Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas Fernando Loygorri
VI
La nube se ha aposentado sobre nosotros. Día tras día los grises, los verdes y los ocres parecen empeñados en que nos olvidemos del azul.
Ayer cuando la última luz estaba a punto de desaparecer, iluminó el camino que muere en mi casa el faro de una motocicleta. Yo estaba en el porche, sentado en una vieja mecedora que encontré en una almoneda a muy buen precio. Como hacía frío me había puesto la zamarra y me había subido el cuello. Aún llevaba puestas las botas de caminar y los calcetines gordos, los de lana. Las gatas estaban subidas en el alfeizar de la ventana derecha y los perros se secaban al amor del fuego de la chimenea. La lluvia que nos había acompañado a lo largo de todo el paseo, nos había calado. Nos gusta pasear con la lluvia. Siempre me sorprenden las miradas de Donjuán y Hamlet cuando sus caras están tan mojadas que todo el pelo se ha pegado y surgen, brillantes, sus ojos castaños; sus miradas parecen más infantiles; parecen mirar con más niñez el palo que estoy a punto de lanzarles o la pelota que no se ha perdido del día anterior. Un zoólogo -de cuyo nombre no llego a acordarme- asegura que los perros se aniñaron como mecanismo adaptativo para que los hombres los temiéramos menos que a sus hermanos los lobos.
El faro de la motocicleta. Durante el paseo, mientras la lluvia caía sobre nosotros -los perros husmeaban entre las jaras y los robles, se detenían en los musgos y escarbaban en la tierra hasta que alcanzada cierta profundidad hundían sus hocicos y aspiraban- he recordado un encuentro de juventud. En ocasiones la naturaleza me lanza hacia atrás. Memorias olfativas y táctiles. El poleo silvestre (me hubiera gustado escribir poleo salvaje) y justo a su lado la manzanilla. Tacto de lluvia junto al mar. Mediterráneo en septiembre. Camino desnudo por un sendero en el que pocos días antes he asistido al parto de un ternero. Recién la placenta en el suelo de tierra. Rodea el rebaño de vacas a la madre y la cría. Lo bello es el descubrimiento de la realidad misma en tanto origen de la vida. Es bello el espectáculo de placenta, sangre, carne y tierra mojada de líquido amniótico. También: cuando la vaca te mira no tienes la sensación de ser visto, sí de ser mirado pero no de ser visto. Cuando te mira otro ser humano siempre tienes la sensación de ser visto.
El faro de la motocicleta se apaga frente al porche de mi casa. Calla el motor. Se acerca quien conduce. Se está quitando el casco cuando entra en el dominio de la luz. Es M. mojada por la lluvia que aún debe caer a lo lejos. Chorrean su chupa y sus pantalones de cuero. Se ha teñido el pelo de rojo. Me besa con pasión la boca. Comenta que necesita darse un baño y que prepare algo caliente antes de irnos a la cama. Me gusta que no me pregunte. Me gusta hoy. Tendré que decirle que no me gustará siempre.
Ayer cuando la última luz estaba a punto de desaparecer, iluminó el camino que muere en mi casa el faro de una motocicleta. Yo estaba en el porche, sentado en una vieja mecedora que encontré en una almoneda a muy buen precio. Como hacía frío me había puesto la zamarra y me había subido el cuello. Aún llevaba puestas las botas de caminar y los calcetines gordos, los de lana. Las gatas estaban subidas en el alfeizar de la ventana derecha y los perros se secaban al amor del fuego de la chimenea. La lluvia que nos había acompañado a lo largo de todo el paseo, nos había calado. Nos gusta pasear con la lluvia. Siempre me sorprenden las miradas de Donjuán y Hamlet cuando sus caras están tan mojadas que todo el pelo se ha pegado y surgen, brillantes, sus ojos castaños; sus miradas parecen más infantiles; parecen mirar con más niñez el palo que estoy a punto de lanzarles o la pelota que no se ha perdido del día anterior. Un zoólogo -de cuyo nombre no llego a acordarme- asegura que los perros se aniñaron como mecanismo adaptativo para que los hombres los temiéramos menos que a sus hermanos los lobos.
El faro de la motocicleta. Durante el paseo, mientras la lluvia caía sobre nosotros -los perros husmeaban entre las jaras y los robles, se detenían en los musgos y escarbaban en la tierra hasta que alcanzada cierta profundidad hundían sus hocicos y aspiraban- he recordado un encuentro de juventud. En ocasiones la naturaleza me lanza hacia atrás. Memorias olfativas y táctiles. El poleo silvestre (me hubiera gustado escribir poleo salvaje) y justo a su lado la manzanilla. Tacto de lluvia junto al mar. Mediterráneo en septiembre. Camino desnudo por un sendero en el que pocos días antes he asistido al parto de un ternero. Recién la placenta en el suelo de tierra. Rodea el rebaño de vacas a la madre y la cría. Lo bello es el descubrimiento de la realidad misma en tanto origen de la vida. Es bello el espectáculo de placenta, sangre, carne y tierra mojada de líquido amniótico. También: cuando la vaca te mira no tienes la sensación de ser visto, sí de ser mirado pero no de ser visto. Cuando te mira otro ser humano siempre tienes la sensación de ser visto.
El faro de la motocicleta se apaga frente al porche de mi casa. Calla el motor. Se acerca quien conduce. Se está quitando el casco cuando entra en el dominio de la luz. Es M. mojada por la lluvia que aún debe caer a lo lejos. Chorrean su chupa y sus pantalones de cuero. Se ha teñido el pelo de rojo. Me besa con pasión la boca. Comenta que necesita darse un baño y que prepare algo caliente antes de irnos a la cama. Me gusta que no me pregunte. Me gusta hoy. Tendré que decirle que no me gustará siempre.
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Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/06/2020 a las 17:09 | {0}