Octavo día
Puedo bailar y quedarme quieto y recordar una tarde invierno cuanto todo era más fácil; puedo ensoñar la melodía que me llevara a la multitud sabiéndome yo en la isla y aunque a lo lejos se vislumbren las luces de la ciudad, la calma me ancla aquí; ha ocurrido que cuando mi ronda nocturna se me han saltado las lágrimas ante la situación que estoy viviendo y no por un afán de exclusividad sino por tener la belleza al alcance de la mano y disfrutar la posibilidad de detenerme ante, por ejemplo, un cuadro de Renoir y sí es porque es un cuadro de Renoir pero también no es porque sea un cuadro de Renoir sino porque es un cuadro que a mí me produce un sentimiento de exaltación de la vida y es ahí, parado ante ese cuadro, pintado por un hombre viejo, con artritis en las manos, cuando descubro que amo el arte porque me produce siempre un sentimiento de exaltación de la vida, que el arte me lleva siempre a un disfrute de la vida que no me lo suele otorgar la vida propia, la propia vida.
Puedo detenerme, hojear una revista o entretenerme en la contemplación del reflejo de la naturaleza en las aguas; puedo contemplar el sol entre los árboles y el extraño rostro de una nube tercio payaso, tercio osito, tercio calavera y sentir en el espinazo el terror que siempre me causaron los payasos y las calaveras y recordar que cuando mi madre me llevaba al circo –a ella le encantaban las pollas diplomáticas y los números circenses- siempre que aparecían los payasos yo me echaba a llorar de una forma incontenible hasta el punto que mi madre optó por salir a fumarse un cigarrillo cuando se anunciaba su actuación.
Puedo detenerme, hojear una revista o entretenerme en la contemplación del reflejo de la naturaleza en las aguas; puedo contemplar el sol entre los árboles y el extraño rostro de una nube tercio payaso, tercio osito, tercio calavera y sentir en el espinazo el terror que siempre me causaron los payasos y las calaveras y recordar que cuando mi madre me llevaba al circo –a ella le encantaban las pollas diplomáticas y los números circenses- siempre que aparecían los payasos yo me echaba a llorar de una forma incontenible hasta el punto que mi madre optó por salir a fumarse un cigarrillo cuando se anunciaba su actuación.
Y ahora por el capricho de mi alma que hoy está más sensiblera que sensible, escucho My Song de Keith Jarret con Jan Garbarek al saxofón y ese tema me retrotrae a unas noches muy ebrias y muy divertidas cuando la amistad tenía toda la sofisticación y todo el enganche del mundo y mis amigos y yo disfrutábamos escuchando jazz, nos gustaba realmente el jazz y durante algunos años fuimos a los festivales de Donosti y Vitoria y allí nos reímos y nos emocionamos y nos abrazamos y nos emborrachamos y nos drogamos hasta caer rendidos en un parque público de la ciudad de Madrid como unos vagabundos más.
Puedo decir en esta noche de agosto que amo a mi mujer y esto es algo que no podía decir desde hace muchos, muchos años y que su voz cuando me llama desde el lugar donde descansa de una vida diaria tumultuosa y agotadora, es siempre un bálsamo, un decirme estoy aquí y no te olvido, no estás solo aunque estés solo y cuando vuelva te sonreiré y haré contigo el follar como tanto nos gusta a ti y a mí. Y aunque tengo miedo del futuro, he de decir que el presente tiene la magia de los días buenos, el orgullo del trabajo honrado, la cadencia de un largo bien hecho.
Fumo un cigarrillo sentado en esta silla incómoda (la clásica silla de paja trenzada y madera, la que suelen sacar en las noches de bochorno los viejos en los pueblos) y bebo un vino de la Ribera del Duero; escucho a Keith Jarret, Jacques Dejohnette y Gary Peacock y el pelo se me va secando tras la ducha; tengo encendida la luz del patio y en la mesilla de noche la lamparita para leer; en la mesa no tengo ninguna luz; escribo en un Mac y me resulta gracioso un comentario que leí ayer de un personaje de una novela; lo hace un periodista de los años ochenta cuando se estaban cambiando en las redacciones de los periódicos las máquinas de escribir por los ordenadores; este periodista se resistía a utilizar el ordenador porque decía que no estaba dispuesto a que el ordenador se quedara dentro de él lo que él escribía.
Puedo contarte que he vivido pero nunca te lo confesaré.
Puedo decir en esta noche de agosto que amo a mi mujer y esto es algo que no podía decir desde hace muchos, muchos años y que su voz cuando me llama desde el lugar donde descansa de una vida diaria tumultuosa y agotadora, es siempre un bálsamo, un decirme estoy aquí y no te olvido, no estás solo aunque estés solo y cuando vuelva te sonreiré y haré contigo el follar como tanto nos gusta a ti y a mí. Y aunque tengo miedo del futuro, he de decir que el presente tiene la magia de los días buenos, el orgullo del trabajo honrado, la cadencia de un largo bien hecho.
Fumo un cigarrillo sentado en esta silla incómoda (la clásica silla de paja trenzada y madera, la que suelen sacar en las noches de bochorno los viejos en los pueblos) y bebo un vino de la Ribera del Duero; escucho a Keith Jarret, Jacques Dejohnette y Gary Peacock y el pelo se me va secando tras la ducha; tengo encendida la luz del patio y en la mesilla de noche la lamparita para leer; en la mesa no tengo ninguna luz; escribo en un Mac y me resulta gracioso un comentario que leí ayer de un personaje de una novela; lo hace un periodista de los años ochenta cuando se estaban cambiando en las redacciones de los periódicos las máquinas de escribir por los ordenadores; este periodista se resistía a utilizar el ordenador porque decía que no estaba dispuesto a que el ordenador se quedara dentro de él lo que él escribía.
Puedo contarte que he vivido pero nunca te lo confesaré.
Séptimo día
El calor de agosto enloquecía a los perros en la antigua Roma.
Meredith se jactaba de tener los mejores muslos de la provincia. Yo se los vi un día y vive dios que los tenía.
Hace muy poco Alemania se vestía de nazi.
Hace algo más los españoles y los portugueses exterminaron entre los siglos XVI-XIX a 150 millones de indios (cada uno con su nombre y su historia personal).
He tomado decisiones en mi trabajo de guardés.
Es cierto que tengo sed y un par de zumos.
Me llamo Olmo y nací en Tirana de una madre aficionada a chupar pollas diplomáticas y de un padre que según me contaba mi madre había sido agregado cultural de la embajada española. De resultas de los cual escribí una pieza teatral titulada Tirana no es la capital de Albania la cual tuvo una escasa repercusión; tan escasa fue que no salió de las paredes de un salón donde hice una lectura dramática tras pasar un día con una diarrea colosal.
Espero una revolución.
Andrés se jactaba de su éxito con las mujeres hasta que se casó con la más hija de puta (según él, claro). Una vez que se hubo separado, me acerqué un día por su casa -la de su ex-mujer- para ver si yo tenía también éxito con las mujeres. Soy un puto perro sarnoso.
Es evidente -por más que sea una hipótesis- que el sexo lo inventó la mujer.
El silencio envenena mi culo. Así de claro lo digo y ¿cómo lo envenena?
Es como si tuviera una Myseri a mis espaldas que me obligara a escribir una línea más, sólo una más. Yo que ejerzo de guardés en un museo modernista (y algo más).
Tenía que hacerlo.
Era el séptimo día y ¿quién soy para descansar al séptimo día?
Meredith se jactaba de tener los mejores muslos de la provincia. Yo se los vi un día y vive dios que los tenía.
Hace muy poco Alemania se vestía de nazi.
Hace algo más los españoles y los portugueses exterminaron entre los siglos XVI-XIX a 150 millones de indios (cada uno con su nombre y su historia personal).
He tomado decisiones en mi trabajo de guardés.
Es cierto que tengo sed y un par de zumos.
Me llamo Olmo y nací en Tirana de una madre aficionada a chupar pollas diplomáticas y de un padre que según me contaba mi madre había sido agregado cultural de la embajada española. De resultas de los cual escribí una pieza teatral titulada Tirana no es la capital de Albania la cual tuvo una escasa repercusión; tan escasa fue que no salió de las paredes de un salón donde hice una lectura dramática tras pasar un día con una diarrea colosal.
Espero una revolución.
Andrés se jactaba de su éxito con las mujeres hasta que se casó con la más hija de puta (según él, claro). Una vez que se hubo separado, me acerqué un día por su casa -la de su ex-mujer- para ver si yo tenía también éxito con las mujeres. Soy un puto perro sarnoso.
Es evidente -por más que sea una hipótesis- que el sexo lo inventó la mujer.
El silencio envenena mi culo. Así de claro lo digo y ¿cómo lo envenena?
Es como si tuviera una Myseri a mis espaldas que me obligara a escribir una línea más, sólo una más. Yo que ejerzo de guardés en un museo modernista (y algo más).
Tenía que hacerlo.
Era el séptimo día y ¿quién soy para descansar al séptimo día?
Sexto día
Dice Spinoza que algunos han pretendido que Dios no se revela a hombres tristes e irritados; pero tal opinión es quimérica porque Dios reveló a Moisés irritado contra Faraón el espantoso exterminio de los primogénitos. Luego sigue con otros hombres también tristes o irritados a los que Dios habló como Caín o Ezequiel o Jeremías o Miqueas (que por cierto nunca le predijo nada bueno a Acab). Y dice Spinoza que el estilo de las profecías variaba con el grado de elocuencia de cada profeta y termina su razonamiento -después de haber narrado varios ejemplos de diferentes estilos proféticos- Si todo esto quiere pesarse, seguramente deduciremos que Dios carece de estilo propio y que según el grado de instrucción y el alcance del profeta a quien inspira, es elegante o grosero, lacónico o prolijo, severo o confuso.
Al ser mi nombre Olmo, he sentido siempre la tentación de tener bien hundidos los pies en la tierra y al ser esto así -o al querer que sea así- siempre he pensado que mis pies encuentran en su camino hacia la consecución del alimento, todo tipo de nutrientes y a ninguno hago ascos y ese no hacer ascos a cualquier nutriente que se me presente me convierte, de alguna forma, en un ser también sin estilo propio más bien adquiero el estilo de lo que me alimenta y si el alimento de turno tiene matices ocres me convierto en ocre o si por el contrario lo que me alimenta es rico en metano huelo espantosamente mal. Tengo de alguna manera algo de un hombre sin atributos porque el atributo define y soy, por definición, indefinido al depender por entero del nutriente del que me alimente para poder subsistir; un día puede ser vender loterías en un mercado, otro puede ser dirigir una programa de radio, o también hacer encuestas en un tren por la noche y acabar magreándome con una pasajera, a eso de las tres de la madrugada, entre Zaragoza y Lérida, con un frenesí que no dejaba lugar para las preguntas de la encuesta, incluso alguna vez me atreví con el peonaje para subsistir unos cuantos meses. Si como argumenta Spinoza uno de los atributos de Dios es no tener estilo, yo podría muy bien decir que estoy hecho a semejanza suya. Ahora soy guardés en un museo con unas obras de arte de una delicadeza mayúscula y he de andar con alarmas y rondas y riegos y he de llevar un teléfono a todas partes por donde vaya y como soy un guardés sin estilo si por ejemplo me despiertan por la mañana a una hora intempestiva no sé comportarme como un guardés sino como un hombre recién despertado que no entiende nada de lo que le están contando.
Al ser mi nombre Olmo, he sentido siempre la tentación de tener bien hundidos los pies en la tierra y al ser esto así -o al querer que sea así- siempre he pensado que mis pies encuentran en su camino hacia la consecución del alimento, todo tipo de nutrientes y a ninguno hago ascos y ese no hacer ascos a cualquier nutriente que se me presente me convierte, de alguna forma, en un ser también sin estilo propio más bien adquiero el estilo de lo que me alimenta y si el alimento de turno tiene matices ocres me convierto en ocre o si por el contrario lo que me alimenta es rico en metano huelo espantosamente mal. Tengo de alguna manera algo de un hombre sin atributos porque el atributo define y soy, por definición, indefinido al depender por entero del nutriente del que me alimente para poder subsistir; un día puede ser vender loterías en un mercado, otro puede ser dirigir una programa de radio, o también hacer encuestas en un tren por la noche y acabar magreándome con una pasajera, a eso de las tres de la madrugada, entre Zaragoza y Lérida, con un frenesí que no dejaba lugar para las preguntas de la encuesta, incluso alguna vez me atreví con el peonaje para subsistir unos cuantos meses. Si como argumenta Spinoza uno de los atributos de Dios es no tener estilo, yo podría muy bien decir que estoy hecho a semejanza suya. Ahora soy guardés en un museo con unas obras de arte de una delicadeza mayúscula y he de andar con alarmas y rondas y riegos y he de llevar un teléfono a todas partes por donde vaya y como soy un guardés sin estilo si por ejemplo me despiertan por la mañana a una hora intempestiva no sé comportarme como un guardés sino como un hombre recién despertado que no entiende nada de lo que le están contando.
Ahora estoy tenso. Llevo toda la tarde a cuestas con una alarma que de repente salta y a mí las alarmas me alarman, qué quieres que te diga, me alarman hasta el punto de que cuando salta yo me pongo a jurar en arameo e intento, por todos los medios, jurar más alto que la alarma que me alarma y ¿por qué me alarma la alarma? ¿por qué me dice que hay una avería en sala 2 si la sala 2 está plácida y a su temperatura idónea? ¿por qué se empeña la alarma en alarmar de lo que no existe? Esa alarma que avisa de los que no existe me parece una justa analogía con los profetas y porque la alarma ha sonado de forma tan anárquica, tan sin estilo, me ha venido a las mientes la falta de estilo de Dios que podía usar tanto al rústico Amós como al cortesano Isaías para predecir incluso un mismo hecho.
El día acaba. El silencio cabe en el mundo entero. Sé que fuera, extramuros del palacio, existen las terrazas, existe el mar, existen grupos de personas y piaras de cerdos; sé que aún quedará en pie más de un cedro libanés; sé que mi hija cuida de nuestro perro en una de las tierras más bendecidas por las leyendas como es Galicia; sé que algún día, a no mucho tardar, mi hija llorará sobre mi tumba -o sobre mi urna- y habré pasado por este mundo con la gloria de haber sido consciente de estar en él, con la pena de haber sido -como todos- el primer hombre y haberme quedado, inevitablemente, al principio de todo; sé que recordaré estos días tan isleños (o a-islados) y esta sensación que no vivía desde que a los diecinueve años estuve durante un mes de septiembre, en la isla de Menorca, en cala Fustán, viviendo solo en una cueva preciosa sin cerramiento, abierta al mar, a unos diez kilómetros de la carretera más cercana; entonces tenía que hacer una hoguera todos los días; ahora he de vigilar que no salten las alarmas y aún con todo la sensación, la emoción, es exactamente igual lo que me lleva a una última conclusión en este sexto día: yo, el de entonces, sigo siendo el mismo.
El día acaba. El silencio cabe en el mundo entero. Sé que fuera, extramuros del palacio, existen las terrazas, existe el mar, existen grupos de personas y piaras de cerdos; sé que aún quedará en pie más de un cedro libanés; sé que mi hija cuida de nuestro perro en una de las tierras más bendecidas por las leyendas como es Galicia; sé que algún día, a no mucho tardar, mi hija llorará sobre mi tumba -o sobre mi urna- y habré pasado por este mundo con la gloria de haber sido consciente de estar en él, con la pena de haber sido -como todos- el primer hombre y haberme quedado, inevitablemente, al principio de todo; sé que recordaré estos días tan isleños (o a-islados) y esta sensación que no vivía desde que a los diecinueve años estuve durante un mes de septiembre, en la isla de Menorca, en cala Fustán, viviendo solo en una cueva preciosa sin cerramiento, abierta al mar, a unos diez kilómetros de la carretera más cercana; entonces tenía que hacer una hoguera todos los días; ahora he de vigilar que no salten las alarmas y aún con todo la sensación, la emoción, es exactamente igual lo que me lleva a una última conclusión en este sexto día: yo, el de entonces, sigo siendo el mismo.
Quinto día
Cierro los ojos y ya no estoy y ya no está.
Lo he hecho de nuevo. ¿Ha sido una revelación? ¿Y revelación no querrá decir en realidad velar de nuevo? La revelación realmente impone un velo más. La revelación opaca la verdad (sea lo que sea ese término que en estas soledades pierde su sentido porque la verdad sólo lo es en relación con los otros, en un mundo sin otros la verdad no tiene sentido. Es nada). Admito entonces que al hacerlo de nuevo me he alejado un poco más de la verdad y no he sentido un especial regocijo ni me he quedado boquiabierto como el alquímico esperando el milagro en su crisol. No tengo crisoles y tengo poco de alquimista. ¿De qué tengo? me pregunto casi sin esperar respuesta. Hoy estoy aquí y mañana estaré allí. Oigo mi voz interior porque en esta mansión la voz interior tiene hasta eco, de hecho hoy me puesto a cantar en las escaleras y subía mi voz hasta las buhardillas y se perdía, mi hermosa voz de tenor, se perdía en los recovecos de esta casa. No siento pena por ello. Sólo que sé, en este quinto día, que me voy a volver loco (o más loco). El primer síntoma ha sido que lo he vuelto a hacer como si al hacerlo me pudiera transportar a otro mundo y lo que es aún más peregrino como si ese otro mundo al que me podría transportar fuera más apetecible que éste. Porque no hay mundo más certero que el que se está viviendo. Es decir con más certezas sean éstas benignas o no. La certeza no emite nunca juicio moral sobre la verdad que certifica. La certeza, realmente, es boba. (Ha ocurrido lo que me temía. Se han borrado unas cincuenta líneas de lo que tenía escrito. No importa. Más o menos venía a decir lo siguiente).
Lo he hecho de nuevo. ¿Ha sido una revelación? ¿Y revelación no querrá decir en realidad velar de nuevo? La revelación realmente impone un velo más. La revelación opaca la verdad (sea lo que sea ese término que en estas soledades pierde su sentido porque la verdad sólo lo es en relación con los otros, en un mundo sin otros la verdad no tiene sentido. Es nada). Admito entonces que al hacerlo de nuevo me he alejado un poco más de la verdad y no he sentido un especial regocijo ni me he quedado boquiabierto como el alquímico esperando el milagro en su crisol. No tengo crisoles y tengo poco de alquimista. ¿De qué tengo? me pregunto casi sin esperar respuesta. Hoy estoy aquí y mañana estaré allí. Oigo mi voz interior porque en esta mansión la voz interior tiene hasta eco, de hecho hoy me puesto a cantar en las escaleras y subía mi voz hasta las buhardillas y se perdía, mi hermosa voz de tenor, se perdía en los recovecos de esta casa. No siento pena por ello. Sólo que sé, en este quinto día, que me voy a volver loco (o más loco). El primer síntoma ha sido que lo he vuelto a hacer como si al hacerlo me pudiera transportar a otro mundo y lo que es aún más peregrino como si ese otro mundo al que me podría transportar fuera más apetecible que éste. Porque no hay mundo más certero que el que se está viviendo. Es decir con más certezas sean éstas benignas o no. La certeza no emite nunca juicio moral sobre la verdad que certifica. La certeza, realmente, es boba. (Ha ocurrido lo que me temía. Se han borrado unas cincuenta líneas de lo que tenía escrito. No importa. Más o menos venía a decir lo siguiente).
Por ejemplo: yo sé que a menos de quinientos metros de aquí hay un bar y en el bar hay un camarero que se acaba de meter una raya para pasar la noche lo mejor posible y justo cuando se la ha metido se ha dicho que sólo se va a meter esa, esa y nada más y cuando acababa de tomar la decisión ha llegado un coleguita que recién acaba de pillar y le dice que si se meten en la parte de atrás y se dan una alegría y al coleguita le acompaña una piva que mira con ojitos al camarero para poder privar a lo largo de la noche lo que salga del moño (mejor del coño) y el camarero ha picado.
Por ejemplo: yo sé que a menos de dos kilómetros de aquí, en una residencia de ancianos, una mujer quiere morir; quiere morir ya; quiere dejar este apestoso mundo (apestoso porque en su residencia huele fundamentalmente a mierda), lleno de funcionarios apestosos que la tratan como si fuera una anormal, ella que es toda una dama, y que le ponen pañales sin la menor deferencia. Esa mujer, en pleno uso de sus facultades mentales, está acostada y mira por la ventana y sabe que no muy allá, una vieja como ella está en su casa, acompañada por su hijo o por sus nietos o por una amiga de siempre.
Yo sé que mi mujer está bailando sobre la última ola que acaba de retirarse. Y me pregunto, ¿Cómo yo, Olmo, disfruto de mi mujer? (hasta aquí todo lo que se había borrado).
Esto es lo que ocurre en las islas: nada. Es muy difícil contar nada. Podría contar un cuadro. Podría contar una escultura. Podría contar un conato de miedo. En las islas. Rodeado de continentes. Lo he vuelto a hacer. Todo esto es tan absurdo. Quisiera encontrarme con alguien. Crusoe. Crusoe.
Por ejemplo: yo sé que a menos de dos kilómetros de aquí, en una residencia de ancianos, una mujer quiere morir; quiere morir ya; quiere dejar este apestoso mundo (apestoso porque en su residencia huele fundamentalmente a mierda), lleno de funcionarios apestosos que la tratan como si fuera una anormal, ella que es toda una dama, y que le ponen pañales sin la menor deferencia. Esa mujer, en pleno uso de sus facultades mentales, está acostada y mira por la ventana y sabe que no muy allá, una vieja como ella está en su casa, acompañada por su hijo o por sus nietos o por una amiga de siempre.
Yo sé que mi mujer está bailando sobre la última ola que acaba de retirarse. Y me pregunto, ¿Cómo yo, Olmo, disfruto de mi mujer? (hasta aquí todo lo que se había borrado).
Esto es lo que ocurre en las islas: nada. Es muy difícil contar nada. Podría contar un cuadro. Podría contar una escultura. Podría contar un conato de miedo. En las islas. Rodeado de continentes. Lo he vuelto a hacer. Todo esto es tan absurdo. Quisiera encontrarme con alguien. Crusoe. Crusoe.
Cuarto día
Las golondrinas planean y se lanzan, estrechamente abrazadas; el agua parece una cama elástica (muy azul y muy ondulada); los hebreos gustan más de los sustantivos que de los adjetivos -mundo de la blancura-; hoy ha sido todo mucho más disciplinado y quizá por eso haya sido mejor; y además he realizado unos ejercicios de cuando era joven para superar el miedo (el miedo por ejemplo de sorprender a mi madre comiéndole la polla a un embajador uzbeko o que de repente apareciera por casa una hija nacida de la succión atormentada de mi madre y que a mí su hija -mi hermanastra- me gustara, me enamorara de ella y resultara llamarse Encina. Olmo y Encina entonces) que me da el recorrer amplias salas vacías por mucho que en las paredes de dichas salas cuadros hermosos se me presenten a la vista, así, en la absoluta soledad, ¿quién ha visitado un museo absolutamente solo?
Tuve un amigo, se llamaba Fernando Loygorri, era un buen tipo y escritor. En la época en que más nos quisimos me pidió que leyera una novela suya, creo que se llamaba Inventario y aunque no recuerdo muy bien de qué iba sí se me quedó una historia entre un poeta y una mujer de Socorro Rojo que transcurría entre las paredes del Museo del Prado, una noche, los dos solos, mediada la guerra civil española. Me pareció muy hermosa la idea y también recuerdo que me emocionó el encuentro amoroso entre esos dos personajes. Espero habérselo dicho. A los artistas les gusta que les alaben (y más cuando es con motivo).
Me gustaría pasear con mi mujer por las paredes de este museo que no es el Prado pero nada es el Prado ni siquiera el mismo Prado. Mi mujer está ahora lejos. Muy lejos. No podemos estar juntos. La añoro en estas soledades magníficas, vestidas de jardines y atardeceres con golondrinas y vencejos y aunque echo de menos a los mirlos -por su canto- he de reconocer que la golondrina tiene un vuelo de lo más esbelto.
Ahora todo está en silencio. He cumplido con honra mis tareas. El calor vuelve y tengo sueño.
Titulo ruagh porque es el término que se utiliza en la Biblia para denominar lo que se podría denominar espíritu. Porque hoy mi espíritu tiene algo de valeroso y firme. Ruagh, literalmente, quiere decir soplo. El espíritu es un soplo, un aliento, un hálito, insufla temor o valentía o recelo o lujuria o densidad o desvelo o cadencia o bramido o celo o humildad o melancolía.
La noche es muy silenciosa.
Siempre me gustó el sonido de los teclados.
Todo pasa.
Me gustaría pasear con mi mujer por las paredes de este museo que no es el Prado pero nada es el Prado ni siquiera el mismo Prado. Mi mujer está ahora lejos. Muy lejos. No podemos estar juntos. La añoro en estas soledades magníficas, vestidas de jardines y atardeceres con golondrinas y vencejos y aunque echo de menos a los mirlos -por su canto- he de reconocer que la golondrina tiene un vuelo de lo más esbelto.
Ahora todo está en silencio. He cumplido con honra mis tareas. El calor vuelve y tengo sueño.
Titulo ruagh porque es el término que se utiliza en la Biblia para denominar lo que se podría denominar espíritu. Porque hoy mi espíritu tiene algo de valeroso y firme. Ruagh, literalmente, quiere decir soplo. El espíritu es un soplo, un aliento, un hálito, insufla temor o valentía o recelo o lujuria o densidad o desvelo o cadencia o bramido o celo o humildad o melancolía.
La noche es muy silenciosa.
Siempre me gustó el sonido de los teclados.
Todo pasa.
Ventanas
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Fantasmagorías
Meditación sobre las formas de interpretar
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Narrativa
Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/08/2014 a las 23:20 |