Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
XXI
Yo amé a T.*. Lo amé de dos maneras: como amigo y como amante. Muchas veces en estos últimos años de mi vida y también ahora, cuando espero que aparezca M., me viene a la memoria la cueva, su cuerpo desnudo y sus ojos de un verde otoñal -creo que esto ya lo he escrito en otro momento** probablemente hace muchos años-. La moral mediterránea que es fea, católica y sentimental -como el marqués de Bradomín-, nunca quiso entender la sexualidad como un acto de entrega puro. Algunos dicen que fue Oscar Wilde quien escribió -o dijo- que todo en la vida es sexo menos el sexo... y creo que terminaba la frase con un ...el sexo es poder. No me interesa esta última parte. No creo en ella. Creo que puede ser muy cierta en muchas ocasiones pero no confío en ella como un axioma del que emane toda una línea de pensamiento. En cambio la primera parte me sugiere tanta belleza que no puedo sino estar de acuerdo con ella y alabarla. El sexo con T. trascendía el sexo y trascendía la vida y trascendía la moral fea, católica y sentimental de la cultura mediterránea -y recordemos que el catolicismo es hijo dilectísimo del judaísmo y recordemos aún más que si los alemanes no quisieron verse incluidos en la cultura mediterránea y se declararon hijos de Grecia -Hegel- sólo lo hicieron para renegar aún más de la iglesia católica y hacer más propia e independiente su religión protestante. Pero Alemania es también mediterránea. No así Inglaterra o Dinamarca-. Desvarío pero no tanto porque yo soy judío y tengo antepasados teutones***. Sólo que escribía sobre T. Recordaba a T. en un alba que nos sorprendió agotados tras una noche de amor y furia. T. me había sodomizado varias veces, me sangraba el ano, tanto había sido mi placer y mi dolor. Yo le había arañado. Había arrancado a tiras la piel de su espalda mientras le nombraba con los nombres de héroes griegos que lucharon contra los troyanos frente a sus murallas durante once largos años para recuperar la belleza. Como decía nos sorprendió la aurora con sus rosáceos dedos y él, tomándome de la mano, me dijo, Debes venir a bañarte en las aguas del mar. Al dolor que sientes se unirá el escozor de la sal. Todo sea por un amor que Afrodita bendice. Y que Ares sanciona, le respondí yo. Juntos sufrimos la cura de la sal en las aguas del mar. Llega M. Reparo en su cansancio. Me dice que con un baño de agua muy caliente se le pasará. Le pido que esta noche me meta los dedos por el culo. Sonríe. Me muestra sus manos. Son pequeñas. Quizá se lo pido porque hay algo en M. que me recuerda a T. O sencillamente porque tengo ganas de sufrir el placer que es la mejor manera de gozar el dolor.
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* T. podría ser un personaje que aparece varias veces en los textos de Isaac con distintas iniciales. A veces lo llama R., otras lo llama O. y una tercera inicial es la de L. Cuando aparezcan -y si no se me olvida este comentario- pondré una nota en la que estableceré los motivos por los que creo que T./R./O./L. es siempre el mismo.
** Quiero recordar que el orden en el que transcribo estas memorias de invierno de Isaac no se corresponde con el orden en que él escribió. En el caso de la descripción del color de sus ojos como de un verde otoñal, yo lo he colocado en el capítulo 19 de este Libro de las soledades, es decir tres capítulos atrás -si quieres leer el capítulo no tienes más que clicar sobre el texto resaltado en verde-. Sin embargo es cierto que Isaac recuerda bien porque, -y es sólo un ejemplo de las libertades que me estoy tomando en la ordenación de sus textos- el párrafo en el que describe a T., Isaac lo escribe casi siete años antes del texto que ahora transcribo.
*** Isaac nunca reveló su origen, decía que esa era la manera más hermosa de declararse apátrida.
Si mañana es el día, habré de gozar el día de hoy. Si es mañana cuando todo se descubre y el sol se oscurece hasta quedar convertido en una piedra abrasada y convertida en carbón, entonces quiero que sea hoy el día. No mañana. Quiero que sea hoy cuando sobre los prejuicios y la moral yo me encuentre desnudo en mitad del patio y, tras haber apilado toda la poca cultura que haya podido amasar, quemarme en ella y gritar hasta enmudecer al gallo y hacerle parecer cobarde. Porque hay hoy una savia salvaje que me llega desde los pies y que hace que mi verga sea el mástil de mi corazón como hogaño lo fue la creencia absoluta en que el mundo de los hombres globalizados nos ha mostrado su faz más perversa.
Si mañana es el día reniego de los arúspices y no quiero ver hígados de aves ante mí, ni deseo que nadie me enseñe los arcanos de los colores morados en las vísceras de las bestias. Porque hay en mis manos la dulzura del canto y hay en mi pecho una melancolía que no se puede llamar triste. Porque si es cierto que me llaga la aurora, lo es también que acentúo con corrección. Así es que el cabello que contemplaré mañana es ya el cabello que contemplo ahora que lo pulso. No hay mañana. Hay en mi espectro la carne como anzuelo y en mi carne el espectro se comporta como una idea directriz que encauzara mi vida por el pequeño regato de mi propio existir.
Que no tengo conciencia. Que reniego de los viernes. Que no tengo tiempo de volverme loco por más que los gritos de los niños me recuerden, a veces, el caudal inconsolable de una piara de cerdos camino del matadero. Que no tengo miedo. Que mis pulmones antes o después se quedarán secos y probablemente todas estas palabras se las llevará el viento. No vengo a quejarme. Sólo que no espero ni quiero ver mis obras en los carteles de los teatros del mundo ni espero siquiera un comentario de apoyo a los doce años que llevo escribiendo esta revista digital. Esta revista en el éter. Esta revistilla que me recuerda a la de un escritor austriaco de los años cincuenta cuyo nombre he olvidado.
Si mañana presagia pasado mañana cosa suya es. Yo sólo estoy dispuesto a inmolarme por los libros que pueblan las paredes de mi casa y que, gracias a su grosor, atenúan un poco las voces de los otros. Sí, lo juro, no deseo nada más que verme aislado en una tormenta de nieve y sonreír mientras entono un Angelus o canto parecido que sugiera cierto misticismo en mi sonrisa. Sonrisa del cadáver que ya soy. Que ya estoy muerto. Por fin se despejó la incógnita. Por fin ya no tengo miedo (ni lo tiento).
Porque hay en la nevera una cerveza con alcohol auguro una batalla. Porque me aíslo con los auriculares. Porque mañana siempre necesita una horas de más.
Si mañana es el día reniego de los arúspices y no quiero ver hígados de aves ante mí, ni deseo que nadie me enseñe los arcanos de los colores morados en las vísceras de las bestias. Porque hay en mis manos la dulzura del canto y hay en mi pecho una melancolía que no se puede llamar triste. Porque si es cierto que me llaga la aurora, lo es también que acentúo con corrección. Así es que el cabello que contemplaré mañana es ya el cabello que contemplo ahora que lo pulso. No hay mañana. Hay en mi espectro la carne como anzuelo y en mi carne el espectro se comporta como una idea directriz que encauzara mi vida por el pequeño regato de mi propio existir.
Que no tengo conciencia. Que reniego de los viernes. Que no tengo tiempo de volverme loco por más que los gritos de los niños me recuerden, a veces, el caudal inconsolable de una piara de cerdos camino del matadero. Que no tengo miedo. Que mis pulmones antes o después se quedarán secos y probablemente todas estas palabras se las llevará el viento. No vengo a quejarme. Sólo que no espero ni quiero ver mis obras en los carteles de los teatros del mundo ni espero siquiera un comentario de apoyo a los doce años que llevo escribiendo esta revista digital. Esta revista en el éter. Esta revistilla que me recuerda a la de un escritor austriaco de los años cincuenta cuyo nombre he olvidado.
Si mañana presagia pasado mañana cosa suya es. Yo sólo estoy dispuesto a inmolarme por los libros que pueblan las paredes de mi casa y que, gracias a su grosor, atenúan un poco las voces de los otros. Sí, lo juro, no deseo nada más que verme aislado en una tormenta de nieve y sonreír mientras entono un Angelus o canto parecido que sugiera cierto misticismo en mi sonrisa. Sonrisa del cadáver que ya soy. Que ya estoy muerto. Por fin se despejó la incógnita. Por fin ya no tengo miedo (ni lo tiento).
Porque hay en la nevera una cerveza con alcohol auguro una batalla. Porque me aíslo con los auriculares. Porque mañana siempre necesita una horas de más.
Ensayo
Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/10/2020 a las 18:56 | {0}
Un fraile y una monja de Cornelius van Haarlem. 1591
La historia de las ideas. La hermeneútica. Fluir entre las distintas épocas. Que lo interesante sea la interpretación de los hechos no la novedad. La calma del discurso. Las fuentes -que como auténticos manantiales originan los grandes ríos del pensamiento- como soporte puro de una argumentación -sin juicios de valor sobre ellas. Expuestas desnudas. Sin necesidad de transparencia sino de confianza (porque lo opuesto a la confianza es la transparencia)- con valor en sí mismas. Como ejemplo: acudir al encuentro de dos mundos en la idea del amor cortés.
Provengo, como Olmo Z, de las grandes ciudades de Europa del Oeste (si quieres conocer algo más de Olmo cliquea sobre su nombre resaltado en verde). Por mi sangre -en su componente pneumático- corre el espíritu de la Escuela de Traductores de Toledo y adopto para mí la idea del fantasma como origen del pensamiento. Los mitos de cada época corresponden a los fantasmas de su imaginación. El fantasma de la imaginación actual es el control del mundo mediante la ciencia cuantitativa. Lo interesante no es la novedad de esa idea sino a partir de qué interpretación de los pasados fantasmas del pensamiento se ha llegado al fantasma presente.
Lo antropológico no es el ser sino los hechos de ser.
Sostengo que no hay que atacar furiosamente idea ninguna sino relacionarla con las ideas de su mismo ámbito objetual y a partir de ese encuentro hacer una crítica y llegar, si se quiere, a la corporalidad -mediante la escritura, el habla o cualquier otro modo de expresión- de los fantasmas que generaron esas ideas. Porque en el pensamiento aún actúan como fantasmas las ideas. Corporeizarlas sería -utilizando la analogía sanguínea- añadir a su pneuma sus sustancias materiales (hematíes, leucocitos, plasma, proteínas, etc...).
Al mirar los rostros cubiertos por el temor al contagio, acude a mí aquel viejo fantasma del pope búlgaro Bogomil que apareció en el siglo X de nuestra era y que retomó los fantasmas de Mani. El bogomilismo consideraba al adversario de Dios, Satán, como creador del mundo visible e inspirador del Antiguo Testamento; también Bogomil predicaba el encratismo o abandono del matrimonio y la abstención de mantener relaciones sexuales para no perpetuar la creación malvada del Demonio... nosotros, el Ser Humano con instintos de Mono.
Así devenimos entre fantasmas y materializaciones. Ensimismados, como si tiempo y espacio fueran las únicas vibraciones que somos capaces de captar. Enmascarados. Siempre con el temor de la muerte a cuestas sin llegar a aceptar -con la sonrisa del que se sabe vencido de antemano- que nacer es empezar a morir.
Ensayo
Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/10/2020 a las 17:55 | {0}
Me encuentro lejos de las palabras mascarilla, pandemia, enfermedad, contagio, confinamiento, ciencia, política.
Tengo razones bien fundamentadas para asegurar que el miedo es una de las armas que el poder ha utilizado más para someter a los ciudadanos/súbditos/plebe.
La enfermedad y el contagio.
Por eso camino por los montes y escudriño en la lejanía la aparición de un zorro. Me importa el zorro. Probablemente porque no me encuentro en deuda con él.
Otra de las grandes armas del poder es la utilización de la deuda (el impuesto es un tipo de deuda). El miedo a la deuda. La sacralidad de la deuda. Somos en tanto que adeudamos. Somos en tanto que otros fueron y porque fueron les debemos lo que somos.
Ideas concebidas. Ideas que se aposentan en nuestros cerebros -tabulas rasas- en los años de formación.
Deconstruir entonces. Aprender a deconstruir. Quizá también destruir. Destrucción de sistemas de valores. Quizá deconstruir antes de destruir para que tras la destrucción partamos hacia una construcción.
El hombre es un ser que construye.
El hombre no ha construido los mundos. Ni tan siquiera ha hecho la división de los mundos. El mundo en tanto en cuanto ámbito de todos los ámbitos (Heidegger desde Marcus Gabriel).
Hay que atacar el sistema democrático liberal para que caiga por su propio peso. Porque el sistema democrático liiberal se ha convertido en un sistema mediocrático (Enrique Dussel)
Tengo doloridas las yemas de los dedos. Parece este dolor una metáfora de lo que sufro al pensar y al traducir lo pensado a la escritura. Que lo sepáis: escribir duele. ¿Porque nunca se escribe lo que se ha pensado? ¿Porque en las transcripciones/traducciones de unas formas a otras de expresión se va mutando -aunque sea levísimamente- el origen?
La lucha entonces es no dejarse caer en el abatimiento y no concluir, ¡Nunca! ¡Nunca!, que se está bien como se está. Si el poder nos quiere temerosos -siempre nos ha querido al pueblo temeroso- tenemos que levantarnos y rechazar los miedos que pretendan inculcarnos/inocularnos.
También es virus el miedo.
Reflexionaré más. Reflexionaré hasta reventar. Reflexionaré hasta que se me envenene de vejez el pensamiento si es que alguna vez se me envenena porque soy ingenuo y en la ingenuidad se encuentra la llave de la rebelión.
Rebelarse es reflexionar. De la reflexión a la rebelión.
La decadencia de Occidente está llegando a su cenit. Ayudemos a que se derrumbe de una vez... y para siempre.
Tengo razones bien fundamentadas para asegurar que el miedo es una de las armas que el poder ha utilizado más para someter a los ciudadanos/súbditos/plebe.
La enfermedad y el contagio.
Por eso camino por los montes y escudriño en la lejanía la aparición de un zorro. Me importa el zorro. Probablemente porque no me encuentro en deuda con él.
Otra de las grandes armas del poder es la utilización de la deuda (el impuesto es un tipo de deuda). El miedo a la deuda. La sacralidad de la deuda. Somos en tanto que adeudamos. Somos en tanto que otros fueron y porque fueron les debemos lo que somos.
Ideas concebidas. Ideas que se aposentan en nuestros cerebros -tabulas rasas- en los años de formación.
Deconstruir entonces. Aprender a deconstruir. Quizá también destruir. Destrucción de sistemas de valores. Quizá deconstruir antes de destruir para que tras la destrucción partamos hacia una construcción.
El hombre es un ser que construye.
El hombre no ha construido los mundos. Ni tan siquiera ha hecho la división de los mundos. El mundo en tanto en cuanto ámbito de todos los ámbitos (Heidegger desde Marcus Gabriel).
Hay que atacar el sistema democrático liberal para que caiga por su propio peso. Porque el sistema democrático liiberal se ha convertido en un sistema mediocrático (Enrique Dussel)
Tengo doloridas las yemas de los dedos. Parece este dolor una metáfora de lo que sufro al pensar y al traducir lo pensado a la escritura. Que lo sepáis: escribir duele. ¿Porque nunca se escribe lo que se ha pensado? ¿Porque en las transcripciones/traducciones de unas formas a otras de expresión se va mutando -aunque sea levísimamente- el origen?
La lucha entonces es no dejarse caer en el abatimiento y no concluir, ¡Nunca! ¡Nunca!, que se está bien como se está. Si el poder nos quiere temerosos -siempre nos ha querido al pueblo temeroso- tenemos que levantarnos y rechazar los miedos que pretendan inculcarnos/inocularnos.
También es virus el miedo.
Reflexionaré más. Reflexionaré hasta reventar. Reflexionaré hasta que se me envenene de vejez el pensamiento si es que alguna vez se me envenena porque soy ingenuo y en la ingenuidad se encuentra la llave de la rebelión.
Rebelarse es reflexionar. De la reflexión a la rebelión.
La decadencia de Occidente está llegando a su cenit. Ayudemos a que se derrumbe de una vez... y para siempre.
Ensayo
Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/10/2020 a las 20:40 | {0}
Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
XX
El viento entonces. El viento son recuerdos. Del viento han llegado. El brillo del sol sobre las aguas. La risas que se escuchan a lo lejos. Manos suaves en la espalda de la muchacha que mientras hace una felación ora. La juventud que vuelve. La juventud que se mantiene.
Donjuan ha estado fuera varios días. Ha vuelto agotado, con las orejas gachas como si supusiera que su ausencia me iba a enfurecer. Como si yo no supiera que por el aire de estas selvas el aroma de las perras en celo estaba soliviantando su carácter de natural tranquilo. Viene herido Donjuan. Habrá peleado por preñar. Habrá peleado por cumplir con el imperativo de la especie. Podría haber muerto, habría muerto si hubiera sido necesario. La llamada. La llamada de la preñez es como una peste que aprieta las ganas de todas las células eucariotas. Dividirse. Perdurar. Transmitirse. Morir.
Ventolera. Una noche de luna llena. Entra su luz blanca por la abertura de la cueva. Cae la luz sobre el rostro de T. y es mi cabeza quien se interpone entre ellos y es mi boca la que se acerca a la boca de T. y muerde sus labios. T. me abraza con sus brazos fuertes y me aprieta contra su torso. Nuestras vergas se encuentran empalmadas. Yo tomo la suya con mi mano izquierda y subo y bajo su tallo hasta que con una delicadeza que me extenúa me susurra que todavía no, que le bese, que lo apriete, que me pegue a él como si fuéramos la noche y el día. Nos perseguimos en el lecho hecho a base de hierbas y briznas. T. huele a toro y luna. Yo huelo a árbol y miel. ¡Qué estruendoso el gemido de dos hombres que se comen las pollas! ¡Qué fuerza sus alientos al enrojecer! ¡Qué briosas sus nalgas! ¡Qué tensos sus músculos! ¡Viriles, las mandíbulas se aferran al cuello del otro y quisiéramos sorbernos las sangres!
Han pasado los días. T. ha quedado disuelto en una pregunta que me hago cuando anochece. Y así han pasado los días. No siempre se puede escribir del deseo y su cumplimiento.
La Era Moderna empieza con el Descubrimiento/Conquista de América por los españoles en 1492. Ginés de Sepúlveda fue el que, a partir de sus conocimientos filosóficos (había entre otros estudiado a Aristóteles en la Universidad de Alcalá de Henares) arguye mediante categorías que los indios no tienen alma y por lo tanto pueden ser tratados como animales y ser obligados a trabajar en las minas hasta matarlos.
Esta consideración de ser animales excluía por su propia categoría -la animalidad- la devoción. Los indígenas sí devocionaban -me permito el neologismo- y entre todas las cosas rendían culto a la Madre Tierra -a Pachamama- a la cual para poder alimentarse de ella ellos la alimentaban a su vez. Por eso cuando los conquistadores los obligan a expoliar a la Madre Tierra vaciándola de su oro y de su plata sin ofrecerle nada a cambio, los indios sienten que les están obligando a violar -en su literalidad- a su propia madre. Es decir la Edad Moderna se inicia mediante el Crimen de violación de la Madre.
Cualquier ética sabe que todo aquello que se basa en un crimen acarreará grandes sufrimientos.
Volveré a T. sólo que desde hace días, al anochecer, el crimen de violación de la Madre Tierra me impide escribir con alegría un acto puro de la naturaleza.
Donjuan ha estado fuera varios días. Ha vuelto agotado, con las orejas gachas como si supusiera que su ausencia me iba a enfurecer. Como si yo no supiera que por el aire de estas selvas el aroma de las perras en celo estaba soliviantando su carácter de natural tranquilo. Viene herido Donjuan. Habrá peleado por preñar. Habrá peleado por cumplir con el imperativo de la especie. Podría haber muerto, habría muerto si hubiera sido necesario. La llamada. La llamada de la preñez es como una peste que aprieta las ganas de todas las células eucariotas. Dividirse. Perdurar. Transmitirse. Morir.
Ventolera. Una noche de luna llena. Entra su luz blanca por la abertura de la cueva. Cae la luz sobre el rostro de T. y es mi cabeza quien se interpone entre ellos y es mi boca la que se acerca a la boca de T. y muerde sus labios. T. me abraza con sus brazos fuertes y me aprieta contra su torso. Nuestras vergas se encuentran empalmadas. Yo tomo la suya con mi mano izquierda y subo y bajo su tallo hasta que con una delicadeza que me extenúa me susurra que todavía no, que le bese, que lo apriete, que me pegue a él como si fuéramos la noche y el día. Nos perseguimos en el lecho hecho a base de hierbas y briznas. T. huele a toro y luna. Yo huelo a árbol y miel. ¡Qué estruendoso el gemido de dos hombres que se comen las pollas! ¡Qué fuerza sus alientos al enrojecer! ¡Qué briosas sus nalgas! ¡Qué tensos sus músculos! ¡Viriles, las mandíbulas se aferran al cuello del otro y quisiéramos sorbernos las sangres!
Han pasado los días. T. ha quedado disuelto en una pregunta que me hago cuando anochece. Y así han pasado los días. No siempre se puede escribir del deseo y su cumplimiento.
La Era Moderna empieza con el Descubrimiento/Conquista de América por los españoles en 1492. Ginés de Sepúlveda fue el que, a partir de sus conocimientos filosóficos (había entre otros estudiado a Aristóteles en la Universidad de Alcalá de Henares) arguye mediante categorías que los indios no tienen alma y por lo tanto pueden ser tratados como animales y ser obligados a trabajar en las minas hasta matarlos.
Esta consideración de ser animales excluía por su propia categoría -la animalidad- la devoción. Los indígenas sí devocionaban -me permito el neologismo- y entre todas las cosas rendían culto a la Madre Tierra -a Pachamama- a la cual para poder alimentarse de ella ellos la alimentaban a su vez. Por eso cuando los conquistadores los obligan a expoliar a la Madre Tierra vaciándola de su oro y de su plata sin ofrecerle nada a cambio, los indios sienten que les están obligando a violar -en su literalidad- a su propia madre. Es decir la Edad Moderna se inicia mediante el Crimen de violación de la Madre.
Cualquier ética sabe que todo aquello que se basa en un crimen acarreará grandes sufrimientos.
Volveré a T. sólo que desde hace días, al anochecer, el crimen de violación de la Madre Tierra me impide escribir con alegría un acto puro de la naturaleza.
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Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/10/2020 a las 17:10 | {0}
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Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/10/2020 a las 17:37 | {0}