14 h. 42m.
Dedicada a la contemplación, ya no sé moverme entre los sátiros. Me asalta a cada rato un ansia de tomar un viejo Kalashnikov y empezar a disparar contra todo lo que se menee; un ansia tal me da tanto asco que quiero salir de mí, quiero ser otra, llamarme de otro modo, vivir en otra época, en la ciudad de Pérgamo cuando aquella ciudad era envidia de romanos; ser oriunda del Asia Menor entonces, ser escultora en el taller de un varón que desconoce que soy mujer; ser una manceba que aún no ha desarrollado sus caracteres sexuales primarios y que se oprime con vendas los pechos antes de salir a la calle; ser, ya digo, antigua, movediza, ocultarme, vivir sola en aquella ciudad magnífica donde reina Átalo I Sóter -el salvador- el vencedor contra los gálatas, los que más tarde -en su peregrinación hacia el Oeste- se convertirán en los galos y en los celtas. O ser celta. Estoy montada en un caballo. He sido raptada cual sabina para dar hijos a los gálatas que de tan diezmados tras sus guerras contra Átalo I, se quedaron sin mujeres a las que fecundar. A mí me fecundará un gálata. Pariré siete hijas y doce hijos. De todos ellos tan sólo sobrevivirán tres niñas y un varón el cual se convertirá con el paso de los años en uno de los más respetados druidas de la Antigüedad. O ser patricia romana, una Cordelia madre de Gracos que con mi dignidad y mis riquezas haré de mí un símbolo de lo que una mujer romana debe ser. Ser símbolo entonces. Ser taza de plata, cáliz donde libar sangre de vino, icono ortodoxo, pantocrátor quizá, o rueda hindú; o ser árbol místico como la higuera o ser planta embriagadora como el cáñamo y quedarme dormida entre mis propios brazos, a salvo de mí, de mi ira y de cierto rencor que asoma por donde menos me lo espero en forma de Kalashnikov en plena primavera, en un país tecnificado y complejo y por lo mismo menos libre; asoma en una sociedad que sigue adorando las jerarquías y los milagros, en una sociedad donde la humildad es la última de las virtudes; ¿por qué aquí y no en Pérgamo siendo una muchacha llamada Apolónide que quiere ser escultora y que oculta su condición de mujer en el taller del maestro que trabaja en el Altar de Zeus, altar que hoy puede contemplarse en una de las salas más hermosas del museo de Pérgamo de Berlín? Mi maestro esculpe parte de la Gigantomaquia y a mí me encarga desbastar los bloques mármol. Quizá mientras lo hago invoque a Atenea o quizá me mantenga callada para que el tono de mi voz no me delate. Todo antes que ser esta mujer contemplativa que en el día de hoy mira la mañana de este día del siglo XXI con una mezcla de ansia e ira y que no alcanza a dejarse llevar como un río hasta la mar sino que más bien parece un salmón que remonta el río -su fluir natural- a contracorriente, que lucha contra la sal y que desea tras el esfuerzo salvaje de vencer corrientes ser una aprendiz de escultura en una ciudad que ya no existe.
Ventanas
Seriales
Aforismos
Agosto 2013
Apuntes
Archivo 2008
Archivo 2009
Asturias
Citas del mes de mayo
Colección
Cuentecillos
Derivas
Desenlace
El Brillante
El espejo
El mes de noviembre
El viaje
Escritos de Isaac Alexander
Haiku
Jardines en el bolsillo
La Clerc
La mujer de las areolas doradas
La Solución
Libro de las soledades
Listas
Marea
Meditación sobre las formas de interpretar
Mosquita muerta
No fabularé
Olmo Dos Mil Veintidós
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
Recuerdos
Reflexiones
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Saturnales
Sincerada
Sinonimias
Sobre la música
Sobre la verdad
Sobre las creencias
Velocidad de escape
¿De Isaac Alexander?
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022 y 2023 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/05/2020 a las 14:42 |