- ¡No me engañes! No te lo pido por Dios, te lo pido por cierto sentido de la honestidad. Si alguna vez entre nosotros existió. Si alguna vez, alguna noche quizá, te sentiste protegida, con esa certeza -que suele resultar infantil a la larga- de saberse con la persona idónea. Yo sé que el tiempo pasó. Sé, ¡a qué confirmarlo! que no era el idóneo. Pero aún así, aún sabiendo que somos seres vivos, imperfectos y mortales; que hemos seguido en lo imprescindible el pulso de nuestras necesidades; que en el tiempo que compartimos hubo cuando menos cierta capacidad de entrega; que no nos engañamos hasta descubrir en el otro a un ser abyecto que cohabitó tan sólo durante el tiempo que le fue beneficioso; que en la enfermedad supimos cuidarnos; que en la desdicha estuvimos al pie del cañón; que duró un tiempo el amor; que entre nosotros duró un tiempo la ilusión. No me desdices ¿verdad? ¿Estarías de acuerdo? Aprendimos a ser civilizados y luego como es natural nos aburrimos. ¿Por el aburrimiento me vas a engañar? Por esos días que transcurrieron como una mar de aceite, denso como el petróleo, oscuro como el petróleo, con olor a fósil... a fósil vegetal hecho líquido; ¿por esos días dudas si engañarme? ¿por esos días que no valen?
Calla. Ella lo mira a los ojos. No se mueve un músculo en su cara. El silencio empieza a expandirse por los minutos. Es lógico que sea el atardecer. Al fondo unas montañas. Él mantiene su mirada. Sus ojos parecen haber visto demasiado. Quizás haya pasado media hora. Quizá más. Probablemente más. Los dos se han quedado petrificados en ese tiempo. Ninguno ha alterado ni su gesto ni su postura. Es casi como si hubieran muerto. Los pájaros dejaron de cantar. A lo lejos se escuchó alguna máquina. También un par de voces. Por fin ella respondió. Lo hizo en un momento que podría haber sido cualquier otro. No pasaba nada en especial: un avión que le hubiera despertado un recuerdo; un olor que le gustara; lo único distinto fue que una mariquita se posó sobre la mesa blanca. Cuando la vio dijo:
- No, no lo es.
Se levantó y se fue.
...seguiríamos con las banderas ondeando al aire; seríamos miles los que descamisados lanzaríamos soflamas mientras por las grandes avenidas un olor de flores y pólvora nos recibe; luego, cuando la noche hubiera caído, se iría cada mochuelo a su olivo y tras cenar y mirarse a los ojos, las mujeres y los hombres y los fluidos y los transgénero, se enzarzarían en sus amores y los muchos solitarios harían sus soledades; todo el orbe estaría en calma; la naturaleza atenta a sus propios ritmos se encargaría de que el reloj de la vida no se detuviese y esa incalificable sensación de ser el alimento o ser el alimentado se reproduciría en todos y cada uno de los rincones del planeta, en todas y cada una de sus escalas; más tarde algunos harían balances y otras generarían estadísticas y las aves rapaces sobrevolarían por estos aires mundanos en donde respirar es requisito y refugiarse necesidad; nadie hablaría mucho, lo justo para no entorpecerse; las carreteras resquebrajadas ya no sirven como pista hacia ninguna parte; las antenas sin receptores sólo se contemplan como delicadas estructuras con algo de arte y otro poco de pasado; los descamisados seguiríamos la marcha tras el solaz y el descanso hacia ninguna parte mientras eso que llamamos mundo marcha también por su cuenta; de nuevo en la jornada irán cayendo muertos muchos de los nuestros y allí los dejaremos, sin homenaje alguno, sin grandes palabras; esa fue nuestra consigna: si caemos, sigamos y así seguimos, dando vueltas por un mismo perímetro, deteniéndonos aquí o allá, con la mirada fija si detectamos agua, con la mirada fija si tiembla el futuro, con la mirada fija si paren las bestias, con la mirada fija en la espalda del que nos antecede; no hay nada más, ya no hace falta.
Cuento
Tags : Cuentecillos Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/06/2025 a las 17:17 |Venía para un par de semanas. Eso se había dicho. Se lo había jurado. Sólo un par de semanas. Luego volvería. Se asentaría. Dejaría de pensar.
El lugar al que llegó era plano con un gran horizonte a lo lejos y con el cielo muy bajo (un cielo -pensaba- que parecía presionar la tierra, que impedía que ésta se levantara en cerros, oteros y menos aún montañas o cordilleras).
Había alquilado un bungalow junto a una playa de cantos. Era una estancia coqueta. Decorada con gusto. Encima de un sofá esquinero dejó la mochila. Descorrió luego las cortinas. Miró si había algo -como había contratado- en la nevera. Todo estaba allí. Bebió un zumo de manzana y uva.
La tarde llegó mientras estaba en la playa. Un lugar desierto y más en aquella época del año. Porque era finales de noviembre. Temió que en cualquier momento apareciera alguien ahora que ya nadie está a salvo de los otros en ningún lugar de un mundo tan pequeño. No apareció nadie.
Volvería en un par de semanas -se dijo- cuando volvió hacia el bungalow ya con la noche caída. Dentro brillaba una lámpara que había dejado encendida.
Sí, en un par de semanas volvería -se juraba-. Volvería. Vaya que si volvería.
Cuento
Tags : Cuentecillos Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/06/2025 a las 18:48 |
Lo irreparable. Fotografía de Gilbert Garcin
Tendrá que volar y contenerse. Acudirá a los médicos que corresponda. Ingerirá los fármacos prescritos por cada uno sabiendo como sabe que unos anulan a otros y así se llega hasta la otra orilla. Asimilará la callada por respuesta. Dejará de hablar para siempre del tema. Sabe que a partir de entonces vivirá tan sólo dentro, a lo profundo del hígado, donde las almas remolonean y cantan canciones que nadie inventó.
Será fuerte. Será capaz. Desde lo alto de las enredaderas lo verá todo liso como una vez cuando niño vio el mar como una vidriera. No volverá a... No sentirá el impulso de... No saldrá corriendo cuando la noche deja de ser del todo negra para vagar por los caminos vestido con un camisón blanco que no es propio de machos. Quizás un día, a la vuelta de muchos años, ignore y será ese el momento en el que pueda respirar hondo y crea salir de un sueño que se fue acercando sin provocarlo al tempo de la pesadilla.
Hasta entonces silencio. Hasta entonces las corrientes marinas, el viento en las cimas, la carrera de un corzo que surgió de la espesura de los bosques, el cruce con paso, la línea que divide, no leer, no especular, quedar callado, suspendido... hasta entonces, sí, hasta entonces...
Cuento
Tags : Cuentecillos Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/05/2025 a las 17:50 |Iba a emprender el viaje. La miró con la mirada que se pone cuando se sabe que se ve por última vez aquello que se mira. Y sintió todo el peso de la nostalgia en su espalda. Sabía por qué se marchaba. Sabía que aquella maldita decisión estaba bien. Sabía que a veces lo bueno duele como una tortura. ¿Cómo le gustaría llamar por última vez la habitación en la que ahora se encontraba? ¿Escritorio? ¿Despacho? ¿Taller? ¿Biblioteca? Miró las dos mesas que había y le volvió a resultar milagroso que siendo como era la habitación tan chica, ambas mesas respetaran el espacio vital de la otra. ¡Cuántas horas! ¡Todo aquello! Recordó el día en el que cogió un trozo de adoquín de unos sacos que contenían cientos y cientos de trozos de adoquín, los cuales estuvieron durante varias semanas colocados en las veras de los caminos que rodeaban su casa; lo cogió para que ejerciera la función de sujetalibros de una de las estanterías voladas que había puesto en una de las paredes de la habitación en la que ahora se encontraba, la que miraba por última vez, donde tanto imaginó, donde un día supo que no había sido una buena persona. No fue ese descubrimiento el que le lleva ahora emprender el viaje, eso lo barruntaban sus tripas desde hacía años. Demasiadas veces le habían llamado diablo. Demasiadas personas se habían apartado, espantadas, de ella. Lo que sí ocurrió fue que una mañana al sentarse para iniciar su labor, sintió con una claridad y un pasmo que la sobrecogieron, que no era, que nunca había sido una buena persona porque sólo ése podía ser el motivo para que los otros -mis querido Otros, se decía en íntimo monólogo interior, que sois tan hermosos, tan veraces, que nunca habéis roto un plato; mis queridos Otros que siempre habéis actuado en consecuencia y os habéis sabido relacionar a la perfección; mis queridos hechos a vosotros mismos, con unas descendencias dignas de admiración- para que los otros -escribía- le abandonaran con cierta facilidad y ella nunca tuviera la fortaleza, la osadía, la no delicadeza de enfrentarte a ese desprecio y exigir explicaciones. Sólo una mala persona es incapaz de defenderse a sí misma. Y cuando estaba en estas disquisiciones que siempre terminaban produciéndole una explosiva sensación de ridículo, le vino a la cabeza, una vez más, la palabra ominoso y una vez más, después de más cuarenta años luchando con ella, después de haber buscado su significado en el diccionario una y otra vez, de nuevo, una vez más, no sabía a ciencia cierta cuál era su significado. ¿Era pesado? o ¿Era vergonzoso? ¿O no tenía nada que ver con eso? Ominoso, le gritó su mente; Ominoso, se lo susurró esta vez. No recordaba. Se sentó en el suelo. Se apoyó en una de las librerías que aún estaba arriostrada a la pared y al mirar hacia arriba vio que en la librería de enfrente, solitarios en una balda, como olvidados, estaban los dos tomos del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Bajó la vista. Cerró los ojos. La oscuridad, como anuncio de neón que parpadeara su luz sólo un instante, escribió en su vientre, ominoso, y se apagó.
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Tags : Cuentecillos Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/05/2025 a las 17:57 |
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Tags : Cuentecillos Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/06/2025 a las 18:29 |