Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

- Hoy ha sido. Escucha. No, no, escucha. Hoy ha sido. Estaba en lo alto. Las nubes. El viento. Una amalgama como de incendio en mis venas. No, no, no quieras intervenir. Ya no me conoces. Ya no podrías decirme nada que me aliviara. Mírame tan sólo. Asiente por compasión pero no levantes la mano ni pongas ese gesto de ya sabía yo que esto iba a pasar. No, no lo sabías. Ni yo lo sabía. Ni lo sabía el halcón que planeaba sobre nuestras cabezas buscando un ratón al que engullir. Déjame seguir porque fue un fogonazo. Fue la certeza. Fue, te diría, me atrevería, sería injusto si no lo hiciera así, si no lo dijera de esta manera; sería injusto conmigo y con el estruendo que el mundo estaba forjando en rededor, no sólo de mí, si no de nosotros, de todos, de la hierba y el halcón y el hacha y el ciprés y la marea y los espacios siderales; fue entonces. No fue magia. No fue un asunto que se despacha con un par de frases. No, era el Gran Tratado; era La Enciclopedia; era una melancolía tan atroz que me hizo sentir la verdad y me dejó tirado, tras pasar por mí, tras pasar por todos y por todo. No, no insistas, no quiero escucharte. No he venido hasta aquí para eso sino para que calles y me mires y más tarde, si así lo consideras, me alabes ante los otros, si es que fuera necesario o alguien lo convirtiera en necesario. Apaga esa luz si quieres. ¿Te recoges el pelo? ¡Qué hermoso gesto, tan apreciado por mí! ¡Qué delicadeza! ¡Cómo te lo agradezco! ¿No ves que los densos nubarrones se acercan y que pronto, en la última de las esferas, donde los dioses se encuentran reunidos a esta hora de la tarde en su propia eternidad, lanzarán la orden y vendrán los caballos y a sus lomos espavoridos jinetes con yelmos bajados arrasarán los treinta y dos puntos cardinales que los hombres idearon y fijaron en una rosa de los vientos? ¿No te quieres dejar contagiar por mí? No, no, no temas, nada haré. Me lo haré a mí. Ya llega. Ya viene. Por fin.

Con una daga se raja el cuello. Tras desangrarse queda en sus labios, a modo de amor, la sonrisa leve que aparece según dicen en aquellos que murieron sobre una nieve, allá en noviembre, todo de azul.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/03/2025 a las 20:52 | Comentarios {0}



El traje estaba roto. Esa había sido su protesta. No pensaba acudir. No es que se hubiera hecho fuerte. Sentía pavor de no poder controlar la ira. De esa manera no podría salir. No podría acudir. Porque pensó, somos máquinas de disimular. La noche iba a llegar. Pronto sonaría una llamada en la que alguien le preguntaría que dónde estaba, que cuánto tardaría en llegar. Ningún argumento revocaría su decisión. Temblaba casi por despecho. Hasta ahí. A partir de entonces la vida volvería a ser, como siempre, el cuento que cuenta un idiota.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/03/2025 a las 20:39 | Comentarios {0}



     Un poco pasado el mediodía creyó haberlo vivido todo. No fue indulgente con la vida. No admitió que ni la más cándida de las personas pudiera haber vivido una vida que no fuera insensible, es decir, se matizaba, una vida carente de sentidos y por lo tanto de sensibilidad.
     Antes de incorporarse y dejar la sombra que el viejo abedul le había regalado, sacudió con la mano las alas de su sombrero. Se levantó. Se lo caló. Tomó su bastón y echó a caminar por un camino de tierra blanca. Cantó algún zorzal. También la chicharra. En la reverberación del horizonte vio a un conejo atravesar el camino. Parecía llevar prisa. Los conejos, pensó, siempre parecen llevar prisa excepto cuando las luces de un auto los destella y entonces se quedan inmóviles como si fueran ídolos de un tiempo por venir.
     Sí, se repitió, lo he vivido todo y sin saber muy bien por qué, esa verdad lo apesadumbró y cayó, mientras el camino ascendía, en un estado más propio de la misantropía que de la tristeza y supo que para alguien que lo observara a la distancia adecuada, él sería la figura que observa reverberar en su horizonte. Reverbero, pensó, eso es todo.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/03/2025 a las 19:06 | Comentarios {0}



Te diría palabras. Aire. Movimiento. Llovería mientras te hablara. Mantendría el gesto serio y urdiría alguna estrategia. El tiempo no sobraría. Bien lo sabes tú. Más lo sabrás cuando hayas avanzado un poco. La tarde ya no sería fría. La luna andaría desvanecida. Las estrellas apenas serían nada en la vasta oscuridad de un universo sin ti. Palabras. Sonidos por el aire. Aleteo de las cigüeñas que han vuelto a Castilla y siguen siendo una hermosura. Lo demás se escaparía como ocurre cuando la carta se va convirtiendo en monólogo y queda al final el rescoldo de algo que -el que la escribe es consciente- abarcaba mucho más. ¿Cuándo callaría? No lo sé. ¿Desaparecería la emoción que nació de una ausencia demasiado larga? No lo sé. ¿Sabría definir semejante emoción? Sí, exclamaría; sí, sabría, te lo sabría expresar mientras la seriedad de su gesto derivaba. Cuando se hubiera calmado el maremoto; cuando se hubieran retirado las aguas de ese cuerpo que hasta entonces había sido tierra; cuando las voces empezaran a significar algo; sobre una ola ya mansa; en las lindes de la espuma y sus días; a punto de escupir un alacrán te diría algunas cosas buenas para callar desde entonces hasta el final y bajaría los parpados y adoptarían su cuerpo y sus miembros la posición del loto y permanecería quieto durante aquello que no se puede medir, durante aquello inefable, durante los largos tránsitos entre una inspiración y la siguiente, durante el recorrido del ámbar por el mundo, esa faz, esos nombres, esas nadas. Quizá pronunciara palabras pero como quien avienta paja por un campo sin dueño; quizá moviera la boca (o sufriera en el dedo anular izquierdo un movimiento reflejo, ligera contracción que nada supone, sin acción entonces). Eso sería todo. Habrías de ser tú quien interpretara sus expresiones corporales; nombrarlas incluso como si con ello provocaras el sortilegio que libera la posibilidad de entender. Eso sería todo antes de que siguieras tu camino, convencida de que el monolito que dejas atrás era realmente de piedra.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/02/2025 a las 18:44 | Comentarios {0}



La primera luz la recibió en diciembre y quedó ciego (dicen que años más tarde, poco antes de morir, creyó entrever lo que él entendió gris una tarde en la que se produjo una gran tormenta de nieve. Recordamos que nos decía que aquello ocurrió un mes de abril. Temía el mes de abril. Decía junto con el otro que era, en efecto, el mes más cruel. Nosotros cuando marzo terminaba, le animábamos con algún vino de la Ribera del Duero y algún queso viejo de oveja). Nunca se quejó de aquella fatalidad sobre todo porque -según nos confesaba- aquella luz primera salió del pezón de su madre y lo deslumbró para siempre. (Eso nos lo decía, muy serio, hasta tal punto serio que no sonreía ni un poquito, no fuera a ser que una medio sonrisa produjera en alguno de nosotros la más leve sospecha de un doble sentido en la frase: aquella luz cegadora salió del pezón de mi madre -esa es la literalidad de la expresión que usaba para evocar aquel momento deslumbrante-). También reconocía en los últimos años de su azarosa y vagabunda existencia que la ceguera trajo consigo la oscuridad y que a ella -la ceguera- achaca mucho de los desaires que la vida le procuró y fueron esos desaires los que le convirtieron en un hombre taciturno, muy hosco con los demás, que albergaba -nos decía ya en el lecho mortuorio- una ira tal contra el género humano que sabía que cualquier cosa que dijera sobre el mismo habría de estar teñido de cierta malignidad porque él, insistía, con los desengaños, los engaños, las desorientaciones, las traiciones, los sinsentidos, los sinsabores, las grandes soledades, el abandono de su progenie, la callada por respuesta de una ex-mujer que tuvo cuando un día quiso saber por qué alguna como ella le quiso (o le aseguro querer), las trampas en los pesos, las risas por su torpeza y por tantas otras cosas que le vinieron pasando a lo largo de su vida (como si de alguna manera, concluimos, se sintiera un poco como el buscón del gran Quevedo) habían acabado convirtiéndole en un ser malhumorado, poco compasivo, lleno de rencor, un rencor, nos aseguraba, que le pudría las entrañas de la mente, un rencor, nos aseguraba, al que había combatido con todas sus fuerzas, en mitad de las tinieblas, sin un atisbo de luz, el cual, aseguraba, había terminado, también él, por vencerle y así no podía negar ante nosotros que era un acomplejado de mierda, lleno de bilis, con unas terribles ganas de matar y agradecía el don de la ceguera porque si no, nos juraba, se habría convertido en asesino cruel y constante. El pobre ciego, entonces, bajaba la voz y musitaba algo parecido a lo que sigue: pero el buen ángel caído se apiadó de mí y me quemó los ojos con la luz que salió despedida de los pezones de mi madre y de esta manera evitó que mis manos se pusieran al servicio de la muerte. Perdonadme lo demás. Perdonad lo que haya podido salir de mi boca. Tenéis mi permiso para cortarme la lengua si fuera preciso. Eso decía el viejo, sentado en una butaca junto a la ventana, en la sala de la residencia para ancianos donde lo conocimos. Nos dijeron las empleadas que lo encontraron a la puerta de la residencia, cuando llegaron las del turno de la mañana; nos contaron que tardó un buen rato en entrar en calor porque parece ser que llevaba allí tirado desde las tres de la madrugada. El viejo murió a las tres semanas de llegar. Nadie lo vino a visitar. Quizás hablara más de la cuenta pero le dejábamos, para lo que iba a durar...
 
Cuentecillo Pezón y ojo

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/02/2025 a las 19:04 | Comentarios {2}


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