Las abejas melíferas están desapareciendo, una extraña enfermedad dicen, una menor resistencia a los virus, algo relacionado con la labor de los hombres sobre la santa madre tierra. Dave Hackenberg se gana la vida llevando abejas de acá para allá para que polinicen los cultivos: los melones en Florida -escriben Diane Cox-Foster y Dennis van Elgelsdorp- , las manzanas en Pennsylvania, los arándanos en Maine, las almendras de California.
La cabeza de la abeja melífera es tan ajena a las cabezas, ¿cuándo se vieron esos pelos surgiendo de sus ojos compuestos?
Un seno de una mujer francesa a la altura de mis ojos.
El calor del andén del metro, la ausencia en la vida de otros cuerpos. Una sensación esquiva. Una extraña, por antigua, secuencia de hechos.
El frío en el cuello. Un piano conocido. Un país. Una escuela. Una astucia. Un amor que nos deja. Que nos deja. La lejanía, de repente, de la montaña que estuvo tan cerca o del río o de la casa.
Magia, ahora está, ahora no está. Magia tus ojos (no le hablo a nadie. No me atrevo a hablarle a nadie. Es -quien escribe- un narrador que en nada me concierne. Son sus dedos y su cabeza y sus sentimientos, sus sentimientos, porque los míos se quedaron aparcados en el aparcamiento de una estación de tren, eso sí, bella... la estación) y esas manos que suavemente se deslizan por tu brazo tras el ataque de un viento fresco. Esa saliva. Ese aire entre tus cabellos. Tu vientre. Tu vientre esgrime el calor de los hornos en tu piel.
Alguna máscara en la calle. Un alud de tientos y milagros. Cómo me gustó siempre el verso La calma de la tarde en un cigarro escrito por mí hace muchos años, muchos, muchos años....
La cabeza de la abeja melífera es tan ajena a las cabezas, ¿cuándo se vieron esos pelos surgiendo de sus ojos compuestos?
Un seno de una mujer francesa a la altura de mis ojos.
El calor del andén del metro, la ausencia en la vida de otros cuerpos. Una sensación esquiva. Una extraña, por antigua, secuencia de hechos.
El frío en el cuello. Un piano conocido. Un país. Una escuela. Una astucia. Un amor que nos deja. Que nos deja. La lejanía, de repente, de la montaña que estuvo tan cerca o del río o de la casa.
Magia, ahora está, ahora no está. Magia tus ojos (no le hablo a nadie. No me atrevo a hablarle a nadie. Es -quien escribe- un narrador que en nada me concierne. Son sus dedos y su cabeza y sus sentimientos, sus sentimientos, porque los míos se quedaron aparcados en el aparcamiento de una estación de tren, eso sí, bella... la estación) y esas manos que suavemente se deslizan por tu brazo tras el ataque de un viento fresco. Esa saliva. Ese aire entre tus cabellos. Tu vientre. Tu vientre esgrime el calor de los hornos en tu piel.
Alguna máscara en la calle. Un alud de tientos y milagros. Cómo me gustó siempre el verso La calma de la tarde en un cigarro escrito por mí hace muchos años, muchos, muchos años....
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Narrativa
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/06/2009 a las 22:18 |