Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Un folletín cibernético

Capítulo 1 DESPEDIDA Y GUERRA


Rompió la muñeca y no lloró. Abrió las ventanas de su casa y miró el paisaje que desde hacía siete años contemplaba cada despertar: frente a ella una gran extensión de edificios horizontales y en cada uno de ellos multitud de ventanas, millones en total; tras cada una, pensaba, vidas, vidas que no sabían que iban a desaparecer. A su izquierda la base militar, vallada con reja electrificada. Los tanques, los coches todo terreno, los hangares donde se custodiaban helicópteros y cazas. A su derecha el puerto y tras él el océano. Fondeados se recortaban las siluetas de tres portaviones, seis fragatas y ocho corbetas. Respiró hondo y se dijo, para darse ánimos: "Vamos, eres la capitana Julia Bulagua. Te vas a duchar. Vas a meter las últimas cosas en la maleta y te vas a presentar ante el coronel Vladimir Snarsson. Te entregará tus instrucciones. Irás al lugar indicado. Lucharás y morirás al mando de tus hombres. Eso es todo".
La capitana Julia Bulagua se separó de la ventana y se dirigió al cuarto de baño. No pudo evitar detenerse un instante ante la muñeca rota. Acariciando la cabeza desgajada del cuerpo, susurró: "Ya no me sirves, querida. He alcanzado mis treinta años". Cerró el baño con pestillo y se desnudó delante del espejo de cuerpo entero. Julia siempre se había sentido orgullosa de su cuerpo. Medía 179 centímetros, era delgada y atlética, de proporciones ajustadas a su peso y estatura. Pero esta vez no se inspeccionó -como hacía todoas las mañanas- sino que se quedó mirando su mirada. Era triste como si ya no hubiera ninguna esperanza y entonces, desde lo más hondo de su cerebro surgió la canción que le cantaba su padre cada despertar, Raindrops keep falling on my head, y surgió en la comisura de sus labios una pequeña sonrisa infantil y al entrar en la ducha quiso sentir que el agua de la ducha eran gotas de lluvia y con los ojos cerrados recordó a su padre y una tarde de viento en lo alto de una montaña en la que ella salió volando y él consiguió agarrarla antes de que cayera por la ladera. Reaccionó y abrió los ojos. No tenía tiempo para sentimentalismos. Se enjabonó. Se frotó con fuerza. Se lavó el pelo. Se enjuagó. Se secó con rapidez y se dirigió a su habitación casi con paso militar. Junto a su cama aún dormía su bebé. Estaba bocarriba, con la cabeza ladeada hacia su derecha. Respiraba con una tranquilidad impresionante. Julia se agachó y besó su frente: "Niña mía, duerme, corazón".
Sonó el timbre de la puerta cuando la capitana Julia Bulagua ya estaba vestida y se tomaba un café solo y sin azúcar. Abrió. Y dejó pasar al hombre que se encontraba en el umbral.
-Hola, Olmo. Pasa.
Olmo pasó. Era un hombre de unos treinta y cinco años, un poco más bajo que Julia, delgado también y con una larga melena rubia recogida en un moño.
- ¿Quieres un café? Le preguntó Julia.
- Sí gracias con un poco de...
- ... leche fría y dos cucharadas de azúcar. No me he olvidado.
Olmo no contestó. Echó una mirada por el salón mientras Julia le servía el café y se fijó en la muñeca rota. Cuando volvió Julia le preguntó:
- ¿Se ha roto?
- La he roto. No me preguntes por qué.
- No pensaba hacerlo.
- La niña duerme aún. Si no te importa deja que se despierte. Ha dormido mal esta noche. Le están saliendo los dientes y...
- También es mi hija, Juila, ya sé que le están saliendo los dientes.
- Perdona...
- Perdona tú. Yo también estoy un poco nervioso ¿Le estás dando algo?
- No.
Julia miró su reloj.
- Me tengo que ir.
Olmo y Julia se miraron. Hubo en ambos el impulso de darse un abrazo. No lo hicieron.
- Suerte, le dijo Olmo.
- Háblale de mí.
- Eso lo harás tú cuando vuelvas.
- Entonces háblale de mí si no vuelvo.
La capitana Julia Bulagua cogió su maleta. No fue a la habitación para ver a su hija.

Narrativa

Tags : Velocidad de escape Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/06/2011 a las 11:25 | Comentarios {1}


Carta a una desconocida (5)
Sobre el río ha quedado flotando la carta que ahora escribo. He querido (he soñado, en realidad, como metáfora de la dilatada sombra que me ha llevado hasta usted todos estos días) que las ondas expandidas cuando el sobre ha amerizado sobre las aguas quietísimas del río (como dejadas diría) llegaran hasta usted y, cuando estuviera dormida en la tibia noche de este mayo que se deja vencer por el verano, le susurraran, líquidas, las razones de mi adiós que a continuación le expongo.
Quisiera hablarle con versos de sor Juana Inés de la Cruz o rimas del inconsolable Bécquer del sentido del amor, mi amada, de quien nunca tuve las manos entre las mías, ni sus ojos se quedaron clavados en lo míos y quisiera también con versos de Lorca en alguna de sus Gacelas, exponerle el ansia de desamor que no es más que el reverso de un mismo sentimiento.
Cendal flotante de leve bruma,/ rizada cinta de blanca espuma,/ rumor sonoro de arpa de oro,/ onda de luz,/ eso eres tú.
Ya no la he visto ni aun cuando la miré la otra tarde en el cenador de una terraza vulgar; no fue el hecho de que riera con un joven que a todas luces nunca la amaría como yo la he amado, ni tampoco su aire bestial de coqueta, ni sus piernas cruzadas sin estilo; no fue el aire de su pelo algo triste, ni el esmalte azul de sus uñas que aireaba como si hubiera inventado usted el arte dadá; no fue su risa atildada, ni sus armas de mujer sino un sólo hecho que me obligó a retraerme y a huir de usted cuanto antes: fue cuando se quedó sola un instante y en vez de sosegarse, mirar la tarde y sus gentes, sonreír, satisfecha, con el ejemplar que le acompañaba; en vez de alegrarse íntimamente de su vida y sus conquistas, echó usted mano de su carriel, lo abrió, sacó su celular y llamó a alguien y cuchicheó con él y cuando vio aparecer a su acompañante, colgó de inmediato y simuló hacer lo que hubiera sido tan hermoso que hubiera hecho realmente: mirar la vida, saciarse de ella.
Yo sé que un acto no marca la vida. Sé también que este río tan quieto puede, presa de las Nereidas, enfurecerse y anegar la ciudad que atraviesa. Sé que su boca tendrá el tacto que mis labios saben y que su piel ha de tener el tacto que imaginé un día. Sé que la verdad es un lugar fronterizo y que la distancia no es necesariamente el olvido. Sé que el destino no se domeña y que las aves migran. Sé que los poetas mienten y las mujeres, a veces, lo descubren. Sé que la echaré de menos y con el paso de los años me llegará de usted mucho más lo mucho hermoso que vi que lo único que detesté. Y aún sabiendo todo esto, le digo adiós, lanzo esta carta al río que de tan quieto se inquieta y nacen las ondas cuales reflejos de un amor que nunca existió.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/05/2011 a las 23:23 | Comentarios {2}


Carta a una desconocida (4)
Querida señorita:
Hacía tanto que no la veía. No diré que me había olvidado de usted porque sería falso sólo que, durante este tiempo sin su presencia, mi ánimo la había adormecido como hace el postrer invierno cuando intenta arrasar con su último estertor las flores de los almendros en el valle del Tíetar para con ese acto, cruel a la vista, alterar el ciclo natural de las cosas; ¡oh, sí, cruel invierno que amustia los pétalos de las flores y tiñe de blanco lo que empezaba a ser un mundo multicolor, el estallido de la vitalidad de la tierra!
Yo no la había olvidado; no había dejado de soñar con sus ojos verdes y su boca grande y su cabello oscuro y sus andares cortos y sus manos pequeñas y sus amplias caderas y su pecho justo; tampoco había dejado de imaginar nuestro primer encuentro y muchas veces había ensoñado acerca del timbre de su voz: si sería aguda como aguja de pino o grave como ola grande o tendría la rasposidad -que tanto disfruto- del terciopelo o si sería una voz rota de cantante de jazz; también pensaba en qué acento tendría: si sería la música de la gallega o el esfuerzo por ser seco de una vasca o más aún la inflexión de las vocales nuevas de una catalana o la sequedad llena de erotismo de una mujer de Valladolid o el juego de la ausencias en el acento andaluz. ¿De dónde es usted, querida? Sí, en estas soledades me entretengo en imaginar sólo que en los últimos días, al no aparecer usted por ninguna parte: ni en el tren, ni en el centro comercial, ni en la calle Mayor, ni en el mercado, ni en la iglesia, ni en el bar, ni en la Gran Vía, ni en punto alguno del parque, imaginé, sufrí, al pensar que quizás usted se había cambiado de ciudad o lo que es peor, que usted había sufrido algún tipo de accidente.
El hombre es un animal que se defiende. Para eso construimos las ciudades. Para eso construimos las morales. Para eso vallamos los cementerios y para defendernos acudimos a los dioses. Defender en mi caso ha consistido en apartarla de mi pensamiento, en luchar contra usted con toda mi cobardía, en eludirla, en descomponerla cuando aparecía en mi sueño o despertaba en mi sexo una insoportable sensación de poderío. Entonces corría hacia el agua fría y calmaba mis ansias de usted mirándome el rostro.
Esta tarde todo mi esfuerzo, toda mi defensa se ha venido abajo cuando la he visto llegar con su vestido azul y corto y su rebeca en los hombros. Llevaba los labios pintados y una sonrisa de triunfo. Me ha dado la impresión de que también llevaba con usted el regusto de un hombre en su cuerpo; un hombre al que le había entregado sus manos; un hombre que le había entregado su ser. No me he sentido triste, ni celoso, ni envidioso. Créame, se lo ruego. Contemplar la belleza de una mujer satisfecha es un milagro de la naturaleza. Y ha podido más saber que está usted bien que la decepción por ser tan cobarde y no atreverme a acercarme y rogarle que siquiera me deje oír su voz.
Sigo sosteniendo que el Destino, aliado con la Felicidad y la Fortuna, ha de ponernos un día frente a frente en condiciones de igualdad. Por eso no me tomo en cuenta cuando ayer, al estar tan cerca de usted, me subió el rubor a las mejillas y todo mis sueños -que andaban dormidos- se despertaron ante el a rebato suyo.
Hoy soy feliz. Está usted viva.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/04/2011 a las 17:59 | Comentarios {0}


Este es un fragmento anticipo de mi libro Categorías que la editorial Marguerite Waknine publicará en breve en su colección écrits sur l'art.


Gemido 4
Amor, estoy sola y la noche cae. He leído unos versos y te he recordado ayer cuando te fuiste… con mi olor. Tiembla aún mi cuerpo y nunca supe que la nostalgia podía surgir tan pronto. Tengo de ti la risa que me provocas. Tu osadía al hablar de mi boca y la lenta magnitud de tus labios.
He suspirado y he tragado tu lento desnudarme, la caricia en la espalda y el beso en la nuca tras apartarme el pelo con una delicadeza hipermoderna. Adoración he pensado. Sé que te vas y que me amas. Sé que te ha gustado mi forma de quererte. Sé que has sopesado un par de inconvenientes y luego los has olvidado.
He vuelto a suspirar y apretado un poco la génesis; he recordado el aroma de tu semen y el frescor que me provocó en el vientre; he querido sorprenderte con un juego de manos y he sabido retraerme en el momento preciso; tú recibías mi amor como un mensaje, querías elevarlo a disciplina hasta que los recuerdos de viejas heridas te han vuelto cauto y por lo tanto menos sabio.
He admirado tus besos ¡qué bien besas amor mío! Cada beso tuyo es una creación nueva. Ningún beso se repite; unos son densos como la marea roja de las lunas llenas, otros son de papel y escriben; alguno se pierde y no vuelve; otros abren mis labios y permiten la entrada de tu lengua a espuertas y me inunda los dientes y saluda al frenillo y pasea húmeda por mi paladar y visita las amígdalas, tan enemigas de los niños, y recorre la cara oculta de las mejillas y saluda cada alteración del relieve con una vuelta y sale y nada más salir mi boca ya siente nostalgia de tu lengua; me besas el beso que apacigua; el beso lento de las noches buenas; el beso que siente mucho más allá de la aurora, mucho más allá de mi piel y ese beso calma el ansia de tu lengua por mi boca. Y eso beso hace que la oscuridad sea asombrosa porque tengo los ojos cerrados y sólo siento besos, creaciones de besos, infinitas variaciones. Suspiro.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/04/2011 a las 12:45 | Comentarios {0}


Nighthawks 1942, Edward Hopper
Nighthawks 1942, Edward Hopper
Si yo viera en la distancia su rostro como he visto a lo lejos la silueta de las montañas, me encaminaría a su ladera y me tumbaría sobre su tierra y acariciaría su hierba y miraría al cielo.
Siento el renacer de todas y cada una de mis esperanzas, siento en mí el joven reverdecer de un roble que se sentía algo cansado de luchar contra años de sequía.
Si yo, señorita, tuviera la dicha de vivir una jornada entera a su lado, el mundo se convertiría, de seguro, en el idioma francés.
Cuando hace unos días, de forma tan fugaz, la vi con su rostro mohíno y su belleza incólume; cuando se perdió entre la multitud y aún entre ella fui capaz de reconocer su espalda hasta que el horizonte se impuso entre usted y yo; cuando me quedó en el corazón la ausencia de una diástole sin su sístole; cuando soñé con usted en el soto de un bosque sagrado -usted ninfa, yo fauno- creía que todo el amor se podría resumir en una carta.
Si el mundo es justo, usted me besará un día y entonces Debussy nos enviará por las ondas del aire La Danza de lo Profano y nosotros, sobre el beso, bailaremos juntos, tanto como se abrazan sin descanso el mar y su orilla, alejándose y acercándose, una vez y otra, a merced de la luna y sus ciclos.
Tengo, al recordar sus ojos, la piel erizada tan sólo con pensar que quizá, cuando usted me mire y me reconozca, conseguiré con mi quietud que su mirada se acerque a la mía y casi pueda reconocer en su iris sus conos y sus bastoncillos.
El mundo ha de regalarnos la belleza si la perseguimos para darle toda la nuestra. Porque ese es mi afán, amada, darle mi belleza que aunque no sea simétrica -¡Ay la simetría de la belleza tan cara a los humanos!-, es bella.
Siento en mi medio interno -que es, por si no sabe de interiores del cuerpo, lo líquido que fluye por nosotros y transporta de un lugar a otro sustancias- el aumento de la luz, la suavidad de la temperatura y mi intuición me lleva al instante en que todo ocurra y gira mi emoción y planeo un ultraligero y esbozo versos, silvas para ser más exacto, y bendigo el día en que el Universo me permitió conocer este planeta donde el amor existe y se resuelve, en ocasiones, en caricias sobre el sentido del tacto, el más amplio de todos nuestros sentidos y el más exacto.
No sé cuándo volveremos a cruzarnos. No he querido saber dónde trabaja usted y si sigue algún itinerario con la costumbre de la rutina. No forzaré el próximo encuentro porque sé que él se forzará a sí mismo porque empiezo a creer a pies juntillas que el destino está buscando la forma de encontrarnos.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/04/2011 a las 20:00 | Comentarios {0}


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