Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Por la mañana sintió una leve desavenencia entre su estómago y el mundo (ahora piensa con descaro, con cierta sorna de sí mismo, que su estómago y el mundo llevaban enfrentados hace ya mucho tiempo y que esos enfrentamientos absurdos, esas rabias intestinas, ese rumiar, le llevaron entre otras cosas a esa leve desavenencia de aquella mañana del 16 de noviembre de 2017). Todo parecía muy normal dentro de la anormalidad de los últimos cuatro años en cuanto al tiempo se refiere. En su tierra había dejado de llover. El tiempo y el tiempo (le parece que en su idioma hay una lógica aplastante en el uso de la misma palabra para el transcurrir de las cosas y los accidentes meteorológicos. Porque el segundo y la lluvia o la hora y el viento o la marea y los años luz tienen unos paralelismos que quizás en otras lenguas no se puedan ver tan claramente como en la nuestra, el inglés –por ejemplo- tan imprecisa para tantas cosas y tan precisa para otras) estaban raros aunque sabía que ese adjetivo apenas añadía nada a lo que quería expresar y comparaba los adjetivos con los colores de una paleta de Cezanne ¡Cuidado con los colores, cuidado con los adjetivos! Porque al escribir raro ¿qué quería transmitir? ¿Un cambio de ritmo? ¿Resonancias? ¿Arritmias?  ¿Excentricidades? ¿Modorra de la lluvia? ¿Alteraciones de los minutos? ¿Qué categorías abarcaban lo raro? Así viajaba el cerebro en las primeras horas de la mañana de aquel 16 de noviembre de 2017 por mucho que él hiciera la rutina sin ser consciente de estos pensamientos que viajaban en una zona intermedia entre el inconsciente y el consciente y sin saber que ahí se iban a quedar hasta que 14 días más tarde empezaran a emerger libremente, un poco alborotados, casi, casi, sin ganas de orden.
La mañana fue una mañana, cualquier mañana; no fue una mañana especial que pudiera escribirse con un inicio así: eran las diez de la mañana y me odiaba… dejando ambiguo si odiar era reflexivo o es que alguien le odiaba. Terminó de hacerse el café. Se tomó el Omeoprazol. Se tomó la pastilla de Prednisona. Se puso la gota de Pred-Forte en el ojo derecho. Se fumó el cigarrillo.
 

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/11/2017 a las 11:32 | Comentarios {2}


Ayer cumplí cincuenta y siete años y durante un rato pensé que la vida realmente pasa y al mismo tiempo sentí que apenas nada ha pasado. Concluí entonces que cuando la vida se piensa pasa y cuando se siente está quieta. Fue una conclusión en todo caso humorística.
Me deseo un feliz año y sé qué entiendo por felicidad: ausencia de dolor físico. Todos los demás dolores serán siempre una opinión y podré, si llega el caso, rebatirme a mí mismo.
Por lo demás el día ha sido alegre. El primer regalo ha sido dar un paseo por el Museo donde soy guía con unos niños de entre tres y cuatro años. No sé por qué esa edad provoca en mí una inmensa cercanía. Nada más presentarme ante ellos, un crío me ha dicho, Tienes la pierna quebrada y a mí me ha parecido una frase preciosa y una forma elegante de señalar una particularidad.
Luego he hecho una compra de alimentos y sentía el olor del puerro como el olor de la vida: intenso y algo picante.
He paseado con Nilo al que me une una preciosa amistad y luego ha venido Violeta, mi hija, y hemos pasado la tarde en una calma que apenas me permitía recordar los cuidados que aún le debo a mi ojo derecho. Junto a ella he organizado un viaje que me ilusiona. Junto a ella siento que su ser solo me hace estar más vivo. Más tarde cuando Violeta se ha bajado a Madrid, L. me ha vuelto a felicitar y me ha dicho una frase que no ha sabido cuánto le agradecía. He recibido las llamadas de las personas exactas y me he prohibido terminantemente pensar en otras. Luego he decidido regalarme la noche porque mañana vuelve a empezar a todo.
Sí, ayer, catorce de noviembre de dos mil diecisiete, alcancé la edad de los cincuenta y siete años.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/11/2017 a las 00:04 | Comentarios {4}


Yo no desnudo ante Dios
No mono
No Polo Norte. Descubridor de... sí

Hay en la esfera
en el dibujo de la esfera
en la perfección del círculo dibujado de un solo trazo

Sonido de campana entre la niebla
Cuchilla que corta un tendón de la vaca
Masectomía (quizá)

Puede ser que el velo rasgado, el sonido del velo rasgado, las rasgadura en un velo de tul
Es invierno, se crea una suerte de vaho, Nada es mínimo. Hay un corte de cuchilla en las distancias. O el sexo tan cerca de la boca. O el olor de la naturaleza. O la senda de los menhires.

No yo con el corazón en las manos ante un serafín
No es Lilith
No es Rebeca
No es Amón ni Absalón
Ni el Rey David cansado de voluptuosidades. Cansado de las venganzas de Yahvé.

Es, sí, campanas. Tropas de asalto. La gallina que casi no es pájaro. El gorrión que podría ser estereotipo de todos los pájaros. No la gallina. No tampoco el pavo real. La gallina no. Desde luego que no. La gallina no es pájaro. No, no.
Ahora tomaré las castañuelas. Ahora repartiré cartas. La mañana avanza con una rapidez que deja atrás al sol. Ahora es un pantano muerto. Ahora es una almohada con algo de gas. Ahora es un sueño que tiene forma de espina. ¡Cuántos sueños con forma de espina! ¡Qué difícil la mano!
El pasadizo es antiguamente y se venera. Si mantienes la nota, te diría, ¡Oh, músico ciego! el proverbio. Surgen las historias viejas, las que están en todos nosotros, las que son nuestra sangre de especie como la comadreja le contará a sus crías las historias que necesiten saber para ser comadrejas. No otras, no, no otras. Encasillados en comadrejas o en hombres. Categorizados. Taxonomizados. Desde ahí, ¡oh, músico! si mantienes la nota podré ver el árbol y podré ponerle nombre. Lo llamaré Herbert Nicasio o Leuba Cástor. No desde cierto grado... no, no...

Yo no desnudo ante la selva
Ni quieto en la constancia de la neblina
No importa que la mancha se mueva ni que se convierta por arte del movimiento del ojo en humo no importa la tentación del cobre ni lo mustio que puede quedar un beso si tras darlo la casa se viene abajo y el huracán muestra su fuerza. La quietud es la forma última. Lo sabe el octavo círculo. Lo sabe la nereida. Lo sabe la fuente seca. Lo sabe la mejilla. Lo sabe el gusano. Dice incluso que lo saben... aprieta. Ese soplo que salga tenaz y constante. Aprieta la mandíbula si quieres mientras te cepillo el pelo y dejo en las puntas leves ondas cuales aguas limpias que llegaran a la orilla de un lago al norte. Apriétame el cuello. Grítame algo. Escupe dentro de mi boca. Sacúdeme una vez más. Atorníllame en las rodillas tuercas o macera mi mano en cal viva. Hasta la noche. La noche malva. Yo vi una noche malva. Del todo malva.
 

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/11/2017 a las 22:25 | Comentarios {2}


En el mundo en tinieblas tiene miedo. No es la sensación de estar volando, ni la nebulosa fría de las formas informes sino un siseo de mil voces que le susurran, Te vas a quedar ciego. En el oficio en tinieblas piensa si nunca jamás volverá a ver su letra, tan mala, tan suya y también, ¿Qué haré sin poder ver las letras de los libros? Una premonición le ronda: si quizá sea un empujón que se da hacia el último agujero por cansancio de vivir y también porque piensa –como deben de pensar todos los que no han tenido su reconocimiento en vida- que su gloria empezará tras su muerte con lo que cuanto antes llegue su muerte antes empezará su gloria. ¿Qué gloria?, se pregunta en las tinieblas y se pregunta ¿Por qué esta necesidad de abrazo? ¿Por qué este agradecimiento junto al amigo? ¿Por qué está la noche tan fría? ¿Por qué el gato se acurruca en su vientre? ¿Por qué sueña que se acuesta con la madre de una amante antigua? ¿Por qué sueña que se acuesta con las madres de los seres que ha querido? Y al ser consciente de las preguntas que se está haciendo lo es también de la fragilidad, de la finitud, de la contingencia de todos y cada uno de los seres vivos que pueblan el planeta y la tiniebla se hace más sucia y las formas se informan y los contornos bailan y los sonidos crecen como crece en sus manos la textura de un bote de plástico que con los ojos cerrados manipula y reconoce de nuevo, sin apenas emoción que en el mundo en tinieblas tiene miedo.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/11/2017 a las 18:33 | Comentarios {0}








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