Pequeño apólogo moral
Ese manto oscuro. Lo que tapa. Ese asco que destilan los defensores de cualquier ideología. Los terribles guardianes de cualquier moral. ¡Qué detestables son los moralistas! (¿debería incluir los treinta y dos tipos de identidad de género que dicen que existen en la actualidad? No, soy de los que saben que el género gramatical no es sexual).
Los moralistas son aquellos que quieren hacer de su particular uso de la costumbre -no otra cosa es la moral- la norma común para todos. Los moralistas de cualquier moral son totalitarios, son, por decirlo en román paladino, fascistas de las costumbres. En su osadía llegan a confundir la ética con la moral y no seré yo quien les haga notar las diferencias. Que estudien, si es que quieren llegar a conocer -lo de saber es harina de otro costal-.
El mundo actual se ha llenado de moralistas de salón digital. Con absoluto desparpajo te lanzan sus miserias ideológicas a la cara y te avisan y te amenazan y te insultan si incumples algunas de sus rígidas normas de sus morales de mierda. ¡Abajo La Moral! ¡Vivan las morales! Las pequeñas morales que buscan la tolerancia y el respeto para con todos excepto para con los intolerantes. Contra ellos a sangre y fuego si es necesario, a sangre y fuego. Intolerantes son los guardianes de cualquier moral. Contra ellos a muerte si es necesario.
Mira dentro de tu casa, moralista/fascista, y cuando hayas arreglado en ella tus asuntos -si es que te da la vida para ello- cállate y acepta el uso y el derecho al uso de cualquier costumbre que sencillamente cumpla una regla: que respete la de los demás. ¡Ah, una cosa más, moralista/fascista, no hay lugar más sagrado, por libre, que la imaginación de cada cual! ¡Cuidado con quererla censurar!
A veces me recompongo como si fuera una mermelada. Eso me me he dicho. Sé que la mermelada apenas tiene relación con la recomposición. Pero me altera el ruido. Me enloquece el ruido y cuando lo escribo recuerdo una frase que aparecía en una función de Dagoll Dagom allá por los años 80, Mi tornillo de vanadio. ¿Por qué en un seis de junio de 2025?
¿Nada me puede agredir más que recomponerme en mermelada? ¿Ser una sustancia pringosa que se desliza por los cuerpos con los que entra en contacto? ¿Son estos zeugmas aproximaciones a la muerte? ¿Es esta anarquía horaria anticipo de lo por venir? ¿Me estoy deshaciendo? ¿Me deconstruí y me recompuse en ser que relaciona mermeladas y resurrecciones?
¡Qué agresivo puede ser el silencio! ¡Qué violencia desata la injusticia! Puedo estar viendo una película que habla de unos sentimientos muy burgueses (el amor sólo se lo pueden permitir los estómagos llenos) que apenas me emocionan, que no agitan ya -viejas alas de mariposa en las tripas- los ritmos... mis ritmos...ahora que me paso los días contándolos, solfeando por las esquinas, las figuras básicas de los ritmos occidentales. Ritmos de la civilización blanca. La Devastadora. La Aterradora. Ahora que lo hago. Ahora que recuerdo la decepción de mi padre cuando le hice ver que la música es, ante todo, matemática sonora, la occidental. La Terrible. La Acompasada. Y veo sus ojos alcohólicos y huelo su sudor a ginebra. Las madrugadas de aquellos años míos de mil novecientos setenta y ocho que volaron por los aires y se convirtieron en estrellas de un firmamento en guerra.
Me lo arrebató. Me destruyó. Agónico. Sin esperanza. Recomponiéndome en mermelada. Mi tornillo de vanadio. Mi brillante tornillo. MI luna rota. Mi espejo envuelto. La osadía de haberlo intentado. Recomponerse. Recomponerse. En mermelada. Sin un sabor preciso. Con una cocción exacta. A estas alturas. Traspasado ya el primer cuarto de siglo que no pasó ni rápido ni lento sino lleno de destrucciones, como un gran castillo de mierda venido abajo. Supurando pus alumbré la noche y quieto entre mis manos murió el lagarto. Tiritaba el saltimbanqui bajo la lluvia de fuego en Irak. La ira era blanca. Mi esperma negro. La ira era blanca. Mi esperma mudo. La ira era blanca. Mi esperma escaso. La lluvia de fuego sobre Irak. El olor a muerte en Gaza. Dios menstrua sobre Israel. Betsabé. Ira de la abundancia.
Nana quiero para dormir, yo recompuesto en mermelada. Acúname Nana. Cierra mis ojos e insufla por mis fosas nasales el suficiente veneno para morir.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/07/2025 a las 01:03 |
Aquel muchacho que fuiste lo serás siempre y bastará con que una persona sea algo detallista para que sepa reconocerte de inmediato en el deje de tu mirada aunque haya pasado cincuenta años sin saber de ti.
¡Ay, muchacho que ahora sales al mundo, yo te deseo que tus padres no sean unos hijos de puta! Te deseo que quienes han de reprimirte lo hagan con toda la dulzura posible y sepan que en ti anida la mirada que ellos te impondrán.
¡Querido mío, indefenso cuando asoma tu cabeza por el coño de tu madre, yo te deseo que esa mujer sepa acunarte y que cuando te asolen las desgracias te quiera y que cuando se produzcan las victorias te quiera y cuando se den esas largas temporadas nada se encuentre a tu lado, serena su mirada, con su mano sobre la tuya!
Porque siempre serás el niño que te hagan. Porque en tu corazón anidarán los miedos que, como improntas, te fijaron en el alma. Y también las fortalezas se mantendrán y te harán sano.
No suelen los padres ser buenas personas porque tampoco sus padres lo fueron y así tú te convertirás, sin poder evitarlo, en un mal hijo y cuando seas padre también harás daño a los tuyos. Esa es la rueda perversa de la vida. Esa es la verdadera herencia.
Es cierto que a veces, muy pocas, se producen mutaciones y tras la represión en los días de la alta infancia cuando estamos sometidos a los inconscientes de nuestros padres y sufrimos sus castigos con un horror inexpresable y esperamos sus caricias como el maná los judíos en su travesía por el desierto; en esos tiempos en los que se conforman nuestros miedos, tan intensos, que los negamos; hay veces, te escribía querido muchacho, que el resultado no es otro ser humano miserable más sino que aparece un hombre admirable, una mente sana que supo convertir su dolor en conocimiento y su conocimiento en bien. A veces pasa, sí a veces pasa.
Pero como ésa es la excepción tan sólo te pido, muchacho mío, que te mantengas alerta y cuando tengas entre tus brazos a tu hija recién nacida seas consciente de que tu única misión, la única realmente vital, es que le hagas el menor daño posible.
Quizás así, un día, el mundo no amanecerá en llamas, la injusticia no campará a su anchas y la violencia sea tan sólo un rescoldo de la Historia de la Humanidad, casi cenizas, humo que desaparece, ignorancia incluso...
Ahora está el río. Lo huelo. Sé que esta a mi derecha por donde se alza una muralla verde de árboles y matorral. La muchacha me espera. Ahora está el río. Cuando llegue y la aviste me quedaré desnudo, como mi madre me trajo al mundo, por mucho que yo no lo pidiera. Ninguno nacemos. A todos nos nacen. Lo que luego ocurra, por muchos que se empeñen en decir lo contrario, no está en nuestras manos. La cabeza suele ir por sendero distinto al de la vida. Nunca imaginé que la conocería. Tampoco nunca había pensado ni en el pueblo donde la vi por vez primera ni en la poza con cascada donde nos bañamos por primera vez. Gemma se llamaba. No sabía hasta ella de la existencia de ese nombre ni que fuera la más famosa de las Gemmas una italiana a la que le cortaron los pechos por defender su virtud. Mártir de la honestidad. Esencia de virgen. Nada de eso sabía. Nada de eso pensaba cuando a duras penas me abría paso por la muralla verde que daba al río. Cómo sudaba. Cuánto la deseaba. ¡Qué jóvenes éramos! Ella era yonkie y aún así quería verse conmigo. Ella era pálida como la heroína y eso le daba un aura de languidez que a mí me enloquecía, joven poeta romántico, chico que empieza a vivir. Por fin la muralla se fue convirtiendo en murete y pronto empecé a escuchar el devenir de las aguas del río. El sol estaba en lo alto. Me quité la camiseta. Sudaba. Quería lanzarme al agua. Llegar hasta ella buceando. Sorprenderla con mi boca entre sus muslos. Besarle los labios inferiores. Beberme como néctar su flujo. Al fondo, por fin, la vi. Tenía el pecho al aire y llevaba puestas unas bragas blancas con puntilla. Estaba subida en una peña que se alzaba en mitad de la poza. Tras ella caía la cascada de aguas cárdenas y espuma blanca. Me vio. Me miró lánguida. Alcé mi mano. Me saludó. ¡Gemma! grité. Ella sonrió. ¡Gemma! grité de nuevo justo antes de lanzarme al agua y nadar a crawl hasta la peña. Al llegar me encaramé a ella. Me desnudé entero. Me comí su boca y me comí sus pechos. Ella jadeaba y me llamaba por mi nombre con su voz rasgada como una cortina de terciopelo. El agua caía, caía su pelo sobre sus hombros. El sol derramó sobre nosotros sus bendiciones y nos amamos.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/07/2025 a las 18:56 |
No desfallecer. Ir al vacío. Ahí está la respuesta. Mirar los libros. No abrirlos. Contemplar. Sabes. Quedarse dentro del agujero. Reivindicarse la existencia, las horas pasadas a solas con los libros. Haber navegado por ellos como la tarde navega por el paisaje enfermizo de un jardín en el convento de las monjas. Haber sido monja. Haber cruzado el Danubio en el siglo XIII. Visitar a Magherite Porete. Haber llorado como Julian Sorel. Esos lugares. Los cosmos. Las ideas sobre ese espacio inmenso y hueco, Una pelota en una cueva. Un cordón como serpiente. La suerte de haber llegado el primero. Haberse quedado solo. Prepararse para la buena muerte. No la que te mata sino la que te muere. No desfallecer. Ni ante el sarcasmo del buen amigo. No hay autoridad que te sorprenda. Sabes que los poemas de Catulo no son su biografía. Eso lo sabes. Lo aprecias en lo que vale. En esa labor has de seguir. Hasta el último aliento. Por el puro placer. Mañana -si no esta misma noche- volverás a Foucault o a Graves. La noche. Sí, la noche. Eso has de seguir haciendo. Mover los dedos. Hacer digitaciones. Vigilar la espuma de la orina. Manejar con destreza la excitación que te ha producido esta tarde el recuerdo de un culo amado. Limpiarse. Mirarse. Cortarse las uñas de los pies. Ir erguido por el valle. No desviar la mirada. Eso has de hacer. También mañana. Aún con el sol. Por mucho que sea verano.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/07/2025 a las 00:27 |