En lo alto de la Montaña piensa Cima de Montaña. Ha habido un instante de cercanía con el sonido de un cencerro, abajo, en el valle. Hasta él ha subido. Luego ha caído desmayado víctima de la necesidad. Al despertar ha sentido las siguientes palabras: "Amordazadme, ¡Oh, Dioses venturosos!, calladme para siempre los labios; cosedlos con puntadas de oro; aconsejadme este silencio de alturas; mareadme con la falta de alimento pero no permitais, no, que vuelva mi vista a las llanuras donde los arrozales crecen y el hambre se sacia al instante. Hay en este aire purísimo, en esta ausencia de alimento y agua, en el lúgubre estar sobre la cima, el candor de la ilusión de lavarme así, para siempre, mis culpas ¿Cuáles fueron? ¿Habré de enumerarlas? ¿Habré de decirlas de viva voz? ¿Y si mi memoria no alcanza? ¿Y si el peso de la ley humana cae sobre mí como sobre la mujer cuando es detenida por hollar una tierra privada? ¿Hay lamento más grande que pisar la tierra que nunca será tuya? ¿Hay culpa más horrenda que ésa? ¡La tierra que no es tuya! ¡La inmensa riqueza que esconde! ¡La tierra que no es tuya! Tras el horizonte de mi aldea. Quizás allí comience esa tierra. Quizás yo asistí a la guerra por conquistarla como hicieron los griegos con el cuerpo de Helena, como hizo Eneas con el cuerpo de Italia, como hizo Hernán Cortés con la piel de México y Pizarro con la del Perú y más aún Amundsen con las gélidas texturas de lo más Sur. Si fuera así, si mi culpa fuera tan horrenda y natural, si por ella me habéis traído aquí, ¡Oh Dioses suaves! mantenedme aquí, sepultadme bajo el suave manto de la nieve y que ella cautive mi piel y la traspase y hiele mi músculo y llegue hasta mi hueso y lo detenga. Moridme, Dioses, en esta cima. Moridme.
Para quien quiera conocer un poco mejor a Milos Amós, he colocado su link (su nombre en color verde) a la primera parte de su trayectoria a la que titulé La Solución.
En lo alto de la montaña, azotado por los vientos y una lluvia mala, se sentó. Aún no recordaba nada anterior a su discurrir vital hasta el cenobio. Su mundo anterior había, simplemente, desaparecido; desde el cenobio se dejaba llevar por sus pies; comía tan sólo si le daban de comer; dormía bajo techado si encontraba un techo; cagaba a escondidas y en general al aire libre; si caía una moneda en sus manos se la daba de inmediato a otro que estuviera también necesitado; las monedas le quemaban las manos. Un día, al inicio del ascenso, una mujer bonita le dio un billete y a él se le llagaron las manos; corrió hasta un banco y allí, atrapado con una piedra, dejó el billete; luego volvió a la mujer y le enseñó las llagas; ella le llevó a su casa y le curó con ungüentos suaves como leyendas de Arabia.
Milos Amós se había vuelto más alto y más esbelto; su cabello había crecido entre rizado y suelto y ciertas zonas tenían el brillo de los colores claros; sus manos por fin tenían callos; apenas vestía una zamarra encontrada en un ropavejero, unos pantalones de pana y unas botas de pocero. Con ese aspecto, a su pesar, solía producir miedo. Así es que su mente, vacía, se le llenó de cima de montaña y hacia ella se dirigió cuando empezaba octubre. Anduvo y fue detenido y puesto de nuevo en libertad; volvió de nuevo a andar por una llanura que parecía no tener fin; paso tras paso, la ausencia de todo en la mente de Milos le hacía no sentir nada; tan sólo caminaba y sus ojos oteaban la cima de la Montaña. Cuando mediaba febrero su mirada se dio de bruces con la Cordillera. Allí está. Ése fue el primer pensamiento distinto a Cima de Montaña que tenía desde que inició el viaje. No aceleró el paso. Tan sólo se abrigó el cuello porque caían los primeros copos y un grajo volaba a ras de suelo. Al llegar la noche encontró una lobera. Dentro los lobos dormían. A gatas entró y escuchó los gruñidos. Milos Amós se dio la vuelta, se bajó los pantalones y al macho dominante le ofreció el culo. El macho lo olió y se retiró. Milos Amós durmió. Era el alba cuando los lobeznos aullaban alimento. Era el alba cuando Milos salió de la lobera, cogió unas hierbas parecidas a espinacas y mientras las masticaba comenzó el ascenso a la cima de la montaña. Ascendió durante tres jornadas. Nevó intensamente. Luego comenzó a llover. Y llovió y llovió más. Y la zamarra, por el peso del agua, le hizo ceder más de una vez. Milos tomó resuello y pensó su único pensamiento, Cima de la Montaña y ascendió y ascendió y en la oscuridad del lugar inhóspito sintió que la cima ya estaba cerca, la tocaba con sus dedos, era ancha, podía sentarse y descansar. Y así lo hizo como Montaña sobre la Montaña. Cierra los ojos ahora. Quisiera comer pavo. No come nada. No piensa nada ni tan siquiera cima de Montaña.
Milos Amós se había vuelto más alto y más esbelto; su cabello había crecido entre rizado y suelto y ciertas zonas tenían el brillo de los colores claros; sus manos por fin tenían callos; apenas vestía una zamarra encontrada en un ropavejero, unos pantalones de pana y unas botas de pocero. Con ese aspecto, a su pesar, solía producir miedo. Así es que su mente, vacía, se le llenó de cima de montaña y hacia ella se dirigió cuando empezaba octubre. Anduvo y fue detenido y puesto de nuevo en libertad; volvió de nuevo a andar por una llanura que parecía no tener fin; paso tras paso, la ausencia de todo en la mente de Milos le hacía no sentir nada; tan sólo caminaba y sus ojos oteaban la cima de la Montaña. Cuando mediaba febrero su mirada se dio de bruces con la Cordillera. Allí está. Ése fue el primer pensamiento distinto a Cima de Montaña que tenía desde que inició el viaje. No aceleró el paso. Tan sólo se abrigó el cuello porque caían los primeros copos y un grajo volaba a ras de suelo. Al llegar la noche encontró una lobera. Dentro los lobos dormían. A gatas entró y escuchó los gruñidos. Milos Amós se dio la vuelta, se bajó los pantalones y al macho dominante le ofreció el culo. El macho lo olió y se retiró. Milos Amós durmió. Era el alba cuando los lobeznos aullaban alimento. Era el alba cuando Milos salió de la lobera, cogió unas hierbas parecidas a espinacas y mientras las masticaba comenzó el ascenso a la cima de la montaña. Ascendió durante tres jornadas. Nevó intensamente. Luego comenzó a llover. Y llovió y llovió más. Y la zamarra, por el peso del agua, le hizo ceder más de una vez. Milos tomó resuello y pensó su único pensamiento, Cima de la Montaña y ascendió y ascendió y en la oscuridad del lugar inhóspito sintió que la cima ya estaba cerca, la tocaba con sus dedos, era ancha, podía sentarse y descansar. Y así lo hizo como Montaña sobre la Montaña. Cierra los ojos ahora. Quisiera comer pavo. No come nada. No piensa nada ni tan siquiera cima de Montaña.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/12/2010 a las 18:38 |
Érase una vez una chef de un restaurante de lujo y un hombre encantador también cocinero. La mujer vivía sola y con complejos. El hombre parecía sano y siempre sabía lo que hacer. Tras un accidente de la hermana de la cocinera, ésta se tiene que hacer cargo de su sobrina. El hombre que también es un buen cocinero entra a trabajar en el restaurante de lujo...
Érase una vez un hombre al que le diagnostican un cáncer. Va a ver a su mejor amigo que es médico. Su amigo lee el diagnóstico y con toda la crudeza y todo el amor del mundo le confirma que tan sólo le quedan, siendo muy optimistas, seis meses de vida. El médico, ya mayor, intenta aguantar la congoja. El que va a morir decide volver al lugar donde transcurrieron sus años de juventud. Allí se encuentra con un antiguo amor...
Érase una vez un hombre en mitad de una guerra. Para huir de ella había recalado en una ciudad de un país del África y había puesto un café. Una noche llegan al café unos oficiales del ejército invasor y al mismo tiempo un hombre que lidera la oposición a ese ejército. Al hombre le acompaña una mujer, la mujer que más quiso el dueño del café...
Érase una vez una mujer que quería encontrar el espíritu de la vida y para ello había decidido quedarse sola con la única compañía de su hijo. Una noche, en una reunión de trabajo, conoció a un hombre el cual, tras años de dudas e irreflexiones, había concluido en que su vida consistiría en estar solo hasta su muerte ....
Érase una vez una noche de diciembre. El viento soplaba con fuerza y los primeros copos de nieve acababan de caer. Una mujer conducía un coche, a su lado estaba su marido. Habían tenido un mal día. Ella había descubierto que su marido era un drogadicto. Él había descubierto que su mujer no le quería...
Érase una vez una rata muerta de hambre por los suburbios de París que encuentra entre los desperdicios, un trozo de queso gorgonzola. Al probarlo se cree un pájaro y sube hasta lo más alto de la torre Eiffel para volar. Cuando se va a lanzar al vacío un muchacho ciego la detiene...
Érase una vez un tranvía que pierde los frenos.
Érase una vez un paisaje desértico y un club de carretera. Un joven, recién escapado de su casa, camina por el arcén de la carretera bajo una lluvia intensa. A lo lejos ve el cartel rojo del club y aunque no tiene un duro ni para tomarse una caña, decide entrar....
Érase una vez un niño paralítico. Está sentado en el banco de un parque de la ciudad viendo cómo los demás niños juegan al fútbol. El niño desearía jugar él y ensueña que lo hace y tanto se mete en su ensueño que no nota cómo una niña de su misma edad se sienta a su lado y le pregunta su nombre. La niña cree que el niño es, además de paralítico, sordo así es que le toca el brazo. El muchacho da un respingo. Mira a la niña con pavor pero no puede salir corriendo...
Érase una vez un hombre al que le diagnostican un cáncer. Va a ver a su mejor amigo que es médico. Su amigo lee el diagnóstico y con toda la crudeza y todo el amor del mundo le confirma que tan sólo le quedan, siendo muy optimistas, seis meses de vida. El médico, ya mayor, intenta aguantar la congoja. El que va a morir decide volver al lugar donde transcurrieron sus años de juventud. Allí se encuentra con un antiguo amor...
Érase una vez un hombre en mitad de una guerra. Para huir de ella había recalado en una ciudad de un país del África y había puesto un café. Una noche llegan al café unos oficiales del ejército invasor y al mismo tiempo un hombre que lidera la oposición a ese ejército. Al hombre le acompaña una mujer, la mujer que más quiso el dueño del café...
Érase una vez una mujer que quería encontrar el espíritu de la vida y para ello había decidido quedarse sola con la única compañía de su hijo. Una noche, en una reunión de trabajo, conoció a un hombre el cual, tras años de dudas e irreflexiones, había concluido en que su vida consistiría en estar solo hasta su muerte ....
Érase una vez una noche de diciembre. El viento soplaba con fuerza y los primeros copos de nieve acababan de caer. Una mujer conducía un coche, a su lado estaba su marido. Habían tenido un mal día. Ella había descubierto que su marido era un drogadicto. Él había descubierto que su mujer no le quería...
Érase una vez una rata muerta de hambre por los suburbios de París que encuentra entre los desperdicios, un trozo de queso gorgonzola. Al probarlo se cree un pájaro y sube hasta lo más alto de la torre Eiffel para volar. Cuando se va a lanzar al vacío un muchacho ciego la detiene...
Érase una vez un tranvía que pierde los frenos.
Érase una vez un paisaje desértico y un club de carretera. Un joven, recién escapado de su casa, camina por el arcén de la carretera bajo una lluvia intensa. A lo lejos ve el cartel rojo del club y aunque no tiene un duro ni para tomarse una caña, decide entrar....
Érase una vez un niño paralítico. Está sentado en el banco de un parque de la ciudad viendo cómo los demás niños juegan al fútbol. El niño desearía jugar él y ensueña que lo hace y tanto se mete en su ensueño que no nota cómo una niña de su misma edad se sienta a su lado y le pregunta su nombre. La niña cree que el niño es, además de paralítico, sordo así es que le toca el brazo. El muchacho da un respingo. Mira a la niña con pavor pero no puede salir corriendo...
Relato basado en Los Evangelios Apócrifos, edición de Aurelio de Santos Otero y editado por Biblioteca de Autores Cristianos y en la novela Rey Jesús, escrita por Robert Graves y editada por Plaza&Janés
Mientras Joaquín se encuentra en el desierto a lo largo de sus cuarenta días y sus cuarenta noches, Ana se desespera y achaca sus males -la esterilidad y desde este momento su viudedad pues piensa Ana que Joaquín ha muerto- a una maldición divina. Una de sus criadas -Judith- la anima e incluso la arenga y le hace ver que mal hará a los ojos de Dios si se queda en la casa, desesperándose de su mala fortuna cuando, en realidad, no sabe cuál es o no es la tal. Ana se defiende, se opone a ir con su criada a la Fiesta de los Tabernáculos (en nota al Proto Evangelio de Santiago se duda de cuál sea esta Fiesta) y al final cede, se hace un tocado, toma sus vestidos de novia y sobre la hora nona -las tres de la tarde- baja al jardín para pasear (una segunda versión, más novelesca, dice que Ana y Judith bajaron a la ciudad, a la casa de la hermana de Ana; que criada y ama salieron a pasear y que, por una calleja, desembocaron en una casa con la cancela abierta; que allí Ana se quedó sola y llegó hasta un rincón de un hermoso jardín -quizá sí bajo la sombra de un laurel- donde se le apareció el Ángel) y allí se sienta -¿bajo el laurel?- y se lamenta: ¡Oh, Dios de nuestros padres! Óyeme y bendíceme a mí de la manera que bendijiste el seno de Sara dándole como hijo a Isaac. Entonces eleva sus ojos al cielo y ve un nido de pájaros y se lamenta de nuevo de esta dolorosa y cruda forma: ¡Ay de mí! ¿Por qué habré nacido y en qué hora habré sido concebida? He venido al mundo para ser como tierra maldita entre los hijos de Israel; éstos me han colmado de injurias y me han barrido del templo de Dios ¡Ay, de mí! ¿A quién me semejo yo? No a las aves del cielo, puesto que ellas son fecundas en tu presencia, Señor ¡Ay de mí! ¿A quién me parezco yo? No a las bestias de la tierra, pues aun estos animales irracionales son prolíficos ante tus ojos, Señor ¡Ay de mí! ¿Con quién me puedo comparar? Ni siquiera con estas aguas, porque aun ellas son fértiles ante ti, Señor ¡Ay de mí! ¿A quién me he igualado yo? Ni siquiera a esta tierra, porque también ella es feraz, dando sus frutos oportunamente, y te bendice a ti, Señor.
Y he aquí que terminadas sus jeremiadas -si nos es dado utilizar este adjetivo que hace referencia a las lamentaciones del también bíblico Jeremías- se le apareció a Ana un Ángel del Señor que le dijo (aunque en otras versiones, el Ángel le da a beber un bebedizo. Ana cae dormida. Tiene un sueño divino. Despierta en su cama, en la de su casa, no en la de su hermana. Le cuenta el sueño a Judith y se ve que está embarazada) las siguientes palabras: Ana, Ana, el Señor ha escuchado tus súplicas; concebirás y darás a luz y de tu prole se hablará por los siglos de los siglos en todo el orbe. Y nada más se hubo ido la voz del Ángel, dos mensajeros acudieron a ella con la nueva de que Joaquín, su esposo, estaba vivo y había vuelto tras escuchar la voz de un Ángel de Dios que le había dicho: Vuelve Joaquín con tus rebaños, que Ana, tu mujer, va a concebir en su seno.
Y he aquí que terminadas sus jeremiadas -si nos es dado utilizar este adjetivo que hace referencia a las lamentaciones del también bíblico Jeremías- se le apareció a Ana un Ángel del Señor que le dijo (aunque en otras versiones, el Ángel le da a beber un bebedizo. Ana cae dormida. Tiene un sueño divino. Despierta en su cama, en la de su casa, no en la de su hermana. Le cuenta el sueño a Judith y se ve que está embarazada) las siguientes palabras: Ana, Ana, el Señor ha escuchado tus súplicas; concebirás y darás a luz y de tu prole se hablará por los siglos de los siglos en todo el orbe. Y nada más se hubo ido la voz del Ángel, dos mensajeros acudieron a ella con la nueva de que Joaquín, su esposo, estaba vivo y había vuelto tras escuchar la voz de un Ángel de Dios que le había dicho: Vuelve Joaquín con tus rebaños, que Ana, tu mujer, va a concebir en su seno.
Relato basado en Los Evangelios Apócrifos, edición de Aurelio de Santos Otero y editado por Biblioteca de Autores Cristianos y en la novela Rey Jesús, escrita por Robert Graves y editada por Plaza&Janés.
Poco se suele saber (o poco se solía saber) de los abuelos de Cristo -El Ungido- y de su madre María -Myriam-. En el Protoevangelio de Santiago, en El Evangelio del Pseudo Mateo y en el Libro sobre la natividad de María se habla más de Ana y Joaquín. Estos tres son parte de los Evangelios Apócrifos ortodoxos. También escribe sobre ello Robert Graves en su Rey Jesús.
Ana y Joaquín eran descendientes de la tribu de David. Descendientes de Reyes, por lo tanto. Como tantas mujeres a lo largo del Antiguo Testamento, Ana -de avanzada edad- es estéril y su esposo Joaquín -devoto y respetado en el Templo- sufre por ello.
La patriarcalidad de esta religión se ve siempre en que la importancia del sufrimiento sobre la esterilidad de la mujer, reside más en el hombre que en la propia mujer estéril. Y esta aseveración se confirma cuando en los cuatro textos a los que he hecho mención, se antepone el sufrimiento de Joaquín -y la humillación, como ya veremos- a la de la propia Ana.
Su historia comienza cuando en una Fiesta importante en el Templo -no se sabe a ciencia cierta de qué Fiesta se trata- Joaquín va a ofrecer el primero sus dones al Señor y Rubén se planta ante él y le recrimina, No te es lícito ofrecer el primero tus ofrendas, por cuanto no has suscitado un vástago en Israel. (Acerca de este Rubén, unos dicen que era un Sumo Sacerdote pero en el códice Fa del Protoevangelio, se matiza que este Rubén era uno cualquiera de la misma tribu. No es del todo inverosímil esta explicación dada la gran estima que sentía todo israelita por la fecundidad y el desprecio que sentían para quienes, por no tenerla, eran considerados como dejados de la mano de Dios).
Joaquín, ante semejante desprecio hecho en las gradas del Templo, salió de allí y se dirigió a los archivos para consultar si algún Justo, en alguna ocasión, había quedado sin descendencia entre las tribus de Israel. Y cuál no sería su desesperación cuando vio que no, que nunca un justo había quedado sin descendencia.
Tanta vergüenza sintió que al salir del Templo, en vez de comparecer ante su esposa, marchó al desierto acompañado de un criado (aunque en algunas versiones marcha solo) y plantó allí su tienda y ayunó cuarenta días y cuarenta y noches, diciéndose a sí mismo, No bajaré de aquí, ni siquiera para comer y beber, hasta tanto que no me visite el Señor, mi Dios; que mi oración me sirva de comida y de bebida.
Ana y Joaquín eran descendientes de la tribu de David. Descendientes de Reyes, por lo tanto. Como tantas mujeres a lo largo del Antiguo Testamento, Ana -de avanzada edad- es estéril y su esposo Joaquín -devoto y respetado en el Templo- sufre por ello.
La patriarcalidad de esta religión se ve siempre en que la importancia del sufrimiento sobre la esterilidad de la mujer, reside más en el hombre que en la propia mujer estéril. Y esta aseveración se confirma cuando en los cuatro textos a los que he hecho mención, se antepone el sufrimiento de Joaquín -y la humillación, como ya veremos- a la de la propia Ana.
Su historia comienza cuando en una Fiesta importante en el Templo -no se sabe a ciencia cierta de qué Fiesta se trata- Joaquín va a ofrecer el primero sus dones al Señor y Rubén se planta ante él y le recrimina, No te es lícito ofrecer el primero tus ofrendas, por cuanto no has suscitado un vástago en Israel. (Acerca de este Rubén, unos dicen que era un Sumo Sacerdote pero en el códice Fa del Protoevangelio, se matiza que este Rubén era uno cualquiera de la misma tribu. No es del todo inverosímil esta explicación dada la gran estima que sentía todo israelita por la fecundidad y el desprecio que sentían para quienes, por no tenerla, eran considerados como dejados de la mano de Dios).
Joaquín, ante semejante desprecio hecho en las gradas del Templo, salió de allí y se dirigió a los archivos para consultar si algún Justo, en alguna ocasión, había quedado sin descendencia entre las tribus de Israel. Y cuál no sería su desesperación cuando vio que no, que nunca un justo había quedado sin descendencia.
Tanta vergüenza sintió que al salir del Templo, en vez de comparecer ante su esposa, marchó al desierto acompañado de un criado (aunque en algunas versiones marcha solo) y plantó allí su tienda y ayunó cuarenta días y cuarenta y noches, diciéndose a sí mismo, No bajaré de aquí, ni siquiera para comer y beber, hasta tanto que no me visite el Señor, mi Dios; que mi oración me sirva de comida y de bebida.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
Meditación sobre las formas de interpretar
Cuentecillos
¿De Isaac Alexander?
Libro de las soledades
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Reflexiones para antes de morir
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
Listas
El mes de noviembre
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Saturnales
Agosto 2013
Citas del mes de mayo
Marea
Sincerada
Reflexiones
Mosquita muerta
El viaje
Sobre la verdad
Sinonimias
El Brillante
No fabularé
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
Desenlace
El espejo
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Sobre la música
Biopolítica
Asturias
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Las homilías de un orate bancario
Las putas de Storyville
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023, 2024 y 2025 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2010 a las 18:32 |