 
					 
						 Cesare Ripa. Iconología. Siena 1613
					 
				 
						 Amada mía:
					 
¿Cuándo surgió la música? ¿Qué es la música? ¿El orden de unos sonidos? ¿Por qué en el Bardo Tolol o traducido a nuestro idioma tan seco en vocales, El Libro Tibetano de los Muertos aunque literalmente quiera decir Liberación por audición en el estado (bardo) intermedio, al que acaba de morir se le recita una oración (mantra) pegado al oído para que ésta deambule por su canal central y al final se afiance en su mente? ¿Qué es, amada, la sensibilidad? ¿Por qué la armonía se compone de medidas tan precisas que tan sólo alterándolas dan con ella al traste? ¿Por qué la teoría de cuerdas se acerca tanto a las tuyas, oh amada viola, hasta el punto en que se define como que una partícula será una u otra cosa, tendrá unas u otras propiedades según dónde sea pulsada, como así ocurre contigo que subes y bajas por los sonidos según pulsen los dedos de la concertista a unas u otras alturas de tus cuatro cuerdas? ¿Cómo puedo estar tan siquiera estando tú tan ausente? Porque ser no soy. ¿Cómo no eres capaz de entender que quisiera tener algo contigo antes de morir? La estrechez de mi carácter me lleva por paisajes muy umbríos, en lo hondo de los bosques. No sé si saldré de esta tenaz melancolía, ésta que me ha apartado de los hombres y me ha traído hasta aquí donde tan sólo pìenso en ti y en la cantidad de manos que habrán pasado por tus cuerdas, tu mastil y tu caja. El sonido del órgano precursor de la alegría enaltece mi hombría y me lleva a ser feliz con tan sólo imaginarte tumbada en mi cama, desnuda y distante, como el instrumento almacenado en un hangar de provincias en un pueblo húmedo, con cercanía de mar. ¿Surgió la música de las olas? ¿O del viento ordenó el hombre las primeras notas? ¿O fue Pitágoras, el furioso sabio, el que realmente descubrió la octava y sus distancias? Porque yo te trasmuto, amada viola, en ojos glaucos y cabello oscuro y tus cuerdas -vocales ahora- suenan a terciopelo, ese sonido con regusto a melocotón.
¿No son el sonido, el movimiento, la compresión del aliento formas de generación de energía? Y si lo son, ¿no es mi afán de ti una forma de generar energía como la estrechez de tu cintura o la resonancia de tu barra armónica? ¿No es posible, viola, que me seduzcas con unos compases de Bocherini en su octeto para cuerda?
Yo sé que no es cuerdo lo que digo pero sí es cuerda lo que siento y no soga sino crin de yegua en el arco contra cuerda de oro en el cuerpo. Bálsamo sería para mí tenerte abrazada entre mis piernas. Ausencia de todo lo que echo de menos, si escuchara en mi cerebro tu presencia.
La tarde acaba. A lo lejos las notas masculinas de una flauta me invitan a las orillas del Leteo; me dejaré llevar por su melodía como rata de Hamelín; me olvidaré del pizzicato que escuché en tu cuerpo en una pieza de Haydn, suave como mordiscos en el cuello, penetrante como tu aroma de palo de Brasil y dejaré que tu alma se evada hasta más allá de cualquiera de tus armónicos y cuando llegue a su orilla, me pondré de rodillas y hundiré mi cabeza en sus aguas sólo para no recordarte nunca, para no seguir anhelando la afinación al aire de tus cuerdas: do. sol, re, la y pediré la presencia de Padma Sambhava para que en mi oído insufle el sonido de la paz.
				 ¿Cuándo surgió la música? ¿Qué es la música? ¿El orden de unos sonidos? ¿Por qué en el Bardo Tolol o traducido a nuestro idioma tan seco en vocales, El Libro Tibetano de los Muertos aunque literalmente quiera decir Liberación por audición en el estado (bardo) intermedio, al que acaba de morir se le recita una oración (mantra) pegado al oído para que ésta deambule por su canal central y al final se afiance en su mente? ¿Qué es, amada, la sensibilidad? ¿Por qué la armonía se compone de medidas tan precisas que tan sólo alterándolas dan con ella al traste? ¿Por qué la teoría de cuerdas se acerca tanto a las tuyas, oh amada viola, hasta el punto en que se define como que una partícula será una u otra cosa, tendrá unas u otras propiedades según dónde sea pulsada, como así ocurre contigo que subes y bajas por los sonidos según pulsen los dedos de la concertista a unas u otras alturas de tus cuatro cuerdas? ¿Cómo puedo estar tan siquiera estando tú tan ausente? Porque ser no soy. ¿Cómo no eres capaz de entender que quisiera tener algo contigo antes de morir? La estrechez de mi carácter me lleva por paisajes muy umbríos, en lo hondo de los bosques. No sé si saldré de esta tenaz melancolía, ésta que me ha apartado de los hombres y me ha traído hasta aquí donde tan sólo pìenso en ti y en la cantidad de manos que habrán pasado por tus cuerdas, tu mastil y tu caja. El sonido del órgano precursor de la alegría enaltece mi hombría y me lleva a ser feliz con tan sólo imaginarte tumbada en mi cama, desnuda y distante, como el instrumento almacenado en un hangar de provincias en un pueblo húmedo, con cercanía de mar. ¿Surgió la música de las olas? ¿O del viento ordenó el hombre las primeras notas? ¿O fue Pitágoras, el furioso sabio, el que realmente descubrió la octava y sus distancias? Porque yo te trasmuto, amada viola, en ojos glaucos y cabello oscuro y tus cuerdas -vocales ahora- suenan a terciopelo, ese sonido con regusto a melocotón.
¿No son el sonido, el movimiento, la compresión del aliento formas de generación de energía? Y si lo son, ¿no es mi afán de ti una forma de generar energía como la estrechez de tu cintura o la resonancia de tu barra armónica? ¿No es posible, viola, que me seduzcas con unos compases de Bocherini en su octeto para cuerda?
Yo sé que no es cuerdo lo que digo pero sí es cuerda lo que siento y no soga sino crin de yegua en el arco contra cuerda de oro en el cuerpo. Bálsamo sería para mí tenerte abrazada entre mis piernas. Ausencia de todo lo que echo de menos, si escuchara en mi cerebro tu presencia.
La tarde acaba. A lo lejos las notas masculinas de una flauta me invitan a las orillas del Leteo; me dejaré llevar por su melodía como rata de Hamelín; me olvidaré del pizzicato que escuché en tu cuerpo en una pieza de Haydn, suave como mordiscos en el cuello, penetrante como tu aroma de palo de Brasil y dejaré que tu alma se evada hasta más allá de cualquiera de tus armónicos y cuando llegue a su orilla, me pondré de rodillas y hundiré mi cabeza en sus aguas sólo para no recordarte nunca, para no seguir anhelando la afinación al aire de tus cuerdas: do. sol, re, la y pediré la presencia de Padma Sambhava para que en mi oído insufle el sonido de la paz.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/03/2011 a las 20:11 |