Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Extracto de la novela Los hermanos Karamázov de F.M. Dostoyevski
Traducción del ruso Augusto Vidal.


Ivan Karamázov:
Verás, soy un aficionado a hacer colección de ciertos hechos, y ¿lo creerás? anoto y recojo de periódicos y relatos, de donde se tercia, cierta clase de anécdotas; tengo ya una buena colección. Los turcos, naturalmente, figuran en ella, pero se trata de extranjeros. He cogido también cositas del país, que son hasta mejores que las turcas ¿Sabes?, entre nosotros son los golpes los que se llevan la palma, abundan más el vergajo y el látigo; esto es lo nacional; entre nosotros, clavetear las orejas es inconcebible; a pesar de todo, somos europeos; pero el vergajo, el látigo, son algo muy nuestro y no hay quien nos lo quite. En el extranjero, según parece, ahora ya no se pega. Será que las costumbres se han dulcificado o bien se habrán dictado leyes en virtud de las cuales el hombre, al parecer, no se atreve ya a pegar al hombre; en cambio se ha buscado una compensación también puramente nacional, como tenemos nosotros, tan nacional que parece imposible en nuestro país; si bien también aquí, si no me equivoco, va abriéndose camino, sobre todo desde que se ha producido un movimiento religioso en nuestra alta sociedad. Tengo un notable folleto, traducido del francés, en el que se cuenta cómo en Ginebra, no hace mucho tiempo, unos cinco años a lo sumo, ejecutaron a un criminal y asesino, un tal Richard, joven de veintitrés años, si no recuerdo mal, arrepentido y convertido a la religión cristiana antes de subir al cadalso. Richard era un hijo ilegítimo al que, siendo pequeño, de unos seis años de edad, sus padres regalaron a unos pastores suizos de montaña, quienes le criaron para hacerle trabajar. Creció entre ellos como un animalillo salvaje; los pastores no le enseñaron nada; al contrario, cuando tuvo siete años le mandaron ya a cuidar ganado, tanto si el tiempo era lluvioso como si hacía frío, casi sin vestirle ni alimentarle. Al tratarle de esta manera, ninguno de ellos se paraba a reflexionar ni tenían remordimientos; al contrario, se creían que obraban en su pleno derecho, pues Richard les había sido regalado como una cosa, y ni siquiera creían necesario darle de comer. Richard mismo contó que durante aquellos años, como el hijo pródigo del Evangelio, sentía enormes deseos de comer aunque fuera bazofia de la que daban a los cerdos que engordaban para la venta; pero ni eso le daban y le pegaban cuando él lo robaba. Así pasó toda su infancia y su juventud, hasta que creció y, sintiéndose fuerte, se dedicó a robar. El salvaje trabajó de jornalero en Ginebra para ganar dinero; se bebía lo ganado, vivía como un monstruo y acabó asesinando a viejo para robarle. Le prendieron, le juzgaron y le condenaron a muerte. Allí no se andan con sentimentalismos. Pues bien, en la cárcel, inmediatamente le rodearon predicadores y miembros de diferentes hermandades cristianas, damas que practican la beneficencia, etcétera. En la cárcel le enseñaron a leer y a escribir, empezaron a explicarle el Evangelio, le sermonearon, le exhortaron, le presionaron, le instaron, le agobiaron, y he aquí que un buen día Richard confesó, al fin, solemnemente, su crimen. Se convirtió, escribió de su puño y letra al tribunal reconociendo que era un monstruo y que al fin el Señor se había dignado iluminarle y enviarle la gracia celestial. Se emocionó Ginebra entera […]. Llega el último día, Richard, casi sin fuerzas, llora y a cada momento repite: “Éste es el mejor de mis días ¡voy a reunirme con el Señor!”. “Sí (gritan los pastores, los jueces y las damas de beneficencia) éste es el día más feliz de tu vida” […]. Cubierto de besos por todos ellos, arrastraron al hermano Richard al cadalso, le colocaron en la guillotina y le hicieron saltar la cabeza, como buenos hermanos, por haber venido a él la gracia del Señor. […] En nuestro país es posible azotar a las personas. Y he aquí que un señor inteligente y culto, y su dama, azotan con un vergajo a su propia hija, una niña de siete años; lo tengo escrito con todo detalle. El papaíto se alegra de que la verga tenga nudos, “dolerá más”, dice, y comienza a “tundir” a su propia hija. Hay personas, me consta, que se excitan a medida que pegan, cada nuevo golpe les hace sentir una sensación de voluptuosidad, de auténtica voluptuosidad, en progresión creciente. Azotan un minuto; azotan, al fin, cinco minutos, azotan durante diez minutos, siguen azotando más, más rápido, con más fuerza. La niña grita, la niña al fin no puede gritar, se ahoga: “¡Papá, papá! ¡Papaíto, papaíto!”. Por un azar diabólico e indecoroso, el asunto llega hasta los tribunales. Se “alquila” un abogado […] Los jurados, convencidos, se retiran a deliberar y dictan una sentencia absolutoria. El público llora de felicidad porque han absuelto al verdugo… Estas estampas son una joya. Pero acerca de los niños, tengo aún otras mejores; he recogido muchas cosas, Aliosha, muchas, sobre los niños rusos.


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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/08/2010 a las 18:50 | Comentarios {0}


Extracto de la novela Los hermanos Karamázov de F.M. Dostoyevski
Traducción del ruso Augusto Vidal.


Tras una larga serie de de sucesos donde los más puramente terrenal y lo divino se entremezclan, Aliosha e Iván Karamázov comen en una taberna.
Los días anteriores han sido muy frenéticos y en ese frenesí que Dostoyevski califica de desgarramientos, hemos conocido a la familia Karamázov, a sus criados; a las amadas por estos hombres; hemos conocido la inclinación ascética de Aliosha, el pequeño de los hermanos, que vive en el monasterio de la ciudad y que es el favorito de starets (una especie de santón) Zosima, el cual está punto de morir; hemos asistido a la paliza que el hijo mayor, Dmitri, ha propinado a su padre por una cuestión de faldas delante de sus hermanos; hemos asistido a los ataques de histeria de Katherina Ivánovna, prometida de Dmitri a la cual Dmitri rechaza pues se ha enamorado de una meretriz (la cual a su vez se acuesta con el padre, un lujurioso de tomo y lomo y bufón además y borracho), a quien pretende Ivan hasta que decide irse a Moscú y abandonar sus pretensiones. Todo contado con una gran pasión, arrebatadamente, histéricamente incluso.
Bien, volvamos a la taberna. Tras responder Iván a la pregunta que a Aliosha le interesa -si su hermano cree en Dios- Iván responde de forma extensa y magnífica.
Esta es parte de su argumentación: Él admite la existencia de Dios (a priori)

Iván Karamázov:
[...] Deseaba hablar del sufrimiento de la humanidad en general, pero mejor será que nos detengamos en los sufrimientos de los niños. Así se reduce en unas diez veces el alcance de mi argumentación, pero será mejor que me refiera sólo a los niños. Resultará, desde luego, menos favorable para mí. Pero, en primer lugar, a los niños se los puede amar incluso de cerca, incluso sucios, hasta feos (a mí me parece, sin embargo, que los niños nunca son feos). En segundo lugar no quiero hablar de los adultos porque, a parte de ser repugnantes y no merecer amor, tienen además con qué desquitarse: han comido de la manzana y han entrado en conocimiento del bien y del mal, y se han hecho "semejantes a Dios". Y siguen comiéndola. En cambio, los niños no han comido nada y no son culpables de nada ¿Te gustan los niños, Aliosha? Sé que te gustan, y comprenderás por qué ahora sólo quiero hablar de ellos. Si también sufren horrorosamente en la tierra se debe, claro está, a sus padres: son castigados por sus padres, que se han comido la manzana; ahora bien, éste es un razonamiento del otro mundo; al corazón del hombre, aquí en la tierra, le resulta incomprensible. Un inocente no debe sufrir por otro ¡y menos semejante inocente (se refiere a Cristo)! Asómbrate de mí, Aliosha; también yo quiero con todo el alma a las criaturitas [...] no hace mucho me contaba un búlgaro en Moscú cómo los turcos y los circasianos están cometiendo atrocidades por todo el país, por toda Bulgaria, temiendo un alzamiento en masa de los eslavos; es decir, incendian, matan, violan a mujeres y niñas, clavan a los detenidos a las vallas, metiéndoles los clavos por las orejas, y allí los dejan hasta la mañana siguiente y luego los ahorcan, etcétera; es inimaginable todo lo que pueden llegan a hacer. Se habla a veces de la "fiera" crueldad del hombre, pero esto es terriblemente injusto y ofensivo para las fieras: una fiera no puede ser nunca tan cruel como el hombre, tan artística y refinadamente cruel. El tigre despedaza y devora, otra cosa no sabe hacer. A él ni se le ocurriría clavar a los hombres por las orejas con clavos y dejarlos así toda la noche, no se le ocurriría aunque fuera capaz de hacerlo. Los turcos, en cambio, han torturado sádicamente hasta a los niños, empezando con arrancarlos de las entrañas de la madre con un puñal, hasta arrojar a los niños de pecho para ensartarlos al caer con la punta de la bayoneta en presencia de las madres. El hacerlo a la vista de las madres era lo que constituía el principal placer. Te voy a contar una escena que me ha impresionado en gran manera. Imagínate la situación: un crío de pecho en brazos de su madre temblorosa; en torno, unos turcos que acaban de llegar. Los turcos idean un juego divertido: acarician al pequeño, se ríen, para hacerle reír, y lo logran; el pequeño ríe. En ese instante, un turco le apunta con la pistola, a cuatro pulgadas de su carita. El pequeño se ríe alegremente, alarga sus manitas para coger el revólver y, de pronto, el artista aprieta el gatillo apuntándole a la cara y le despedaza la cabecita... Está hecho con arte, ¿no es cierto?
- Hermano, ¿a qué viene todo esto? -preguntó Aliosha

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/08/2010 a las 15:34 | Comentarios {0}


Friedrich Leopold von Hardenberg. Pseudónimo: Novalis


Himno
Sólo unos cuantos
gozan del misterio del amor,
y desconocen la insatisfacción
y no sufren la eterna sed.
El significado divino de la Cena
es un enigma para el entendimiento humano;
pero quien sólo una vez,
en los ardientes y amados labios
haya aspirado el aliento de la vida,
quien haya sentido fundir su corazón
con el escalofrío de las ondas
de la divina llama,
quien, con los ojos abiertos,
haya medido el abismo
insondable del cielo,
ése comerá de su cuerpo
y beberá de su sangre
para la eternidad.
¿Quién ha descifrado
el sublime significado
del cuerpo terrenal?
¿Quién puede asegurar
que ha comprendido la sangre?
Un día todo será cuerpo,
un único cuerpo,
y en la sangre celestial
se bañará la feliz pareja.
¡Oh!, ¿acaso no se tiñe de rojo
el inmenso océano?
¿no es ya la roca que emerge
pura carne perfumada?
Es interminable el delicioso banquete,
el amor no se sacia jamás,
y nunca se acaba de poseer al ser amado,
nunca el abrazo es suficiente.
Los labios se tornan más delicados,
el alimento se transforma de nuevo
y se vuelve más profundo, más íntimo, más cercano.
El alma se estremece y tiembla
con mayor voluptuosidad,
el corazón tiene siempre hambre y sed,
y así, para la eternidad,
el amor y la voluptuosidad se perpetúan.
Si los que ayunan
lo hubiesen saboreado sólo una vez
lo abandonarían todo
para venir a sentarse con nosotros
a la mesa servida y nunca vacía
del ferviente deseo.
Y de ese modo reconocerían
la inagotable plenitud del amor,
y celebrarían la consumación
del cuerpo y la sangre.

Traducción, Rodolfo Häsler

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/08/2010 a las 20:36 | Comentarios {0}


Extracto de Ideas de Peter Watson


La creación del mundo según el alfabeto hebreo
La creación del mundo según el alfabeto hebreo
Según la tradición judeo-cristiana, la historia humana había empezado con Adán. Ahora bien, mientras la cronología judía calculaba que la Creación había tenido lugar hacia el 3.761 a.C., los cristianos defendían una concepción más simbólica y simétrica. Según su esquema, existían siete etapas simbólicas del hombre, basadas en la idea de una semana cósmica: siete edades, cada una de las cuales habría durado 1.000 años. De acuerdo con esta versión, la Creación había ocurrido en el año 4.000 a.C. y se presumía que la era cristiana duraría dos mil años más, después de los cuales habría un último milenio (Lutero era uno de los que coincidía con este esquema, y sostuvo que Noé había vivido hacia 2.000 a.C). Hubo otros eruditos que hicieron sus propios cálculos. Empleando las genealogías de la Biblia, Joseph Justus Scaliger concluyó que la Creación había ocurrido el 23 de abril del año 3.947 a.C.; Kepler prefirió el año 3.992 a.C. mientras que el arzobispo James Ussher fue todavía más lejos en sus Anales del Antiguo y el Nuevo Testamento, obra en la que sostuvo que la semana de la Creación había empezado en el domingo 23 de octubre de 4004 a.C. y que Adán había sido creado el viernes 28 del mismo mes. Por último, John Lightfoot, un experto en estudios rabínicos, precisó los cálculos de Ussher y concluyó que Adán había nacido el 28 de octubre de 4.004 a.C. a las nueve en punto de la mañana.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/07/2010 a las 12:32 | Comentarios {0}


Primeros párrafos del prólogo escrito por Fiódor Mijailovich Dostoyevski


Los hermanos Karamázov
Al dar comienzo a la biografía de mi héroe, Alexéi Fiódorovich Karamázov, experimento cierta perplejidad. En efecto: aunque llamo a Alexéi Fiódorovich mi héroe, sé muy bien que no es, de ningún modo, un gran hombre, y preveo por ello inevitables preguntas poco más o menos como éstas: "¿Pero que tiene de notable su Alexéi Fiódorovich para que lo haya elegido como héroe suyo? ¿Ha hecho algo extraordinario? ¿De quién y a santo de qué es conocido? ¿Por qué yo, como lector, he de perder el tiempo estudiando los hechos de su vida?"
Esta última pregunta es la más temible, pues a ella sólo puedo responder: "Quizá lo vean ustedes mismos leyendo la novela" Pero ¿y si leen la novela y no lo ven, si no están de acuerdo en que mi Alexéi Fiódorovich es un hombre notable? Hablo así porque preveo, con pena, que sucederá lo que digo.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/07/2010 a las 20:06 | Comentarios {0}


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