Se encaminó por la calle de todos los días hacia el bar donde solía desayunar desde que su hija se había ido a vivir a Irlanda. Se había arreglado como todas las mañanas con un maquillaje ligero (el justo para que borrara la fatiga del rostro); vestía con cierta elegancia como si en ella -que era mujer humilde- quedaran restos de tiempos más holgados. Cuando entró en el bar, la camarera -una emigrante americana que tenía el don de la sonrisa- la saludó y sin preguntar empezó a prepararle su desayuno: café con leche, largo de café y muy caliente acompañado con una tostada de pan de molde con mantequilla y mermelada de albaricoque. Desayunó. Durante el desayuno tuvo un par de respiraciones raras, como si de improviso le faltara el aire y tuviera que inspirar fuera de tiempo. Pagó. Se despidió. Salió del bar. Se dirigió al metro. Bajó. Esperó en el andén como todas las mañanas desde hacía tantos años. La única diferencia fue que cuando el tren estuvo a su altura ella se tiró bajo sus ruedas y quedó partida en dos, del todo muerta.
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Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/11/2022 a las 19:40 |