Escrito por Isaac Alexander
				 
				 
				 
				 Edición y notas de Fernando Loygorri
			 
			 XX
         El viento entonces. El viento son recuerdos. Del viento han llegado. El brillo del sol sobre las aguas. La risas que se escuchan a lo lejos. Manos suaves en la espalda de la muchacha que mientras hace una felación ora. La juventud que vuelve. La juventud que se mantiene. 
   
Donjuan ha estado fuera varios días. Ha vuelto agotado, con las orejas gachas como si supusiera que su ausencia me iba a enfurecer. Como si yo no supiera que por el aire de estas selvas el aroma de las perras en celo estaba soliviantando su carácter de natural tranquilo. Viene herido Donjuan. Habrá peleado por preñar. Habrá peleado por cumplir con el imperativo de la especie. Podría haber muerto, habría muerto si hubiera sido necesario. La llamada. La llamada de la preñez es como una peste que aprieta las ganas de todas las células eucariotas. Dividirse. Perdurar. Transmitirse. Morir.
   
Ventolera. Una noche de luna llena. Entra su luz blanca por la abertura de la cueva. Cae la luz sobre el rostro de T. y es mi cabeza quien se interpone entre ellos y es mi boca la que se acerca a la boca de T. y muerde sus labios. T. me abraza con sus brazos fuertes y me aprieta contra su torso. Nuestras vergas se encuentran empalmadas. Yo tomo la suya con mi mano izquierda y subo y bajo su tallo hasta que con una delicadeza que me extenúa me susurra que todavía no, que le bese, que lo apriete, que me pegue a él como si fuéramos la noche y el día. Nos perseguimos en el lecho hecho a base de hierbas y briznas. T. huele a toro y luna. Yo huelo a árbol y miel. ¡Qué estruendoso el gemido de dos hombres que se comen las pollas! ¡Qué fuerza sus alientos al enrojecer! ¡Qué briosas sus nalgas! ¡Qué tensos sus músculos! ¡Viriles, las mandíbulas se aferran al cuello del otro y quisiéramos sorbernos las sangres!
   
Han pasado los días. T. ha quedado disuelto en una pregunta que me hago cuando anochece. Y así han pasado los días. No siempre se puede escribir del deseo y su cumplimiento.
   
La Era Moderna empieza con el Descubrimiento/Conquista de América por los españoles en 1492. Ginés de Sepúlveda fue el que, a partir de sus conocimientos filosóficos (había entre otros estudiado a Aristóteles en la Universidad de Alcalá de Henares) arguye mediante categorías que los indios no tienen alma y por lo tanto pueden ser tratados como animales y ser obligados a trabajar en las minas hasta matarlos.
Esta consideración de ser animales excluía por su propia categoría -la animalidad- la devoción. Los indígenas sí devocionaban -me permito el neologismo- y entre todas las cosas rendían culto a la Madre Tierra -a Pachamama- a la cual para poder alimentarse de ella ellos la alimentaban a su vez. Por eso cuando los conquistadores los obligan a expoliar a la Madre Tierra vaciándola de su oro y de su plata sin ofrecerle nada a cambio, los indios sienten que les están obligando a violar -en su literalidad- a su propia madre. Es decir la Edad Moderna se inicia mediante el Crimen de violación de la Madre.
Cualquier ética sabe que todo aquello que se basa en un crimen acarreará grandes sufrimientos.
   
Volveré a T. sólo que desde hace días, al anochecer, el crimen de violación de la Madre Tierra me impide escribir con alegría un acto puro de la naturaleza.
  
					 Donjuan ha estado fuera varios días. Ha vuelto agotado, con las orejas gachas como si supusiera que su ausencia me iba a enfurecer. Como si yo no supiera que por el aire de estas selvas el aroma de las perras en celo estaba soliviantando su carácter de natural tranquilo. Viene herido Donjuan. Habrá peleado por preñar. Habrá peleado por cumplir con el imperativo de la especie. Podría haber muerto, habría muerto si hubiera sido necesario. La llamada. La llamada de la preñez es como una peste que aprieta las ganas de todas las células eucariotas. Dividirse. Perdurar. Transmitirse. Morir.
Ventolera. Una noche de luna llena. Entra su luz blanca por la abertura de la cueva. Cae la luz sobre el rostro de T. y es mi cabeza quien se interpone entre ellos y es mi boca la que se acerca a la boca de T. y muerde sus labios. T. me abraza con sus brazos fuertes y me aprieta contra su torso. Nuestras vergas se encuentran empalmadas. Yo tomo la suya con mi mano izquierda y subo y bajo su tallo hasta que con una delicadeza que me extenúa me susurra que todavía no, que le bese, que lo apriete, que me pegue a él como si fuéramos la noche y el día. Nos perseguimos en el lecho hecho a base de hierbas y briznas. T. huele a toro y luna. Yo huelo a árbol y miel. ¡Qué estruendoso el gemido de dos hombres que se comen las pollas! ¡Qué fuerza sus alientos al enrojecer! ¡Qué briosas sus nalgas! ¡Qué tensos sus músculos! ¡Viriles, las mandíbulas se aferran al cuello del otro y quisiéramos sorbernos las sangres!
Han pasado los días. T. ha quedado disuelto en una pregunta que me hago cuando anochece. Y así han pasado los días. No siempre se puede escribir del deseo y su cumplimiento.
La Era Moderna empieza con el Descubrimiento/Conquista de América por los españoles en 1492. Ginés de Sepúlveda fue el que, a partir de sus conocimientos filosóficos (había entre otros estudiado a Aristóteles en la Universidad de Alcalá de Henares) arguye mediante categorías que los indios no tienen alma y por lo tanto pueden ser tratados como animales y ser obligados a trabajar en las minas hasta matarlos.
Esta consideración de ser animales excluía por su propia categoría -la animalidad- la devoción. Los indígenas sí devocionaban -me permito el neologismo- y entre todas las cosas rendían culto a la Madre Tierra -a Pachamama- a la cual para poder alimentarse de ella ellos la alimentaban a su vez. Por eso cuando los conquistadores los obligan a expoliar a la Madre Tierra vaciándola de su oro y de su plata sin ofrecerle nada a cambio, los indios sienten que les están obligando a violar -en su literalidad- a su propia madre. Es decir la Edad Moderna se inicia mediante el Crimen de violación de la Madre.
Cualquier ética sabe que todo aquello que se basa en un crimen acarreará grandes sufrimientos.
Volveré a T. sólo que desde hace días, al anochecer, el crimen de violación de la Madre Tierra me impide escribir con alegría un acto puro de la naturaleza.
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Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/10/2020 a las 17:10 |