Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Quinto día


Atardecer foto de Olmo Z.
Atardecer foto de Olmo Z.
Cierro los ojos y ya no estoy y ya no está.
Lo he hecho de nuevo. ¿Ha sido una revelación? ¿Y revelación no querrá decir en realidad velar de nuevo? La revelación realmente impone un velo más. La revelación opaca la verdad (sea lo que sea ese término que en estas soledades pierde su sentido porque la verdad sólo lo es en relación con los otros, en un mundo sin otros la verdad no tiene sentido. Es nada). Admito entonces que al hacerlo de nuevo me he alejado un poco más de la verdad y no he sentido un especial regocijo ni me he quedado boquiabierto como el alquímico esperando el milagro en su crisol. No tengo crisoles y tengo poco de alquimista. ¿De qué tengo? me pregunto casi sin esperar respuesta. Hoy estoy aquí y mañana estaré allí. Oigo mi voz interior porque en esta mansión la voz interior tiene hasta eco, de hecho hoy me puesto a cantar en las escaleras y subía mi voz hasta las buhardillas y se perdía, mi hermosa voz de tenor, se perdía en los recovecos de esta casa. No siento pena por ello. Sólo que sé, en este quinto día, que me voy a volver loco (o más loco). El primer síntoma ha sido que lo he vuelto a hacer como si al hacerlo me pudiera transportar a otro mundo y lo que es aún más peregrino como si ese otro mundo al que me podría transportar fuera más apetecible que éste. Porque no hay mundo más certero que el que se está viviendo. Es decir con más certezas sean éstas benignas o no. La certeza no emite nunca juicio moral sobre la verdad que certifica. La certeza, realmente, es boba. (Ha ocurrido lo que me temía. Se han borrado unas cincuenta líneas de lo que tenía escrito. No importa. Más o menos venía a decir lo siguiente).

Por ejemplo: yo sé que a menos de quinientos metros de aquí hay un bar y en el bar hay un camarero que se acaba de meter una raya para pasar la noche lo mejor posible y justo cuando se la ha metido se ha dicho que sólo se va a meter esa, esa y nada más y cuando acababa de tomar la decisión ha llegado un coleguita que recién acaba de pillar y le dice que si se meten en la parte de atrás y se dan una alegría y al coleguita le acompaña una piva que mira con ojitos al camarero para poder privar a lo largo de la noche lo que salga del moño (mejor del coño) y el camarero ha picado.
Por ejemplo: yo sé que a menos de dos kilómetros de aquí, en una residencia de ancianos, una mujer quiere morir; quiere morir ya; quiere dejar este apestoso mundo (apestoso porque en su residencia huele fundamentalmente a mierda), lleno de funcionarios apestosos que la tratan como si fuera una anormal, ella que es toda una dama, y que le ponen pañales sin la menor deferencia. Esa mujer, en pleno uso de sus facultades mentales, está acostada y mira por la ventana y sabe que no muy allá, una vieja como ella está en su casa, acompañada por su hijo o por sus nietos o por una amiga de siempre.
Yo sé que mi mujer está bailando sobre la última ola que acaba de retirarse. Y me pregunto, ¿Cómo yo, Olmo, disfruto de mi mujer? (hasta aquí todo lo que se había borrado).
Esto es lo que ocurre en las islas: nada. Es muy difícil contar nada. Podría contar un cuadro. Podría contar una escultura. Podría contar un conato de miedo. En las islas. Rodeado de continentes. Lo he vuelto a hacer. Todo esto es tan absurdo. Quisiera encontrarme con alguien. Crusoe. Crusoe.

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/08/2014 a las 22:27 | Comentarios {0}


Cuarto día


Las golondrinas planean y se lanzan, estrechamente abrazadas; el agua parece una cama elástica (muy azul y muy ondulada); los hebreos gustan más de los sustantivos que de los adjetivos -mundo de la blancura-; hoy ha sido todo mucho más disciplinado y quizá por eso haya sido mejor; y además he realizado unos ejercicios de cuando era joven para superar el miedo (el miedo por ejemplo de sorprender a mi madre comiéndole la polla a un embajador uzbeko o que de repente apareciera por casa una hija nacida de la succión atormentada de mi madre y que a mí su hija -mi hermanastra- me gustara, me enamorara de ella y resultara llamarse Encina. Olmo y Encina entonces) que me da el recorrer amplias salas vacías por mucho que en las paredes de dichas salas cuadros hermosos se me presenten a la vista, así, en la absoluta soledad, ¿quién ha visitado un museo absolutamente solo?

Tuve un amigo, se llamaba Fernando Loygorri, era un buen tipo y escritor. En la época en que más nos quisimos me pidió que leyera una novela suya, creo que se llamaba Inventario y aunque no recuerdo muy bien de qué iba sí se me quedó una historia entre un poeta y una mujer de Socorro Rojo que transcurría entre las paredes del Museo del Prado, una noche, los dos solos, mediada la guerra civil española. Me pareció muy hermosa la idea y también recuerdo que me emocionó el encuentro amoroso entre esos dos personajes. Espero habérselo dicho. A los artistas les gusta que les alaben (y más cuando es con motivo). 
Me gustaría pasear con mi mujer por las paredes de este museo que no es el Prado pero nada es el Prado ni siquiera el mismo Prado. Mi mujer está ahora lejos. Muy lejos. No podemos estar juntos. La añoro en estas soledades magníficas, vestidas de jardines y atardeceres con golondrinas y vencejos y aunque echo de menos a los mirlos -por su canto- he de reconocer que la golondrina tiene un vuelo de lo más esbelto.
Ahora todo está en silencio. He cumplido con honra mis tareas. El calor vuelve y tengo sueño.
Titulo ruagh porque es el término que se utiliza en la Biblia para denominar lo que se podría denominar espíritu. Porque hoy mi espíritu tiene algo de valeroso y firme. Ruagh, literalmente, quiere decir soplo. El espíritu es un soplo, un aliento, un hálito, insufla temor o valentía o recelo o lujuria o densidad o desvelo o cadencia o bramido o celo o humildad o melancolía.
La noche es muy silenciosa.
Siempre me gustó el sonido de los teclados.
Todo pasa.

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/08/2014 a las 22:43 | Comentarios {2}


Tercer día


Ahora estoy en el porche. Ha caído la noche y escucho a los gatos correr por el jardín. La luna está justo encima y los grillos han iniciado su serenata. Vuelve a hacer calor y no me importa mientras sea agosto y pueda mantenerme vivo. Lo único que me importa de esta situación es si luego podré devolver la silla a la cocina sin tropezarme. Por eso antes de que haya anochecido del todo, me levantaré y haré el camino e incluso quizás aproveche y me traiga la cena al porche trasero de la mansión que cuido.
Hoy, al llegar, estaba mi compañero de por las mañanas, hemos charlado un poco mientras él terminaba de liarse unos cigarrillos para el camino de vuelta a casa. Al quedarme solo he decidido tener menos miedo que ayer. Ayer. Ayer. Y así me he puesto el bañador y he nadado, tanto, he nadado tanto, tanto. Ha habido un momento en el que me he atragantado y he pensado si muriera pero sólo un momento. Ese ha sido todo el miedo de hoy porque ahora los cachorros me rodean, cada vez se acercan más y alguno, frente a mí hace una cabriola. Voy a mirar si el camino de vuelta será difícil. Vuelvo ahora.
¿El camino de vuelta existe?

Pienso si en el camino de vuelta se produce un volver a andar desde donde se inicio el camino.
Pienso si el camino de vuelta es un empezar de nuevo para que tú mismo descubras si has aprendido algo.
Pienso si el camino de vuelta no existe.
No hay camino de vuelta, sólo un gato que merodea o un murciélago atrapado por la luz.
Pienso si el camino de vuelta sirve tan sólo para aquellos que no han terminado de aceptar que el sentido de la vida, más allá de teorías y aspiraciones y esperanzas, consiste tan sólo en vivir, en estar aquí, a esta hora de la noche, en un porche, rodeado de esculturas y gatos pensando por qué todavía no he pronunciado mi nombre.
Me llamo Olmo. Nací hace cuarenta y siete años en Albania. Mi padre era el agregado cultural de la embajada de España; mi madre era una enfermera polaca a la que le encantaba comerse pollas diplomáticas -según me confesó en el lecho de muerte. De hecho fueron sus últimas palabras- Hijo, me dijo entre estertores, has de saber que estás en el mundo porque siempre me encantó comerme la polla de los diplomáticos. Yo le contesté, Gracias mamá por tu sinceridad. Y la mujer murió. ¿Cómo llegaba hasta las pollas de los diplomáticos? ¿Tiene más hijos fruto de dicha afición? Nunca lo sabré. Sólo sé que estoy aquí recordando a mi madre en su lecho de muerte mientras a mi alrededor los gatos esperan que les dé de comer, yo, que lo tengo prohibido. Sé que tengo la sensación de estar en un camino de vuelta. O mejor dicho, ¡vamos a ser claros! Estoy en la casilla de salida. El juego de la oca que es la vida de cada cual me ha devuelto a la casilla de salida.
Al fondo está Madrid. Ahora vivo en España. Vine aquí hace unos años intentando dar con mi padre, el agregado cultural, pero en el ministerio de Asuntos Exteriores se negaron en redondo a darme semejante información. Un funcionario me dijo, Un diplomático español, aunque sea tan sólo un agregado cultural , no permitiría que un hijo suyo quedara sin ser reconocido. Y yo -visto que de ahí no iba sacar nada- le contesté, amable pero firme, ¿y si te como la polla? (por seguir la tradición familiar).
Tampoco sé por qué me pusieron el nombre de un árbol enfermo ni si me lo puso mi madre.
En todo caso pienso si el camino de vuelta es una estratagema para prepararse a envejecer.

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/08/2014 a las 21:34 | Comentarios {0}


Segundo día


Hoy no he podido bañarme en la piscina. Las golondrinas se lanzaban como kamikazes y apenas su pico hollaba el agua volvían a elevarse con un mosquito.
El día ha sido más extraño y más normal. Vuelvo a tener miedo. El miedo dice el lexicógrafo Raúl Morales es un torrente estruendoso que contrae el corazón hasta desvanecerlo y algo de ello experimento cuando en la tarde, bajo el calor de unos días primerizos de agosto, me contrae el corazón la idea de verme despojado de lo que entiendo. Luego, en el palacio en el que vivo entre las siete de la tarde y las diez de la mañana, todo cambia. Las golondrinas por ejemplo. La piscina también. Las alarmas que hay que armar y desarmar para proteger un patrimonio. O los gatos que se asoman a la ventana de la imponente cocina para ver si les doy algo de comer y yo no puedo darles de comer y me duele no poder darles de comer sobre todo porque alguno de ellos -de los gatos- es muy pequeño, no tendrá más de seis meses o a lo mejor tiene siete meses aunque creo que no llega a siete meses. No, no llega a siete meses. Entonces hoy, que es el segundo día, en mi nuevo y corto oficio de guardés, no he podido bañarme y he tenido menos miedo. No uno el tener menos miedo al hecho de no bañarme -aunque quizá sí lo una- no sé muy bien por qué pero sí lo uno como uno el calor menor de estos primeros días de agosto con el nacimiento del miedo. Porque vuelvo a tener miedo pero sólo en ese momento (el momento de calor primerizo, a primera hora de la tarde cuando he abierto las ventanas de mi casa y he visto que los vecinos de enfrente tampoco se han ido de vacaciones y la hija sigue duchándose sin bajar la persiana con lo cual veo su pecho esmerilado como desde hace meses y esa rutina me hace sentir ese miedo que es un disolverse el corazón) cuando me digo y si no llegara y si me viera despojado de lo que entiendo y se me viera vagar como un perro sin dueño y sin cadena y si me diera vergüenza ser y tuviera que trasladarme a otra ciudad para ser dignamente un vagabundo y encontrara albergues donde nadie me conociera y comiera sopas que en absoluto me gané con el sudor de mi frente y si el sudor de mi frente no me sirve ya nunca más para ganarme el sustento y si me quedo sin sustento y el corazón -¡cuánta razón tiene el lexicógrafo Raúl Morales!- se va contrayendo y deja que la vida huya. Miro el reloj para ahuyentar el miedo que me consume y cuando observo las manecillas (porque mi reloj es analógico como yo que tengo de digital tan sólo una absurda cuestión de aparcerías) y sé que he de salir para ejercer mi nuevo trabajo de guardés y cojo el coche y empiezo a conducir por la carretera que tan bien conozco y paso una curva detrás de otra curva hasta completar las 23 curvas del puerto y llego hasta este palacio y enciendo la luz de la garita y luego abro los grandes portones de hierro forjado y tomo el relevo del guardés matutino y hago mi tarea, descubro que el miedo es una cuestión de rutina, lo que diluye el corazón es la casa, los pagos, las deudas, las inmensas deudas que uno va generando por el mero hecho de vivir y llego a pensar que vivir no es más que acumular deudas y la primera y mayor, la deuda con uno mismo, esa deuda descomunal porque es imposible de devolver, la deuda de los días perdidos, la deuda de los miedos disolventes, la deuda de las decisiones que marcan para siempre el camino y cuando miro en el recorrido que he de hacer para constatar que las obras de arte están en buen estado, que la temperatura es la adecuada y observo sólo un momento a un barbero de Puigcerdá en su barbería o a una mujer desnuda toda de bronce pienso si ellos, ellos también, condenados para siempre a ese único instante, serán conscientes de sus deudas o si en ese instante -una mujer en una playa, un pastor con sus ovejas, una doncella tocando el virginal o unos ciclistas en un descanso- la vida para ellos era un momento especial, algo fuera de su común y por lo tanto exento de deudas.
Es ya la madrugada y tengo calor. No me atrevo a abrir un techo de cristal y retráctil por mor de que entren mosquitos o ladrones. La habitación donde me encuentro -que está en el sótano del palacio- tiene un pequeño patio -ya digo con techo retráctil que se acciona por medio de un mando a distancia- donde se está más fresco. Ahora saldré. Me fumaré un cigarrillo. Y no sé si al volver seguiré escribiendo o si me tumbaré en la cama -demasiado blanda para mi cuerpo endurecido. ¿Cómo serán las camas de los albergues? ¿Tendrán los somieres de muelles? ¿Dejarán a los vagabundos hacer unos largos en la piscina municipal?- y leeré una novela mala que tiene su gracia.

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/08/2014 a las 23:55 | Comentarios {0}


Sobre la esfera me muevo y persigo la escandalosa belleza, la que a tantos aterra. Estoy en el porche trasero de una casa inmensa, frente a mí dos toros de hierro y al fondo una mujer de 1926 llamada Primavera que corona una piscina cuyos extremos son curvos. La luna está en cuarto creciente y he encontrado una mesa y una silla lo suficientemente cómodas para que el hecho de escribir no sea incómodo.

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/08/2014 a las 21:01 | Comentarios {0}


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