Escrito por Isaac Alexander 
				 
				 
				 
				 Edición y notas de Fernando Loygorri
			 
			 XXXIV
     Si me retiro es porque pertenezco, por edad y por pensamiento, a la penúltima mutación. 
   
Los últimos antiguos, solía decir, me solía sentir. Ahora ya sé nombrarlo con mayor precisión: mutaciones. Las mutaciones niegan a Augusto Comte y sus prosélitos -que aún hoy siguen siendo legión- y su filosofía positiva cuya máxima es: el hombre avanza (evoluciona) constantemente. El progreso es, por lo tanto, infinito e imparable.
   
No voy a escribir ahora un tratado sobre escuelas filosóficas, ni es mi intención adoctrinar. Tan sólo es que me apacigua el hecho de que he comprendido que rechazo lo que vivo no por reaccionario sino por ser otra mutación. Prefiero quedarme en casa con los perros y las gatas. Prefiero recibir de vez en cuando la visita de M. o de mi sobrino y charlar sobre asuntos banales con los dueños del restaurante o con un lechero con el que estoy forjando una amistad. No hablamos de desastres, ni de juventud, ni de política; hablamos de recuerdos fundamentalmente. Los suyos y los míos. Yo, a veces, dejo caer una referencia libresca pero en seguida me disculpo y él -al que pondré de iniciales J. A.- me suele hablar de los tiempos del frío o de algunas de sus ovejas más queridas. También me habla de lobos. Historias suyas contaré. Vaya si lo haré.
   
Las nieblas de enero se han metido bajo mi piel y andan vagando por mi interior.
   
Sí, alguna vez sentí placer en el esfuerzo, es decir: alguna vez fui burgués. Creí que ese esfuerzo no podía sino llevar aparejada la conquista de lo que perseguía (no quiero escribir qué era aquello que perseguía con tanto esfuerzo) pues esa idea, metida a fuego y a palos en mi forma de pensar ejerció en su momento su influjo. Déjame decirte, pseudo Lucilo* que es falso. La vida tiene un componente que escapa a la ciencia y a la religión -dos de las formas fetichistas de entender el mundo-: el azar. Quiero decirte algo: no pudieron los dos siglos anteriores domesticarlo. De este no puedo hablar porque no lo viviré.
   
Me deslizo por los montes que me rodean y sé que quisiera volver a ver el mar. Hay más silencio a mi alrededor. ¡Cuánto duermen los animales! Viven mejor porque se aburren más.
   
No sé, no sé...
......................................................
   
* Isaac Alexander escribió algunas cartas morales a su sobrino al que apodó pseudo Lucilo en honor a las famosas epístolas morales de Séneca. Algunas de estas cartas están reproducidas en esta revista. Por ejemplo la titulada Veneno y que fue escrita en Port de la Selva en agosto de 1946. Si desea leerla no tiene más que hacer un doble click sobre su nombre resaltado en verde. También en el Serial o, como modernamente se llama, Tag, Escritos de Isaac Alexander, se pueden encontrar algunas más.
   
  
					 Los últimos antiguos, solía decir, me solía sentir. Ahora ya sé nombrarlo con mayor precisión: mutaciones. Las mutaciones niegan a Augusto Comte y sus prosélitos -que aún hoy siguen siendo legión- y su filosofía positiva cuya máxima es: el hombre avanza (evoluciona) constantemente. El progreso es, por lo tanto, infinito e imparable.
No voy a escribir ahora un tratado sobre escuelas filosóficas, ni es mi intención adoctrinar. Tan sólo es que me apacigua el hecho de que he comprendido que rechazo lo que vivo no por reaccionario sino por ser otra mutación. Prefiero quedarme en casa con los perros y las gatas. Prefiero recibir de vez en cuando la visita de M. o de mi sobrino y charlar sobre asuntos banales con los dueños del restaurante o con un lechero con el que estoy forjando una amistad. No hablamos de desastres, ni de juventud, ni de política; hablamos de recuerdos fundamentalmente. Los suyos y los míos. Yo, a veces, dejo caer una referencia libresca pero en seguida me disculpo y él -al que pondré de iniciales J. A.- me suele hablar de los tiempos del frío o de algunas de sus ovejas más queridas. También me habla de lobos. Historias suyas contaré. Vaya si lo haré.
Las nieblas de enero se han metido bajo mi piel y andan vagando por mi interior.
Sí, alguna vez sentí placer en el esfuerzo, es decir: alguna vez fui burgués. Creí que ese esfuerzo no podía sino llevar aparejada la conquista de lo que perseguía (no quiero escribir qué era aquello que perseguía con tanto esfuerzo) pues esa idea, metida a fuego y a palos en mi forma de pensar ejerció en su momento su influjo. Déjame decirte, pseudo Lucilo* que es falso. La vida tiene un componente que escapa a la ciencia y a la religión -dos de las formas fetichistas de entender el mundo-: el azar. Quiero decirte algo: no pudieron los dos siglos anteriores domesticarlo. De este no puedo hablar porque no lo viviré.
Me deslizo por los montes que me rodean y sé que quisiera volver a ver el mar. Hay más silencio a mi alrededor. ¡Cuánto duermen los animales! Viven mejor porque se aburren más.
No sé, no sé...
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* Isaac Alexander escribió algunas cartas morales a su sobrino al que apodó pseudo Lucilo en honor a las famosas epístolas morales de Séneca. Algunas de estas cartas están reproducidas en esta revista. Por ejemplo la titulada Veneno y que fue escrita en Port de la Selva en agosto de 1946. Si desea leerla no tiene más que hacer un doble click sobre su nombre resaltado en verde. También en el Serial o, como modernamente se llama, Tag, Escritos de Isaac Alexander, se pueden encontrar algunas más.
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Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/01/2021 a las 18:33 |