Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Quizá sea cuestión de encontrar un bar. Seguro que existe uno de esos bares. Ya sabes: la noche, una mesa de billar, una barra, música alta. Quizá necesito ese espacio, volver a pillar, beberme un par de rones con hielo, esperar a que aparezca. Tenía que ocurrir. El destino no es una palabra cualquiera. Recuerdo una noche. Era ya muy tarde. Una noche de reyes en Madrid. En aquellos años las noches de reyes tenían magia. Las calles estaban vacías. No pasaba un coche por la calle Fuencarral. Tampoco un taxi. Yo estaba borracho y no me sentía con fuerzas para llegar hasta mi casa andando. Vivía entonces en el Paseo de los Melancólicos. Nunca debí de dejar ese paseo. Se me ocurrió la idea de hacer dedo. Me quedé quieto en una esquina. Por allí pasaba un coche de vez en cuando. No confiaba demasiado en que parara nadie. Ya sabes: un borracho, en enero, en una calle del centro de la ciudad. Pero paró un coche. Lo conducía una mujer de mis mismos años. También borracha. Me dijo que si la llevaba a una gasolinera luego ella me llevaría a mi casa. La llevé a la gasolinera que hay en Alberto Aguilera con Vallehermoso. Cargó. Me dijo que dónde vivía. Se lo dije. Me dijo que no tenía ni puta idea de dónde estaba eso. Le indiqué. Me dijo si me apetecía meterme una raya. Nos la metimos. Me llevó a casa. Me contó antes de llegar que acababa de salir de la trena. Tenía que viajar. No sabía si iba a poder. Le dije que si quería subiera a mi casa y se tomara un café. Aceptó.
Era una mujer castigada por la cárcel y las drogas. Tenía un cuerpo agradable. Apenas se había pintado. Vestía con una minifalda de cuero negra y las medias también negras tenían carreras. Mientras hacía el café se hizo otro par de rayas. Yo puse algo de música. Me serví otro ron. Ella me dijo que dejara el café para más adelante, que le pusiera otro a ella. Lo hice. Nos metimos las rayas. Nos bebimos el ron. Le dje que parecía un Rey Mago. Rió y me dijo que más bien sería una Bruja Maga, una puta bruja, drogadicta. Le dije que no era bueno que se insultara. No es bueno que nadie se insulte. Incidí en que era un Rey Mago: me había sacado de la calle, me había traído a casa, me estaba poniendo hasta el culo, era una buena compañía. Entonces ella me contó que cuando estaba en la trena, lo que más le apetecía era que alguien le diera un masaje en los pies. Nunca le habían dado un masaje en los pies. No sabía por qué pensaba en eso en la celda. Muchas noches, decía, muchas noches lo pensaba. ¿Por qué coño pensaba yo en masajes en los pies? Ponte otro roncito que yo me voy a hacer otro par. Puse el ron. Hizo las rayas. Me puse a sus pies. Le quité las botas y le hice un masaje. Ella cerró los ojos y lloró un par de lágrimas negras. Cuando terminé, la volví a calzar. Me dijo, Podemos follar si quieres. Yo no quería follar. Le dije, No, no quiero follar pero estaría bien que te quedaras a dormir y salieras mañana. Puede haber hielo en las carreteras. Nos acostamos juntos cuando amanecía. El café se quedó frío. Ella olía a cárcel. Cuando me desperté, ya no estaba. Si la volviera a ver no la reconocería.
A veces no es más que un bar o una esquina una fría noche de reyes en el centro de una ciudad. Te quedas quieto. Más tarde sabrás que aquello era un presentimiento que sólo se reconoce cuando ha ocurrido lo presentido.
Es tarde. Ya sabes: la luz a mi izquierda, el silencio a lo largo del día, saber que no debía, la noche de reyes cerca.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2016 a las 23:27 | Comentarios {0}


El día ocho de septiembre, ocho meses y cinco días tras San Blas, Rubén escribió en su Cuaderno Marrón:
El día en que el diablo apareció por las calles de Moscú, Bulgakov creó a Margarita. Quizá la creara para armarse de belleza porque hay en la belleza la salvación; el día en el que Eleazar en la ciudad de Masala fortificada con treinta y ocho torres, arengó a la población para que se suicidara ante el asedio de los romanos al mando del general Flavio Silva, tuvo que asomar en su conciencia todo el horror del martirio, del hambre, de la tortura, de la vejación que sufriría su gente si se entregaba y hubo de pensar -como nos dice Flavio Josefo- que menos sufrirían a manos propias que en manos romanas y así los habitantes de la ciudad judía murieron; el día tiene que tener algo de belleza para poder asegurarse el mañana y así cuando miro mis manos y veo en ellas la podredumbre que las va inundando recuerdo a Laura y casi canto; porque mi encuentro tuvo la magia de canto antiguo, del canto que emana de ese sentimiento arraigadísimo de pertenencia; somos humanos porque queremos pertenecer; hay en la pertenencia el cobijo, la lumbre que nos espera tras la estepa en invierno; ese abrazo de un cuerpo en otro cuerpo; esa caricia que se otorga libremente y que recorre -por fuera- las vísceras; hay en la pertenencia un himno que no proclama batallas sino paces como cuando el río ya no baja crecido y se remansa en el valle sobre el que el sol derrama sus últimos rayos; hay en pertenecer a Laura la promesa de todas las religiones soteriológicas; la salvación por su piel, por su boca, por sus piernas, por su vientre; pesebre el cuerpo de Laura; lluvia de estrellas su voz; hay en la pertenencia la negación de la arena (arena como polvo de roca; arena como negación de la solidez del mundo); en la promesa de la pertenencia a Laura se esconde el secreto de estar vivo. Yo lo sé. Lo saben mis manos que se pudren por su ausencia; me dicen las manos que la busque y yo, levantado hoy, con la mirada puesta en la lluvia, las manos ante mí, les prometo que aunque se deshagan nunca dejaré de buscarla y la atraeré, por mujer y por Laura, porque en el componente femenino del cosmos se haya el inicio y el fin de todo lo posible.

Cuento

Tags : Las manos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/11/2016 a las 18:10 | Comentarios {0}


Cuando Rubén la vio al volver al café del centro, Laura estaba sentada en la misma mesa de la primera vez sólo que entonces llevaba su pelo rojizo suelto y ahora lo llevaba recogido en una coleta; estaba leyendo un libro muy grueso -de más de mil páginas pensó Rubén- y de a pocos tomaba notas en un cuaderno; bebía un té con limón; iba vestida con una minifalda vaquera, leotardos negros, botines también negros y un jersey de cuello de cisne rosa. Rubén se sintió osado -o no podía por menos que ser osado- y eligió para sentarse la mesa más próxima a la de ella. Con gesticulación forzada llamó la atención del camarero y la de ella que levantó la vista de las hojas y clavó sus ojos de miel en los verdes de él. Quizá dudó un momento si le conocía -quizá no y tan sólo fue el tiempo necesario para tomar una decisión- y le mostró una sonrisa cuando le dijo, ¡Vaya, si está aquí lo que a lo mejor espero!
El día ocho de septiembre, ocho meses y cinco días tras San Blas, Rubén escribió en su Cuaderno Marrón:

Cuento

Tags : Las manos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2016 a las 12:14 | Comentarios {0}


La llamó Laura en honor a Petrarca, no porque ella se llamara Laura. Ella no le dijo su nombre. De hecho estaba convencido de que ella se llamaba Petra por el óvalo de su cara y por los labios que eran gruesos y bien dibujados como los labios -imaginaba- de  David de Miguel Angel. Una mujer con ese óvalo y esa boca no podría llamarse de ninguna otra manera. La llamó Laura para no tener que llamarla por su verdadero nombre. La llamó Laura para llamarla como se llama a las Ideas.
Dijimos que cuando él la vio por vez primera fue en el mes de febrero en un café del centro. No dijimos si fue a primeros de febrero o a finales. Pues bien, fue a principios de febrero y para ser más exactos el día de San Blas y ese dato -que fuera el día de San Blas- le llevó a pensar que Laura estaba destinada a ser su esposa y la madre de sus hijos porque ya lo dice el refrán, Por San Blas la cigüeña verás.
Laura no apareció por el café del centro a lo largo de toda la semana. Él -al que tenemos que llamar de algún modo. Es condición necesaria bautizar a las personas. El nombre propio nos otorga la propiedad de ser, así es que le llamaremos Rubén, nombre que además nos puede llevar por una genealogía que emparente con una de las doce tribus de Israel aunque en este caso las mezclas con gentiles desde más allá del siglo XV dificultaría mucho la investigación- fue todos los días a la misma hora en que la vio por primera vez lo que le suponía una seria alteración de su rutina porque Rubén vivía al sur de Madrid en un pueblo llamado Aranjuez y había ido a aquel café del centro por hacer tiempo hasta que fuera la hora de acudir a una cita con una abogada laboralista que le estaba llevando los papeles de un despido improcedente.
Laura no acudió pero Rubén sí acudió a Laura.

Cuento

Tags : Las manos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/11/2016 a las 14:25 | Comentarios {0}


La cosa empezó en los dedos (¿o por los dedos?). No fue de improviso, más bien empezó siendo una intuición que nació al aire de su olvido. Parece que a sus dedos no les gustó su olvido y así él una mañana intuyó algo en ellos. Aún no era nada. No existía una marca física, un sarpullido, por ejemplo o un resquebrajamiento de la piel. Ahora puede decir que a finales de agosto supo que algo iba a empezar. Sin saber por qué decidió anotar las sensaciones en sus dedos en un cuaderno marrón que guardaba desde el año 1996 en uno de los últimos cajones de su escritorio. Tampoco se preguntó el por qué de ese cuaderno. Por qué había recordado ese cuaderno al que le puso pomposamente el título de Cuaderno Marrón, justo el día en el que en el intersticio entre el dedo anular y corazón de la mano izquierda surgió una mínima señal rojiza. Nada. No era nada. Él tomó su recuperado Cuaderno Marrón y escribió: 6 de septiembre. Señal rojiza entre el dedo anular y corazón de la mano izquierda. Quizá sea la última vez que me quedo mirando el teléfono como si fuera una nave interestelar. La soledad es esto: una mancha rojiza entre los dedos... o su importancia.
Eso escribió el primer día en que sus dedos empezaron a mostrar que la crisis acababa de estallar. Nunca se sabe por dónde empiezan. Nunca se sabe cómo acaban. La crisis, entonces, es la vida porque ¿cómo ocurre que el acto sexual de tus padres? Más ¿cómo ocurre que a tus padres se les ocurriera ese día, en ese instante, acoplarse? ¿Por qué ese óvulo con sus específicas mitocondrias? ¿por qué ese espermatozoide encontró el camino y le quedaron fuerzas para horadar la pared del óvulo y llegar hasta su núcleo? ¿qué ocurrió para que nada se estropeara? ¿qué jodida conjunción de astros se dio para que 40 años más tarde, un mes de febrero se encontrara con la mirada de Laura en un café del centro? ¿Por qué supo? ¿Por qué intuyó -como ahora con los dedos- que la persona que había quedado con ella le había dado plantón y que a ella ese plantón le había dolido especialmente -por qué supo ya que le había dolido especialmente-, decidió levantarse y temblando le dijo: Yo no soy a quien esperas pero a lo mejor soy lo que esperas? Y Laura rió y la risa se le mezcló con alguna lágrima (que ya se había deslizado justo antes de que él llegara) y le respondió, No creo que seas lo que espero. ¿Sabía su madre cuando le estaba abriendo las piernas a su padre que había de tener un hijo estúpido de aquel encuentro? ¿lo intuía cuando menos? ¿Sabía su padre que aquel vaivén de sus caderas montado sobre la grupa de su esposa iba a dar como resultado un vástago emocionalmente desequilibrado? ¿Sabían que su hijo sería capaz de intuir los desastres antes de que aparecieran los síntomas?

Cuento

Tags : Las manos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/11/2016 a las 20:22 | Comentarios {0}


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