Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Razones del hombre y el capricho
Están muriendo. De norte a sur. De este a oeste. Dejaré quince minutos más los pimientos en el horno. Mientras allí -¿importa el nombre o la latitud y la longitud?- han sido acribillados o ruedan las cabezas o se lapida a la adúltera o muere en la mesa de quirófano por una operación de estética en Düsseldorf o se estrella contra el automóvil o evita una zanja y cae a un pozo. ¿Servirá para algo? ¿Mejor escuchar las cuerdas de una guitarra y dejar que la mañana amaine el temporal de vidas violentadas? ¿Quién es, realmente, Hosni Mubarak? ¿Qué es esa perfidia llamada Partido Popular? ¿Hemos de seguir tragando sapos y culebras y discursos y banderas? ¿Dejaríamos morir a nuestros niños, a los que ahora juegan en el parque sin un tanque cerca? ¿Y las armas? ¿Y las alertas? ¿Por qué no escupimos de una vez por todas a tanto impostor, a tanta sotileza? ¿Nos ponemos a especular sobre las consecuencias de las revueltas en el Magreb en el comercio internacional? ¿Entendemos que el gobierno chino se acojone? ¿Quiénes son esos putos gobernantes chinos? ¿Prefiero seguir escuchando el Concierto de Aranjuez? ¿Y qué me cuentas del motín de Esquilache? ¿Y por qué existió Antonio Pérez? ¿Existe realmente la phowa? No debe evaporarse el agua del todo. No debe arder el mundo al unísono. Ahora imagino a la mujer con pañuelo lanzando con su honda una piedra contra el Phantom. ¿Y si lo alcanza? ¿Es mejor callar? ¿Es mejor seguir alimentando a las ONGs? En Nicaragua. En Nicaragua. Y aquí, en España, país de ladrones, envidias y soflamas... ¡Calma, calma! ¿Por qué hemos de soportar a Aznar y a Botella? Bastardos ambos de la moral y la decencia. Con esas miradas lúgubres y ese afán por ser criminales de primera a ser posible en la universidad de Georgetown (universidad jesuita, por cierto). Vamos a seguir dando vueltas y vueltas a viejas pretensiones ya perdidas. Voy a apagar los pimientos. El otro día se me pasaron y al sacarlos del horno tuve la visión del brazo de una mujer recién horneada hace sesenta años en un famoso crematorio de Polonia. Los medios de comunicación, sedientos de noticias frescas, afilan sus dientes en el norte de África. Ya tienen regueros de sangre que contar, eso sí, con las sesudas reflexiones de expertos en el tema. ¿Pero, qué expertos? ¿Qué tema? ¿El de un pueblo sometido que pide, durante un segundo, un respiro? ¿El tema de David contra Goliat? ¡Qué indecencia, claman! ¡Quién clama! Al menos en Australia se ha librado una batalla entre dos hombres con una red por medio. No ha habido víctimas colaterales. No se ha producido el estado de excepción e incluso al final ha habido premios. Ruido y furia. Sí, ya lo conocemos pero no lo sabemos. Nada aprendemos porque olvidamos. Ruido y furia en las calles de El Cairo. ¿Y el limo del Nilo? ¿Y el agua bendita de los cojones y los sermones en los lupanares y el sólido tedio del estudio y las lágrimas por un amor burgués y el centro comercial en llamas y la necesidad de amar? Y el cuerpo, y el gozo y la lámpara y la carretera y la montaña y Rachmaninoff. Ruido y furia contado por un idiota que no significa nada y sin embargo, dejadme decirlo bien alto, significa tanto. ¡Oh, Shakespeare, qué buena frase te salió y qué falsa! ¿Por qué cojones tengo que seguir aguantando al canalla fascista de Jaime Mayor Oreja con su barba de cursi aburrirse con el dinero de todos en el Parlamento Europeo?
Los pimientos están sudando envueltos en las hojas de los periódicos. Quiero abrazarte y besarte la boca al tiempo que quiero gritar, gritar a la cara de la gran esperanza negra, un tal Barak Obama al que le dieron el Premio Nobel de la Paz imagino que por llevar ya más de tres años sin cerrar Guantánamo. ¿Y debemos confiar? ¿De verdad debemos confiar? Voy a aliñar los pimientos con aceite, azucar y sal.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/01/2011 a las 12:38 | Comentarios {0}


Isaac Alexander me envía esta carta. Considera que yo sabré qué hacer con ella. Por respeto a su destinataria, he borrado su nombre y paso a publicarla. Espero, Isaac, haber acertado.


¡Oh, tú, que anduviste a mi vera durante aquellos años! ¡Oh, tú, que dejaste junto a mí un rosario de ilusiones y un cenotafio de penas! A ti te escribo, descamisado como gitano en día de bodas, para plantearte una dura querella si tienes a bien aceptarla. No te la diré de inmediato. Quizá ni tan siquiera la esboce, ni la escriba; quizás escoja un camino intermedio por donde se intuyan las reglas.
Crisálida. Transformada. Distinta. Devoradora de conocimientos. Ignorante. Sátrapa. Sosias. Sosa. Cáustica. Ácida. Mordaz. Desenvuelta.
Así, adjetivamente, puedo describirte porque tantos adjetivos convierten lo calificado en nada. Nada es lo que te diré y así te lo diré todo.
¿Cómo se puede ser justo desde el desengaño?
¿Cómo se puede alcanzar la cornisa de la catedral si no se dispone cuando menos de una cuerda?
¿Cuántas veces badajo ajeno golpeó campana?
Ya no puedo caminar con mi perro, ni pedir Salfumán en la droguería; las gentes me miran como aquel enfermo infeccioso que va dejando su carne mientras se arrastra por el pavés, ¿ves? El cielo se ha levantado azul y podríamos haber retozado en la cama justo antes del café, nosotros que no estamos sujetos a horarios y cuya rutina hemos de inventarla cada nuevo día.
¿Vas entresacando de aquí y de allá las reglas de la taxonomía?
Cuando oigo de hablar de ti; cuando me fijo en la luz del faro de un coche, en una carretera, una noche de marzo y pienso que ese faro pertenece a tu automóvil y giro en redondo y lo persigo hasta la gasolinera donde para a repostar y me doy cuenta de que es otra la marca y que quien conduce es un señor altísimo de edad indefinida, entonces respiro tranquilo y lloro como un niño y como tal me prohibo conducir y paso la noche aparcado en la gasolinera, sin atreverme a ir a casa por si la policía me detiene y con justa ley me mete en un calabozo de donde tan sólo saldré si alguien paga la fianza.
Fié en nosotros la última ribera.
Esbocé en sueño la bondad primera del fin.
Imaginé una y mil veces mi agonía (en la habitación, con gran alegría, tú y los deudos y sus acompañantes proferíais grandes risotadas y miradas compasivas para hacerme más dulce el tránsito).
Deambulé entre sentirme moral o ser un desaprensivo.
Y cuando caí de nuevo en la vida sin ti, tuve que volver a inventarme entero y no lo conseguí. A pedazos soy.
Y ahora vuelve hacia atrás, descubre la querella y el juzgado donde será resuelta. Yo te estaré esperando con la camisa rota, al aire el pecho, dispuesto a la trágica muerte por pulmonía.
Por cierto, si vienes, tráeme un buchito de brandy.

Siempre tuyo,
Isaac Alexander

Narrativa

Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/01/2011 a las 11:58 | Comentarios {0}


Después de la primera salida.

En esencia es como los Cuadernos de un Vate Vago de Gonzalo Torrente Ballester ¡Qué gran escritor! La Saga Fuga de J.B. es una de las grandes novelas de la literatura universal.

¿Cuál sería la frontera entre saber y no saber lo que uno es o deja de ser?

¿Cesare Pavese, Franz Kafka o Virgilio eran soberbios? El primero por suicidarse, los otros dos porque pidieron que sus obras se quemaran, de malas que las consideraban.

Y algún loco que no vendió un cuadro en su vida ¿era un soberbio por seguir pintando en un mundo donde todos negaban que aquello fuera pintura?

La humildad es un asunto extraño cuando lo que está en juego es el propio ser.

Si aceptamos que el ser humano tiene como motor principal de su acción el egoismo ¿dónde empieza la humildad? ¿mecanismo de defensa? ¿estrategia defensiva?

¿Es la soberbia un exceso de confianza?

Soberbia: Elación del ánimo y apetito desenfrenado de ser a otros preferido.

Soberbia: Cualidad o actitud de la persona que se tiene por superior a las que lo rodean, por su riqueza, por su posición social o por otra cualidad o circunstancia, y desprecia y humilla a las que considera inferiores.

Soberbia: Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás.

Soberbia: Condición de la persona que se cree superior a las demás.

Soberbia: Arrogancia.

Superbe: Vanité qui rend orgueilleux.

¿Quiénes son, siempre, los demás?

La felicidad se puede alcanzar. Una de las primeras habilidades que se aconsejan es conocerse a sí mismo y saber que nadie te considera más importante que tú mismo. Con lo cual la soberbia más sería una cualidad de tonto. O toda cualidad excesiva es defecto estúpido.

Quizá la edad más sensata para ser soberbio sea la juventud (de hecho diría que es incluso necesaria). Si se mantiene deviene en locura de hombre.

Y no podemos seguir calificando a alguien que conocimos soberbio en la juventud, por inercia, de la misma forma. A veces la soberbia se convierte en confianza no compartida (que excluye el desprecio y la humillación de los demás).

Porque el desprecio y la humillación es condición necesaria del llamado soberbio. Habrá que cuidar muy mucho a quien se le llama soberbio (hay palabras que excluyen el desprecio a los demás y su humillación y que sin embargo sí mantienen el deseo de ser a otros preferido. Por ejemplo: el inferior).

Toda cualidad humana es una cuestión de medidas y toda medida está sujeta a cambios ( el final del probable silogismo cae por su propio peso).

Fui soberbio en casi toda la acepción de la palabra: me creí más y desprecié a algunos. Tengo en mí, sin embargo, que nunca fue mi intención humillar.

Quiero pedir olvido por mi mal de juventud porque el perdón es imposible (nada se puede perdonar. Sí olvidar -si en ello está la caprichosa memoria [que otros llaman selectiva]). Un dolor vivido no deja de haber sido aunque se perdone. El presente de una ofensa impide el perdón por principio.

Si es que sufrí ese mal...

Firmado:
Napoleón

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/12/2010 a las 23:41 | Comentarios {0}


Sampler: creación literaria -ideada por mí- cuya composición se consigue mediante frases de diversos autores las cuales, engarzadas con algunas propias, producen un sentido nuevo.
Las frases propias están escritas en cursiva.
Las otras frases corresponden a los siguientes autores: Félix de Azúa, Gonzalo Torrente Ballester, Ana María Matute, Vallejo Nájera, C. Puche, J. Aldebarán, J. Gregorio, Camilo José Cela, Ana María Moix, Carmen Laforet y Zunzunegui.
Las frases se encuentran recogidas en el Diccionario del Español Actual y han sido entresacadas de las entradas de las siguientes palabras: ADONIZARME, AFEITADO, AFELPADO, AMOK, CABALLITOS, AY, EONISMO, CONTRAHECHO, DESCARADO, CRUDEZ, DESTROZO Y ESCAPAR.


En la casa todo sigue igual, si exceptuamos algunos presentimientos. No debo, sin embargo, adonizarme; los presentimientos nacen de una mala acción. Durante el afeitado, con la mente sin telarañas, puedo pensar; mis pies, afelpados, apenas rozan la alfombrilla, como topos. Pienso: En general, cada animal mata para comer o para que no le coman, pero estos instintos pueden deformarse enfermizamente, saliéndose de su función específica, y dirigirse, o contra los demás (agresión feroz e indiscriminada, contra todo y contra todos, como ocurre entre los humanos en la crisis de amok) o contra sí mismo. Yo fui alejado del parque los sábados y los domingos, y ni podía montar en los caballitos ni en las barcas, porque en esos sitios había niños muy golfos. En esos pensamientos estoy cuando vuelvo a escuchar los recuerdos de palabras que se dijeron, de gritos gritados, de gemidos y ayes de gozo y de dolor y descubro que actúa ya en mí la extraña ambigüedad del trasvestido o el eonismo.
Miro, tras la ventana, el bosque. Sobre el pardo matorral asoman los contrahechos y ásperos arbustos, sobre un suelo pobre y seco: cornicabra, ladierna, madroño. Un viajero se tumba a descansar un rato a la sombra de una noguera maternal y copuda en la que canta un pájaro y salta la descarada ardilla pelirrubia mientras mi esposa, semidesnuda, desafía en la galería volcada sobre el bosque que rodea la casa, la crudez atmosférica. En su mano izquierda existen grandes destrozos por mordedura. Sé que ella ha pensado muchas veces en escaparse de tantas pesadumbres y lacerías.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/11/2010 a las 19:05 | Comentarios {0}


Ni siquiera sabía por qué se había puesto a ladrar. Más allá, no sabía qué era ladrar. La manada se había alejado y la ventisca era densa, cada vez más densa. No sabía de dónde había salido. Si antes de aquello (ladraba aquello porque no sabía qué era) había habitado una casa donde unos niños pequeños jugueteaban con él y un hombre alto se empeñaba en domesticarlo con una correa y un collar y ya por la noche se tumbaba en una cama para perros y él, graciosamente, sacaba la cabeza por fuera de la camita (hecho que resultaba cómico a los niños) y se ponía bocarriba como si fuera un humano con hocico y cuatro patas.
El viento helador. La nieve dura como pedrisco. El paisaje confuso. El instinto le avisaba que la soledad no es buena. Entonces recordaba unos versos que un hombre vociferaba en una esquina cada vez que él pasaba y que su mente perruna había memorizado como su olfato conocía los olores de la hembra en celo, de la caza o de la muerte. Recordaba también el nombre del autor de aquellos versos y mientras buscaba a la manada y empezaba a sentir hambre y ladraba sin saber muy bien qué era eso, iba recordando, una vez y otra, el poema: A ti te ocurre algo/ yo entiendo de estas cosas/ hablas a cada rato/ de gente ya olvidada/ de calles lejanísimas/ con farolas a gas/ de amaneceres húmedos/ de huelgas de tranvías/ cantas horriblemente/ no dejas de beber/ y al poco estás peleando/ por cualquier tontería/ yo que tú arrancaba/ a que me viera el médico/ pues si no un día de éstos/ en un lugar absurdo/ en un parque o en un bar/ o entre las frías sábanas/ de una cama que odies/ te pondrás a pensar/ a pensar a pensar/ y eso no es bueno nunca/ porque sin darte cuenta/ te irás sintiendo solo/ igual que un perro viejo/ sin dueño y sin cadena//. Perro, cuando terminaba de recordar el último verso del poema y antes de que volviera a su mente el primero, se ponía a aullar, como un cachorro recién parido que buscara en su aullo el alimento de la madre, o algo menos estético, aullaba para pedir auxilio a los suyos, a su manada, a su especie, a sus otros, o a otro hombre aunque no fuera su dueño, ni tuviera niños graciosos que juguetearan con él los sábados por la mañana.
La ventisca de nieve (¿o era hielo?) arreciaba. El paisaje se iba haciendo más y más difuso y de repente, el perro de dio cuenta de que su pelo era también blanco y así era invisible, como sus ladridos que se confundían con el crujir de las ramas eran inaudibles, como sus huellas que se cubrían nada más hollarse, desaparecían a su paso. Y de repente se fue sintiendo solo/ igual que un perro viejo/ sin dueño y sin cadena// y se tumbó de miedo y se murió de frío.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/10/2010 a las 09:13 | Comentarios {0}


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