Logro llegar hasta la terraza. Son dos gatos los que he de salvar. ¿De quién los gatos? Por el suelo de la terraza se esparcen unas bolas oscuras, muy pequeñas, como cuentas de un rosario. Cuando pongo mi primer pie en la terraza, las bolas se mueven por sí solas y conforman varios cuerpos en todo semejantes a los cuerpos de las serpientes. Los gatos se han encaramado en unas repisas que están fijadas en la pared opuesta a una ventana y ésta se abre a un interior oscuro. Los seres ofídicos que se han creado a partir de las bolas oscuras -son cinco, de distintas dimensiones, pero ninguno tendrá menos de un metro- saltan y se introducen por la ventana. El miedo, el repelús que me provocan esos seres nacidos de tantas partes no me impiden dirigirme a la habitación pero no por la ventana sino por la puerta. Cuando llego a ella -no sé cómo llego. No sé por qué ahora la habitación está en penumbra, tan sólo iluminada por una lamparilla de noche- y voy a traspasar su umbral aparece, surgida de una oscuridad que se había abierto a mi izquierda, E., una mujer con la que mantuve una relación de pareja hace muchos, muchos años. Está muy estropeada. Está muy gorda. Está pintarrajeada, como si no hubiera tenido tiempo de desmaquillarse tras hacer una función expresionista. Con una voz aguardentosa me grita, ¡Ni si te ocurra entrar en mi habitación! Le respondo, No pensaba entrar. Ella insiste y me escupe en la cara, ¡Sí, sí, ibas a entrar! ¡Ni se te ocurra, hijo de puta! ¿Y los gatos? le pregunto ¿Y esos bichos que se han formado a partir de las bolas que había en la terraza? Los ojos de E. tienen la mirada de los moribundos. Se queda un instante callada. Le tiemblan las manos regordetas y con las uñas sucias. Por fin habla, ¿Qué gatos? ¿Qué bolas? ¿Qué terraza? Fuera, fuera. Antes de irme siento que en la cama de la habitación, bajo la colcha, un cuerpo gordo que huele a hombre respira con afán.
El hueso asomaba la cabeza [...] la selva exuberante sin deje de sequía miraba hacia el poniente y se ondulaba como la mar cuando despierta al oleaje, el hueso estaba ahí con su cabeza asomada [...] ¿cuándo se propondría el armisticio? ¿sobre qué atalaya la destrucción vence? [...] no sirvan las letanías por más que la cabeza del hueso asome ni tampoco se entonen plantos ni surja en nosotros las ansias proféticas tan sólo convengamos es que ya basta de barbarie [...] el hueso, siempre el hueso [...] ¿no se oponen la selva y el invierno? ¿no parece improbable un invierno selvático? eso era la náusea, lo capitular, aquello que inicia de forma barroca la interpretación de un suceso [...] Kant [...] ...y el hueso y su cabeza [...] propondríamos que sucediera a la hora del crepúsculo cuando la sangre aún reza y se mitigan las horas con los cantos; sería una reunión informal en la que charlaríamos sobre el tema producto de nuestros enojos y cuando apareciera en cualquiera de nosotros la cabeza de su hueso, todos, al unísono, como una misma fiera, lo rodearíamos y bailaríamos hasta enloquecer -derviches de pacotilla- y caer por el hondo abismo del mareo [...] ¡muéstranos la sal que te daremos espanto, hueso de rodilla, tronco de rosal! ¡muéstranos la espalda, deja que expresemos, vuélvete a cubrir! [...] morir así, con la cabeza del hueso descubierta, a la orilla de una mar que se olea, sin haber llegado a festejar el fin de la barbarie [...]
Cuento
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/12/2023 a las 19:04 |
Preámbulo
Hija mía, los días se hacen tan largos. Desde lo más profundo del bosque te deseo una vida buena, una fuente siempre cerca, la caricia; hija mía estoy descalzo y me sangran los pies pero todo lo doy por bueno; las moras van a reventar, las nubes van poblando el cielo; hija mía bienaventurada, rincón de mi corazón, pedacito de esmeralda, no pases frío ni dejes que el sol queme tu piel y si vas a la mar, ten cuidado con la piel de los erizos y con los arrebatos de las aguas; hija mía, recuerdos de una traición me asoman algunas noches y todas las mañanas al levantarme pero yo sé que no es cierta, yo sé que no puede ser cierta, yo sé que estoy equivocado; hija mía de mis entrañas, mitad de mi corazón, azogue en el que mirarme, futuro en la semejanza, esperanza de contemplación cuida de tus amores, cuida de los licores, camina erguida, mira de frente y si en el camino ves a un vagabundo tocar la zanfonia dale de mi parte una limosna. Te quiere tu padre, el que te quiso, el que te quiere en esta tarde de agosto, el que espera quererte siempre, siempre, siempre...
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/08/2023 a las 18:55 |
Vas por la carretera, camino de un hipermercado donde sueles hacer las grandes compras. No te quedan rastros de la vida dormida de la noche. Has desayunado frente a la gran ventana. Tienes el ánimo siempre dispuesto al enfado. El páncreas te dicen. El alma te dices. En todo caso, nada te ha pasado esta mañana, quizá la pereza normal de tener que recorrer cuarenta kilómetros para meterte en un establecimiento que no te gusta y con la inquietud, muy leve es cierto, de que la perra no esté demasiado tiempo en el garaje subterráneo (por los gases de los tubos de escape, te dices). No te has maquillado. Vas vestida con unos shorts rosas, camiseta amarilla y zapatillas deportivas blancas. Ir, comprar, volver, comer y a por la tarde, piensas mientras vas por la carretera y a medida que te alejas de tu casa, vas sintiendo cierto bienestar hasta que de improviso, como un cuchillo que atravesara la carrocería del coche, sientes la punzada de la impiedad, la que esquivas un día y otro, la sientes y una vez que se te ha clavado en el vientre ya no te suelta; es el dolor de una punzada en el centro del alma, donde más duele, donde no hay escapatoria, encerrada en el coche, camino de un hipermercado con la perra en el asiento de atrás que no debe de entender nada cuando te pones a llorar y te enfureces y quisieras que la vida fuera de otro modo, que no se hubiera producido ese dolor, que ahora está incrustado en el centro de tu alma y que, por experiencia, sabes que no te va a soltar en unos cuantos días. Vivir era esto, te dices y sigues con lo que tienes que hacer y lo haces y aguantas la punzada, la impiedad, ¡Oh, Sócrates!
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/08/2023 a las 19:04 |
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Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/06/2024 a las 23:57 |