Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Me estaba esperando en la ducha. Había tomado la forma de una polilla. La vi. Abrí el grifo. Hice pis. Descorrí la cortina y seguía allí, moviendo sus antenas. La cogí. La saqué del plato de la ducha. La dejé en el suelo del cuarto de baño. Le dije, No puedo hacer más por ti. Me duché. Me lavé los dientes dentro de la ducha ( a veces me gusta hacerlo así. Sentir que me limpio la boca a medida que me cae el agua por el cuerpo). Salí. La polilla seguía allí. Apenas había avanzado. Tuve cuidado para no pisarla. Cuando me fui le dije, Ánimo.

Sensual anduvo el tiempo después. Sentí emoción. Canté. Bailé mientras me miraba en el espejo bailar. Delgado. Volví al cuarto de baño y la polilla no estaba.

La vejez siempre ha estado cerca. La reiteración de los sueños. La conjunción.

Leía ayer: las personas de los sueños no son exclusivamente expresión de nuestra psique: "Son imágenes de la sombra que asumen papeles arquetípicos; son personae, máscaras, en cuyo vacio hay un numen". La razón de que los dáimones no aparezcan como tales, sino disfrazados como los amigos de la tarde anterior, sigue Hillman, es que esas personas del sueño son necesarias para hacer el alma: "Son necesarias para el trabajo de descubrir, de desliteralizar. Sin los amigos de la tarde anterior, un sueño sería una comunicación directa con los espíritus. Sin embargo, un sueño no es una visión, como la psique no es el espíritu" (De El Fuego secreto de los filósofos. Patrick Harpur. Editorial Atalanta).

Se me renueva la piel de una quemadura.

Mi uña tarda unos dos meses y medio en ser enteramente nueva.

Espero que esté volando fuera de la atmósfera húmeda que hace más pesadas sus alas.

Nabucodonosor pintado por William Blake
Nabucodonosor pintado por William Blake

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/05/2010 a las 16:38 | Comentarios {0}


Me cuesta encontrar mayo como si lo buscara bajo una memoria usurera. Quizá la noche me haya devuelto hoy su presencia. La luz también habrá hecho algo. Esta noche ha sido una cuestión de primavera. He soñado abrazos, besos, carreras, miradas, risas, abrigo. Y despierto me he dejado llevar por esas sensaciones del sueño a las cuatro y a las cinco y a las seis y a las siete de la mañana hasta que por fin me he quedado dormido un rato sin soñar nada.

Demasiados días sin escribir.

Demasiados días esperando algo.

Los dedos pasan una y otra vez sobre los mismos signos.

Quise recordar el encuentro con los amigos el sábado pasado. Y también esbozar un retrato al natural de Violeta.

Hay que romper las resistencias, me he dicho.

Y las he roto.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/05/2010 a las 10:48 | Comentarios {0}


He salido de mí. De esta ausencia de todo. El mundo se ha desprendido como si fuera la piel mudada de una serpiente. Miro a los hombres y sus costumbres con la distancia de un gusano. Me alejo de sus conversaciones de café, de sus saltos absurdos, todos con red. Hay días en los que la certitud me absorbe y me quedo quieto, en una contemplación estúpida de lo que no merece la pena ser contemplado. Escucho los consejos que nadie ha pedido y me resultan de una vacuidad insultante. Siento la vergüenza que el otro (el que se dedica a aconsejar) no está sintiendo. Me regaño a mí mismo y me digo que el gusto que siento por la masturbación debe tener su correlato en la paja mental. Pajas mentales, me digo. Expulsión de pensamientos en absoluto certeros, sin fin, sin trayecto. El día avanza desde muy temprano entre el silencio y la decepción. Como la lluvia y los cielos muy grises que se descargan con una premura casi triste.
Me ensimismo con una competición deportiva. Abogo por la distancia como arma. Pasan las horas rápidas y necesito dormir mi quietud cuando la tarde se vuelve clara y los pensamientos siguen estancados. Despierto. Me ducho. Salgo a la calle. Miro las caras de las gentes y la belleza de algunas mujeres (me siento patético con esta constante búsqueda de otro cuerpo que me aguante). En la Plaza Mayor encuentro una escena bellísima: un hombre toca el acordeón, dos mujeres violines, y una pareja baila el viejo madrigal francés que los músicos interpretan. El gesto de la joven que baila es de una delicadeza antigua. El del joven con el que baila de una compostura caballeresca. Envidio esas manos que se están cogiendo, esos cuerpos que al unísono se mueven en un aire que en todo les pertenece. La sonrisa que ella le dedica. El gesto que él atesora para ella. Tanta belleza me duele.
Entro en el cine y veo una película moderna. Me aburro mucho con tantos muertos que se levantarán cuando la toma termine, con tantas explosiones controladas, con tantos primeros planos y colirio en los ojos. Me aburren los comentarios de los espectadores y los gestos de asco cuando una mano se introduce en los intestinos de un cadáver que no está muerto. Me dan ganas de gritar. Me dan ganas de protestar. Pero sé que es porque el mundo me ha abandonado. Porque soy un puto gusano.
La noche ha caído. Recorro el mismo camino. Hablo por teléfono con mi madre y me agrada su conversación. Entro en un bar. Me tomo un bocadillo de calamares y un par de cervezas. Crece la luna, como un cuchillo sarraceno, sobre nuestras cabezas. Sigo en mi silencio. Estoy en la habitación que de prestado ocupo. Me beberé una cerveza y leeré un rato.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/04/2010 a las 22:38 | Comentarios {0}


Desde las ventanas de Mayor 70, en su cuarto piso, se ve la Plaza de la Villa y los asuntos que por la plaza concurren; se pueden ver pasar desde las ventanas a perros en coloquio, a gatos de la pata de una rata, a gallos que han bajado desde las veletas y lucen su cresta bajo las faldas negras de las beatas, a niños que se han hecho grandes antes de terminar de atravesar la Plaza.
Desde estas ventanas se escucha el murmullo de las protestas contras las corridas de toros, las cacerolas de unas mujeres que decidieron protestar por los guisos de las dos de la tarde, los martillos de unos mecánicos que olvidaron la palabra biela al ir esa mañana a sus trabajos o la reivindicación de unas ocas en cuyas pancartas se podía leer a grandes letras NO SÓLO SOMOS HÍGADOS y también QUEREMOS COGNAC PARA DIVERTIRNOS.
Desde estas ventanas cuando llega la Semana Santa (celebración católica que ajusta su calendario cada año para que coincida con el periodo del plenilunio), se puede ver -si el frío lo permite- a la multitud que se va acomodando en la plaza desde primeras horas de la tarde, va formando una especie de gran madeja de lana (comparación de mi amiga Pilar con la cual vi ayer el paso del Jueves Santo) oscura con toques de color rojo y alguno blanco (se diría que la multitud responde al principio luctuoso de esta semana apasionada). Durante horas, pacientemente, esa multitud de lana espera la aparición por la estrecha calle del Cordón del paso del Jesús de los Pobres. Y cuando llegan los nazarenos de hábitos morados, con sus cruces terribles, sus capirotes señalando en vértice al cielo, sus cilicios de cuerda alrededor de sus cinturas y se empieza a escuchar, lejanamente, los sonidos de la banda de música, la muchedumbre de lana se convierte en rosas de alambre goteando óxido rojo y aclaman al que llega, al que según dicen, va a morir por ellos.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/04/2010 a las 12:58 | Comentarios {0}


Escribir Adiós o Último
Cuando escribo adiós o último ya en ese momento en el que las letras empiezan a dibujarse en mi caligrafía, siento tristeza y miedo. Decir adiós a quien quieres decírselo aunque en ese momento en que lo haces creas que es lo correcto y que nada en este mundo podrá alterar semejante decisión terrible; decir adiós a quien quieres y a quien no puedes querer (o dices adiós porque esa persona te ha hecho daño o tú sientes que te ha hecho daño ¿Qué es el daño? ¿Cómo nadie te va a poder hacer daño?). Adiós escribes y justo cuando envías el adiós estás ya diciendo Hola, he vuelto, Nunca me fui. Nunca me quise ir. Lo escribiste. Esa persona ya lo está leyendo y entonces sientes que ya nada está en tus manos. Decir adiós con groserías. Decir adiós con violencia. Decir adiós con la vehemencia del que sólo sabe que está diciendo un adiós lleno de heridas.
Cuando escribo último tiemblo y la noche cae sobre mis huesos y siento que cierro las puertas que estaban abiertas de par en par. Pocas puertas hay abiertas para mí. No tengo la capacidad de abrirlas. Más bien soy huraño y tímido. No cuando escribo. Cuando escribo puedo escribir Último y llevar, como un chulo, lo último hasta el final. Cuando escribo último estoy abriendo la fosa para un muerto (o peor estoy abriendo la fosa para alguien que está vivo y voy a enterrarlo vivo y voy a escuchar por siempre sus últimos estertores bajo una tierra que no le correspondía, una tierra que yo le eché encima). Tras escribir último y enviarlo lloro como si estuviera en el funeral sin gracia de un muerto a destiempo.
El domingo ha sido claro, muy luminoso. Olía el aire a una hora más. Las gentes por las calles mostraban por primera vez sus brazos después de tanto tiempo ocultos bajo los abrigos, protegidos del frío y la lluvia y el viento y la inclemencia. Los niños, primaverales, corrían por las plazas y los parques y las madres mostraban sin recato sus cuerpos maternales; iban de la mano las parejas; los ancianos echaban renuevos por sus cabellos; hombres maduros como yo caminaban por una calle estrecha, pegados a las fachadas de las viejas casas, asustados de su violencia, ésa que vive bajo su piel suave tan sólo por las cremas. Hombres-lobo con piel de hombres-cordero.
Ahora suenan los tambores de la Semana Santa bajo la ventana de mi casa. Los nazarenos con sus capirotes y sus hábitos negros pasean al Cristo crucificado por las calles ¡Qué tétrica es la muerte de los Dioses! El redoble de la muerte y los aplausos de la multitud me llevan, de nuevo, a las palabras Adiós o Último.
Quisiera abrazarte a tí y que sintieras lo mucho que quiero recibirte. Quisiera llegar corriendo hasta el lugar donde te enterré y arrancarme las uñas hasta desenterrarte y decirte, Hola o Todavía.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/03/2010 a las 20:35 | Comentarios {0}


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