Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Boulevard des Capucines et Café de la Paix. Antoine Blanchard
Boulevard des Capucines et Café de la Paix. Antoine Blanchard
Estimada:
A través de la amplia cristalera del café veo pasar a los transeúntes. Es un día de domingo, luminoso en invierno. Un día en el que el sol despierta el aroma de la jara y cuando vengo a la ciudad, al descender el puerto, bajo las ventanillas para aspirar ese perfume de montaña que abre en mis pulmones la sed de amar.
La ciudad es para mí un lugar de visita y como tal todo en ella me sorprende y eso que la mayor parte de mi vida la he pasado en ella y conozco sus paseos, sus avenidas, sus callejuelas, sus teatros, sus cafés, algunas librerías y algunos sucesos. Desde que vivo lejos, venir es para mí un encuentro con una vieja amiga a la que tan sólo veo de vez en cuando. Yo vivo en la sierra. En un pueblo que apenas conozco. Vivo aquí porque amo la visión de las montañas, el silencio, el aire frío y limpio y la piscina en la que suelo nadar todas las semanas para evitar al cuerpo dolores muy antiguos; vivo aquí porque, por una decisión que no alcanzo a expresar en palabras, supe que debía estar solo hasta descubrir algunas carencias que se han reproducido una vez y otra en mi vida hasta llegar a un punto en el que seguir adelante no era posible si antes no me quedaba quieto; vivo aquí porque viví aquí.
Le decía que es domingo. Usted me ha propuesto tomar un café y me ha asegurado que sí quiere conocerme pero no de la manera que yo entiendo. Y yo querría aclararle un concepto que mi poca pericia en la escritura quizás haya dejado confuso. Establecía en mi primera carta una relación entre conocer y amar e incluso se podría inferir que en el aceptar el conocimiento, iban implícitos el beso y la caricia. Nada más lejos de mi osadía al dirigirme por vez primera a usted aunque, dejándome llevar por la pasión, las últimas palabras pudieran haber dado la impresión de querer asaltar su intimidad como un lobo asalta a la liebre en un descuido. ¡Disculpe a mi corazón asilvestrado!
Hemos quedado a las cinco. Mientras usted llega, yo escribo esta carta la cual se interrumpe de continuo, cada vez que alguien entra. Pienso una definición de amor y me viene a la cabeza que el amor no es más que instinto de superviviencia y al escribir esto miro a traves de la amplia cristalera y observo a las parejas que tomadas de la mano, abrazadas por los talles o juntas sin tocarse, caminan por la vida como el oso en la cueva dormita en el invierno. Son las cinco y cuarto. Sobre el cristal de una ventana el sol bosteza. He sentido el primer gesto de nerviosismo por mi parte; he recordado que tuve el pálpito al bajar de que usted no iba a venir y también ese gesto airado de la mano que intenta borrar de golpe un pensamiento que no es más que hijo del pesimismo; he sonreído y me he dicho, Las mujeres -disculpe la generalidad- siempre llegan tarde y he mirado a mi alrededor; he observado el café donde la he citado con sus frescos en el techo, su escultura en el centro, sus mesas de madera, sus camareros estirados, sus lámparas de araña y esa sensación de café fin de siécle que permite en las fiestas de Carnaval albergar el baile de los disfraces con espíritu de absenta.
Le reconozco que son las cinco y media y estoy nervioso. He intentado sonreír con ironía ante la situación que vivo y no lo he conseguido; me he maldecido por no haber callado; he visto las miradas de dos mujeres sobre mí y un comentario dicho en voz baja; he terminado el té que se había quedado frío y no estaba bueno (tampoco lo estaba caliente. En este café, mal elegido por mi parte, nunca pusieron amor en las infusiones); no he encontrado en la calle algo que inspirara una frase nueva y así he llegado hasta las seis menos cuarto, esperándola a usted sin llegar a sentirme decepcionado, ni enfadado y sí un poco ridículo conmigo. Esto es vivir, he pensado y le he pedido la cuenta al camarero. En cuanto me he levantado, como hienas, dos parejas se han sentado en la mesa que iba a compartir con usted, ¿De qué hubiéramos hablado? ¿Cómo nos habríamos mirado? ¿Cuántas sonrisas habrían surgido? ¿Cuántos silencios incómodos se hubieran dado? ¿Habríamos ido a otro sitio? ¿A qué hora nos hubiéramos despedido?
He tomado la carretera de vuelta a la sierra. He encontrado en mi correo su explicación para su ausencia. No sabe cómo siento que haya tenido usted que trabajar. No se preocupe. Si alguna vez nos volvemos a ver, tan sólo quedara de esta tarde de domingo la carta que escribí mientras el sol, como la espera, moría.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/02/2011 a las 17:17 | Comentarios {1}


No quise robarle el título que encabeza este relato a Stefan Zweig sólo que realmente es una carta a una desconocida porque yo a usted, amada, no la conozco. Y se preguntará usted y me pregunto yo, ¿Se puede amar sin conocer? Y yo como primera respuesta diría: se ama porque se quiere conocer. Luego, dado mi carácter analítico, podría ir enredándome en esta primera pregunta y concluir quizá lo opuesto. No pienso hacerlo en esta ocasión. Porque usted, señorita (la llamo así porque sé que es usted soltera), es para mí, en estos días, una intensa emoción, el lugar donde me refugio para sentir que el mundo va a mejorar y que pronto llegará el día en que vuelva a ver más luces que sombras.
Cuando la veo a usted, mi percepción del mundo se altera.No la busco (y sí la busco). No la persigo (y sí la persigo). No me atrevo (y sí me atrevo). Soy, en el fondo, de una timidez extraña porque si no lo digo yo, no lo diría nadie. Ya ve.
Escribo esta carta y rehuyo que usted se dé por aludida como si yo pensara que quizás algún día sus ojos pasarán por estas palabras y en ellas se sentirá usted descrita. Y tampoco me atrevo a expresarle directamente mis intenciones por el temor, antiguo, de que usted me rechazara y entonces sentiría esa agujita que se clava en los pulmones cuando un anhelo se convierte en apremio de olvido. Podría atreverme y, siguiendo los pasos del soneto de Lope de Vega, apasionarme, elevarme y lanzarme un día sobre su boca. ¡Ah, su boca, mi bella desconocida! ¡Y sus ojos! Ahora mis dedos se lanzaban a describir ambos órganos que comunican lo interior con lo exterior. La boca sobre todo. La boca. Aquí me detengo. Respiro. Releo. Ensueño. Sonrío.
En el escaso contacto que hemos tenido, yo he creído atisbar una simpatía por su parte hacia mí, incluso hubo un día en que creí que usted respondía a una insinuación mía. ¡Qué hermosa es la palabra insinuarse! ¿Sabe? Tengo un diccionario de los sentimientos y he estado tentado de cogerlo y ponerme a escarbar para ponerle a usted hermosas etimologías y descubrimientos certeros. Entonces me he dicho, no, no, hazlo con tus palabras, con tus simples requiebros, sé sincero con tus palabras y con tus propias etimologías y así inventaría que su nombre es recuerdo de viejas dinastías y su primer apellido me lanza al otoño, la estación más amada por mí, y su segundo tiene los aires de un camino junto a usted. En una larga alameda. Un ir conociéndose. No sé si usted me entiende. Para amarse más.
Busco el amor en usted. Decía el gran poeta Fernando Pessoa que escribir cartas de amor es la cosa más ridícula que se puede hacer pero que mayor ridículo es aún no escribirlas por miedo al mismo. Y en efecto, este escritor, que es de lo más grande que ha dado el siglo XX, le escribió las cartas más cursis que imaginarse pueda a su amada Ofelia (que así de hermoso era el nombre de su amor). Busco amarla a usted, amada desconocida; busco encontrarme en su cuerpo y que usted se halle en el mío; busco una orilla junto al río con las manos enlazadas (enlaçemos as maos -escribía Pessoa-); busco la cama; busco la comida; busco la risa; busco la melancolía; busco la madrugada y busco la osadía de dos pares de ojos que se miran frente a frente y se dicen, quedamente, Por fin estás junto a mí y ya te quiero.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/02/2011 a las 12:57 | Comentarios {2}


Hoy no ha podido. Entonces se ha tomado dos peras. No ha hablado y los latidos han sido extraños. Hoy quisiera tener un estilo distinto. También quisiera atreverse a decir la verdad. Sólo que en vez de decirla, la gritaría. Y eso no está bien. No está bien para él. Ni para los demás. En días así ha aprendido a dejarse ir. No fuerza porque perdería. Sabe que perdería.
Le da rabia no haber podido. Y la rabia es uno de los pensamientos de la ira. Así ha transcurrido el día. Era tan grande la rabia que no dejaba entrar el aire. Llevan los pulmones regañándole todo el día. Tienen razón. Las manos están frías. Y el ánimo, el ánimo le obliga a comer peras, le lleva a la cocina a comer peras. Están muy buenas. Las come con la piel. Antes las lava. Mejor hablar de la sopa que ha hecho. Le gusta la sopa. No está, en eso, de acuerdo con Mafalda. Ahora está viendo Whose live is it anyway? dirigida por John Badham e interpretada por Richard Dreyfus. Si fuera un día en el que ha podido, lo tomaría como una lección. Sólo que hoy no puede.
Ya es la noche y no ha podido. Antes de irse a la cama se comerá otra pera, mirará su color verde, sentirá algo de grima con una sustancia química que debe de anidar en su piel porque cuando las pela, no siente esa sensación. Sí. Volverá a la cocina a la cual le ha dado un repaso porque se ha vuelto un aceptable ama de casa y no soporta los restos de aceite o un envase de plástico sin tirar en su bolsa de residuos plásticos correspondiente y todo lo coloca y no ha pasado un solo día desde que está aquí en que no haya dejado el fregadero limpio y la cocina recogida. Aunque hoy no ha podido, eso sí lo ha hecho. Lo de la cocina debe de ser bueno. Sí, sí, debe de ser bueno mantener la cocina limpia todos lo días. Y comer peras. Y hacer ejercicio todas las semanas. ¡Oh, sí, eso sí que debe de ser bueno!
La verdad es que siente muchísimo no haber podido. Algún castigo se hará. Lo tiene merecido. Quizás ya lo está haciendo. Escribiendo las manos se le calientan. Recuerda a Roberto Bolaño y su frío en la casa de Blanes, más frío que aquí, seguro, porque allí, en Girona, el frío es más húmedo y entra hasta los huesos, los cala. Lo sabe porque hace muchos años sentía ese frío en Menorca durante una temporada en la que era aún más pobre que ahora. También recuerda a una muchacha de Bilbao con la que se acostaba y luego le invitaba a desayunar. En aquel entonces sus compañeros y él no tenían ni para comer. Salían en pleno noviembre a coger hierbas de los campos y las cocían. La muchacha de Bilbao le alimentaba el placer y el estómago. Era un encanto. También lo era su novio que acabó enterándose y en vez de partirle la cabeza, se comportó como un auténtico caballero y le propuso charlar. Y charlaron. Jugaba con ellos y con uno de sus compañeros a un juego de cartas menorquín que se llama cao. Desde que él se enteró, ya no volvieron a jugar ni volvió a tomar un café caliente por las mañanas hasta llegar a Madrid. Ella era una muchacha preciosa y triste. Él era un caballero menorquín y farmaceútico. Menorca siempre tuvo mucho de inglesa. De hecho lo fue durante un tiempo. Recuerda las casas inglesas de la ciudad de Mahón... se va a tomar otra pera.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/02/2011 a las 22:41 | Comentarios {0}


Razones del hombre y el capricho
Están muriendo. De norte a sur. De este a oeste. Dejaré quince minutos más los pimientos en el horno. Mientras allí -¿importa el nombre o la latitud y la longitud?- han sido acribillados o ruedan las cabezas o se lapida a la adúltera o muere en la mesa de quirófano por una operación de estética en Düsseldorf o se estrella contra el automóvil o evita una zanja y cae a un pozo. ¿Servirá para algo? ¿Mejor escuchar las cuerdas de una guitarra y dejar que la mañana amaine el temporal de vidas violentadas? ¿Quién es, realmente, Hosni Mubarak? ¿Qué es esa perfidia llamada Partido Popular? ¿Hemos de seguir tragando sapos y culebras y discursos y banderas? ¿Dejaríamos morir a nuestros niños, a los que ahora juegan en el parque sin un tanque cerca? ¿Y las armas? ¿Y las alertas? ¿Por qué no escupimos de una vez por todas a tanto impostor, a tanta sotileza? ¿Nos ponemos a especular sobre las consecuencias de las revueltas en el Magreb en el comercio internacional? ¿Entendemos que el gobierno chino se acojone? ¿Quiénes son esos putos gobernantes chinos? ¿Prefiero seguir escuchando el Concierto de Aranjuez? ¿Y qué me cuentas del motín de Esquilache? ¿Y por qué existió Antonio Pérez? ¿Existe realmente la phowa? No debe evaporarse el agua del todo. No debe arder el mundo al unísono. Ahora imagino a la mujer con pañuelo lanzando con su honda una piedra contra el Phantom. ¿Y si lo alcanza? ¿Es mejor callar? ¿Es mejor seguir alimentando a las ONGs? En Nicaragua. En Nicaragua. Y aquí, en España, país de ladrones, envidias y soflamas... ¡Calma, calma! ¿Por qué hemos de soportar a Aznar y a Botella? Bastardos ambos de la moral y la decencia. Con esas miradas lúgubres y ese afán por ser criminales de primera a ser posible en la universidad de Georgetown (universidad jesuita, por cierto). Vamos a seguir dando vueltas y vueltas a viejas pretensiones ya perdidas. Voy a apagar los pimientos. El otro día se me pasaron y al sacarlos del horno tuve la visión del brazo de una mujer recién horneada hace sesenta años en un famoso crematorio de Polonia. Los medios de comunicación, sedientos de noticias frescas, afilan sus dientes en el norte de África. Ya tienen regueros de sangre que contar, eso sí, con las sesudas reflexiones de expertos en el tema. ¿Pero, qué expertos? ¿Qué tema? ¿El de un pueblo sometido que pide, durante un segundo, un respiro? ¿El tema de David contra Goliat? ¡Qué indecencia, claman! ¡Quién clama! Al menos en Australia se ha librado una batalla entre dos hombres con una red por medio. No ha habido víctimas colaterales. No se ha producido el estado de excepción e incluso al final ha habido premios. Ruido y furia. Sí, ya lo conocemos pero no lo sabemos. Nada aprendemos porque olvidamos. Ruido y furia en las calles de El Cairo. ¿Y el limo del Nilo? ¿Y el agua bendita de los cojones y los sermones en los lupanares y el sólido tedio del estudio y las lágrimas por un amor burgués y el centro comercial en llamas y la necesidad de amar? Y el cuerpo, y el gozo y la lámpara y la carretera y la montaña y Rachmaninoff. Ruido y furia contado por un idiota que no significa nada y sin embargo, dejadme decirlo bien alto, significa tanto. ¡Oh, Shakespeare, qué buena frase te salió y qué falsa! ¿Por qué cojones tengo que seguir aguantando al canalla fascista de Jaime Mayor Oreja con su barba de cursi aburrirse con el dinero de todos en el Parlamento Europeo?
Los pimientos están sudando envueltos en las hojas de los periódicos. Quiero abrazarte y besarte la boca al tiempo que quiero gritar, gritar a la cara de la gran esperanza negra, un tal Barak Obama al que le dieron el Premio Nobel de la Paz imagino que por llevar ya más de tres años sin cerrar Guantánamo. ¿Y debemos confiar? ¿De verdad debemos confiar? Voy a aliñar los pimientos con aceite, azucar y sal.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/01/2011 a las 12:38 | Comentarios {0}


Isaac Alexander me envía esta carta. Considera que yo sabré qué hacer con ella. Por respeto a su destinataria, he borrado su nombre y paso a publicarla. Espero, Isaac, haber acertado.


¡Oh, tú, que anduviste a mi vera durante aquellos años! ¡Oh, tú, que dejaste junto a mí un rosario de ilusiones y un cenotafio de penas! A ti te escribo, descamisado como gitano en día de bodas, para plantearte una dura querella si tienes a bien aceptarla. No te la diré de inmediato. Quizá ni tan siquiera la esboce, ni la escriba; quizás escoja un camino intermedio por donde se intuyan las reglas.
Crisálida. Transformada. Distinta. Devoradora de conocimientos. Ignorante. Sátrapa. Sosias. Sosa. Cáustica. Ácida. Mordaz. Desenvuelta.
Así, adjetivamente, puedo describirte porque tantos adjetivos convierten lo calificado en nada. Nada es lo que te diré y así te lo diré todo.
¿Cómo se puede ser justo desde el desengaño?
¿Cómo se puede alcanzar la cornisa de la catedral si no se dispone cuando menos de una cuerda?
¿Cuántas veces badajo ajeno golpeó campana?
Ya no puedo caminar con mi perro, ni pedir Salfumán en la droguería; las gentes me miran como aquel enfermo infeccioso que va dejando su carne mientras se arrastra por el pavés, ¿ves? El cielo se ha levantado azul y podríamos haber retozado en la cama justo antes del café, nosotros que no estamos sujetos a horarios y cuya rutina hemos de inventarla cada nuevo día.
¿Vas entresacando de aquí y de allá las reglas de la taxonomía?
Cuando oigo de hablar de ti; cuando me fijo en la luz del faro de un coche, en una carretera, una noche de marzo y pienso que ese faro pertenece a tu automóvil y giro en redondo y lo persigo hasta la gasolinera donde para a repostar y me doy cuenta de que es otra la marca y que quien conduce es un señor altísimo de edad indefinida, entonces respiro tranquilo y lloro como un niño y como tal me prohibo conducir y paso la noche aparcado en la gasolinera, sin atreverme a ir a casa por si la policía me detiene y con justa ley me mete en un calabozo de donde tan sólo saldré si alguien paga la fianza.
Fié en nosotros la última ribera.
Esbocé en sueño la bondad primera del fin.
Imaginé una y mil veces mi agonía (en la habitación, con gran alegría, tú y los deudos y sus acompañantes proferíais grandes risotadas y miradas compasivas para hacerme más dulce el tránsito).
Deambulé entre sentirme moral o ser un desaprensivo.
Y cuando caí de nuevo en la vida sin ti, tuve que volver a inventarme entero y no lo conseguí. A pedazos soy.
Y ahora vuelve hacia atrás, descubre la querella y el juzgado donde será resuelta. Yo te estaré esperando con la camisa rota, al aire el pecho, dispuesto a la trágica muerte por pulmonía.
Por cierto, si vienes, tráeme un buchito de brandy.

Siempre tuyo,
Isaac Alexander

Narrativa

Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/01/2011 a las 11:58 | Comentarios {0}


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