Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Nighthawks 1942, Edward Hopper
Nighthawks 1942, Edward Hopper
Si yo viera en la distancia su rostro como he visto a lo lejos la silueta de las montañas, me encaminaría a su ladera y me tumbaría sobre su tierra y acariciaría su hierba y miraría al cielo.
Siento el renacer de todas y cada una de mis esperanzas, siento en mí el joven reverdecer de un roble que se sentía algo cansado de luchar contra años de sequía.
Si yo, señorita, tuviera la dicha de vivir una jornada entera a su lado, el mundo se convertiría, de seguro, en el idioma francés.
Cuando hace unos días, de forma tan fugaz, la vi con su rostro mohíno y su belleza incólume; cuando se perdió entre la multitud y aún entre ella fui capaz de reconocer su espalda hasta que el horizonte se impuso entre usted y yo; cuando me quedó en el corazón la ausencia de una diástole sin su sístole; cuando soñé con usted en el soto de un bosque sagrado -usted ninfa, yo fauno- creía que todo el amor se podría resumir en una carta.
Si el mundo es justo, usted me besará un día y entonces Debussy nos enviará por las ondas del aire La Danza de lo Profano y nosotros, sobre el beso, bailaremos juntos, tanto como se abrazan sin descanso el mar y su orilla, alejándose y acercándose, una vez y otra, a merced de la luna y sus ciclos.
Tengo, al recordar sus ojos, la piel erizada tan sólo con pensar que quizá, cuando usted me mire y me reconozca, conseguiré con mi quietud que su mirada se acerque a la mía y casi pueda reconocer en su iris sus conos y sus bastoncillos.
El mundo ha de regalarnos la belleza si la perseguimos para darle toda la nuestra. Porque ese es mi afán, amada, darle mi belleza que aunque no sea simétrica -¡Ay la simetría de la belleza tan cara a los humanos!-, es bella.
Siento en mi medio interno -que es, por si no sabe de interiores del cuerpo, lo líquido que fluye por nosotros y transporta de un lugar a otro sustancias- el aumento de la luz, la suavidad de la temperatura y mi intuición me lleva al instante en que todo ocurra y gira mi emoción y planeo un ultraligero y esbozo versos, silvas para ser más exacto, y bendigo el día en que el Universo me permitió conocer este planeta donde el amor existe y se resuelve, en ocasiones, en caricias sobre el sentido del tacto, el más amplio de todos nuestros sentidos y el más exacto.
No sé cuándo volveremos a cruzarnos. No he querido saber dónde trabaja usted y si sigue algún itinerario con la costumbre de la rutina. No forzaré el próximo encuentro porque sé que él se forzará a sí mismo porque empiezo a creer a pies juntillas que el destino está buscando la forma de encontrarnos.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/04/2011 a las 20:00 | Comentarios {0}


Cesare Ripa. Iconología. Siena 1613
Cesare Ripa. Iconología. Siena 1613
Amada mía:
¿Cuándo surgió la música? ¿Qué es la música? ¿El orden de unos sonidos? ¿Por qué en el Bardo Tolol o traducido a nuestro idioma tan seco en vocales, El Libro Tibetano de los Muertos aunque literalmente quiera decir Liberación por audición en el estado (bardo) intermedio, al que acaba de morir se le recita una oración (mantra) pegado al oído para que ésta deambule por su canal central y al final se afiance en su mente? ¿Qué es, amada, la sensibilidad? ¿Por qué la armonía se compone de medidas tan precisas que tan sólo alterándolas dan con ella al traste? ¿Por qué la teoría de cuerdas se acerca tanto a las tuyas, oh amada viola, hasta el punto en que se define como que una partícula será una u otra cosa, tendrá unas u otras propiedades según dónde sea pulsada, como así ocurre contigo que subes y bajas por los sonidos según pulsen los dedos de la concertista a unas u otras alturas de tus cuatro cuerdas? ¿Cómo puedo estar tan siquiera estando tú tan ausente? Porque ser no soy. ¿Cómo no eres capaz de entender que quisiera tener algo contigo antes de morir? La estrechez de mi carácter me lleva por paisajes muy umbríos, en lo hondo de los bosques. No sé si saldré de esta tenaz melancolía, ésta que me ha apartado de los hombres y me ha traído hasta aquí donde tan sólo pìenso en ti y en la cantidad de manos que habrán pasado por tus cuerdas, tu mastil y tu caja. El sonido del órgano precursor de la alegría enaltece mi hombría y me lleva a ser feliz con tan sólo imaginarte tumbada en mi cama, desnuda y distante, como el instrumento almacenado en un hangar de provincias en un pueblo húmedo, con cercanía de mar. ¿Surgió la música de las olas? ¿O del viento ordenó el hombre las primeras notas? ¿O fue Pitágoras, el furioso sabio, el que realmente descubrió la octava y sus distancias? Porque yo te trasmuto, amada viola, en ojos glaucos y cabello oscuro y tus cuerdas -vocales ahora- suenan a terciopelo, ese sonido con regusto a melocotón.
¿No son el sonido, el movimiento, la compresión del aliento formas de generación de energía? Y si lo son, ¿no es mi afán de ti una forma de generar energía como la estrechez de tu cintura o la resonancia de tu barra armónica? ¿No es posible, viola, que me seduzcas con unos compases de Bocherini en su octeto para cuerda?
Yo sé que no es cuerdo lo que digo pero sí es cuerda lo que siento y no soga sino crin de yegua en el arco contra cuerda de oro en el cuerpo. Bálsamo sería para mí tenerte abrazada entre mis piernas. Ausencia de todo lo que echo de menos, si escuchara en mi cerebro tu presencia.
La tarde acaba. A lo lejos las notas masculinas de una flauta me invitan a las orillas del Leteo; me dejaré llevar por su melodía como rata de Hamelín; me olvidaré del pizzicato que escuché en tu cuerpo en una pieza de Haydn, suave como mordiscos en el cuello, penetrante como tu aroma de palo de Brasil y dejaré que tu alma se evada hasta más allá de cualquiera de tus armónicos y cuando llegue a su orilla, me pondré de rodillas y hundiré mi cabeza en sus aguas sólo para no recordarte nunca, para no seguir anhelando la afinación al aire de tus cuerdas: do. sol, re, la y pediré la presencia de Padma Sambhava para que en mi oído insufle el sonido de la paz.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/03/2011 a las 20:11 | Comentarios {0}


Boulevard des Capucines et Café de la Paix. Antoine Blanchard
Boulevard des Capucines et Café de la Paix. Antoine Blanchard
Estimada:
A través de la amplia cristalera del café veo pasar a los transeúntes. Es un día de domingo, luminoso en invierno. Un día en el que el sol despierta el aroma de la jara y cuando vengo a la ciudad, al descender el puerto, bajo las ventanillas para aspirar ese perfume de montaña que abre en mis pulmones la sed de amar.
La ciudad es para mí un lugar de visita y como tal todo en ella me sorprende y eso que la mayor parte de mi vida la he pasado en ella y conozco sus paseos, sus avenidas, sus callejuelas, sus teatros, sus cafés, algunas librerías y algunos sucesos. Desde que vivo lejos, venir es para mí un encuentro con una vieja amiga a la que tan sólo veo de vez en cuando. Yo vivo en la sierra. En un pueblo que apenas conozco. Vivo aquí porque amo la visión de las montañas, el silencio, el aire frío y limpio y la piscina en la que suelo nadar todas las semanas para evitar al cuerpo dolores muy antiguos; vivo aquí porque, por una decisión que no alcanzo a expresar en palabras, supe que debía estar solo hasta descubrir algunas carencias que se han reproducido una vez y otra en mi vida hasta llegar a un punto en el que seguir adelante no era posible si antes no me quedaba quieto; vivo aquí porque viví aquí.
Le decía que es domingo. Usted me ha propuesto tomar un café y me ha asegurado que sí quiere conocerme pero no de la manera que yo entiendo. Y yo querría aclararle un concepto que mi poca pericia en la escritura quizás haya dejado confuso. Establecía en mi primera carta una relación entre conocer y amar e incluso se podría inferir que en el aceptar el conocimiento, iban implícitos el beso y la caricia. Nada más lejos de mi osadía al dirigirme por vez primera a usted aunque, dejándome llevar por la pasión, las últimas palabras pudieran haber dado la impresión de querer asaltar su intimidad como un lobo asalta a la liebre en un descuido. ¡Disculpe a mi corazón asilvestrado!
Hemos quedado a las cinco. Mientras usted llega, yo escribo esta carta la cual se interrumpe de continuo, cada vez que alguien entra. Pienso una definición de amor y me viene a la cabeza que el amor no es más que instinto de superviviencia y al escribir esto miro a traves de la amplia cristalera y observo a las parejas que tomadas de la mano, abrazadas por los talles o juntas sin tocarse, caminan por la vida como el oso en la cueva dormita en el invierno. Son las cinco y cuarto. Sobre el cristal de una ventana el sol bosteza. He sentido el primer gesto de nerviosismo por mi parte; he recordado que tuve el pálpito al bajar de que usted no iba a venir y también ese gesto airado de la mano que intenta borrar de golpe un pensamiento que no es más que hijo del pesimismo; he sonreído y me he dicho, Las mujeres -disculpe la generalidad- siempre llegan tarde y he mirado a mi alrededor; he observado el café donde la he citado con sus frescos en el techo, su escultura en el centro, sus mesas de madera, sus camareros estirados, sus lámparas de araña y esa sensación de café fin de siécle que permite en las fiestas de Carnaval albergar el baile de los disfraces con espíritu de absenta.
Le reconozco que son las cinco y media y estoy nervioso. He intentado sonreír con ironía ante la situación que vivo y no lo he conseguido; me he maldecido por no haber callado; he visto las miradas de dos mujeres sobre mí y un comentario dicho en voz baja; he terminado el té que se había quedado frío y no estaba bueno (tampoco lo estaba caliente. En este café, mal elegido por mi parte, nunca pusieron amor en las infusiones); no he encontrado en la calle algo que inspirara una frase nueva y así he llegado hasta las seis menos cuarto, esperándola a usted sin llegar a sentirme decepcionado, ni enfadado y sí un poco ridículo conmigo. Esto es vivir, he pensado y le he pedido la cuenta al camarero. En cuanto me he levantado, como hienas, dos parejas se han sentado en la mesa que iba a compartir con usted, ¿De qué hubiéramos hablado? ¿Cómo nos habríamos mirado? ¿Cuántas sonrisas habrían surgido? ¿Cuántos silencios incómodos se hubieran dado? ¿Habríamos ido a otro sitio? ¿A qué hora nos hubiéramos despedido?
He tomado la carretera de vuelta a la sierra. He encontrado en mi correo su explicación para su ausencia. No sabe cómo siento que haya tenido usted que trabajar. No se preocupe. Si alguna vez nos volvemos a ver, tan sólo quedara de esta tarde de domingo la carta que escribí mientras el sol, como la espera, moría.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/02/2011 a las 17:17 | Comentarios {1}


No quise robarle el título que encabeza este relato a Stefan Zweig sólo que realmente es una carta a una desconocida porque yo a usted, amada, no la conozco. Y se preguntará usted y me pregunto yo, ¿Se puede amar sin conocer? Y yo como primera respuesta diría: se ama porque se quiere conocer. Luego, dado mi carácter analítico, podría ir enredándome en esta primera pregunta y concluir quizá lo opuesto. No pienso hacerlo en esta ocasión. Porque usted, señorita (la llamo así porque sé que es usted soltera), es para mí, en estos días, una intensa emoción, el lugar donde me refugio para sentir que el mundo va a mejorar y que pronto llegará el día en que vuelva a ver más luces que sombras.
Cuando la veo a usted, mi percepción del mundo se altera.No la busco (y sí la busco). No la persigo (y sí la persigo). No me atrevo (y sí me atrevo). Soy, en el fondo, de una timidez extraña porque si no lo digo yo, no lo diría nadie. Ya ve.
Escribo esta carta y rehuyo que usted se dé por aludida como si yo pensara que quizás algún día sus ojos pasarán por estas palabras y en ellas se sentirá usted descrita. Y tampoco me atrevo a expresarle directamente mis intenciones por el temor, antiguo, de que usted me rechazara y entonces sentiría esa agujita que se clava en los pulmones cuando un anhelo se convierte en apremio de olvido. Podría atreverme y, siguiendo los pasos del soneto de Lope de Vega, apasionarme, elevarme y lanzarme un día sobre su boca. ¡Ah, su boca, mi bella desconocida! ¡Y sus ojos! Ahora mis dedos se lanzaban a describir ambos órganos que comunican lo interior con lo exterior. La boca sobre todo. La boca. Aquí me detengo. Respiro. Releo. Ensueño. Sonrío.
En el escaso contacto que hemos tenido, yo he creído atisbar una simpatía por su parte hacia mí, incluso hubo un día en que creí que usted respondía a una insinuación mía. ¡Qué hermosa es la palabra insinuarse! ¿Sabe? Tengo un diccionario de los sentimientos y he estado tentado de cogerlo y ponerme a escarbar para ponerle a usted hermosas etimologías y descubrimientos certeros. Entonces me he dicho, no, no, hazlo con tus palabras, con tus simples requiebros, sé sincero con tus palabras y con tus propias etimologías y así inventaría que su nombre es recuerdo de viejas dinastías y su primer apellido me lanza al otoño, la estación más amada por mí, y su segundo tiene los aires de un camino junto a usted. En una larga alameda. Un ir conociéndose. No sé si usted me entiende. Para amarse más.
Busco el amor en usted. Decía el gran poeta Fernando Pessoa que escribir cartas de amor es la cosa más ridícula que se puede hacer pero que mayor ridículo es aún no escribirlas por miedo al mismo. Y en efecto, este escritor, que es de lo más grande que ha dado el siglo XX, le escribió las cartas más cursis que imaginarse pueda a su amada Ofelia (que así de hermoso era el nombre de su amor). Busco amarla a usted, amada desconocida; busco encontrarme en su cuerpo y que usted se halle en el mío; busco una orilla junto al río con las manos enlazadas (enlaçemos as maos -escribía Pessoa-); busco la cama; busco la comida; busco la risa; busco la melancolía; busco la madrugada y busco la osadía de dos pares de ojos que se miran frente a frente y se dicen, quedamente, Por fin estás junto a mí y ya te quiero.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/02/2011 a las 12:57 | Comentarios {2}


Hoy no ha podido. Entonces se ha tomado dos peras. No ha hablado y los latidos han sido extraños. Hoy quisiera tener un estilo distinto. También quisiera atreverse a decir la verdad. Sólo que en vez de decirla, la gritaría. Y eso no está bien. No está bien para él. Ni para los demás. En días así ha aprendido a dejarse ir. No fuerza porque perdería. Sabe que perdería.
Le da rabia no haber podido. Y la rabia es uno de los pensamientos de la ira. Así ha transcurrido el día. Era tan grande la rabia que no dejaba entrar el aire. Llevan los pulmones regañándole todo el día. Tienen razón. Las manos están frías. Y el ánimo, el ánimo le obliga a comer peras, le lleva a la cocina a comer peras. Están muy buenas. Las come con la piel. Antes las lava. Mejor hablar de la sopa que ha hecho. Le gusta la sopa. No está, en eso, de acuerdo con Mafalda. Ahora está viendo Whose live is it anyway? dirigida por John Badham e interpretada por Richard Dreyfus. Si fuera un día en el que ha podido, lo tomaría como una lección. Sólo que hoy no puede.
Ya es la noche y no ha podido. Antes de irse a la cama se comerá otra pera, mirará su color verde, sentirá algo de grima con una sustancia química que debe de anidar en su piel porque cuando las pela, no siente esa sensación. Sí. Volverá a la cocina a la cual le ha dado un repaso porque se ha vuelto un aceptable ama de casa y no soporta los restos de aceite o un envase de plástico sin tirar en su bolsa de residuos plásticos correspondiente y todo lo coloca y no ha pasado un solo día desde que está aquí en que no haya dejado el fregadero limpio y la cocina recogida. Aunque hoy no ha podido, eso sí lo ha hecho. Lo de la cocina debe de ser bueno. Sí, sí, debe de ser bueno mantener la cocina limpia todos lo días. Y comer peras. Y hacer ejercicio todas las semanas. ¡Oh, sí, eso sí que debe de ser bueno!
La verdad es que siente muchísimo no haber podido. Algún castigo se hará. Lo tiene merecido. Quizás ya lo está haciendo. Escribiendo las manos se le calientan. Recuerda a Roberto Bolaño y su frío en la casa de Blanes, más frío que aquí, seguro, porque allí, en Girona, el frío es más húmedo y entra hasta los huesos, los cala. Lo sabe porque hace muchos años sentía ese frío en Menorca durante una temporada en la que era aún más pobre que ahora. También recuerda a una muchacha de Bilbao con la que se acostaba y luego le invitaba a desayunar. En aquel entonces sus compañeros y él no tenían ni para comer. Salían en pleno noviembre a coger hierbas de los campos y las cocían. La muchacha de Bilbao le alimentaba el placer y el estómago. Era un encanto. También lo era su novio que acabó enterándose y en vez de partirle la cabeza, se comportó como un auténtico caballero y le propuso charlar. Y charlaron. Jugaba con ellos y con uno de sus compañeros a un juego de cartas menorquín que se llama cao. Desde que él se enteró, ya no volvieron a jugar ni volvió a tomar un café caliente por las mañanas hasta llegar a Madrid. Ella era una muchacha preciosa y triste. Él era un caballero menorquín y farmaceútico. Menorca siempre tuvo mucho de inglesa. De hecho lo fue durante un tiempo. Recuerda las casas inglesas de la ciudad de Mahón... se va a tomar otra pera.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/02/2011 a las 22:41 | Comentarios {0}


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