Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

ÉL: Abandonar ahora (remueve las ascuas de una vieja estufa de carbón. Estamos a principios del siglo XX en la ciudad de Praga, en la Calle de los Alquimistas, si se quiere). Como si me hubiera quedado dormido. Mil ángeles sobre mí y la dulzura de unos dedos que surcaran mi cabello como si estuvieran sembrando. Podría valerme. Decir adiós con un gesto de la mano. Recordar a mi hijo cuando me quería. Podría reflexionar sobre algo (termina de remover las ascuas. Se frota las manos. Tiene un acceso de intenso dolor en los esternocleidomastoideos que dura unos minutos. No gritará. No maldecirá. Sabe que esa rigidez del cuello le durará días. Se chocará con objetos que se encuentren fuera de su estrecho campo de visión. Husmea en un cajón. Siente el impulso fuerte. La marea roja. La máscara). Preguntármelo todo una vez más y darme las mismas respuestas de siempre. En esta hora fría y tonta en la parte alta de la ciudad de Praga a principios del siglo XX. Nadie me echará de menos hasta dentro de unas horas. El infierno es los otros (hace una pausa. Medita sobre si. El silencio se va haciendo grande a medida que avanza la rigidez en el cuello). Mi verdadero corazón no contiene nada. Lo verdadero ha de estar vacío. A mí aún me queda materia en el corazón. No te lo puedo enseñar verdadero. ¡Qué ingenuo y estúpido siempre, siempre, siempre! (En un lavabo mugriento -verdín, óxidos, restos orgánicos, patas y cuerpos de insectos- se lava las manos y se las seca con un trapo manchado de reglas). No sé si la vida me dará para vaciarlo. Tampoco querrías verlo. Mirar el vacío debe de ser como quedarse ciego. Hoy no es agosto y tiemblo y divago sobre corazones huecos a los que imagino como inmensos orfanatos sin huérfanos sobre cuyas paredes siempre golpea la misma sombra (Recuerda una escena con su hijo. Hace más de veinte años. No llega a emocionarse). Nunca en este mes estuvimos juntos (su hijo y él, creemos). Afuera llovía. Olía a norte con bosque de castaños infectados de eucaliptus. Tú corrías con tus primos. Tu madre te miraba mientras a su lado una de sus hermanas -rubia como descendiente de francos- permite que el sol enrede sus rayos en sus cabellos. Esta escena, bien lo sabes, es una broma, un chiste desde el Averno. (Ríe mucho y con tristeza). Un padre y su hijo se han abrazado cerca de mi casa; el perro ha bebido a mis espaldas; debo irme una tarde más; una tarde más sin saber... hace muchos, muchos años en un reino junto al mar... nunca vieron tan blanca la luna... adiós... adiós (cómo llora, cómo forma un océano, cómo se agostan los campos, cómo rugen los inviernos, cómo se arranca el corazón que no estaba hueco).
 

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Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/08/2025 a las 13:24 | Comentarios {0}








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