Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Capítulo 3 En el hotel Reina Victoria


Cuando salí de mi casa en una urbanización a las afueras de la ciudad, lloviznaba y ya estaba anocheciendo. Aún así cogí la moto, una BMW S1000RR. Antes pasé por mi diller y pillé un par de gramos de coca. Me dijo que era de la buena. Le contesté que a ver si era verdad porque la última vez que le compré me estuve cagando vivo toda la noche. Me metí un par de rayas con él y me fui. Cuando llegué a la plaza donde se encuentra el hotel Reina Victoria había dejado de llover y la noche había caído. Brillaba el asfalto y hacía frío. Era noviembre. Entré. El bar del hotel se encuentra en la planta baja; es un bar de diseño moderno con amplios sofás donde acomodarse y mesas bajas de cristal. Sonaba música ambient, el volumen 2 de Vintage Café Lounge & Jazz Blends. Olmo estaba sentado frente a uno de los ventanales. Sentí una gran alegría al verle de nuevo tras tantos meses. Sonrió al verme, se levantó y nos dimos un fuerte abrazo. Me dijo, Estoy tomando un gin tonic con pepino, te lo recomiendo y yo, estrechándole la mano, le dije, Y yo te recomiendo que pruebes esta coca. Olmo no cogió la papela. Dijo, Luego. Vamos a charlar un rato. Le hizo un gesto a la camarera, una piba despampanante, con acento ruso. Mientras llegaba mi gin-tonic estuvimos hablando de gilipolleces, los niños, el trabajo, los proyectos, Gema. Le dije que estaba embarazada otra vez y respondió riendo, ¿Pero aún te la follas? Y yo siguiéndole la broma le contesté, En cuanto lo tenga le hago la prueba de paternidad.
El gin-tonic estaba realmente bueno y al probarlo me bajó por la garganta los restos de la raya de coca que me había metido con el diller y me dieron ganas de meterme otra. Se lo dije a Olmo y él respondió, Ve, ve tú. Te espero. A mí aquella segunda negativa ya me mosqueó un poco, ¿Te has rehabilitado?, le pregunté mientras me levantaba. Quizá, me respondió y dejó en el aire algo enigmático que me incomodó.
Siempre me ha gustado meterme rayas en los servicios de los bares; ese ligero peligro de que alguien te pille; la rutina de rular el billete de 50 € -siempre de 50-; la cantidad de coca generosa sobre la cartera; deshacer las piedrecillas con la tarjeta de crédito; y esnifar. Sin embargo la inquietud por la actitud de Olmo hizo que todo el rito lo hiciera con desgana y salí de allí más nervioso que excitado.
Olmo seguía en la misma actitud, cariñosa y distante. Cuando me senté empezó a hablar.
- Después de la última juerga tuve que irme a Barcelona para controlar las obras de unos edificios que estamos construyendo allí. A la tercera noche de llegar, me fui a la Barceloneta a tomarme una paella con los pies descalzos sobre la arena. Me fui solo. Ya me conoces. Mientras esperaba a que me sirvieran me puse a mirar el mar y a fumarme un peta. Todo era como siempre. Entonces escuché una voz a mis espaldas. La voz más hermosa que he escuchado jamás. Una voz de mujer con el color de un violonchelo. Fue tanta la belleza de esa voz que te juro que me costó girarme porque me parecía imposible que una voz así viviera en el cuerpo de una persona igual de bella. Y al volverme me quedé helado.
- ¡Oh, Olmo por fin se nos ha enamorado! Brindemos. Y levanté mi copa. La verdad es que me habías preocupado.
- Espera...
- ¿Por qué no te metes una puta raya y me sigues contando?
- Vale, una raya.
Olmo se fue al servicio y ahora sí, respiré tranquilo. Una pava, pensé, una puta pava; joder, creía que me iba a decir que tenía una enfermedad mortal.
Al rato volvió y yo le sonreí con la sonrisa del amigo que está dispuesto a escuchar las virtudes de la amada. Olmo continuó hablando como si no se hubiera ido.
- Frente a mí tenía a la mujer más bella que jamás hubiera podido imaginar. No sé cómo describírtela...
- Ahórratelo...
- Vale. Volvió a preguntarme qué iba a tomar y torpemente y no queriendo hacerlo, leí la carta y le pedí un arroz con bogavante y un vino blanco muy frío. Recuerdo que me preguntó: ¿Cuál, señor? Y yo le contesté: El mejor que tengas y que esté más frío.
- Ese es mi Olmo. Mandando siempre. Bueno, ¿cuánto tardaste en tirártela, tres horas, un par de días?
- ¡Joder tío qué impaciente eres! Al rato volvió y me sirvió. Cuando se inclinó, sentí una especie de electricidad y queriéndome quitar de encima tanta sensación, cómo decirte, casi cursi, decidí hacer lo que siempre he hecho y pasé al ataque.
- ¡Bravo!
- Constance...
- ¿No se llamaba así la criada de Los tres mosqueteros?
- ... tuvo una reacción extraña. Tan sólo sonrío a mi requiebro y dijo, Espero que le guste. Pero aquella sonrisa no había sido ni impostada ni defensiva. Aquella sonrisa había sido... pura.
- Sí, claro, tan pura como la coca que te has metido. ¡Hostias! estás peor de lo que yo pensaba... ¿Otro gin con pepino?
Olmo sonrió y asintió. Me dijo que mientras lo servían se iba a fumar un cigarrillo a la calle. Le dije que le acompañaba. Salimos. La plaza estaba casi vacía. Nos sentaron a gloria las primeras caladas. Olmo siguió hablando.
- Tiempo después se lo comenté. Le dije que esa sonrisa y las palabras que dijo, Espero que le guste, las sentí como que se referían más a ella que a la paella...
- ...y además poeta.
- ¡Vete a tomar por culo!
- Perdona. No interrumpo más.
- Era como si ella supiera ya algo en ese momento que yo he tardado todos estos meses en descifrar.
Yo me callé para no interrumpir y él volvió a exhibir su sonrisa que es, fuera mariconadas, una de sus mejores armas de seducción.
- Nos metemos una rayita.
Y yo, bromeando, como si fuera la novia a la que se le pide en matrimonio, contesté:
- Pensé que no me lo ibas a pedir nunca.

Cuento

Tags : El Brillante Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/09/2011 a las 18:22 | Comentarios {0}








Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile