
The atrocity exhibition
Lo que escribo es un ensayo (repito que el término ensayo sólo lo utilizo en mis escritos con el sentido de intentar una explicación de algo o una aclaración) sobre el erotismo, la sensación de que el viejo tabú sexual que tantas y tantas teorías evoca, propone y sentencia, tiene para mí a estas alturas de civilización -de la cual ya hemos alcanzado el cenit e iniciamos hace ya bastante tiempo el declive- un algo de inexplicable, anacrónico y moralmente detestable.
Hace unos meses la soledad de mi cuerpo me pesaba (a finales de julio era insoportable). Tras atravesar el desierto uno llega al oasis y lo primero que suele hacer es beber del estanque, luego alimentarse con los dátiles y tras haber saciado las necesidades primeras uno se dedica a descansar, a recomponerse. El desierto vital existe. Incluso me atrevería a afirmar que es necesario, para que una vida sea plena, atravesarlo. El ser humano ha de sentirse en algún momento, durante un largo tiempo, solo, sin recursos, a merced de su propia naturaleza tan sólo para conocerse y para saber hasta dónde llegan sus fuerzas y cuáles son los límites de su esperanza, su creencia o su realidad. Tras el desierto, viene la convalecencia y tras ella la recuperación y tras la recuperación suele llegar el deseo de volver a vivir con plenitud. Sólo que el desierto no termina en el oasis. Tras el desierto muchas cosas quedaron atrás y muchas personas se perdieron y, entre ellas, muchas mujeres. Estar en el desierto y sobrevivir significa también renovarse, renacer. Añadamos a este desierto metafísico la física de que me vine, en septiembre de 2010, a vivir a un pueblo de la sierra donde no conozco a nadie y que antes de separarme de mi penúltima ex-mujer ya me había aislado del mercado sexual, de las ciudades, los bares, los conciertos o los gimnasios donde mujeres y hombres galantean, coquetean, seducen y se enredan. Y así a finales de julio, el deseo de estar con una mujer, de acostarme a su lado, de disfrutar de su cuerpo y de que ella disfrutara del mío, la gana de reír con picardía, de mirar a los ojos con intensas intenciones y de no tener con quién hacerlo, ni dónde buscar, me llevó a apuntarme a una página de contactos para personas solitarias donde ambos sexos delineábamos un perfil absurdo sobre gustos y querencias y los operadores de la página cruzaban los perfiles y te mandaban posibles mujeres, adecuadas a tu gusto, a un correo electrónico establecido.
El erotismo es, en el mejor de los casos, la sabia mezcla entre sensualidad y sexo; tiene un componente de riesgo y aventura, de descubrimiento y sorpresa, de jadeo y entrega; el erotismo tiene una premisa de libertad y una consecuencia de alcance imprevisto; el erotismo, en el mejor de lo casos, es una mezcla bellísima entre animalidad y cultura.
La ultima parte de la serie El Brillante que publiqué hace un par de semanas aquí, tiene como base mis experiencias en dicha página (así se crea la literatura). A lo largo de los meses de agosto, septiembre y este octubre, me he estado carteando con muchas mujeres y con algunas he llegado a quedar. Mis sorpresas han sido varias: la primera es que las mujeres no pagan este servicio y los hombres sí, con lo cual estas páginas -conocedoras de la sociedad en que viven- ofrecen a unas como mercancía y a otros como compradores sin que a ninguno se le avise de su condición. Yo lo supe por una mujer que me lo comentó. La segunda sorpresa es que todas las mujeres con las que he tratado -excepto una- , mujeres que, en su perfil, ponían sus preferencias sexuales, sus detalles físicos, sus intimidades (fueran ciertas o no), a la hora de encontrarse con el hombre, adoptaban la actitud de la mujer que ha de ser conquistada y el hombre -yo- adoptaba la actitud del cazador. Y de repente ambos nos veíamos cumpliendo a rajatabla la resabida moral católica del sexo como culpa y pecado.
Aquí, en esta intimidad que comparto contigo, te digo que siento el sexo como goce, que no atisbo en él mácula o culpa y también te reconozco que si una mujer me hace ver que lo de ir a la cama me va a costar lo que me tiene que costar, en ese momento el sexo se convierte, de golpe, en algo morboso y sucio y pecaminoso porque lo que te incrustan en la mollera de niño, es muy difícil arrancárselo del hígado (la imagen de este sentimiento no la pudo dar mejor Ingmar Bergman en la película Fany y Alexander cuando, tras haber muerto el obispo en un incendio -provocado por Alexander-, se le aparece su espectro al chico, le zancadillea y le dice, Siempre apareceré, No te dejaré).
Por fin, hace unos días, me encontré con una mujer y mantuvimos durante unas horas lo que nos anunciábamos; fue un erotismo torpe (dos cuerpos que no se entregan del todo) y precioso que ha dejado, a lo largo de todo el fin de semana, la dulzura de dos cuerpos que en una noche se tocaron y luego se vistieron y se despidieron y quedaron en volver a encontrarse para repetir lo mismo y si fuera posible, nos dijimos, un poco mejor.
El erotismo sigue siendo censurado en nuestras mentes ultramodernas. Seguimos con los mismos prejuicios y con actitudes serviles para con una moral que no es más que eso: sentencia de una costumbre.
Espero encontrarme con mi amante esta semana y hurgarnos nuestras cosquillas sin más... pero por encima de todo sin menos.
Hace unos meses la soledad de mi cuerpo me pesaba (a finales de julio era insoportable). Tras atravesar el desierto uno llega al oasis y lo primero que suele hacer es beber del estanque, luego alimentarse con los dátiles y tras haber saciado las necesidades primeras uno se dedica a descansar, a recomponerse. El desierto vital existe. Incluso me atrevería a afirmar que es necesario, para que una vida sea plena, atravesarlo. El ser humano ha de sentirse en algún momento, durante un largo tiempo, solo, sin recursos, a merced de su propia naturaleza tan sólo para conocerse y para saber hasta dónde llegan sus fuerzas y cuáles son los límites de su esperanza, su creencia o su realidad. Tras el desierto, viene la convalecencia y tras ella la recuperación y tras la recuperación suele llegar el deseo de volver a vivir con plenitud. Sólo que el desierto no termina en el oasis. Tras el desierto muchas cosas quedaron atrás y muchas personas se perdieron y, entre ellas, muchas mujeres. Estar en el desierto y sobrevivir significa también renovarse, renacer. Añadamos a este desierto metafísico la física de que me vine, en septiembre de 2010, a vivir a un pueblo de la sierra donde no conozco a nadie y que antes de separarme de mi penúltima ex-mujer ya me había aislado del mercado sexual, de las ciudades, los bares, los conciertos o los gimnasios donde mujeres y hombres galantean, coquetean, seducen y se enredan. Y así a finales de julio, el deseo de estar con una mujer, de acostarme a su lado, de disfrutar de su cuerpo y de que ella disfrutara del mío, la gana de reír con picardía, de mirar a los ojos con intensas intenciones y de no tener con quién hacerlo, ni dónde buscar, me llevó a apuntarme a una página de contactos para personas solitarias donde ambos sexos delineábamos un perfil absurdo sobre gustos y querencias y los operadores de la página cruzaban los perfiles y te mandaban posibles mujeres, adecuadas a tu gusto, a un correo electrónico establecido.
El erotismo es, en el mejor de los casos, la sabia mezcla entre sensualidad y sexo; tiene un componente de riesgo y aventura, de descubrimiento y sorpresa, de jadeo y entrega; el erotismo tiene una premisa de libertad y una consecuencia de alcance imprevisto; el erotismo, en el mejor de lo casos, es una mezcla bellísima entre animalidad y cultura.
La ultima parte de la serie El Brillante que publiqué hace un par de semanas aquí, tiene como base mis experiencias en dicha página (así se crea la literatura). A lo largo de los meses de agosto, septiembre y este octubre, me he estado carteando con muchas mujeres y con algunas he llegado a quedar. Mis sorpresas han sido varias: la primera es que las mujeres no pagan este servicio y los hombres sí, con lo cual estas páginas -conocedoras de la sociedad en que viven- ofrecen a unas como mercancía y a otros como compradores sin que a ninguno se le avise de su condición. Yo lo supe por una mujer que me lo comentó. La segunda sorpresa es que todas las mujeres con las que he tratado -excepto una- , mujeres que, en su perfil, ponían sus preferencias sexuales, sus detalles físicos, sus intimidades (fueran ciertas o no), a la hora de encontrarse con el hombre, adoptaban la actitud de la mujer que ha de ser conquistada y el hombre -yo- adoptaba la actitud del cazador. Y de repente ambos nos veíamos cumpliendo a rajatabla la resabida moral católica del sexo como culpa y pecado.
Aquí, en esta intimidad que comparto contigo, te digo que siento el sexo como goce, que no atisbo en él mácula o culpa y también te reconozco que si una mujer me hace ver que lo de ir a la cama me va a costar lo que me tiene que costar, en ese momento el sexo se convierte, de golpe, en algo morboso y sucio y pecaminoso porque lo que te incrustan en la mollera de niño, es muy difícil arrancárselo del hígado (la imagen de este sentimiento no la pudo dar mejor Ingmar Bergman en la película Fany y Alexander cuando, tras haber muerto el obispo en un incendio -provocado por Alexander-, se le aparece su espectro al chico, le zancadillea y le dice, Siempre apareceré, No te dejaré).
Por fin, hace unos días, me encontré con una mujer y mantuvimos durante unas horas lo que nos anunciábamos; fue un erotismo torpe (dos cuerpos que no se entregan del todo) y precioso que ha dejado, a lo largo de todo el fin de semana, la dulzura de dos cuerpos que en una noche se tocaron y luego se vistieron y se despidieron y quedaron en volver a encontrarse para repetir lo mismo y si fuera posible, nos dijimos, un poco mejor.
El erotismo sigue siendo censurado en nuestras mentes ultramodernas. Seguimos con los mismos prejuicios y con actitudes serviles para con una moral que no es más que eso: sentencia de una costumbre.
Espero encontrarme con mi amante esta semana y hurgarnos nuestras cosquillas sin más... pero por encima de todo sin menos.
Proclama de Isaac Alexander

The atrocity exhibition
¡Perros viejos! ¡Hideputas! Seguís siendo los mismos incultos vergonzantes. ¡Cuándo admitiréis que Fernando el Católico era descendiente de judíos! Queréis como los antiguos cristianos viejos negar la educación. Porque en aquellos tiempos (y en estos tiempos) todo lo que estuviera relacionado con el saber (ya fuera saber manual, ya fuera saber intelectual) pertenecía a los moros o a los judíos, dignos hijos de este suelo que se llama España, cuyo gentilicio, españoles, no fue concebido hasta bien pasado el siglo XII y además fue concebido por hombres de las tierras de Provenza. ¿Cuándo un pueblo recibió su nombre de extranjeros? ¿Dónde se ha visto sino en una tierra que no tuvo dueñas hasta que una casta aplastó a las otras y erigió a un símbolo Cristo -por lo demás inventado por alguien que ni siquiera lo conoció, el rencoroso Pablo de Tarso- como martillo pilón de los herejes?
¡Vencisteis, casta cristiana! Y aplastasteis a las otras dos y desde entonces España se vio sumida en una ignorancia, en un cerrilismo, en una sumisión a los valores de los vencedores que nos ha traído hasta aquí.
Y ahora queréis hacer -gentes de la derecha, herederos de los cristianos viejos- que nuestros hijos se vuelvan de nuevo ignorantes; queréis quitarle la educación a los más humildes y guardárosla para vosotros (porque habéis descubierto, cabrones, que la educación es útil y sobre todo porque os habéis quedado sin tierra; porque la tierra no compra un Ipod. Ya no podéis ser sólo labriegos. Y aunque os joda, malditos incultos de salón, habéis tenido que aprender oficios y números para intentar mantener vuestras prebendas de casta).
La ignorancia es arma poderosa de las élites. Porque Esperanza Aguirre puede ser vulgar e implacable mientras encarga a su consejera de educación que lance los balones fuera y juegue con las palabras como si la vida de los hombres fuera una cuestión de sofística. Y no ocurre sólo en la Comunidad de Madrid. Ved si no la proclama de la diputada de Les Corts Valenciana Ana Noguera sobre el estado de la educación pública en dicha ¿comunidad o país? Y sí, sí, es del PSOE y parece ser que es de las auténticas.
Pasóseme el calentón.
O quizá me guarde fuerzas porque la que nos viene encima con tanto hideputa cristiano viejo de derechas tras el 20-N, va a ser de órdago.
¡Vencisteis, casta cristiana! Y aplastasteis a las otras dos y desde entonces España se vio sumida en una ignorancia, en un cerrilismo, en una sumisión a los valores de los vencedores que nos ha traído hasta aquí.
Y ahora queréis hacer -gentes de la derecha, herederos de los cristianos viejos- que nuestros hijos se vuelvan de nuevo ignorantes; queréis quitarle la educación a los más humildes y guardárosla para vosotros (porque habéis descubierto, cabrones, que la educación es útil y sobre todo porque os habéis quedado sin tierra; porque la tierra no compra un Ipod. Ya no podéis ser sólo labriegos. Y aunque os joda, malditos incultos de salón, habéis tenido que aprender oficios y números para intentar mantener vuestras prebendas de casta).
La ignorancia es arma poderosa de las élites. Porque Esperanza Aguirre puede ser vulgar e implacable mientras encarga a su consejera de educación que lance los balones fuera y juegue con las palabras como si la vida de los hombres fuera una cuestión de sofística. Y no ocurre sólo en la Comunidad de Madrid. Ved si no la proclama de la diputada de Les Corts Valenciana Ana Noguera sobre el estado de la educación pública en dicha ¿comunidad o país? Y sí, sí, es del PSOE y parece ser que es de las auténticas.
Pasóseme el calentón.
O quizá me guarde fuerzas porque la que nos viene encima con tanto hideputa cristiano viejo de derechas tras el 20-N, va a ser de órdago.
Ensayo
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/10/2011 a las 17:28 |

The atrocity exhibition
Cuando escucho o leo las elucubraciones sobre el ser, suelo sentir primero una intensa admiración (una persona -reflexiono- ha indagado sobre el ser y ha llegado a éstas o aquéllas conclusiones) ya sea si es Mengano, Zutano o Fulano; si pertenece a la cultura occidental o si viene de las misteriosas inmanencias orientales o también si son seres que han elaborado complejos sincretismos entre unas nociones y otras (los más audaces producen en mí audacia; los más cautos cautelas; los más exuberantes, exuberancia en mí producen). Luego suelo entrar en una segunda fase, yo la llamaría melancolía del pensar que me lleva a una tierna idea cuyo limo sería que los hombres apenas saben nada y que creer -ciega o sesudamente en algo- no es más que una forma de aliviar el miedo a este terrible estigma que nos ha tocado en suerte. Porque al fin y al cabo vivir, lo que es vivir, tiene ese mucho de abismo y ese poco de claridad. Porque no somos babosas -las cuales parece ser que no tienen la espada de Damocles de la autoconciencia, como tampoco la tiene el león y parece ser que sí un poquito el chimpancé- sino que nos levantamos por las mañanas y al ver el mundo (o su apariencia, ¡qué más da!) nos colocamos en él y sabemos que somos quienes somos, Petra, Alfredo, William, Najbadar, Mambrú o Clitemnestra, y con nosotros hemos atravesar el día y soportar las cargas que ninguno eligió a priori.
Hay personas para quienes somos un cúmulo de esfuerzos y superaciones; personas que creen, terriblemente, en la superación y exigen de cada ser humano que detenga sus vendavales, que airee las casas cuando toca, que alardee como pavo de su fuerza y que vuelva, en la noche, con la cabeza bien alta y el corazón a su ritmo.
Los hay que fían su devenir en un Dios Altísimo, para el cual no somos más que unas marionetas cuyo libre albedrío él nos tuvo a gracia conceder -quedando así la libertad y el albedrío francamente menguados- y al cual debemos una obediencia ciega y un alma de asesino si tiene a bien exigírnosla. Por él inmolaremos a nuestros hijos. Por él iremos a la guerra. Por él seremos mártires con la promesa de que tras el dolor vendrá el placer (ya sea en forma de huríes o en forma de contemplación de la dicha eterna).
También están los que nos calman advirtiéndonos de que el cuerpo que nos habita no somos nosotros. Nos dicen -cuales tatas al llegar la noche- que somos personajes que se han acostumbrado a su personaje y se han olvidado que tras él hay un actor. Nos quieren desvelar el rostro del actor con la esperanza de que al verlo, al dejarlo salir, todas las cuitas del personaje que habíamos venido representando se nos aparecerán como lejanas, de otro y ese descubrimiento nos aliviará tanto que seremos luz de donde el sol la toma.
Para no hacer cansina la enumeración de las posibles formas de entender el ser, también existen los que ya no están estando; los que han encontrado la realidad última; los que han descubierto que el mundo es tan sólo una apariencia cuyas magnitudes -espacio y tiempo- son tan sólo pálidos reflejos de la realidad verdadera; hombres por encima del bien y del mal o por mejor decir, por encima del placer y el dolor: personas que nada les atañe, que nada les implica, que nada les invoca y que te dicen que ésa es la verdadera naturaleza del ser (no ser siéndolo todo).
Los hay, por último, que arguyen que el ser se rige por unas leyes naturales que en nada le importa. Ocurrió esto. Siguió aquello. Surgiste tú. Desapareciste. La química ordenó. La física produjo. Se dieron las circuntancias oportunas. No le des más vueltas. No va contigo.
Suelo sufrir luego una tercera fase: es la angustia más pavorosa que se pueda dar. Abro los ojos, veo la vida y me siento inútil. Y sé que nunca podré abrazar creencia alguna porque todas me quieren alejar de lo que es estar vivo: sentir placer y sentir dolor. Todas tienen una última tentación de anestesiar los rigores del hombre sobre la tierra. Pero la tierra es al hombre, lo que el hombre a la idea: el único suelo que puede habitar. Sin hombres no habría ideas y sin tierra no habría hombres.
La cuarta es ésta en la que me encuentro: muy cansado. Con ganas de dormir. Tan sólo dormir... y no soñar.
Hay personas para quienes somos un cúmulo de esfuerzos y superaciones; personas que creen, terriblemente, en la superación y exigen de cada ser humano que detenga sus vendavales, que airee las casas cuando toca, que alardee como pavo de su fuerza y que vuelva, en la noche, con la cabeza bien alta y el corazón a su ritmo.
Los hay que fían su devenir en un Dios Altísimo, para el cual no somos más que unas marionetas cuyo libre albedrío él nos tuvo a gracia conceder -quedando así la libertad y el albedrío francamente menguados- y al cual debemos una obediencia ciega y un alma de asesino si tiene a bien exigírnosla. Por él inmolaremos a nuestros hijos. Por él iremos a la guerra. Por él seremos mártires con la promesa de que tras el dolor vendrá el placer (ya sea en forma de huríes o en forma de contemplación de la dicha eterna).
También están los que nos calman advirtiéndonos de que el cuerpo que nos habita no somos nosotros. Nos dicen -cuales tatas al llegar la noche- que somos personajes que se han acostumbrado a su personaje y se han olvidado que tras él hay un actor. Nos quieren desvelar el rostro del actor con la esperanza de que al verlo, al dejarlo salir, todas las cuitas del personaje que habíamos venido representando se nos aparecerán como lejanas, de otro y ese descubrimiento nos aliviará tanto que seremos luz de donde el sol la toma.
Para no hacer cansina la enumeración de las posibles formas de entender el ser, también existen los que ya no están estando; los que han encontrado la realidad última; los que han descubierto que el mundo es tan sólo una apariencia cuyas magnitudes -espacio y tiempo- son tan sólo pálidos reflejos de la realidad verdadera; hombres por encima del bien y del mal o por mejor decir, por encima del placer y el dolor: personas que nada les atañe, que nada les implica, que nada les invoca y que te dicen que ésa es la verdadera naturaleza del ser (no ser siéndolo todo).
Los hay, por último, que arguyen que el ser se rige por unas leyes naturales que en nada le importa. Ocurrió esto. Siguió aquello. Surgiste tú. Desapareciste. La química ordenó. La física produjo. Se dieron las circuntancias oportunas. No le des más vueltas. No va contigo.
Suelo sufrir luego una tercera fase: es la angustia más pavorosa que se pueda dar. Abro los ojos, veo la vida y me siento inútil. Y sé que nunca podré abrazar creencia alguna porque todas me quieren alejar de lo que es estar vivo: sentir placer y sentir dolor. Todas tienen una última tentación de anestesiar los rigores del hombre sobre la tierra. Pero la tierra es al hombre, lo que el hombre a la idea: el único suelo que puede habitar. Sin hombres no habría ideas y sin tierra no habría hombres.
La cuarta es ésta en la que me encuentro: muy cansado. Con ganas de dormir. Tan sólo dormir... y no soñar.
El 11 de septiembre de 2001. Por fin ya teníamos los de la generación del 60-75 una fecha para la historia. Por fin los gobernantes y financieros de la primera potencia del mundo habían encontrado un motivo suficiente para atacar y llenarse de razones. Aquel día no llegaron a 3000 los muertos (curiosamente ese día, a esas horas, las torres del World Trade Center tenían la ocupación más baja de toda su historia. Bueno, casualidades). 3000 muertos que cambiaron la historia, dicen, los exégetas de las conmemoraciones. ¿Qué ha cambiado desde entonces? En el Cuerno de África están muriendo MILES de personas al día de hambre.
Ayer vi en la 1 de Radio Televisión Española la Apología de Oliver Stone sobre el pueblo yankee y lo buenas personas que son todos en su película de propaganda World Trade Center (últimamente todas las películas de este director son pura propaganda, con lo bueno que era montando), y lo que me ocurrió es que mientras veía el sufrimiento del pueblo americano, lo que veía sobre todo es que tenían grifos con agua, neveras llenas, hot dogs en mitad del derrumbe, carreteras, aviones, fortalezas, satélites, marines, medios humanos para aplacar el destrozo. ¿Qué cambió el mundo? ¿Qué diferencia esa matanza de tantas otras matanzas? ¿A parte del hecho humano en sí: la mujer que pierde a su hijo; la niña a la que le cortan de cuajo las piernas; el héroe que da su vida por los demás? En fin esas coasas que ocurren en todas las partes del mundo cuando la tragedia se abate sobre una comunidad, ¿qué es diferente? ¿qué huella ha dejado sino el disparate de la venganza y poco más? ¿Somos mejores desde entonces? ¿El pueblo americano es mejor? ¿Lo son sus dirigentes? ¿Alguna lección moral de nuevo cuño que nos ponga la piel de gallina al resto de la población? ¿Algún discurso enriquecedor? ¿Alguna historia fascinante?
Engaños. Propaganda. Alardes.
Entiendo que una nación honre a sus muertos pero no entiendo que el resto del planeta haga lo mismo.
¿Por qué me ametrallan -informativamente hablando- en España de algo que no tiene más sentido que el sinsentido del ser humano en su máxima expresión una y mil veces repetido?
¿Qué nos quieren recordar? ¿Que los neoyorquinos lo pasaron muy mal? o ¿que cuidado con los americanos? o ¿que hay terroristas que no son lo mismo que los ejércitos pero que hacen exactamente lo mismo: cargarse población civil de su propio país o de otros países?
¿Qué mierda de conmemoración es ésta? ¿Por qué no dejamos ya de conmemorar la injusticia y la sangre?
Ayer vi en la 1 de Radio Televisión Española la Apología de Oliver Stone sobre el pueblo yankee y lo buenas personas que son todos en su película de propaganda World Trade Center (últimamente todas las películas de este director son pura propaganda, con lo bueno que era montando), y lo que me ocurrió es que mientras veía el sufrimiento del pueblo americano, lo que veía sobre todo es que tenían grifos con agua, neveras llenas, hot dogs en mitad del derrumbe, carreteras, aviones, fortalezas, satélites, marines, medios humanos para aplacar el destrozo. ¿Qué cambió el mundo? ¿Qué diferencia esa matanza de tantas otras matanzas? ¿A parte del hecho humano en sí: la mujer que pierde a su hijo; la niña a la que le cortan de cuajo las piernas; el héroe que da su vida por los demás? En fin esas coasas que ocurren en todas las partes del mundo cuando la tragedia se abate sobre una comunidad, ¿qué es diferente? ¿qué huella ha dejado sino el disparate de la venganza y poco más? ¿Somos mejores desde entonces? ¿El pueblo americano es mejor? ¿Lo son sus dirigentes? ¿Alguna lección moral de nuevo cuño que nos ponga la piel de gallina al resto de la población? ¿Algún discurso enriquecedor? ¿Alguna historia fascinante?
Engaños. Propaganda. Alardes.
Entiendo que una nación honre a sus muertos pero no entiendo que el resto del planeta haga lo mismo.
¿Por qué me ametrallan -informativamente hablando- en España de algo que no tiene más sentido que el sinsentido del ser humano en su máxima expresión una y mil veces repetido?
¿Qué nos quieren recordar? ¿Que los neoyorquinos lo pasaron muy mal? o ¿que cuidado con los americanos? o ¿que hay terroristas que no son lo mismo que los ejércitos pero que hacen exactamente lo mismo: cargarse población civil de su propio país o de otros países?
¿Qué mierda de conmemoración es ésta? ¿Por qué no dejamos ya de conmemorar la injusticia y la sangre?

Hambre sin conmemoraciones
Déjame abrazarte. Lo he pensado por la carretera. Los kilómetros que se hacen largos. El tiempo que parece que se acaba. Las proporciones. ¿Qué está pasando? ¿Qué nos espera? ¿Por qué tanto miedo?
Casi todos hemos comido hoy en España. Las gentes, las que han decidido participar de este sistema, casi todas (si no todas) en esta parte del mundo, han comido hoy. ¿Qué no sabes tú para poder hablar de lo que está ocurriendo? ¿Qué oscuros arcanos no controlas? ¿Por qué no puedes decir con tan sólo tu sentido común que hay algunos a los que les está haciendo mucho bien esta generación constante de miedo?
Pensémoslo a largo plazo (o medio) porque ese debe de ser uno de los arcanos: la medida de los plazos. Desde el 11 de septiembre de 2011 el miedo es el gran generador de noticias del mundo occidental. El miedo genera insatisfacción. La insatisfacción es buena para controlar a las masas (esto que escribo se sabe, al menos, desde el año 1925). El miedo paraliza. Durante los ocho primeros años del siglo XXI el terror a unos locos sanguinarios árabes, distintos, que vivían en unas montañas en un país escabroso y que tenían entre sus manos las destrucción de nuestro descansado mundo, llenó las páginas y las portadas de todos los medios de comunicación; recuerdo que el miedo era constante; recuerdo una tarde en que iba con mi hija en el metro en el año 2004 tras los atentados de Madrid, en que me entraron sudores fríos ante un paquete que un moro había dejado a su lado; fue tanto mi terror que me bajé antes de la parada. El miedo. El miedo. Siempre el miedo. Siempre la inseguridad. Siempre un enemigo externo, sin rostro y con rostro. Curiosamente ese terror no ha doblegado al mundo occidental. De esto nos empezamos a dar cuenta cuando los atentados ocurrían siempre con armas convencionales (¿dónde está el ántrax? ¿dónde la bomba atómica casera?) y cuando ya el tema recurrente del terror islámico se convirtió en tedio y por lo tanto este Satanás ya no causaba el efecto deseado, llegaron los valientes muchachos de las Fuerzas Especiales americanas y se cargaron sin contemplaciones a ese Demonio horrible que tanto había costado encontrar -viviendo como vivía en un chalet en las afueras de una ciudad de Pakistán (vamos, imposible encontrarlo)- llamado Bin Laden en este año de 2011 (justo en el décimo aniversario de la matanza en New York).
Había por lo tanto que inventar un nuevo miedo. Un terror profundo. Una forma de mantener a las gentes en sus puestos de trabajo. De callar ante el jefe. De ahorrar lo suficiente y comprar también que así ayudamos a nuestro mundo. De detener de forma tajante los grandes movimientos migratorios. De volver a la quietud de los países quietos y ricos. Había que crear un miedo igual al terrorismo islámico pero distinto en sus contenidos (los Masa necesitamos estímulos nuevos). Si antes era que tu hijo saliera volando en pedazos en un centro comercial; ahora va a ser que tu hijo no pueda ir a ese centro comercial porque tú eres un puto miserable que se ha quedado sin trabajo. Había que meter en las mentes del hombre corriente el terror a la pérdida de su statu quo (que si lo analizamos bien era exactamente la misma amenaza latente en el terrorismo islámico). Había que crear una enorme burbuja de terror planetario. Una crisis que llegara a oleadas y que esas olas fueran cada vez más grandes, cada vez más altas, cada más seguidas. Inseguridad. Inseguridad. Inseguridad. Siempre latiendo. Siempre fortaleciéndose. Y lógico será que la catarsis de esta terrible y espantosa crisis no sea lo que han solido ser: una GUERRA. ¡Ah, sí, una buena guerra! Que como toda persona con dos dedos de frente y un poco de cultura sabe, es el gran negocio de los negociantes. Y de paso nos deja extenuados. Y de paso nos recuerda lo que nos va a pasar como nos portemos mal. Y así tras la limpieza catártica a base de bombas y soflamas, volverá un presidio transitorio de calma (perdón, quería escribir periodo transitorio de calma), donde se irán haciendo los negocios y se irán preparando los nuevos terrores con los que mantener controladas a las Masas, que somos fáciles de convencer pero algo tercas, hay que darnos palo para que entremos en el corral y engaño para que entremos por el corredor que nos lleva al matadero.
Acordémonos: la información actual sólo cuenta sucesos cuando lo verdaderamente importante son los procesos (Ryszard Kapuscinski).
He visto el mar (la mer, la mer, toujours recommencée). Me he sentado ante él. Lo he escuchado. En tierras mediterráneas. Con el sol de septiembre que tan bien supo plasmar Sorolla. El sábado por la tarde estaba inmenso y me fui a él y nadé largo, mucho, hacia el horizonte y cuando estaba en ese lugar donde la playa ya se ha hecho pequeña y los hombres son siluetas y el sol enrojecido se iba a descansar y yo flotaba, he pensado que el mar jamás tiene miedo.
Escuchaba el mar y sentía dentro de él que iba a morir; sentía que un día este cuerpo que aún teclea, no iba a ser nada; ni ese cielo iba a poder ser visto por mis ojos; pensaba el mar y pensaba el miedo que generan los hombres sobre los hombres y sabía que las sociedades no tienen como premisa (¡Ay, utópico artículo primero de la declaración de los derechos humanos, zanahoria para el burro) primera la libertad y fraternidad de sus miembros.
Casi todos hemos comido hoy en España. Las gentes, las que han decidido participar de este sistema, casi todas (si no todas) en esta parte del mundo, han comido hoy. ¿Qué no sabes tú para poder hablar de lo que está ocurriendo? ¿Qué oscuros arcanos no controlas? ¿Por qué no puedes decir con tan sólo tu sentido común que hay algunos a los que les está haciendo mucho bien esta generación constante de miedo?
Pensémoslo a largo plazo (o medio) porque ese debe de ser uno de los arcanos: la medida de los plazos. Desde el 11 de septiembre de 2011 el miedo es el gran generador de noticias del mundo occidental. El miedo genera insatisfacción. La insatisfacción es buena para controlar a las masas (esto que escribo se sabe, al menos, desde el año 1925). El miedo paraliza. Durante los ocho primeros años del siglo XXI el terror a unos locos sanguinarios árabes, distintos, que vivían en unas montañas en un país escabroso y que tenían entre sus manos las destrucción de nuestro descansado mundo, llenó las páginas y las portadas de todos los medios de comunicación; recuerdo que el miedo era constante; recuerdo una tarde en que iba con mi hija en el metro en el año 2004 tras los atentados de Madrid, en que me entraron sudores fríos ante un paquete que un moro había dejado a su lado; fue tanto mi terror que me bajé antes de la parada. El miedo. El miedo. Siempre el miedo. Siempre la inseguridad. Siempre un enemigo externo, sin rostro y con rostro. Curiosamente ese terror no ha doblegado al mundo occidental. De esto nos empezamos a dar cuenta cuando los atentados ocurrían siempre con armas convencionales (¿dónde está el ántrax? ¿dónde la bomba atómica casera?) y cuando ya el tema recurrente del terror islámico se convirtió en tedio y por lo tanto este Satanás ya no causaba el efecto deseado, llegaron los valientes muchachos de las Fuerzas Especiales americanas y se cargaron sin contemplaciones a ese Demonio horrible que tanto había costado encontrar -viviendo como vivía en un chalet en las afueras de una ciudad de Pakistán (vamos, imposible encontrarlo)- llamado Bin Laden en este año de 2011 (justo en el décimo aniversario de la matanza en New York).
Había por lo tanto que inventar un nuevo miedo. Un terror profundo. Una forma de mantener a las gentes en sus puestos de trabajo. De callar ante el jefe. De ahorrar lo suficiente y comprar también que así ayudamos a nuestro mundo. De detener de forma tajante los grandes movimientos migratorios. De volver a la quietud de los países quietos y ricos. Había que crear un miedo igual al terrorismo islámico pero distinto en sus contenidos (los Masa necesitamos estímulos nuevos). Si antes era que tu hijo saliera volando en pedazos en un centro comercial; ahora va a ser que tu hijo no pueda ir a ese centro comercial porque tú eres un puto miserable que se ha quedado sin trabajo. Había que meter en las mentes del hombre corriente el terror a la pérdida de su statu quo (que si lo analizamos bien era exactamente la misma amenaza latente en el terrorismo islámico). Había que crear una enorme burbuja de terror planetario. Una crisis que llegara a oleadas y que esas olas fueran cada vez más grandes, cada vez más altas, cada más seguidas. Inseguridad. Inseguridad. Inseguridad. Siempre latiendo. Siempre fortaleciéndose. Y lógico será que la catarsis de esta terrible y espantosa crisis no sea lo que han solido ser: una GUERRA. ¡Ah, sí, una buena guerra! Que como toda persona con dos dedos de frente y un poco de cultura sabe, es el gran negocio de los negociantes. Y de paso nos deja extenuados. Y de paso nos recuerda lo que nos va a pasar como nos portemos mal. Y así tras la limpieza catártica a base de bombas y soflamas, volverá un presidio transitorio de calma (perdón, quería escribir periodo transitorio de calma), donde se irán haciendo los negocios y se irán preparando los nuevos terrores con los que mantener controladas a las Masas, que somos fáciles de convencer pero algo tercas, hay que darnos palo para que entremos en el corral y engaño para que entremos por el corredor que nos lleva al matadero.
Acordémonos: la información actual sólo cuenta sucesos cuando lo verdaderamente importante son los procesos (Ryszard Kapuscinski).
He visto el mar (la mer, la mer, toujours recommencée). Me he sentado ante él. Lo he escuchado. En tierras mediterráneas. Con el sol de septiembre que tan bien supo plasmar Sorolla. El sábado por la tarde estaba inmenso y me fui a él y nadé largo, mucho, hacia el horizonte y cuando estaba en ese lugar donde la playa ya se ha hecho pequeña y los hombres son siluetas y el sol enrojecido se iba a descansar y yo flotaba, he pensado que el mar jamás tiene miedo.
Escuchaba el mar y sentía dentro de él que iba a morir; sentía que un día este cuerpo que aún teclea, no iba a ser nada; ni ese cielo iba a poder ser visto por mis ojos; pensaba el mar y pensaba el miedo que generan los hombres sobre los hombres y sabía que las sociedades no tienen como premisa (¡Ay, utópico artículo primero de la declaración de los derechos humanos, zanahoria para el burro) primera la libertad y fraternidad de sus miembros.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/10/2011 a las 18:27 |