Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Situación inicial
No estaba preparada. Dijo llamarse Lucía. Estaba envuelta en una manta. Nada más producirse, lo primero que hizo fue abrir el maletero y sacar una silla de tijera, para la playa, la había abierto en el arcén y se había sentado. No a esperar. No a calmarse. Sencillamente se había sentado.

Posibilidades
La llamada horas antes.
In media res (como le gusta decir a V.)
Es mejor relacionarse con las emociones que con las ideas (las ideas separan/las emociones aclaran)
Una policía se acerca a ella. Está amaneciendo. Lucía lleva toda la noche allí. No ha llamado a la guardia civil. No han pasado muchos coches. Seguramente un conductor habrá llamado ante la escena que se ha encontrado al salir de la curva tan cerrada a izquierdas.
Nos vamos con el conductor. La decisión de pararse. Marcar el número de la policía. Dar la localización aproximada del lugar del suceso. (¿Por qué le cuesta a este conductor llamar a la policía)
¿Contar los motivos por los que varios conductores pasan de largo y no llaman a la Guardia Civil?
Al abrir el cuadro de Lucía sentada en una silla de playa en el arcén de una carretera en plena madrugada, ¿qué se ve?

A partir de aquí...

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/12/2012 a las 11:12 | Comentarios {0}


... y con las manos amarillas nos untaremos los rostros y velaremos hasta el amanecer. Entonces, desnudos, tú a mí y yo a ti, nos adornaremos los tobillos con el color de la diosa e iniciaremos el camino; atravesaremos primero la planicie y si el ave nos saluda por nuestra izquierda, nosotros derrotaremos hacia la derecha y si es a la derecha por donde el ave nos saluda, derrotaremos a la izquierda y si el ave aún duerme cuando nosotros pasemos, seguiremos rectos hacia lo profundo del bosque; allí, en la linde, nos daremos nuestro primer abrazo: tu pecho en mi pecho, tu vientre en mi vientre, tu hendidura en mi saliente, tus muslos en mis muslos, tus rodillas en mis rodillas, la punta de los dedos de tus pies en la punta de los dedos de mis pies, tus brazos rodearán mi cintura, los míos rodearán la tuya, tus dedos se enlazarán a la altura de mi coxis, mis dedos se enlazarán a la altura del tuyo; nuestras bocas aún no se juntarán; apoyarás tu mejilla derecha en mi mejilla izquierda y así nos mantendremos hasta que el sol nazca. Nos internaremos en el bosque y nos tomaremos de las manos; caminaremos en silencio cien pasos, nos detendremos y nos daremos un golpe de puño en el pecho, tú en el mío, yo en el tuyo, y exclamaremos un gemido por el aire; caminaremos otros cien pasos, nos detendremos y nos daremos un golpe de puño en el vientre, tú en el mío, yo en el tuyo, y exclamaremos un gemido por el agua; caminaremos otros cien pasos, nos detendremos y nos daremos un golpe de puño en la cabeza, tú en la mía, yo en la tuya, y exclamaremos un gemido por el fuego; caminaremos otros cien pasos, nos detendremos, y nos daremos un golpe de puño en los pies, tú en los míos, yo en los tuyos, y exclamaremos un gemido por la tierra; caminaremos otros cien pasos y habremos llegado al soto; tú entrarás delante; yo te seguiré; me guiarás entonces hasta la gran higuera y, sobre la hierba que sugiere el sendero de la luna, te tumbarás y me abrirás tu hendidura y la llenarás de flujos; yo haré que mi saliente sobresalga más y se vuelva rígido y cuando la luna corone el primer mechón de tu cabello entraré en ti y en ti derramaré la leche cósmica coronada de oro; tú gemirás; yo jadearé; tu dormirás; yo oraré por ti y la fecundidad. Entonces me levantaré. Te dejaré sola y pasadas las nueve lunas volveré; tú me dirás si pariste; tú me dirás si me aceptas y si lo hicieras te vestiré el vestido que traeré conmigo y en brazos llevaré el fruto de nuestro instinto; y si no pariste, tú me dirás si me aceptas y si lo hicieras me quedaré contigo para empezar de nuevo el ciclo de los ciclos.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/11/2012 a las 13:17 | Comentarios {0}


Estela
Me ha dicho Claire, ¡El jabón, mira, el jabón se acaba!
Luego fumaba desnuda apoyada en la baranda del balcón en lo alto del edificio donde vivimos en la rue Cujas de la ciudad de Paris.
Me ha dicho Claire, ¡Mira, Philippo, la bruma viene!
Se ha quedado desnuda hasta que la bruma ha llegado y la ha envuelto. Yo no le he dicho, Mi nombre no es Philippo.
Me ha dicho Claire, ¡Tengo frío! Déjame. Tengo frío. No me toques. Tengo frío. Déjame.
La bruma tiritaba en su piel. Yo me he sentado en una vieja chaîse-longue y he encendido una vela.
Me ha dicho Claire, ¿Llegará la pleamar al Sena? Dime, James ¿Llegará a cubrirme?
He sonreído y le he dicho, No, no creo que la pleamar llegue al Sena. Pero no le he dicho que mi nombre no es James.
Me ha dicho Claire, Franchesco, abrázame. Voy a morir si no me abrazas ¿qué será de mí si no me abrazas? Abrázame Franchesco, abrázame.
He abrazado a Claire sin decirle, jamás se lo diría, que yo no soy Franchesco ni Philippo ni James.
Me ha dicho Claire, Vamos a la cama, amor mío.
Y junto a ella me he tendido y con mi verdadero nombre, Amor mío, me he dormido.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/10/2012 a las 18:58 | Comentarios {2}


Primeras líneas de la novela Desierto.


¿Su nombre? Aquí debería gritarlo. Quizá lo oyera una tribu del desierto y acudiera a rescatarlo y se iniciara la aventura que vino a buscar. El Autor de esta historia lo va poner pero antes quiere explicar que no es realmente el autor sino, más bien, el transcriptor de la historia que usted comienza a leer. Las circunstancias en las que conoció está historia y las razones por las que la entregó a la editorial se explicarán en su lugar oportuno.
Su nombre es Andreas -no Andrés ni Andrew- y su apellido Droe. Andreas Droe. Tiene cuarenta y cinco años en el momento en el que está en mitad del desierto y no sabe si gritar su nombre. Gritar: ¡Sí, soy yo! ¡Soy Andreas Droe y ya estoy aquí! ¡Maldita sea, ya estoy aquí! Por qué está de rodillas. Por qué se rasca la ceja izquierda con desesperación. Por qué mira al cielo que en la noche sin luna muestra un aspecto sobrecogedor como si la bóveda celestial se hubiera resquebrajado por millones de sitios y dejara entrever el fuego que lucha por entrar en nuestro universo. Por qué las lágrimas forman un barro en sus mejillas al mezclarse con la arena del desierto. Todos estos por qués se intentarán explicar a lo largo de las siguientes páginas. Valga en todo caso como anticipo que hasta la noche Andreas ha estado buscando un anillo. Se lo quitó del dedo anular de la mano derecha cinco horas antes del inicio de este relato y lo lanzó lo más lejos que pudo de sí. Luego anduvo un buen trecho y de repente se dio cuenta de que necesitaba ese anillo; supo que el haberlo lanzado lejos no iba a provocar el milagro de que olvidara todo lo que había significado ese anillo para él; es más: supo que tan sólo teniéndolo en su dedo podría anular su poder. Volvió sobre sus pasos que la ausencia de viento no había borrado de las arenas del desierto y cuando calculó que desde un punto determinado -lo igual entre lo igual en todo caso. Una cuestión de tiempo de marcha. Un cálculo de tiempo hecho al alimón por no disponer de reloj. En el fondo una llamada a la suerte- había lanzado el anillo se puso a gatear en círculos, con un cuidado infinito para que no se diera el caso de que al hundir su rodilla en la arena, hundiera su anillo para siempre. La noche, que en aquella parte del mundo caía de golpe, sin transición de ocaso, le había cogido en aquella tarea hercúlea, agotada la vista -de ahí las lágrimas que habían formado con la arena el barrillo-, doblados los riñones y con tan sólo una cantimplora de agua, un saco de dormir, y una mochila con una lata de piña, una muda, un par de botas, dos paquetes de tabaco y una cachimba. Andreas se detiene al sentir la oscuridad y la llegada del frío el cual, al igual que la noche, llega de improviso. Palpa a ciegas la extensión de arena que mide su cuerpo para tener la seguridad de que ahí no se encuentra su anillo, extiende el saco y se mete en él. El calorcillo le reanima. Bebe un corto sorbo de agua y se hace una pipa. No termina de fumársela. El agotamiento lo acuna pronto y lo tumba en la arena y le hace entrar en el mundo de los sueños.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/08/2012 a las 00:36 | Comentarios {0}



El silencio del lago. La línea quebrada de las montañas al fondo. Los pasos sobre la tierra (entre la maleza parecen escucharse los movimientos de una alimaña). La entrada cuesta abajo hacia el embarcadero que no es más que una pasarela de tablas de madera de barco. El lago aún azul. Al fondo una mesa. En ella se sientan. Pensaron juntos surcar el lago en piragua. Comentaron días antes la disonancia en ese espacio entre la belleza de la terraza (con su balaustrada de piedra sobre un fondo de juncales) y la construcción militar de la presa (puro hormigón, viaducto espantoso) que le otorga una realidad completa, un simulacro de fisicidad entre la realidad y el deseo. El murmullo de las honradas personas que se sientan en las mesas contiguas. La estela que un ánade añade a la belleza de las aguas quietas. Atardece. Dos cervezas. Sobre sus mentes (o dentro de ellas) una soledad completa que se altera en estos finales de día, junto al lago, donde inauguran ritos. El lago. La dama. El monstruo. Los mitos. Ya casi no necesitan hablar. Saben que llegará el momento en que tan sólo estando juntos todo será dicho y beberán poco a poco y mirarán lo mismo. Cae la noche y la luna se debate entre las nubes. Un trío de músicos se une a la naturaleza. Los parroquianos comen pequeñas porciones de arte culinario. Es bella una de las camareras comenta uno y el otro sin dejar de mirar las aguas ya oscuras del lago sonríe. Un poco de salmorejo. Un sushi con wasabi. Una brocheta de langostino. Una croqueta. Una pequeña hamburguesa con tomate cherry y pasas. Un arroz negro. Un poco de paella. Un dulce. La música junto al lago. Las velas en las mesas junto al lago. Los dos amigos junto al lago en sus soledades, acompañándose. La camarera bonita, única vestida de negro, que se acerca a ellos y habla con él. Y él es tímido. Ha caído, por completo, la noche. El lago se ha hecho invisible sin luz. Las nubes han vencido a la luna. Los músicos, con cierta languidez, se esfuerzan en ser brasileiros y tras el primer pase se toman un descanso. Los dos amigos hablan de literatura. De los antiguos escritores. Ambos lo son. Bueno no, uno es poeta (que es categoría aparte en el arte de escribir). El que es escritor agradece un halago del poeta. Deciden marcharse cuando sin haberlas sentido han caído la primeras gotas -que serán las últimas- de una lluvia mínima. El lago duerme. La camarera de negro trajina en la cocina. El dueño del establecimiento es suave, casi calma. El poeta ayuda al escritor en la empinada cuesta (que ahora es hacia arriba). El embarcadero también se ha hecho oscuro como presagio de amor... el lago... el lago.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/06/2012 a las 17:57 | Comentarios {1}


1 ... « 76 77 78 79 80 81 82 » ... 92






Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile