Sin el café con leche de la mañana (y desde diciembre de 2017 con algo sólido: tostadas con queso fresco o con mantequilla) todo se trastoca. Despertarse es volver a vivir a una distancia tan sideral del día anterior que necesito hacer algo que me una a mi yo (no a mi ego) y me asiente en este hombre que camina como un lobo estepario por los años. Que me asiente cuando menos con el hombre de ayer. Salir al mundo con el estómago vacío es darse de bruces con la realidad (por supuesto la realidad de un pesimista).
Tenía que suceder el atasco monumental. Tenía que empezar a sentir que quizá me diera una hipoglucemia. El mundo era un continuo de coches, autobuses, motos y camiones envueltos en una niebla gris, rodeados de asfaltos grises y quitamiedos grises y medianas grises. Sin café con leche la grisura tenía ecos de ausencias, de navidad.
Volver, he pensado. Y cuando pensaba volver me ha recordado la risa fiera de una oftalmóloga. En la espera todo se confunde. No habrá paz, no, no habrá paz. De vez en cuando surgirá un furor divino (a la manera de los furores que nos cuenta Ficino) y el mundo podrá dibujarse de otras maneras. Eso será más tarde. Eso será algún día antes de morir.
Terminado el ayuno sucede un gran malestar y es necesario que el café y la leche y la mantequilla y el pan hagan su función para que el cuerpo parezca encontrarse consigo y quede para el resto del día la sensación amarga de haber descendido un peldaño más hacia el infierno (el infierno son los otros).
El paisaje no ha ejercido su influjo hoy.
Me gustaría embriagarme con opio.
Tenía que suceder el atasco monumental. Tenía que empezar a sentir que quizá me diera una hipoglucemia. El mundo era un continuo de coches, autobuses, motos y camiones envueltos en una niebla gris, rodeados de asfaltos grises y quitamiedos grises y medianas grises. Sin café con leche la grisura tenía ecos de ausencias, de navidad.
Volver, he pensado. Y cuando pensaba volver me ha recordado la risa fiera de una oftalmóloga. En la espera todo se confunde. No habrá paz, no, no habrá paz. De vez en cuando surgirá un furor divino (a la manera de los furores que nos cuenta Ficino) y el mundo podrá dibujarse de otras maneras. Eso será más tarde. Eso será algún día antes de morir.
Terminado el ayuno sucede un gran malestar y es necesario que el café y la leche y la mantequilla y el pan hagan su función para que el cuerpo parezca encontrarse consigo y quede para el resto del día la sensación amarga de haber descendido un peldaño más hacia el infierno (el infierno son los otros).
El paisaje no ha ejercido su influjo hoy.
Me gustaría embriagarme con opio.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/12/2019 a las 21:20 |