Miraba con los ojos muy negros. La danza. Los tambores. El anuncio del dios de turno. Estaba embadurnándose el cuerpo con la miel. Tenía la función en breve. El pueblo. La tribu. Quién sea. La parroquia. Inspiró elevando la aleta izquierda de su nariz. Devolvió una oración. Satisfizo una necesidad. No era cuestión de mearse en mitad de la danza. No le gustaba la desnudez pero la aceptaba. No le gustaba el pringue de la miel pero lo aceptaba. Su condición de bailarina del templo tenía sus contrapartidas. Se recogió la larga melena en trenzas. Aceptó el retoque de una de sus acólitas. Se asomó al balcón de su estancia en el Palacio del Sátrapa. Elevó las manos al sol. Estudió las nubes que se acercaban preñadas de agua. Lluvia y danza, mezcla ideal para partirse la cadera. Juró en arameo original. Escuchó el ensayo de los percusionistas. La risa de unas mujeres que se cuchicheaban chismes. Los gorjeos del cantor se convirtieron en gárgaras y mandó a una de sus acólitas a que lo hiciera garguear en otro sitio, cerca del precipio, a las afueras de la fortaleza. Se arrodilló. Sintió como acero el frío de las baldosas. Mármol era. Vestigio de su madre en la forma de sus uñas. Sobrevoló el halcón. Huyó la rata. La gueparda parió dos crías. Las hienas rieron satisfechas. El león se sintió triste. Sonó el tiempo. La bailarina recompuso el gesto como la actriz que va a iniciar su función con una sonrisa y la coloca en la boca nada más alzarse el telón. Separó las puntas de los pies. Juntó los talones. Se dirigió al escenario. El pueblo la aclamó. Los nobles condescendieron. A su alrededor se colocaron los percusionistas. Echando el bofe llegó desde el precipio el cantor. Las nubes iban llegando. Comenzó el canto. Comenzó la danza. Bailó imbuida de sus certezas. La danza mueve el aire. Cada paso. Cada gesto de sus manos. Las contorsiones de su tronco. La exactitud de sus caderas. La longitud de sus piernas. La mandíbula. El ritmo in crescendo de los percusionistas. El trueno entonces. La escondida del sol. El asomo de las gotas. El inicio de la tromba. El público que huye. La nobleza que no acepta mojarse. La miel que se desliza por su cuerpo. El suelo que se convierte en balsa de aceite. El resbalón de la bailarina. El hueso que cruje. El sacrificio de la coja. La nueva bailarina que accede a la estancia en el palacio del Sátrapa. La lluvia que es diluvio. La lluvia disgustada. El halcón con paraguas. Las crías de la gueparda devoradas. Las hienas satisfechas. La rata multiplicada. El león airado.
					 
				 
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Cuento
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/03/2012 a las 12:16 |