Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Nude de Willie Kessels  (1930)
Nude de Willie Kessels (1930)
Aldo y yo.
Antes de Aldo y yo, quiero escribir sobre mi abuela y la niñez.
Decía mi abuela, Los niños sois personas. Cuando seas mayor nunca trates a un niño con tu idea de lo que es un niño, trata a un niño con tu idea de lo que es una persona. Yo estoy aquí sentada, frente a ti, y yo veo en tí al ser más maravilloso del mundo. Eso no quita para que el ser más maravilloso del mundo lo sea justamente porque está vacío. Lo maravilloso de los niños es que estáis vacíos. Por eso te digo: cuando estés con un niño y tú seas mayor sé muy cuidadosa, a ver con que lo llenas porque si lo llenas con caprichos será caprichoso, si lo llenas con tiranía será tirano, si lo llenas con alegría será alegre, si con amor, amoroso, si con dolor, doliente. Yo te educaré con amor, con disciplina y con rectitud. No consentiré caprichos por tu parte, los castigaré con severidad ni por supuesto te dejaré ser tirana porque me rebelaré contra ti y toda la fuerza de mi razón caerá sobre tu corazón. Amarte será respetar tu personalidad, sea ésta cual sea e intentar enderezar lo que mi sentido común considere que ha de ser enderezado; amarte será mantenerte lo más vacía posible de mí y también será amarte protegerte; amarte será enseñarte el miedo porque lo haré con cuidado y lo aprenderás para siempre; amarte será estar siempre, siempre a tu lado; la disciplina consistirá en que aprendas con los medios que sean necesarios el respeto hacia ti y hacia los demás; de hecho lo medios que habré de utilizar para disciplinarte me los sugerirás tú con tu actitud y porque estaré atenta a la disciplina que necesites también te amaré. Es muy posible que sufras mi disciplina porque al estar vacía no entenderás que haya que domar la vacuidad porque no alcanzarás a entender hasta muy entrada en la treintena -y eso si es que llegas a pensarlo alguna vez- que la vacuidad se disciplina porque vivir es ir llenándola para más tarde intentar vaciarla otra vez. La disciplina entonces permite, mediante el ejercicio de unas obligaciones, desechar lo inútil cuando llegue el momento de empezar a vaciarse. La rectitud sólo tiene como meta enseñarte una norma y tan sólo para que cuando te llegue el momento de rebelarte -que ha de llegar y es bueno que llegue- sepas con absoluta claridad contra qué te rebelas; es decir yo no te enseñaré una moral porque considere que es la mejor sino para que la conozcas al dedillo y puedas enfrentarte a ella bien armada. El mejor arma es el conocimiento de lo otro.
No sé si la primera vez que recuerdo estas palabras de mi abuela fue la primera vez que me las dijo. Tengo la cuasi seguridad de que no. Yo tenía cinco años. Estaba en el salón de la música. Mi abuela me sentó frente a ella en una butaca que me parecía el trono inmenso de una reina. Me habló despacio, con su voz rasposa de fumadora; en su mirada había una extraña mezcla de ternura y dureza que a mí me inquietó e hizo que me echara a llorar. Mi abuela pareció no inmutarse. Seguía hablando y fumando. Cuando terminó yo lloraba a raudales. Entonces me dijo: Ven, acércate. Yo bajé del trono de la reina y me quedé frente a ella con la barbilla baja e hipando. Ella extendió sus brazos. Yo me lancé a ellos. Mi abuela me abrazó con una ternura infinita (desde entonces el olor a tabaco siempre me emociona) y me susurró al oído: Tengo que enseñarte a que te vayas, pequeñaja. Luego calló. Me sentó en sus rodillas y apoyó mi cabeza en su corazón. Aunque no la vi, sé que ella no lloró.

Cuento

Tags : Desenlace Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/01/2014 a las 19:29 | Comentarios {2}


Billie Holiday
Billie Holiday
El momento de la muerte de mi abuelo llegó a las 19 horas y 43 minutos. Mi abuela, con el cigarrillo en los labios, abrió la caja del reloj de pie que había en el pasillo y lo detuvo en esa hora para siempre; a continuación fue a la sala y puso en el tocadiscos el Summertime en la versión de Charlie Mingus y mientras lo bailaba se puso a reír y a llorar y rompió todas las copas de cristal del aparador de la derecha mientras gritaba, ¡Jodío viejo, siempre tienes que irte tú primero! Luego se calmó, repentinamente, justo cuando el tema terminaba y me pidió si podía recoger los cristales rotos. Así fue como descubrí que mi abuela no soportaba las despedidas.
Cuando murió mi abuelo yo tenía trece años. Y aunque los años pasan lentos en esa etapa de la vida, fueron pasando. Mi abuela se mantenía igual que siempre, parecía que en ella la vida se había detenido. Pensaba a veces que era porque su rutina llevada a rajatabla la había detenido en el tiempo. O por ser más correcta pensaba que la rutina detiene el tiempo. Y como yo no quería que el tiempo se detuviera mi vida se fue convirtiendo en un desorden descomunal: alteraba horarios, unas veces me levantaba a las tres de la madrugada y otras a las siete y otras me acostaba a las seis de la tarde; pasaba temporadas desayunando la cena y cenando el desayuno o una semana besaba a mi abuela en el oído derecho y la siguiente besaba su mano izquieda (bueno sólo el dedo meñique); luego me dio por teñirme el pelo e incluso una temporada corté mi pelo según me levantaba por la mañana; el desorden de mi armario era antológico, mi habitación entera rezumaba anarquía.Todo esto que ahora escribo no es más que una interpretación quizá mi actitud fuera la explosión de las hormonas o ese tedio nervioso que surge en la adolescencia y que sólo es síntoma de unas ganas desastrosas de que te muerdan la boca. También puede ser interpretación el que mi abuela mantuviera su inmovilidad tan sólo para no tener que despedirse de mí.
Me resulta curioso que esta aparente discordia entre los hábitos de mi abuela y los míos no provocaran mayor conflicto que el que un día ella escuchara a todo volumen un tema de Billie Holiday (por ejemplo Strange Fruit) mientras yo hacía lo propio con, por ejemplo, The Stranglers y su Golden Brown, sabiendo que yo llevaba todas las de perder porque su equipo era mucho más potente que el mío.
Una tarde en que esta batalla musical entre el pop y el jazz se había alargado más de dos horas, me di, como siempre, por vencida y decidí salir a airearme. Nosotras vivíamos en el séptimo piso y yo solía bajar y subir por las escaleras; me gustaba porque los escalones eran de madera y su sonido me resultaba cómodo y muy, muy mío (sonido de un bosque que nunca conocí, sonido del viento que debía de correr entre sus árboles; sonido de las estrellas en sus noches; sonidos de sus animales viviendo y muriendo; y también sonido de una cabaña y dentro de ella el crepitar de una chimenea y el sueño tranquilo de un perro; un bosque que yo ubicaba en algún lugar de Nueva Zelanda). Así es que ese día bajé como siempre trotando y en el sexto me tropecé, literalmente, con un chico nuevo en la casa, vecino nuevo. Yo tenía diecisiete años y él acaba de cumplir los veinte. Llevaba una caja. Él no me vio. Yo no le vi. La caja cayó al suelo. Ambos escuchamos la rotura de algo. Yo me disculpé. Él se sonrió y me dijo: Me llamo Aldo. Ya te diré lo que me debes. Yo no respondí, seguí bajando las escaleras y por primera vez sentí que un día, no sabía cuándo, tendría que irme de allí. Tendría que despedirme de mi abuela.  

Cuento

Tags : Desenlace Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/01/2014 a las 19:38 | Comentarios {0}


Cuando era niña me sorprendía que a mi abuela le gustara el jazz. Muchas tardes -mi imaginación me apunta que era todas las tardes. Ya no hago caso a mi imaginación-  al volver del colegio, me la encontraba sentada en la sala, en la butaca que había sido del abuelo, frente al tocadiscos, con un cigarrillo en la mano, los ojos cerrados y escuchando, por ejemplo, Round Midnight en un concierto en Montreal de Charlie Haden. A mí el contrabajo de Haden, la cadencia de las notas y el contrapunto del saxo de Ornette Coleman, me provocaban un estado de hambre que nunca llegué e entender. Recuerdo que en el trecho que mediaba entre la puerta de entrada y la puerta de la sala, cuando la melodía se iba haciendo más y más clara, a mí se me iba abriendo un boquete en el estómago y lo que deseaba era correr a la cocina e hincharme a tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos. Nunca lo hice. Sé que mi abuela no habría permitido la alteración de la rutina que consistía en que yo fuera a la sala, me acercara a ella, la besara en la frente y me dijera, ¿Has tenido buen día? Anda, cámbiate y espérame en la cocina. Y yo lo hacía así. Muerta de hambre, soñando el sonido crujiente de la tostada, iba a mi habitación me quitaba el uniforme y me ponía la ropa de andar por casa. La ropa de andar por casa...  Mi abuela nunca se levantaba antes de que terminara el tema. Esto sí lo puedo asegurar: tan sólo una vez dejó un tema a medio escuchar. Fue cuando el abuelo, muy enfermo ya, tuvo un acceso de flemas. Serían las cinco y cuarto de la tarde. Mi abuela escuchaba el All Blues de Miles Davis -le encantaba Miles Davis; decía que la trompeta de Miles Davis era la antítesis de las trompetas que anunciarán el Juicio Final; decía la abuela que si Dios hubiera escuchado a Miles Davis no habría inculcado en sus hagiógrafos sonidos de trompetas para anunciar el fin del mundo; quizá, decía, lo habría anunciado con el saxofón de John Coltrane en su A Love Supreme- y estaba nerviosa. No era una mujer que temiera la muerte pero sí la despedida. Mi abuela sabía que en cuanto mi abuelo hubiera muerto, ella seguiría en la vida. Haría lo que tenía que hacer. Lo único que mi abuela no supo hacer nunca fue despedirse. O como dicen ahora los modernos psicólogos mercantilistas: gestionar el momento de la despedida. Así es que mi abuela escuchaba All Blues de Miles Davis. Según las versiones el tema dura unos once minutos. Empieza con mucho swing; lentamente la trompeta de Miles Davis, que acaricia el oído, que sosiega el corazón y permite dar caldas lentas al cigarrillo, va entonando su melodía que tiene tanto de nostalgia que casi se diría una oda al adios. A los dos minutos se produce una modulación y las notas ya no se enlazan como si fuera un bajo continuo sino que cada una empieza a tomar cuerpo, como si dijeran aquí estoy, ésta soy yo. El volumen aumenta. Aparecen ligeros gritos -aullidos decía mi abuela- que intentan calmarse, que intentan obedecer a la batería y al piano que van marcando un ritmo constante como ajeno al mundo. Entonces la trompeta calla para que el saxo ejerza su dominio. Fue en ese intercambio de protagonismos -a los cuatro minutos aproximadamente- cuando mi abuelo entonó su último estertor. Mi abuela lo escuchó y tarareó el tema; quería -me contó años más tarde- que la melodía llegara a los pulmones de mi abuelo y le insuflaran el aire que él ya no podía respirar; quería -me dijo con la misma mirada ida que tuvo aquella tarde- que no se fuera todavía; quería que no llegara el momento de la despedida.

Miles Davis
Miles Davis

Cuento

Tags : Desenlace Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/01/2014 a las 12:04 | Comentarios {2}


08/10/12, 14:56
Mensaje de Él.
Hola […]: quizá sea tu boca o la mirada ligeramente triste de tu foto o el nombre que me recuerda a una película o la sencillez de tus respuestas en el perfil o que hoy me he levantado y me he visto pensando en ti cuando ayer también pensé en ti (aunque en realidad no pensé en ti. No puedo pensar en ti. No sé quién eres), digamos entonces que pensé en la imagen de ti. Y así me he dicho: voy a escribirla y quizás esa sonrisa que nos hemos enviado podamos regalárnosla frente a frente.
Un saludo
[…]

09/10/12, 00:02
Mensaje de Ella.
Hola […], ya veo que no se te da mal escribir, es el mensaje más elaborado que he recibido en lo poco que llevo por aquí. Si realmente puedes vivir de escribir mi enhorabuena, me das un pelín de envidia.
En tu foto tienes una expresión entre seria y que te ríes por dentro y eso añadido a tu mirada que en mi opinión es algo penetrante, la verdad es que en conjunto me resultas inquietante.
Un saludo […]

09/10/12, 11:12
Mensaje de Él.
Hola […]:
Gracias por tu respuesta aunque no sepa a ciencia cierta si en ella cabe la posibilidad de tener una cita. Sí llevo viviendo de escribir muchos años (unas veces mejor y otras peor). Si quisieras leer cosas mías lo puedes hacer en mi Blog www.[...].com
En cuanto a lo de inquietante, no sé, puede ser un halago o un freno para conocerse. Tú me dirás.

10/10/12, 00:26
Mensaje de Ella.
Hola […]:
Gracias por enviarme tu blog. Me voy este puente pero a la vuelta me gustará verlo tranquilamente.
Cuando vi tu perfil iba a rechazarlo porque me surgieron estas tres preguntas:
No me importa que fumes, ni me molesta pero no me gustaría que lo hicieras en mi casa ¿Seria un problema para ti?
Tienes un hijo. Allegados a mi tienen problemas con los hijos de sus parejas ¿Sería un problema para mí?
Vives en […]. No tengo coche y hace un montón que no conduzco ¿Sería un problema para los dos?
Esta preguntas, así, sin más, las tuve aun sin conocerte, antes de decidir si enviarte la sonrisa pero aunque aun sigan ahí no tienen respuesta por lo que no pesaron en la balanza y pudo más la curiosidad de conocerte a causa del conjunto de sensaciones contradictorias que produjo tu foto y el saber que escribías y que el arte y la creatividad eran importantes para ti. Creo que sí que me gustaría conocerte si es que sigues queriendo hacerlo.
[…]

10/10/12, 10:39
Mensaje de Él.
Hola […]:
Me alegra mucho tu mensaje y me provoca más ganas aún de conocerte. Sí, quiero conocerte. En cuanto a la primera parte del mensaje -el de los problemas- yo creo que serían problemas si nosotros los convirtiéramos en tales.
- ¿Puedo no fumar en tu casa? Sí, puedo no fumar en tu casa.
- ¿Sería un problema mi hijo para ti? Yo jamás he considerado a mi hijo un problema para nadie. Además si tú y yo empezáramos una relación de pareja, él lo aceptaría. Lo que no puedo asegurar, evidentemente, es cómo os llevaríais vosotros por la sencilla razón de que eso sólo se sabrá cuando se viva.
- En cuanto a que yo viva en […], no lo veo un problema: estoy dispuesto a llevarte y traerte y además está muy bien comunicado.
En todo caso me ha gustado que en la balanza haya podido más la curiosidad que la previsión de futuros problemas.
Nos podríamos ver la semana que viene, tras el puente, ¿te parece?
Un saludo,
[…].

10/10/12, 22:58
Mensaje de Ella.
Vale […]. Que tengas un lindo puente. Ya vemos a la vuelta como quedar.
Buenas noches.
[…]

15/10/12, 11:05
Mensaje de Él.
Hola […]:
¿Vamos a quedar esta semana? Si te parece podríamos hablar por teléfono. El mío es el […] y también te voy a dar mi correo electrónico: […]
Un beso,
[…].

16/10/12, 00:31
Mensaje de Ella.
Hola […], pues tengo la semana liadilla pero podría buscar un hueco el sábado o el domingo Mi correo es […]
Ya me dices si te viene bien y ya concretamos.
Buenas noches
[…]

16.10.2012
Mensaje de Él.
Hola […]:
Hay dos cuestiones en tu último mensaje que me han llamado la atención:
La primera es que no me hayas dado tu teléfono o mejor dicho: que no me hayas dado explicación ninguna para no dármelo. Porque ¿sabes? a mí me gustaría mucho escuchar tu voz. La voz para mí es un lugar de referencia, una forma de conocer, de empezar a amar. Porque si yo te he escrito y te quiero ver es para empezar a amarte. Ninguna otra razón me persigue. No tengo curiosidad hacia ti ni tampoco quiero beberme un vino y no volver a verte. Yo estoy en esta página porque las modalidades normales de conocer a una mujer me quedan lejos. Por razones que no vienen al caso, de momento, no suelo salir y llevo una vida retirada, dedicado al estudio, el trabajo y la meditación. Y te cuento esto porque de ahí proviene la segunda cuestión que me ha llamado la atención: cuando escribes podría buscar un hueco el sábado. Esa frase me ha sonado a vacío porque el hueco lo está. Esa frase vendría a decir: si encuentro un vacío en mi vida el sábado entonces podría rellenarlo contigo. Y no es eso lo que yo quiero. Yo no quiero ser relleno de nadie y muchos menos de unas horas perdidas un sábado cualquiera; las horas de una mujer de la cual me llamó la atención su fotografía y de su fotografía deduje ternura, melancolía y frescura; y me gustó tu boca y me gustó la conformación de tu ojos: tus cejas, tus cuencas, los arcos superciliares; y quise conocerte y que nuestro encuentro fuera emocionante, nuevo, un encuentro que llenara -no rellenara- las horas en las que estuviéramos juntos.
Desde que estoy en esta página -finales de julio- he quedado con tres mujeres. Sólo con tres. Con ninguna de ellas he pasado de una primera cita. Porque no busco cualquier cosa. No busco pasar el rato. Podría haberlas llamado, escrito, quedado más veces. Muchas mujeres siguen siendo mujeres antiguas - sin que la palabra antigua sea juicio de valor negativo; antiguas en el sentido de que ha de ser el hombre quien las persiga y muestre su deseo con más vehemencia- pero yo no deseo cualquier mujer porque en ese caso el término no sería deseo sino necesidad. Yo no necesito a ninguna mujer pero sí deseo a LA mujer. Te escribo todo esto porque si por lo único que quieres conocerme es porque soy escritor y te pica la curiosidad, te aseguro que te desencantarás; un escritor no es nada como una informática no es nada; un escritor es un hombre con su pelo, sus brazos, sus piernas, su sexo y sus órganos vitales. Ninguna señal llevamos inscrita en la frente. Ninguna particularidad nos adorna. Ni ser escritor es como ser columna. Nada hay que lo defina.
Si quieres conocerme que sea porque hay algo de mí, […], que te atrae; si quieres conocerme que sea para conocerme no para rellenar horas vacías; si quieres conocerme que sea con la misma emoción con la que yo te quiero conocer a ti. Emoción que sería una suma de sentimiento y pensamiento.
Si no te importa, contéstame.
Gracias y un beso,
[…].

17.10.2012
Mensaje de Ella.
Hola […], me has dejado sin palabras. No sé por dónde empezar. Me dices que por qué no te he dado explicaciones de por qué no te dado el teléfono. La verdad es que no se me ocurrió que tuviera que dártelas pero ya que las pides te las doy. Es la primera vez que me he metido en esta historia de conocer a gente por internet y es más: aún no he quedado con nadie, estoy ahí un poco a la expectativa y pensé que me sería más fácil llamarte yo en un momento adecuado para mí para concretar la cita a que me llamaras tú en cualquier momento en el que a lo mejor me pillabas en el curro o en clase y donde no podría hablar y resultaría cortante e inoportuno. En cualquier caso pensaba llamarte y al llamarte tendrías mi teléfono.
Me gusta que te impliques tanto en un correo pero a la vez me siento desbordada ante tu intensidad de lo que escribes. Ciertamente no nos conocemos y aunque oigas mi voz seguirás sin conocerme, quizá un poco más, pero me parece desmedido que ya puedas empezar a amarme. Tu lo pones todo desde el momento 0, me quito el sombrero, a mi me parece muy loable pero también arriesgado y expuesto.
Respecto a lo segundo siento que te hayas sentido un rellena huecos. No busco un rellena huecos. Soy una persona activa con bastantes amigos y siempre estoy liada, pero si me he metido en esta página es porque creo que es enriquecedor compartir la vida con alguien a quien ames y que te ame. Pero para mí de momento tú eres una persona interesante y especial, por lo que me escribes en los mensajes, que me gustaría conocer y sería genial que al hacerlo me dejaras encantada y yo te encantara a ti y que no se quedara en una única cita pero eso aun no lo sé. Si por todo esto ya no quieres conocerme lo lamento. Mi teléfono es el […] de todas formas como te dicho me gustaría llamarte yo en lugar de que me llamaras tú. Si no me lo coges entenderé.
Buenas noches.
[…]

17.10.2012
Mensaje de Él
Hola de nuevo:
Sigo queriendo conocerte. Y discúlpame si me puse ayer un tanto intenso de más (sobre todo en cuanto a lo de pedirte explicaciones por lo del teléfono. No tienes que darme explicaciones de nada). De lo demás ya hablaremos cuando nos veamos. Espero, entonces, tu llamada.
[…].

18.10.2012
Mensaje de Él
Hoy es jueves y he ido a correr. Hay un momento en la carrera en el que el cuerpo y la tierra ya no luchan sino que se produce una ayuda mutua y el cuerpo parece entonces deslizarse sin aparente esfuerzo como si la tierra hubiera decidido en su movimiento -promovido por los brazos y las piernas- aligerar el tiempo. A mí me suele ocurrir entre los kilómetros 17 y 20. En esos momentos los músculos están oxigenados y la cadencia ha encontrado su ritmo. Cuando eso ocurre, el pensamiento se libera, las endorfinas empiezan a llegar al torrente sanguíneo y algo que se podría llamar felicidad surge. En ese lapso de tiempo, he recordado tu voz y he sonreído.

19.10.2012
Mensaje de Ella.
Qué lindo mensaje. La verdad es que cuando escucho mi voz grabada me parece un poco de pija y eso que no lo soy pero bueno, la tuya no era como imaginaba.
Yo he estado pensando en lo que comentaste en tu correo de que eres un hombre más para dentro que un hombre con vida social etc. Yo tengo diversos grupos de amigos distintos entre ellos que no suelo mezclar pero que son importantes para mí y con los que quedo bastante. Aquí no tengo familia y ellos lo son un poco para mí. Tengo la sensación de que nuestras vidas son muy distintas y no sé hasta qué punto compatibles, pero ya lo hablaremos.
[…]

20.10.2012
Mensaje de Ella.
Hola […], lo he estado pensando y no voy a quedar contigo. Te deseo que tengas esa cita super especial con esa mujer a la que amas aun sin conocerla. Te deseo lo mejor.

20.10.2012
Mensaje de Él.
Hola […]:
Ciao y gracias,
[…].



Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/10/2012 a las 20:53 | Comentarios {2}


Miraba con los ojos muy negros. La danza. Los tambores. El anuncio del dios de turno. Estaba embadurnándose el cuerpo con la miel. Tenía la función en breve. El pueblo. La tribu. Quién sea. La parroquia. Inspiró elevando la aleta izquierda de su nariz. Devolvió una oración. Satisfizo una necesidad. No era cuestión de mearse en mitad de la danza. No le gustaba la desnudez pero la aceptaba. No le gustaba el pringue de la miel pero lo aceptaba. Su condición de bailarina del templo tenía sus contrapartidas. Se recogió la larga melena en trenzas. Aceptó el retoque de una de sus acólitas. Se asomó al balcón de su estancia en el Palacio del Sátrapa. Elevó las manos al sol. Estudió las nubes que se acercaban preñadas de agua. Lluvia y danza, mezcla ideal para partirse la cadera. Juró en arameo original. Escuchó el ensayo de los percusionistas. La risa de unas mujeres que se cuchicheaban chismes. Los gorjeos del cantor se convirtieron en gárgaras y mandó a una de sus acólitas a que lo hiciera garguear en otro sitio, cerca del precipio, a las afueras de la fortaleza. Se arrodilló. Sintió como acero el frío de las baldosas. Mármol era. Vestigio de su madre en la forma de sus uñas. Sobrevoló el halcón. Huyó la rata. La gueparda parió dos crías. Las hienas rieron satisfechas. El león se sintió triste. Sonó el tiempo. La bailarina recompuso el gesto como la actriz que va a iniciar su función con una sonrisa y la coloca en la boca nada más alzarse el telón. Separó las puntas de los pies. Juntó los talones. Se dirigió al escenario. El pueblo la aclamó. Los nobles condescendieron. A su alrededor se colocaron los percusionistas. Echando el bofe llegó desde el precipio el cantor. Las nubes iban llegando. Comenzó el canto. Comenzó la danza. Bailó imbuida de sus certezas. La danza mueve el aire. Cada paso. Cada gesto de sus manos. Las contorsiones de su tronco. La exactitud de sus caderas. La longitud de sus piernas. La mandíbula. El ritmo in crescendo de los percusionistas. El trueno entonces. La escondida del sol. El asomo de las gotas. El inicio de la tromba. El público que huye. La nobleza que no acepta mojarse. La miel que se desliza por su cuerpo. El suelo que se convierte en balsa de aceite. El resbalón de la bailarina. El hueso que cruje. El sacrificio de la coja. La nueva bailarina que accede a la estancia en el palacio del Sátrapa. La lluvia que es diluvio. La lluvia disgustada. El halcón con paraguas. Las crías de la gueparda devoradas. Las hienas satisfechas. La rata multiplicada. El león airado.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/03/2012 a las 12:16 | Comentarios {0}


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