pero allí todas están jugando a las cartas y a mí no me gusta, nunca me gustó, me pongo a mirar pero jugar no, desde las seis y media hasta las nueve y así el tiempo se hace más corto. Bueno, me voy hasta el reguerillo otra vez y cuando esté de vuelta ya serán las seis. Que tenga buena tarde.
Se aleja la mujer entrada en años. Es robusta y pequeña. Tiene los ojos malos. Viste una falda de tela gris y una rebeca azul. Tiene color en las mejillas, color que seguro que se ha forjado aguantando de frente los vientos que vienen de Buitrago. De las catorce que quedaban en el camino de las Eras para hacer una conseja ya sólo camina ella. 
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/11/2022 a las 18:06 | Comentarios {0}


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