Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Cuentan los científicos efectos y causas. No será cuestión de desdecirlos. Sólo que el método científico es un método de análisis del mundo no el método.
Cuando escuchas con la mente abierta otras indagaciones, resulta que te puedes llegar a plantear cuál es el sentido de la comprensión del mundo y creo que ese sentido último sería: vivir sin miedo.
¿Por qué indagamos? ¿Por qué buscamos explicaciones? ¿Por qué nos arrimamos a una y normalmente nos anclamos a ella? ¿Por qué nos cuesta tanto desapegarnos?
Si el sentido último del conocimiento no es el conocimiento en sí (y esta condicional en realidad no tendría por qué ser tal, dado que, si analizamos el camino del conocimiento del hombre, veremos que conocer significa en muchas ocasiones negar el conocimiento anterior) sino la recta comprensión del orden del Mundo, la mejor forma de conocer será estar siempre abierto a las nuevas vías.
Durante muchos años pensé que la vida era un cuento contado por un idiota que no significa absolutamente nada (William Shakespeare) y esa idea me castró la posibilidad contraria y al mismo tiempo justificó los infortunios (palabra que emite ya un juicio de valor y que por lo tanto califica lo que, en puridad, no se puede calificar si no es por comparación) que, como a todo ser humano, me ocurrían. Con los años, con las experiencias, escuchando y leyendo a otros esa idea nihilista/destructiva del vivir ha ido girando hacia una forma de comprensión más despojada de juicio. La primera piedra de toque para ir eliminando esta sensación de hondo pozo, de fatum incontrolable, fue el descubrimiento de la ausencia de culpa o, por mejor decirlo, la sospecha de que en un lugar muy recondito del propio ser, el juicio moral de culpa estaba lastrando toda mi existencia.
Otro concepto que juega a favor del miedo, es el de la suerte o fortuna porque, en verdad, nunca sabemos si es suerte o no, si son afortunadas o no, las cosas que nos ocurren. El ejemplo más palmario, por repetido, es el de la persona agraciada con el gordo de la lotería y que al cabo de poco tiempo ve cómo su vida se ha roto en pedazos (no afirmo que ocurra siempre así, sino que ha ocurrido muchas veces). La manía mental de calificarlo todo sin dejar tiempo al tiempo, nos atrapa y marca nuestro devenir; el esfuerzo de no analizar sino dejar ser es ímprobo y desde luego no nos lo enseñan en las escuelas.
A medida que podemos aceptar la inferencia de fuerzas invisibles en nuestras propias fuerzas; a medida que miramos el paso de los días como una forma natural de aprendizaje; a medida que nos vamos despojando de los términos: esfuerzo, trabajo, sufrimiento y los vamos cambiando a los términos: constancia, gozo y placer, el ritmo de la vida cambia el paso y se instala un cierto laissez faire, laissez passer vital que alivia la penosa obligación de estar vivo por la mucha más luminosa de estar vivo sin más.
Cuentas las últimas investigaciones científicas que la clave del amor (la necesidad de fundirse con otro) se encuentra en unos determinados genes. Esta declaración la realizaron las científicas Adriana Villela, Barbara J. Taylor y Margit Foss de tres universidades de los Estados Unidos, las de Stanford, Brandeis y Oregon las cuales se centraron en el estudio de un gen de la mosca del vinagre (Drosophila melanogaster) llamado fruitless (sin fruto, estéril) que es uno de los trece mil genes del genoma de la mosca del vinagre. Los tres laboratorios habían descubierto que ese gen es el que controla el elaborado rito del cortejo. Parece ser que si en el laboratorio se inactiva dicho gen en los machos, éstos pierden todo interés por las hembras; pero hay más: si lo activan en las hembras, éstas ejecutan el apareamiento específico del sexo opuesto. La explicación anterior está extraída del libro de Eduardo Punset El viaje al amor. A mí me surgen unas preguntas ante semejante explicación mecanicista del sexo/amor entre moscas: Inactivada la elaboración del cortejo en los machos o activada en las hembras, ¿cómo se sienten? ¿qué piensan al ser incapaces de amar ? Es más ¿si no lo muestran, no lo sienten? Y en el caso de las hembras que realizan el ritual del macho, no se preguntarán, ¿pero qué coño estoy haciendo? ¿Qué nos indica realmente la aberración que se consigue al mutilar o alterar el orden físico de un animal?
El conocimiento es como las moscas: da vueltas y vueltas sobre lo mismo, una vez y otra, y en ocasiones acaba atrapado por un ser que lo desmembra y lo deja sin alas.
El cortejo de las moscas del vinagre
El cortejo de las moscas del vinagre

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/06/2011 a las 12:39 | Comentarios {0}



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