Ni siquiera se miró las manos aunque supo que las uñas estaban bien recortadas. La mañana -pensó- está fría. Hizo un gesto extraño con la boca, un gesto que no recordaba haber hecho jamás. Pensó un verbo transitivo y se rompió la cabeza con una cuestión sintáctica que le dejó un regusto agrio en el velo del paladar.
El día iba a avanzar, inexorable.
Recordó otras cenas. Hasta años retrocedió.
Luego encendió la grabadora y dijo: Me llueve el pie. No sólo la bota. El caramelo no tiene la justeza de azúcar. No lloraré. No me emocionaré. Lo seco (el pie). Vuelve a mojarse. ¿Cuánto durarán las ruedas? Me vestiré con el pantalón de pana negro y quizá me sugiera el frío una constelación. Me aplaudirán o yo ensoñaré que me aplauden y que hay por fin un reencuentro. Ahora me tengo que ir. Alguien duerme.
Apagó la grabadora. Pensó: 60. Un zumbido musical no llegaba a atenazarle el corazón. Musitó algo: una vieja canción, una sura, una frase de un autor al que amó, un verso quizá, una esquela ingeniosa, una instrucción de un aparato eléctrico. Algo así musitó.
Se levantó y le crujió una costilla flotante. No quiso toser. No quiso desnudarse. Pensó: el piano e inmediatamente pensó: langosta. Decididamente, se dijo, la cena.
Y respiró hondo como si aquel hecho cotidiano se hubiera convertido en una cuestión de estado.
El día iba a avanzar, inexorable.
Recordó otras cenas. Hasta años retrocedió.
Luego encendió la grabadora y dijo: Me llueve el pie. No sólo la bota. El caramelo no tiene la justeza de azúcar. No lloraré. No me emocionaré. Lo seco (el pie). Vuelve a mojarse. ¿Cuánto durarán las ruedas? Me vestiré con el pantalón de pana negro y quizá me sugiera el frío una constelación. Me aplaudirán o yo ensoñaré que me aplauden y que hay por fin un reencuentro. Ahora me tengo que ir. Alguien duerme.
Apagó la grabadora. Pensó: 60. Un zumbido musical no llegaba a atenazarle el corazón. Musitó algo: una vieja canción, una sura, una frase de un autor al que amó, un verso quizá, una esquela ingeniosa, una instrucción de un aparato eléctrico. Algo así musitó.
Se levantó y le crujió una costilla flotante. No quiso toser. No quiso desnudarse. Pensó: el piano e inmediatamente pensó: langosta. Decididamente, se dijo, la cena.
Y respiró hondo como si aquel hecho cotidiano se hubiera convertido en una cuestión de estado.
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Cuento
Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/12/2014 a las 11:12 |