Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Al inicio de la primera noche piensa: "Escribiré unos versos a la muchacha que me espera"
En la noche primera piensa: "El aullido del lobo suena a presencia"
En la madrugada primera piensa: "¿Por qué no duermo?"
En la alborada piensa: "Los colores del fuego"
Durante la segunda mañana piensa: "La pata de un cordero"
A lo largo de la segunda tarde piensa: "Me muero, me muero"
Al ocaso del segundo día piensa: "El cuello es algo nuevo"
En la noche segunda piensa: "La oscuridad del vello"
En la madrugada segunda piensa: "¿Por qué me duermo si las alimañas acechan para sorberme el cerebro?"
En la segunda alborada piensa: "Los colores del fuego"
A lo largo de la tercera mañana piensa: "Me quedo ciego. Ya no veré el cuerpo desnudo de la muchacha de la aldea".
En la tarde tercera piensa: "Un poco maíz".
Al terminar la tarde del tercer día piensa: "En el lago crecí y entre los juncos vi"
Durante la noche tercera piensa: "Ya vienen, ya vienen, me lavarán el cuerpo, me proveerán de alimento, no se reirán".
Durante la madrugada tercera apenas piensa. Sólo un: "¡Venid! ¡Entrad!".
Durante la cuarta alborada duerme.
Durante la cuarta mañana duerme.
Durante la cuarta tarde duerme.
En el ocaso cuarto duerme.
En la noche cuarta duerme.
En la madrugada cuarta duerme.
En la alborada quinta despierta y piensa: "Nunca más".

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/04/2012 a las 19:23 | Comentarios {0}


Respiraba el verso hóndamente inspirado y espirado con la furia.
(Furia de ausencias. Sólo esa furia. Furia ancestral. Cueva que desciende hacia los infiernos. Avernos personales. Nostalgias)
Respiraba el juicio sobre el bien o el mal hacer. Un insomnio respiraba que se diluía en la madrugada en una serie sobre los años pasados.
Las obligaciones respiraba. Su ausencia -furia de ausencias escribía más arriba- expiraba.
Luego fueron: los gestos paralelos y pensaba: "dos seres que se aman sin saberlo acompasan sus gestos como en el acto sexual". Salía y en el árbol liaba un descanso. Una inspiración de humo. Volutas hacia el cielo en el ocaso gris del inicio de la primavera. Ensoñaba entonces su falda floreada. Las botas altas. Su cabello oscuro suelto para la cita. Antes había escuchado los dones del Universo. Los dones como leyes. Las leyes inspiraba...
Caminaba por la cuesta cuando algo -la inspiración del verso escribía más arriba- le detuvo y giró su cuerpo -belleza caudal de los ríos de la vida. Asunción de las esferas. Verdad de las armonías como pesos en las cuerdas. Flotación del tiempo. Turbación de la brisa. Sesgo de una estadística. Palmar en el desierto. Cacofonía. Susurro en sus oídos del frufrú de la falda floreada. Dicotomía. Notas sueltas que arrebatan del olvido. Sacudida salvaje en la quietud del lago. Onda disfrazada de amianto. Velocidad lenta. Melodía- y vio su silueta. Se recortaba contra la escasa luz, algo en ella se elevaba.
Respiraba el verso hóndamente. Por eso desistió y continuó su caminar. Quizá pensaba: "No es ella". Aspiró abril y le supo a octubre.
Y aún cuando ella le alcanzó.
Y aún cuando ella se corporeizó y hablaron durante un trecho de la cuesta.
Y aún cuando él no supo decirle su pensamiento de los gestos acompasados.
Y aún cuando se despidieron y él supo cuál era su coche, respiraba hóndamente un verso que empezaba: Ayer silueta...

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/04/2012 a las 11:19 | Comentarios {2}


Así le dijo: "Sobre este palpitar maldito arderá tu corazón". Y le lanzó al mundo en las horas previas a su destrucción. Creció rápido, descreído. Miraba el mal y lo aventaba. A su alrededor se pudrían las esperanzas y pronto un seco olor a descomposición traía la peste. Vistió siempre de negro. Buscó siempre la sombra y en lo espeso se sintió a gusto, sabiendo que nada había que hacer, que su destino se cumpliría como hasta entonces todos los destinos se habían cumplido en la era de los hombres. Tuvo tiempo de buscar la redención en viejas tradiciones convertidas en novedosas por el azar del mundo; quiso rezar como alguna vez había visto en oratorios románicos, a la vera de una senda que nadie ya pisaba, en una iglesia derruida en donde aún quedaban, aquí y allá, capiteles con figuras de demonios como si el hombre antiguo, habituado al despojo, supiera qué es lo que se debe enseñar a los niños. Quiso creer, se lo aseguraba a sí mismo cada mañana durante toda una estación. Al amanecer agradecía a una energía absoluta y envolvente la condición de su sangre circulando, de sus músculos ejerciendo su función mecánica, de su linfa, transportadora del más preciado bien del mamífero; admiraba un rato sus gónadas, repletas de semen con su proporción de oro y su falo, erecto en la mañana, dispuesto para el baile en las cuevas de las hembras; desayunaba frutas y se alteraba con los frutos del café; y se lanzaba cubierto con sonrisas y se perfumaba las manos para evitar los contagios y se calzaba los pies para que no se vieran sus pezuñas de cabrón y cuando creía que la creencia le otorgaría el perdón; cuando elevaba una prez al cielo con una sonrisa despiadada en los labios; cuando el granizo empezó a caer entre las piernas de la mujer que sin su aquiescencia acababa de ser traspasada por él y le horadó el útero y la mató de frío por dentro, agarrada a sus muslos como una perra frígida a quien los años han abandonado, entonces él gritó y supo que había llegado el momento de ese pálpito maldito, de esa ira ciega que devasta hasta lo que no conoce. No fueron necesarios los diluvios, ni las lenguas de fuego arrasaron los bosques, ni las piedras crujieron hasta hacer su sonido insoportable; ni los fetos se abortaron; ni las bestias locas de conciencia y tesón se lanzaron contra las ciudades; ni tembló la tierra; ni cayeron los rascacielos; ni se elevaron gemidos en todos los confines del globo. Nada de eso hizo falta. Fuegos de artificio de la melancólica imaginación de los hombres eran aquellas elucubraciones del horror. Porque éste, queridos niños, es mucho más callado, es mucho más astuto, nunca hace alardes, se va colando en vuestras casas, en vuestras vidas, en vuestros alimentos, en vuestras tentaciones y se queda ahí larvado, atento al instante preciso en que su aguijón se clava entre vuestros ojos y os inyecta el veneno de la muerte y empezáis a danzar, malditos, alrededor del palpitar de vuestro corazón hasta que sólo queda una mirada vacía en un cerebro podrido que alguna vez, quizá, atisbó la tétrica armonía del Mundo.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/03/2012 a las 21:08 | Comentarios {1}



Undécima Hora

Dejé de mirarme las manos. El corte era profundo. La sangre se había derramado sobre algunos aros de cebolla. El coreano corrió a apartar los manchados con sus guantes de látex. La encargada del día, una mujer gorda que tanto me recordaba a un globo aerostático, con su voz de piccolo elevada siempre hasta la extenuación, me dijo que me fuera a lavar y descansara un rato, sentado en una de las mesas vacías (que en aquella hora y en aquel día eran casi todas), hasta que dejara de sangrar. Quizá -aventuró- sería necesario ponerme algunos puntos. Yo sabía que iba a ser necesario. Por el hilo musical se escuchaba en ese momento Starman de Bowie. Recordé entonces una noche en lo alto de la montaña. Me había cortado por la tarde con el filo de un guijarro. Había perdido mucha sangre. Me sentí débil. No me importó morirme desangrado. No fue así. Me quedé dormido en la madrugada y al despertar las plaquetas habían actuado y habían detenido la hemorragia. Me he sentado en la mesa más cercana a la puerta, de espaldas al mostrador. Me hubiera gustado poder fumarme un cigarrillo. He palpado el paquete en mi bolsillo. He cerrado los ojos. Me dolía el corte. Al abrirlos he visto a la mujer que me comparaba con Andreas Kartak. Entraba en ese momento. Al verme sentado se ha detenido. Ha dudado un instante entre seguir al mostrador o venir hacia mi mesa. Al final ha venido a mi mesa.

- ¿Me puedo sentar?, me ha dicho sonriendo apenas.
- Claro.

Ha mirado mi mano. Por debajo de la tirita volvía a asomar la sangre.

- ¿Qué le ha pasado?
- Un corte.
- Eso ya lo veo.
- Estaba cortando aros de cebolla y al mismo tiempo pensaba en un nocturno de Chopin...
- Dos acciones incompatibles.
- Desde luego. Y a usted ¿qué le ha pasado?
- ¿A mí? Nada, ¿por?
- Se ha sentado aquí.
- Sí.
- No es normal.
- No.

Nos hemos quedado callados. Nos hemos mirado a los ojos. He respirado hondo antes de proseguir.

- Haría usted mal en interesarse por mí.
- Ya lo sé.
- Estoy herido.
- También lo sé (y miró mi mano ensagrentada)
- Las personas heridas somos peligrosas.
- No amo el peligro.
- Lo imaginaba.
- Pero me gusta curar heridas.

Fue tan rotunda esa verdad que un largo sollozo me acudió a la garganta. A duras penas lo pude contener. Bajé la mirada.

- Se cerraría antes si fuera a un hospital y le pusieran unas grapas.
- No sé si quiero que se cierre antes. Seguro que me darán unos días de baja.
- Yo le acompaño.
- No soy buena persona. De verdad. No lo soy.
- Yo no soy un alma caritativa. Ni me detengo a pensar porque una persona me atrae. A veces mis curaciones son traumáticas. A veces no llego a curar sino que hago más grande la herida. Es algo que también debe saber.
- ¿Cómo se curan mis heridas?

La voz aflautada de la encargada gorda se oyó tras de mí.

- ¡Milos! ¿Cómo va eso?

Me giré y la miré.

- Sigue sangrando, señora.
- Vete al hospital. Ya te cubro yo. Si el médico te da la baja, me la traes mañana.
- Sí, señora.

Me levanté.

- Me voy al hospital.
- Le acompaño.
- No diga que no se lo advertí.
- No diga que no lo intenté.

He entrado a coger mis cosas. Al salir la mujer me esperaba fuera. He sentido algo parecido a la esperanza y se me ha abierto un poco más la herida. He cubierto mi mano con un trapo de cocina. Me he despedido de mis compañeros.

- Vamos, tengo el coche aquí al lado. Por cierto mi nombre es Eva.
- Milos Amós.

Hemos caminado uno al lado del otro como si fuéramos dos personas que se conocen desde hace tiempo.
Me ha vuelto a doler el corte.
He sentido escalofríos al prever la aguja y el hilo.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/09/2011 a las 13:30 | Comentarios {0}


Diario de Milos Amós tras su descenso de la montaña


.... sin entrañas.


Novena hora

No siento la vejez. Y tengo ideas que suenan íntimamente.
El calor ha llegado.
Y también una tempestad de sonrisas y mensajes,
Un disturbio de cruces y tiaras y murmullos que crecen hasta llegar a lo alto de un mástil.
Quiero decirlo así.
Como el ruido de selva, ése que provoca una reacción en los músculos de las orejas y las tensan.
Tengo y no me apena el ruido de lo que ya vi antes. La rueda que ha vuelto a su posición inicial. O una pausa sin nada. Sin daño.
No quiero avisar. No quiero venderme. No quiero ser comprado. Y sin embargo acudo a un mercado antiguo como la mística o las ferias de ganado.
He visto la mañana envuelta en la azulidad de agosto. Esa característica he visto al abrir los ojos. No espero más. Hasta deseo que la legaña sea bienvenida. La composición atómica de la legaña quiero decir. Rotos los límites. Descompuestos los contornos que forman la forma. Fundidos en una misma toma, en un tono igual, melismáticos.
Entran y salen de la Hamburguesa Feliz felices de su Babel. Con una mochila. Con una cruz. Con un distintivo que marque la pertenencia. Con ese afán redentor, me digo mientras le sirvo una doble de queso a un muchacho mestizo con gesto de haber visto a Dios en el kétchup. Cosas así. Me digo. Y cuando veo el gesto de la mujer que me comparó con Andreas Kartak, allá en la puerta de entrada, decidiendo si entrar o no (ahora se escucha un canto a su señor Jesucristo: Como el ciervo al agua va/ vamos hacia ti, Señor,/ pues de ti tenemos sed/ fuente del eterno amor). La mujer me mira. Yo apartó la mirada y me avergüenza algo que pasó no sé cuándo.
Silba el viento.
El recuerdo con la fritura de la cebolla. El aceite hierve. La noche y sus humos. El resplandor de las antenas. El flash de una cámara sobre un muro rojo. La carne. La carne. Un tumulto fuera anima a las gentes a convertirse en Cristo.
Estoy de espaldas y escucho su voz, ¿Me puede atender?, me dice, y yo me giro y apenas sonrío, apenas recuerdo, y digo, Sí, claro, ¿qué va a tomar? Y ella mira los luminosos que tengo tras de mí y enumera una serie de productos, Un 12, un 23, un 41 y dos cervezas, para llevar. 12, 23, 41, repito para mí. Y me giro y me pongo a ello y hay algo apocalíptico, un descenso de los truenos sobre el mundo, el fin de la luz, el terremoto, la lenta agonía de un corazón y el son de una guitarra tocada por dedos torpes, sin gracia, sin final. Todo eso mientras volteo la carne sobre la parrilla y un aviso de melancolía entorpece mi muñeca y provoca que la hamburguesa caiga de canto sobre la parrilla y una gota de líquido hirviendo se meta de lleno en mi ojo. Bajo el mentón.
Si el Cristo viera su impostura.
Si viera al hombre que realmente le traicionó. Las calles suenan a catequesis. En los parques los confesionarios parecen rendirle un homenaje a Fellini. Augustos los pecados, vuelan por las azoteas del poblachón manchego.
Me llora el ojo mientras le empaqueto el pedido. Cae una lágrima sobre el cartón de la caja. ¿Qué le ocurre?, me pregunta, ¿Tanto le apena la alegría de los cachorros católicos? Levanto la vista y con la timidez más honda le contesto, Me ha saltado una gota de la parrilla al ojo, ¿algo más? No, responde ella, la cuenta. Le llevo el ticket. Me da el precio justo, cosa que me extraña. La veo alejarse.
Llega un nuevo grupo de cachorros, peregrinos de una fe, apóstoles de su verdad, con la camaradería de viejos soldados que ya lucharon juntos en más de seis batallas. Piden refrescos. Alguno una cerveza. Y las miradas que se cruzan y las tormentas que generan el viento final, y ella se va, apenas girando la cabeza tras el cristal como si, sin llegar a mirarme, hubiera dejado impreso en mi retina la voluntad de haberlo hecho.

Narrativa

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/08/2011 a las 17:57 | Comentarios {0}


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