Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Para conocer la historia de Milos Amós haz un click en su nombre en verde. O busca "La Solución".


La Solución 15. La tentación.
Está en la cima de la montaña. Bebe el agua que el rocío deja a su alrededor. Ha tenido varios días de una extraña exaltación. Ha llegado a acariciar unos hierbajos que van creciendo junto a la punta de sus zapatos. Son de un color morado, muy lacios, algo tristes. Milos Amós suele mirar hacia un lugar intermedio entre el horizonte y la ladera. Apenas parpadea. A veces recuerda que comía y la saliva, amiga de los recuerdos, acude a su boca y la epiglotis realiza su movimiento voluntario de ayuda a la deglución.
Ha sido en la mañana. El sol se hallaba teñido de gris por las nubes y mostraba su círculo amarillento. Milos Amós ha extendido los dedos de su mano derecha para saber sin aún estaban vivos; los dedos han respondido a su deseo y han hecho un par de cabriolas estirándose y luego replegándose muy rápido como si los tendones fueran muelles tensados en exceso. Milos ha oído, sin escucharlos, los sonidos de la montaña. Estos eran: piar de unos polluelos, arrastrarse de unos invertebrados, remolonear de las hierbas por el viento, cauce de río muy lejos, movimiento de las nubes en el cielo, clamor de bandada de grullas hacia el sur, rama en el suelo que se quiebra, pasos de un vertebrado superior, rumia de un ciervo, cornamenta rozándose contra el tronco de una encina, ardilla corriendo, castor royendo, serpiente mudando la piel. Ha sido un atisbo de arcoiris el que ha dado inicio a la tentación. El ojo, atraído por el fenómeno, se ha desviado hacia su izquierda y en la coda de colores que aún no se habían formado, ha entrevisto Milos la cabellera morena de una mujer de ojos verdes. Ha sido una arritmia en su corazón, un movimiento desmesurado en su estómago, una inicio de erección que apenas ha llegado a ensayo y sin quererlo la tentación se ha aposentado y, tras tanto tiempo solo, ha sentido que caminaba por un suelo cubierto de asfalto, caminaba con una bolsa en cuyo interior había un té de jazmín y bergamota. Llegaba hasta un edificio. Escuchaba la voz de la mujer que le abría el portal. Llamaba al timbre de su casa. Una sonrisa tras la puerta. Una mano que acariciaba su mejilla. Un abrazo que hundía sus costillas. Y tras darle el presente, la voz de la mujer que dice: Pasa, ¡qué bien que hayas venido!
El rayo ha escindido el arcoiris en dos enormes pedazos. La lluvia ha empapado el suelo. Milos no sabe si llora o llueve. Con concentración descomunal ha exigido a la tentación que huyera. Nada tengo que ofrecerte, piensa. No vuelvas, mujer de cabellera morena y ojos verdes, piensa. No tengo nada. Nada soy. Ni tan siquiera cima de esta montaña. Bebo de las hierbas y me alimento de la nada. Mi cuerpo apenas pesa y mis pies deben de haberse convertido en humus. Creo que tengo llagas en la espalda y que una sanguijuela se alimenta de la sangre de mi cuello. No vengas para enturbiar con anhelos esta quietud a la que me he condenado. Así debo estar. Nada queda. Y si algún día, si algún día... Esta última frase la ha pronunciado en voz alta y Eco, siempre atenta a las frases de los hombres, le ha respondido, Día, día y la noche ha caído como si no hubiera habido tarde y Milos se ha quedado dormido, lleno de temblores y en su temblor, después de tanto tiempo, ha vuelto a escribir un poema que dice así: Ámbar gris.

Cuento

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/01/2011 a las 11:39 | Comentarios {0}


Al sonar los tambores en su cabeza, Milos tiene un escalofrío. Escucha los gritos de una mujer y de un amigo. Siente una cena en un restaurannte de una ciudad. Cree haber estado en algún momento rodeado de gente en un bar de una ciudad del centro de su país. Es querido. Es animado. Es besado por la camarera que le ama en ese momento hasta las lágrimas. La cima de la montaña le trae hasta allí unas rayas de cocaína, el cuarto de baño, la sonrisa excitada de la mujer enamorada, su nariz -la de Milos- yendo a la raya, aspirándola, siente en la cima de la montaña el amargor de la cocaína por su garganta, lo bello que se siente en el espejo, la boca de la mujer tras él que le hace un gesto de lengua en los labios. Suenan los tambores. Suenan las ráfagas del viento. Salen del cuarto de baño. Ella le ha cogido de la mano. Le ha llevado a la trastienda. Se ha abalanzado sobre él. Le ha pegado su cuerpo. Le ha abierto las piernas. Luego ha reído. Se ha separado. Ha vuelto a extender un par de rayas. Ella se la ha metido primero. Luego él. Lo incisivos dormidos. Las encías dormidas. La luz desnuda.
Es la noche. Milos Amós no ha necesitado cerar los ojos para sentir los tambores. Ni ha querido evitar el recuerdo. Alguna vez fue querido. Ahora lo sabe. En la juventud todos somos queridos alguna vez. Porque al mismo tiempo todos queremos ser queridos. Para ser querido querer. Alguna vez fue así. A ráfagas: billar, caída en la gran vía de la ciudad entre grandes risas, drogado, drogado, vomita, una mano en la frente acompaña su naúsea. Existió una Noche de Reyes en una calle que se llamaba Fuencarral. Caía aguanieve. Fueron recogidos por un hombre que acababa de salir de prisión con un cargamento de heroína en sus bolsillos. Milos lo invitó a su casa. La heroína fue su amiga.
Ha sentido en la cima de la montaña el frío de la bajada del caballo. Las horas muertas tirado en una cama, junto a su amiga, comiendo a duras penas una manzana.
El lucero del alba anuncia la mañana. Milos Amos siente pena por los recuerdos que como diablos le han rodeado en la madrugada. Dormita. Nadie le moverá de allí.

Cuento

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/01/2011 a las 00:30 | Comentarios {0}


En lo alto de la Montaña piensa Cima de Montaña. Ha habido un instante de cercanía con el sonido de un cencerro, abajo, en el valle. Hasta él ha subido. Luego ha caído desmayado víctima de la necesidad. Al despertar ha sentido las siguientes palabras: "Amordazadme, ¡Oh, Dioses venturosos!, calladme para siempre los labios; cosedlos con puntadas de oro; aconsejadme este silencio de alturas; mareadme con la falta de alimento pero no permitais, no, que vuelva mi vista a las llanuras donde los arrozales crecen y el hambre se sacia al instante. Hay en este aire purísimo, en esta ausencia de alimento y agua, en el lúgubre estar sobre la cima, el candor de la ilusión de lavarme así, para siempre, mis culpas ¿Cuáles fueron? ¿Habré de enumerarlas? ¿Habré de decirlas de viva voz? ¿Y si mi memoria no alcanza? ¿Y si el peso de la ley humana cae sobre mí como sobre la mujer cuando es detenida por hollar una tierra privada? ¿Hay lamento más grande que pisar la tierra que nunca será tuya? ¿Hay culpa más horrenda que ésa? ¡La tierra que no es tuya! ¡La inmensa riqueza que esconde! ¡La tierra que no es tuya! Tras el horizonte de mi aldea. Quizás allí comience esa tierra. Quizás yo asistí a la guerra por conquistarla como hicieron los griegos con el cuerpo de Helena, como hizo Eneas con el cuerpo de Italia, como hizo Hernán Cortés con la piel de México y Pizarro con la del Perú y más aún Amundsen con las gélidas texturas de lo más Sur. Si fuera así, si mi culpa fuera tan horrenda y natural, si por ella me habéis traído aquí, ¡Oh Dioses suaves! mantenedme aquí, sepultadme bajo el suave manto de la nieve y que ella cautive mi piel y la traspase y hiele mi músculo y llegue hasta mi hueso y lo detenga. Moridme, Dioses, en esta cima. Moridme.

Cuento

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2010 a las 18:32 | Comentarios {0}


Para quien quiera conocer un poco mejor a Milos Amós, he colocado su link (su nombre en color verde) a la primera parte de su trayectoria a la que titulé La Solución.


En lo alto de la montaña, azotado por los vientos y una lluvia mala, se sentó. Aún no recordaba nada anterior a su discurrir vital hasta el cenobio. Su mundo anterior había, simplemente, desaparecido; desde el cenobio se dejaba llevar por sus pies; comía tan sólo si le daban de comer; dormía bajo techado si encontraba un techo; cagaba a escondidas y en general al aire libre; si caía una moneda en sus manos se la daba de inmediato a otro que estuviera también necesitado; las monedas le quemaban las manos. Un día, al inicio del ascenso, una mujer bonita le dio un billete y a él se le llagaron las manos; corrió hasta un banco y allí, atrapado con una piedra, dejó el billete; luego volvió a la mujer y le enseñó las llagas; ella le llevó a su casa y le curó con ungüentos suaves como leyendas de Arabia.

Milos Amós se había vuelto más alto y más esbelto; su cabello había crecido entre rizado y suelto y ciertas zonas tenían el brillo de los colores claros; sus manos por fin tenían callos; apenas vestía una zamarra encontrada en un ropavejero, unos pantalones de pana y unas botas de pocero. Con ese aspecto, a su pesar, solía producir miedo. Así es que su mente, vacía, se le llenó de cima de montaña y hacia ella se dirigió cuando empezaba octubre. Anduvo y fue detenido y puesto de nuevo en libertad; volvió de nuevo a andar por una llanura que parecía no tener fin; paso tras paso, la ausencia de todo en la mente de Milos le hacía no sentir nada; tan sólo caminaba y sus ojos oteaban la cima de la Montaña. Cuando mediaba febrero su mirada se dio de bruces con la Cordillera. Allí está. Ése fue el primer pensamiento distinto a Cima de Montaña que tenía desde que inició el viaje. No aceleró el paso. Tan sólo se abrigó el cuello porque caían los primeros copos y un grajo volaba a ras de suelo. Al llegar la noche encontró una lobera. Dentro los lobos dormían. A gatas entró y escuchó los gruñidos. Milos Amós se dio la vuelta, se bajó los pantalones y al macho dominante le ofreció el culo. El macho lo olió y se retiró. Milos Amós durmió. Era el alba cuando los lobeznos aullaban alimento. Era el alba cuando Milos salió de la lobera, cogió unas hierbas parecidas a espinacas y mientras las masticaba comenzó el ascenso a la cima de la montaña. Ascendió durante tres jornadas. Nevó intensamente. Luego comenzó a llover. Y llovió y llovió más. Y la zamarra, por el peso del agua, le hizo ceder más de una vez. Milos tomó resuello y pensó su único pensamiento, Cima de la Montaña y ascendió y ascendió y en la oscuridad del lugar inhóspito sintió que la cima ya estaba cerca, la tocaba con sus dedos, era ancha, podía sentarse y descansar. Y así lo hizo como Montaña sobre la Montaña. Cierra los ojos ahora. Quisiera comer pavo. No come nada. No piensa nada ni tan siquiera cima de Montaña.

Cuento

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/12/2010 a las 18:38 | Comentarios {0}


Érase una vez una chef de un restaurante de lujo y un hombre encantador también cocinero. La mujer vivía sola y con complejos. El hombre parecía sano y siempre sabía lo que hacer. Tras un accidente de la hermana de la cocinera, ésta se tiene que hacer cargo de su sobrina. El hombre que también es un buen cocinero entra a trabajar en el restaurante de lujo...

Érase una vez un hombre al que le diagnostican un cáncer. Va a ver a su mejor amigo que es médico. Su amigo lee el diagnóstico y con toda la crudeza y todo el amor del mundo le confirma que tan sólo le quedan, siendo muy optimistas, seis meses de vida. El médico, ya mayor, intenta aguantar la congoja. El que va a morir decide volver al lugar donde transcurrieron sus años de juventud. Allí se encuentra con un antiguo amor...

Érase una vez un hombre en mitad de una guerra. Para huir de ella había recalado en una ciudad de un país del África y había puesto un café. Una noche llegan al café unos oficiales del ejército invasor y al mismo tiempo un hombre que lidera la oposición a ese ejército. Al hombre le acompaña una mujer, la mujer que más quiso el dueño del café...

Érase una vez una mujer que quería encontrar el espíritu de la vida y para ello había decidido quedarse sola con la única compañía de su hijo. Una noche, en una reunión de trabajo, conoció a un hombre el cual, tras años de dudas e irreflexiones, había concluido en que su vida consistiría en estar solo hasta su muerte ....

Érase una vez una noche de diciembre. El viento soplaba con fuerza y los primeros copos de nieve acababan de caer. Una mujer conducía un coche, a su lado estaba su marido. Habían tenido un mal día. Ella había descubierto que su marido era un drogadicto. Él había descubierto que su mujer no le quería...

Érase una vez una rata muerta de hambre por los suburbios de París que encuentra entre los desperdicios, un trozo de queso gorgonzola. Al probarlo se cree un pájaro y sube hasta lo más alto de la torre Eiffel para volar. Cuando se va a lanzar al vacío un muchacho ciego la detiene...

Érase una vez un tranvía que pierde los frenos.

Érase una vez un paisaje desértico y un club de carretera. Un joven, recién escapado de su casa, camina por el arcén de la carretera bajo una lluvia intensa. A lo lejos ve el cartel rojo del club y aunque no tiene un duro ni para tomarse una caña, decide entrar....

Érase una vez un niño paralítico. Está sentado en el banco de un parque de la ciudad viendo cómo los demás niños juegan al fútbol. El niño desearía jugar él y ensueña que lo hace y tanto se mete en su ensueño que no nota cómo una niña de su misma edad se sienta a su lado y le pregunta su nombre. La niña cree que el niño es, además de paralítico, sordo así es que le toca el brazo. El muchacho da un respingo. Mira a la niña con pavor pero no puede salir corriendo...

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/12/2010 a las 00:29 | Comentarios {0}


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