La memoria.
Escucho su voz. Ahora dice: "Y viendo a la gente pasar". Ahora caminamos por su casa y me ofrece unas aceitunas. Ella está haciendo memoria del comisario (de un comisario al que tuvo que acudir en los años cincuenta). Nos sentamos. Seguimos conversando.
Escucho su voz y veo su cara, esa voz de mujer mayor, ya anciana. Me está contando su vida. Ahora estoy digitalizando su voz. Dentro de poco colgaré fragmentos suyos en este Blog y su voz formará parte del amplio mundo del ciberespacio.
La vida con ella. La vida junto a ella. La precisión de su memoria. Su casa de Emio Ortuño.
Me alegra poder digitalizar las cintas, así no se perderá o tendrá menos posibilidades de perderse. Luego pasaré las grabaciones a un disco duro externo. Realmente, ahora, es estar con ella. "Porque las pobrecitas -las criadas- iban con las zapatillas y las rebequitas".
Su vida. La llamaban en un bar donde trabajó La Limpota, de lo limpio que lo dejaba todo.
No siento tristeza. No siento su muerte. No siento su ausencia. Porque siempre está. Julia no se ha ido. La muerte no pudo con ella. Me habla ahora de Justino, el dueño de una freiduría, que la acosaba y se quería acostar con ella. "De lo más formal que se ha visto en en este mundo", dice y sonríe al hablar de otro hombre llamado Domingo. Escucho su sonrisa en la grabación. El tal Justino, casado, le propone que se convierta en su querida. Por supuesto Julia lo rechaza, por respeto a la esposa y a ella misma. La dignidad. Julia fue un ser humano de una dignidad luminosa (limpia).
El primer huesped que tuvieron en los años cincuenta se llamaba Atilano, un hombre mayor.
Por fin ha recordado el nombre del comisario, se llama Aguirre.
Julia. Su vida. Preciosa.
Entonces, años 50, ganaba 30 duros a la semana, 150 pesetas, menos de 1 euro.
Escucho su voz. Ahora dice: "Y viendo a la gente pasar". Ahora caminamos por su casa y me ofrece unas aceitunas. Ella está haciendo memoria del comisario (de un comisario al que tuvo que acudir en los años cincuenta). Nos sentamos. Seguimos conversando.
Escucho su voz y veo su cara, esa voz de mujer mayor, ya anciana. Me está contando su vida. Ahora estoy digitalizando su voz. Dentro de poco colgaré fragmentos suyos en este Blog y su voz formará parte del amplio mundo del ciberespacio.
La vida con ella. La vida junto a ella. La precisión de su memoria. Su casa de Emio Ortuño.
Me alegra poder digitalizar las cintas, así no se perderá o tendrá menos posibilidades de perderse. Luego pasaré las grabaciones a un disco duro externo. Realmente, ahora, es estar con ella. "Porque las pobrecitas -las criadas- iban con las zapatillas y las rebequitas".
Su vida. La llamaban en un bar donde trabajó La Limpota, de lo limpio que lo dejaba todo.
No siento tristeza. No siento su muerte. No siento su ausencia. Porque siempre está. Julia no se ha ido. La muerte no pudo con ella. Me habla ahora de Justino, el dueño de una freiduría, que la acosaba y se quería acostar con ella. "De lo más formal que se ha visto en en este mundo", dice y sonríe al hablar de otro hombre llamado Domingo. Escucho su sonrisa en la grabación. El tal Justino, casado, le propone que se convierta en su querida. Por supuesto Julia lo rechaza, por respeto a la esposa y a ella misma. La dignidad. Julia fue un ser humano de una dignidad luminosa (limpia).
El primer huesped que tuvieron en los años cincuenta se llamaba Atilano, un hombre mayor.
Por fin ha recordado el nombre del comisario, se llama Aguirre.
Julia. Su vida. Preciosa.
Entonces, años 50, ganaba 30 duros a la semana, 150 pesetas, menos de 1 euro.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/10/2011 a las 19:11 |