Acógele
ha visto el vuelo
y no ha llegado a creer
Aún así, querida,
acógele
No hay expiación más dura
que la brea
tú lo sabes
Así es que mira sus pies
y acógele
Será para ti
un perro
y la candela
Serás para él
la acogida
En los tumultos
te tomará de la mano
cuando corráis por la calle fea
Acógele en la noche
como si fuera tu rostro
Nevará
y él calentará en un cazo
sobras de un paso hasta que hierva de nuevo
Bruscamente
acógele
Ya llueve, dirá
y correrá hacia ti
y te levantará
Acógele en la tarde
como en la tarde se acoge
Si le ves pálido
déjale
es la luna a punto de crecer
Y acógele
Y acógele
Si la color le vuelve
mécele y canta tu canto
de martes y leche
Acógele
porque te ama
Ya arde, dirá
toma su temperatura en la frente
con tus labios
Porque le amas
acógele
Ya muero, dirá
cántale el bardo
del buen tránsito
Y acógele
Y acógele
Vamos a morderte la lengua
y amanecerá más tarde;
no es el invierno lo que buscamos,
es la hiedra;
vamos a arrancarte la lengua a mordiscos,
a despedazártela vamos;
no por placer a pedazos
sino para acortar la ausencia.
Correremos a lo largo de todo el día;
tumbados miraremos el sol
sobre un lecho de hierba recién parida;
comentaremos algo sobre el frenillo de tu lengua
o la coloratura de tus papilas
mientras fuera todo arde
como en los funerales indios
a orillas del sagrado Ganges.
Aquellos ojos míos de 1910... (Federico García-Lorca)
Aquellos ojos míos de 1973
no habían visto la cala de Fustán
ni las aguas turquesas de un mar dentro de un océano;
aquellos ojos miraban hacia la izquierda
hacia abajo
hacia un lugar que sería el infierno
o la noche anterior;
aquellos ojos míos de 1973
no los recuerdo,
no sé si son mis ojos
ni tan siquiera sé
si soy yo quien mira desde ellos;
ni la escalera recuerdo,
ni el jersey beige,
ni la camisa de cuadros con el cuello por fuera
ni los pantalones verdes de pana;
algo sí me suena el pelo rubio
y aquel compañero que me tiró por las escaleras
y aquel otro tan diestro en matemáticas;
aquellos ojos míos de 1973
no los miran;
si soy yo estoy en la primera fila;
les doy la espalda a todos
desde mi rincón.
no habían visto la cala de Fustán
ni las aguas turquesas de un mar dentro de un océano;
aquellos ojos miraban hacia la izquierda
hacia abajo
hacia un lugar que sería el infierno
o la noche anterior;
aquellos ojos míos de 1973
no los recuerdo,
no sé si son mis ojos
ni tan siquiera sé
si soy yo quien mira desde ellos;
ni la escalera recuerdo,
ni el jersey beige,
ni la camisa de cuadros con el cuello por fuera
ni los pantalones verdes de pana;
algo sí me suena el pelo rubio
y aquel compañero que me tiró por las escaleras
y aquel otro tan diestro en matemáticas;
aquellos ojos míos de 1973
no los miran;
si soy yo estoy en la primera fila;
les doy la espalda a todos
desde mi rincón.
Yo no soy, niña, quien tú esperas
¡Calla! Déjame seguir
Porque he visto las murallas de la última fortaleza
y he sentido el arcabuzazo en mi muslo
Porque he visto a Sirio nublarse y desaparecer
justo antes del estruendo del mar
Yo no soy, niña, quien tú deseas
¡Calla! mi corazón anhela confesarte
que mis manos huelen a sal y a pez fresco
que la forma del ancla no produce poesía en mí
y al alba estoy cansado de tanto faenar
y existe en mis entrañas la tosquedad de la maroma
Yo no soy, corazón mío, quien pueda hacerte feliz
¡Calla! mi desdicha he de contarte
Fue en noviembre
surcábamos el Cabo de Buena Esperanza
perdí el timón
y se acabó mi suerte
Yo no soy, muchacha desnuda, tu vigía
¡Calla! y atiende
el pálpito cansado de mi corazón
que ruge como la amura mordida
del ballenero
que se hundió en los Mares del Sur
Y aún así, querida, daría
¡Calla! ¡Calla! Ya termino
la estela de espuma del navío
la cruz que me atrajo desde siempre
o el orbe claro visto desde la noche oscura
por una tarde junto a ti plena de monotonía
¿Vas a venir, viejo marinero? ¿Traerás en los alrededores de tu mirar los vientos y la sal?
Sabes que en mi cama tu lado es una tumba sin cerrar y cuando la brisa, en la anochecida, entra por la ventana abierta y conmueve, levemente, los piegues sin peso de la sábana, yo siento el escalofrío de la ausencia de tus brazos y la áspera y delicada caricia de tus manos asidoras de maromas.
¿Escucharé pronto la sirena cuyo sonido hizo pensar a Durrell en paridoras de planetas? ¿Escucharé pronto el quejido de las viejas cuadernas de tu nave vieja? ¿Escuchare pronto, muy pronto, tus pasos por el muelle de madera y tu voz ronca pidiendo en la taberna el trago que te devuelve a la tierra?
¡Oh, viejo y rudo marinero! ¡Oh, amante mío que convierte mis brazos en olas, mi boca en espuma y mi sexo en mar! ¡Ven, vuelve pronto, que me estoy quedando seca!
¿Oigo en la tierra tu huella? ¿Se levanta el brezo a tu paso y esparce la jara sus quimeras? ¿Maúlla la gata tu presencia? ¿Olisquea el perro el salitre de tus trenzas? ¿Se impacienta la yegua? ¿Cornea a la luna el toro tu presencia?
Rudo, varonil, mundano marinero quiero escuchar tus historias de ultramar y quiero entre tus besos que rememores el encuentro con el calamar gigante y la vez que hubiste de varar en una isla que no estaba en lo mapas y siguió sin estar. ¡Cántame, amor, las nuevas canciones de los pueblos primeros mientras mi cuerpo navega por el tuyo y accedo a tus axilas y al vello de tu pecho y a la cicatriz escondida entre el muslo y tu gónada derecha! ¡Dulce cicatriz, dulce lugar de tu semen fresco! ¡Dame a beberlo pronto, marinero, que muero en esta habitación baldía si tú no estás!
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Poesía
Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/05/2014 a las 19:19 |