Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Muchacha leyendo una carta junto a una ventana abierta de Johannes Vermeer. 1657
Muchacha leyendo una carta junto a una ventana abierta de Johannes Vermeer. 1657

¿Por qué me he visto con esta opresión en el pecho? ¿Es a partir de ella por lo que ocupo una casa extraña y me avergüenza? Extraña en el sentido de que no es mía, es la casa de antiguo amigo, con el que probablemente pequé de ingratitud. Ocupo la casa para que otros amigos míos puedan descansar antes de partir al día siguiente hacia algún lugar. Les ofrezco esa casa, utilizo esa casa porque tengo noticia de que ese antiguo amigo se encuentra fuera de la ciudad y tardará unos días en volver. Lo que ocurre es que aparece y lo que más recuerdo es su enfado en el detalle de su boca y sus mandíbulas y sus dientes que en todo son iguales a los de un perro guardián. Se aúnan en mí en ese momento la rabia y la vergüenza por haber sido descubierto y la tristeza porque mi antiguo amigo no me permita usar su casa para dar cobijo. 

La congoja es un arma poderosa contra el infarto de miocardio. Reconocerla. Dejarse llevar por ella como se deja el cuerpo llevar por el swing de Patti Austin. La congoja que se traduce en el cuerpo en las altas vías respiratorias ahora que las vías respiratorias están tan de moda y son la causa de la angustia de millones de seres humanos cada mañana al levantar.

Pasear bajo las nubes azulinas en un día ventoso. Respirar hondo, más, más hondo y suponer que las interpretaciones de un cuadro de Vermeer en el que una muchacha lee una carta -que ningún connaisseur duda que es una carta de amor o una carta de sexo, una carta, supongamos, en la cual un joven de la misma calle, posiblemente en la ciudad de Delft, le solicita amores que traducido al román paladino quiere decir verte desnuda es recordar la tierra o cómo amasaría tus caderas hasta convertirlas en galeras que surcaran el mar de mis deseos para en el mástil mío desplegar la vela que fecunde en ti toda la lujuria que nos quepa... como hace años yo me fui hasta Segovia para ver a una mujer desconocida y tras comer en cualquier sitio no tuve el suficiente arrojo para proponerle, cuando menos, que nos fuéramos a un hotel un par de horas para no echar nuestros viajes, hasta ese punto intermedio, en balde y así regocijarnos en nuestros cuerpos y volver a nuestros pueblos con la secreta gratificación de haber cometido una inocente inmoralidad- y su sonrojo parece prometer humedades.

Congoja, digo, hoy que he paseado por una ciudad de Londres vestida con los colores ocres de algunas acuarelas de Turner. ¡Cómo me ha gustado hoy Londres! Qué secreto goce. Qué ausencia de temor. Y la sonrisa de una mujer mayor (ella sentada en un banco, yo camino y paso a su lado. Frente a mí un gran edificio negro de arquitectura contemporánea).

Así la mañana y ahora con la sensación, más de una vez expresada, de que tecleo como si tocara el piano. La noche ya. Lo muertos de hoy. Los que han nacido al mundo en esta época fronteriza -que, dicho sea de paso, es como los deltas de los ríos, lugares de una riqueza extraña, confluencia de formas de vida que generan nuevas vidas, nuevos modos- que devendrá en maneras distintas de entenderse, de buscarse, de comprenderse.

Buscarse, ¡qué acción tan occidental de entender la vida!

Desapareció la opresión el pecho. Se fue la congoja. Vuelvo al siglo XVIII.

Ensayo

Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/01/2021 a las 19:06 | Comentarios {0}


Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


Monsieur Louis François Bertin. Dominique Ingres. 1832
Monsieur Louis François Bertin. Dominique Ingres. 1832

XXXIV
     Si me retiro es porque pertenezco, por edad y por pensamiento, a la penúltima mutación.

     Los últimos antiguos, solía decir, me solía sentir. Ahora ya sé nombrarlo con mayor precisión: mutaciones. Las mutaciones niegan a Augusto Comte y sus prosélitos -que aún hoy siguen siendo legión- y su filosofía positiva cuya máxima es: el hombre avanza (evoluciona) constantemente. El progreso es, por lo tanto, infinito e imparable.

     No voy a escribir ahora un tratado sobre escuelas filosóficas, ni es mi intención adoctrinar. Tan sólo es que me apacigua el hecho de que he comprendido que rechazo lo que vivo no por reaccionario sino por ser otra mutación. Prefiero quedarme en casa con los perros y las gatas. Prefiero recibir de vez en cuando la visita de M. o de mi sobrino y charlar sobre asuntos banales con los dueños del restaurante o con un lechero con el que estoy forjando una amistad. No hablamos de desastres, ni de juventud, ni de política; hablamos de recuerdos fundamentalmente. Los suyos y los míos. Yo, a veces, dejo caer una referencia libresca pero en seguida me disculpo y él -al que pondré de iniciales J. A.- me suele hablar de los tiempos del frío o de algunas de sus ovejas más queridas. También me habla de lobos. Historias suyas contaré. Vaya si lo haré. 

     Las nieblas de enero se han metido bajo mi piel y andan vagando por mi interior.

     Sí, alguna vez sentí placer en el esfuerzo, es decir: alguna vez fui burgués. Creí que ese esfuerzo no podía sino llevar aparejada la conquista de lo que perseguía (no quiero escribir qué era aquello que perseguía con tanto esfuerzo) pues esa idea, metida a fuego y a  palos en mi forma de pensar ejerció en su momento su influjo. Déjame decirte, pseudo Lucilo* que es falso. La vida tiene un componente que escapa a la ciencia y a la religión -dos de las formas fetichistas de entender el mundo-: el azar. Quiero decirte algo: no pudieron los dos siglos anteriores domesticarlo. De este no puedo hablar porque no lo viviré.

     Me deslizo por los montes que me rodean y sé que quisiera volver a ver el mar. Hay más silencio a mi alrededor. ¡Cuánto duermen los animales! Viven mejor porque se aburren más.

     No sé, no sé...
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Isaac Alexander escribió algunas cartas morales a su sobrino al que apodó pseudo Lucilo en honor a las famosas epístolas morales de Séneca. Algunas de estas cartas están reproducidas en esta revista. Por ejemplo la titulada Veneno y que fue escrita en Port de la Selva en agosto de 1946. Si desea leerla no tiene  más que hacer un doble click sobre su nombre resaltado en verde. También en el Serial o, como modernamente se llama, Tag, Escritos de Isaac Alexander, se pueden encontrar algunas más.
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/01/2021 a las 18:33 | Comentarios {0}


Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


Venus anadiomena. Tiziano. 1520
Venus anadiomena. Tiziano. 1520
XXXIII
     Esta mañana en medio de las grandes nevadas -ya me dijeron los lugareños que en estas mesetas los inviernos eran fríos y nevosos y  me recomendaban que hiciera acopio de leña porque podía llegar el día en el que no pudiera ni salir a pasear. Los lugareños luego suelen reír, me miran de reojo como si ocultaran algo, como si no me hubieran dado toda la información. Yo lo achaco a ese afán que tienen las comunidades por mantener algún tipo de rito iniciático que les una a sus ancestros (a nuestros ancestros) y uno de esos tipos de rito de iniciación es la novatada, así es que no insisto, me quedo con esa intriga y cumplo mi parte de la tradición albergando algo de temor- con la nieve blanquísima y esos brillos como de cuarzo, una especie de puntos de brillo si se me permite la descripción, que atraen la mirada y parecen hipnotizar al que los mira, pues bien quizás hayan sido esos puntos de brillo los que me han llevado a recordar a Catherine Evans, aquella viuda que vivía en una mansión en el pueblo de Mimizan en la costa atlántica francesa*. Me recordaba esta blancura brillante, este ataque a las pupilas, estos fulgores casi agresivos, esta limpidez del aire, este hundir los pies en honduras que no se sabe donde van a terminar, estos silencios maravillosos, esta pureza asesina, esta soledad blanquísima, todo ellos me recordaba, me ha recordado la piel alabastrina de Catherine que contrastaba de forma cordial con el hermoso y abundante vello azabache de su monte de Venus. Sujeto a un fresno centenario, cegado por el reflejo de la luz del sol sobre la nieve, con los ojos entrecerrados he visto acercarse a Catherine Evans. Donjuan ha aullado, Hamlet se ha relamido y yo he cerrado los ojos presa de la fatiga y el frío y al poco he sentido la mano cálida de Catherine que acariciaba mi rostro curtido; luego ha acercado sus labios a los míos y los ha besado hasta darles vida la viuda porque mis labios andaban ya morados y apenas podían cerrarse para provocar el silbo con el que avisar a los perros para que callasen. Luego Catherine, la Viuda de Mimizan, más blanca que la nieve y menos pura que ella, me ha guiado mi mano por su cuerpo y ese contacto me ha ido calentando por dentro hasta que mi polla de sangre -así la llamó su maravillosa criada Madeleine Ngunga- ha ido cobrando vigor y nuestros arrebatos han provocado que al terminar hayamos conformado un calvero de hierba verde, verde como la mar, verde como las ganas de vivir, verde como sus manos verdes porque Caherine Evans, tras el acto amoroso, ha ido adquiriendo propiedades leñosas. Primero sus pies se han multiplicado en raíces que se han hundido en la tierra y a medida que se hundían sus piernas se juntaban a sí mismas creando un solo tronco de madera oscura, casi de ébano, que desafiaba la blancura de su derredor; madera de ébano que ha cubierto sus caderas, su cintura, su cuello, su rostro y de sus brazos, fractales hermosísimos, han surgido brazos y más brazos que eran  ramas y más ramas y más ramas que se mezclaban con cada uno de sus cabellos y cada cabello producía otra rama y así, en poco tiempo, me encontraba bajo un árbol frondosísimo cuyo olor era el de nuestro acto sexual.

     ¡Vigor al despertar esta mañana! ¡Una mujer vasca -pueblo que habita el norte de España- hace un jersey de punto para mí! ¡Qué hermosas son las luces del día tras haber amado mucho! ¡Cómo parece que nada puede torcerse! ¡El mundo señala una dirección que es la virtud voluptuosa de esa mujer que me mira mientras tricota! ¡Que la nieve permanezca! ¡Que no me digan los aldeanos el último peligro que me acecha! ¡Quiero vivirlo todo, hasta el último aliento!
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*
 De nuevo aparece un personaje de una serie de cuatro entregas que escribió Isaac acerca de su labor como tasador de bibliotecas. Si quiere leer las cuatro entregas no tiene más que hacer un doble click en el texto resaltado en verde.
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/01/2021 a las 19:52 | Comentarios {0}


Sin título
Sin título
La primera partida de ajedrez la juega C. contra M. Gana C. pero con más dificultades de las que cabría esperar; la segunda partida la juego yo, F., contra M. Estoy nervioso porque me fastidiaría perder con alguien que sé que juega mucho peor que yo. Empieza la partida. Me veo jugar. Estoy a la derecha de mí. Parece que estoy jugando muy bien y escribo parece porque no logro ver mis movimientos. Gano a M. en pocas jugadas y con unos movimientos que deben construir una celada porque M. exclama algo así como, ¡Vaya, qué bárbaro!
Ya no está M. Estoy con C. en la casa de sus padres. En la sala. Pero la sala es mucho más grande de lo que en realidad era. La madre de C., J., está exactamente igual que cuando la conocí. Creo que lleva un vestido de color verde botella. Nos sirve un té, casi seguro que es un té. Poco después aparece el padre de C., L., completamente desnudo aunque lleva su cachimba en la boca y las gafas puestas. Es natural que L. esté desnudo. En nada nos altera. Nada nos extraña. Lo único que me llama la atención es lo parecido que es el sexo de L. al mío porque lo llego a pensar antes de que me comente que se ha comprado el último libro de Umberto Eco y me pregunta si lo he leído. Antes de contestarle, J. me acerca el libro. Sólo recuerdo que el título es muy largo y creo que va entre interrogaciones.. entonces la escena se desvanece.
 
En el final de todo y por lo tanto en el principio de algo. En aquellos tiempos decía, El principio de una obra dramática es el final de algo y el final de esa obra dramática es el principio de algo. También decía: la palabra mágica del drama es NO.
Así han pasado los años. Recuerdo a Winston, personaje protagonista de 1984, la sensación de vacío que le inundaba cuando era consciente de que el Poder podía borrar toda su existencia... ¿No sabía entonces Winston que habría un tiempo en el que todas las existencias habrán sido borradas? ¿No quedará ni un fósil de lo que somos? Ese pensamiento ¿no es acaso pura angustia existencial? Postmodernidad pura.
 
Me asalta la ausencia en estos primeros días de enero. Jano, pienso. Luego reprimo los pensamientos que venían a derivarse de Jano para poder concentrarme en la escritura. Ni siquiera anticipo el fango asqueroso en el que la nieve se convertirá en pocos días. Aquella nieve de blancura insultante... aquella nieve... Fango. Mierda que es lo que debe arrastrar el agua que cae por la tubería que corre tras la pared frente a la que escribo. Probablemente la mierda de la vecina del segundo que es una mujer tonsurada como fraile franciscano pero sin amor a la natura.
 
Sí, hoy es una queja. No leas esto L. (está frase la pondré en la entradilla) No te vendrá bien. Ahora vuelvo a Quentin. Cómo me hace sufrir. Demasiadas semejanzas (había olvidado la palabra semejanza, había encontrado similitud pero yo quería semejanza). Estos años. La vuelta del fascismo a Occidente. ¡Qué pronto vuelve el Terror! ¡Qué pronto se olvida! Vuelvo a Quentin. Ahora está con Maggie... Maggie... Marilyn... Quentin habla con una verdad terrible y Maggie no soporta escucharlo. No sé si será la verdad pero es una verdad que pone los pelos de punta. La verdad del poder en las relaciones de pareja. Las miserias de los seres humanos que no saben hacerse felices o cuando menos no culpables, no, no culpables. De eso habla Quentin, él que también ha participado de esa ceremonia de interior. Entonces Maggie le recuerda lo que leyó un día, en un cuaderno, estaba encima de su escritorio, algo que había escrito Quentin: La única persona a la que amaré en mi vida será a mi hija. Ojalá yo hallara una forma digna de morir. Maggie se lo escupe a la cara y le dice, como si hablara a un invisible juez, que eso fue lo que la mató.
Entonces Quentin le cuenta por qué escribió eso. Una fiesta. Hombres. No sabía si se había acostado con alguno. Se avergonzó de ella pero lo más terrible fue cuando Maggie le acusó de lo mismo que le acusaba Louise: de ignorarla, de ningunearla y entonces pensó que él era incapaz de amar. Y por eso lo escribió. Era incapaz de amar... excepto a su hija. Tras la confesión Quentin le pregunta a Maggie qué más quiere y ella le responde, Que me quieras y hagas lo que te pida y que quites esa duna de ahí para escuchar el mar mientras follamos.
La escena llega a la lucha física por una frasco de pastillas y por la vida y es tal la violencia, lo contenido, que casi Quentin ahoga con sus propias manos a Maggie... y a su madre (en escena paralela con el día del barquito velero).
Maggie se aleja gateando de él. Un último instante de desolación y terror de Maggie (a la que tantos hombres han intentado matar) antes de caer dormida, encogida, en el suelo, en un rincón.
 
El día se aleja. Hoy tendré menos miedo. Quizá porque recuerdo que en Port Bou, hace un suspiro en el tiempo, Walter Benjamin esperaba un visado con el que poder huir de los nazis. Llegó un momento en el que lo vio todo perdido. La última noche de su vida. Estaba convencido de que nunca le darían el visado y sería entregado a los nazis y como judío que era sería llevado a un campo de concentración y allí sufriría probablemente más que Primo Levi. Así es que se suicidó. A la mañana siguiente le llegó, sellado, el visado con el que habría podido huir del Terror. Así es que podría decir que Walter Benjamin, el mayor y más audaz crítico literario de todos los tiempos, -como escribió sobre él años más tarde Alessandro Baricco- no se suicidó sino que fue el Terror quien lo mató. Por Walter y por los que murieron como él y por los que morirán como él hoy y por los que no podrán resistir mañana, hoy 13 de enero de 2021, intentaré vivir sin miedo.

Ensayo

Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/01/2021 a las 18:58 | Comentarios {0}


Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


¡Oh, Janis que estás en los cielos!
¡Oh, Janis que estás en los cielos!

XXXII
     Oh, Lord won't you buy me a Mercedes Benz?
 
     ¿Recoge el prisma las emanaciones tóxicas de los aparatos eléctricos? ¿Es cierto que anoche Euphosine corrió por la pared de una habitación hasta casi llegar al techo para cazar -como hizo- una mariposa que era como un pájaro con ojos de mosca? ¿Pensé entonces en Las Metamorfosis? ¿Cuánto importan las heridas no cerradas? ¿Debería llamar a las personas con las que me siento ingrato? ¿Importará la ingratitud?

     Oh, Lord won't you buy me a Mercedes Benz?

     ¿Cuál es la huella de Dios en la historia de la humanidad? ¿Cuántas perplejidades me seguirán acosando hasta el día del adiós? ¿Nunca sabremos lo que hay tras la puerta? ¿Es realmente cierto que si se atrofian los lóbulos frontales se atrofia la personalidad del individuo o más bien es que la apariencia de esa personalidad, en efecto, desaparece pero hay un lugar -en la rodilla, en la corva, en una muela- donde anidará por siempre nuestro ser?

     Oh, Lord won't you buy me a Mercedes Benz?

     Hoy he contemplado más allá de una habitación y una cantante conocida ha alabado la personalidad de una muchacha que podría haber sido mi hija. Más tarde un hombre ingrato me comunicaba que una de las habitaciones de su casa llevaría el nombre de esa muchacha que podría haber sido mi hija. Ese hombre era un no-amigo pero tenía el rostro de un tío carnal al que siempre quise.

     Oh, Lord won't you buy me a Mercedes Benz?

     Existir se resuelve en última instancia en poder cobijarse, en poder comer algo caliente, en poder beber. Por esas tres acciones la mayoría de las personas esclavizan su vida y su pensamiento.
Al deambular por las calles de una ciudad que ya no me pertenece siento el impulso de lanzarme contra un escaparate tras el cual se muestran diversas mercaderías apropiadas para el disfrute de la escritura. Luego pienso que querría quemar la ciudad entera, algo así como el incendio de Lisboa. O quisiera ser Thor y con mi martillo divino golpear sobre la falla de Granada para que la península se convirtiera en isla, esa isla que iba a la deriva, la isla de San Barandán.

     Oh, Lord won't you buy me a Mercedes Benz?

     Hamlet duda de cuál ha de ser la vuelta precisa en la que ha de detenerse para tumbarse y dormir. Aglaya con la mirada fija en un espectro no pestañea. Si hubiera sido mujer, ¿habría dado mi sangre por mis hijos como hacen las hembras de los pelicanos? Ahora he de abandonarme. Dicen que se aproximan grandes nevadas. Los del lugar me avisan de que estaremos varias semanas incomunicados y me recomiendan que haga acopio de leña y víveres.

     Oh, Lord won't you buy me a Mercedes Benz?
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/01/2021 a las 19:10 | Comentarios {0}


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