Cuando pasee por el claustro del monasterio de San Cugat del Vallés iré tarareando una melodía y en ese canto que será homenaje a la vieja bestia que anida en mí, estableceré un nuevo melisma que enaltezca mi mente y me provoque la meditación propia de los que van a conocerse.
¿Cuál es mi grito?
¿Cuál es mi respuesta?
Porque me deleito en el polvo que tamiza la últimos rayos del sol de la tarde.
Porque el rizo que el viento genera en las aguas, establece en mi piel una suerte de exaltación de las percepciones mundanas.
¿Acaso sirve tanta sensibilidad para bien morir?
Temo agosto como se teme la malaria.
No quiero los jardines ni las tapias ni los setos recortados. Prefiero, bien lo saben los capiteles del claustro del monasterio de San Cugat del Vallés, los matorrales, la hierba seca, el cardo que se yergue poderoso en mitad de una tierra seca, la elevación que no muestra más que amarillo y gris; temo como animal que sabe de su instinto sin poder nombrarlo, las luces artificales en los edificios de las calles de Tokyo; hay en mi sangre la ponzoña de una ira que no se agota, que es poderosa como las aguas dilatadas en su molecuralidad lasa, que todo es capaz de abarcarlo, que no hay dique que su furia, una mañana, no pueda derribar; no, no quiero la hierba segada, ni la escultura cursi de una sirena al fondo con su pecho de bronce y sus labios fríos; quiero, exijo, la lechuza, el escarabajo que camina entre sus enemigas las hormigas; quiero la levedad del puercoespín y que mi nombre genere una tentación bíblica, que aunque no sea posible cada que vez se pronunciara todo el mundo oyera Lilith. Son estos días de opresión en el pecho, de lengua inglesa, de versos en francés, de nostalgia alemana, de sometimiento kikuyu, de altivez mashai; son estos días de lanza y escoba, de centro comercial y rugido de leona, de escarcha y cieno, de elevación y mística, cuando preveo la canícula, el terrorífico rugir de los grados, la lenta maceración del cáncer, la historia de Leopoldo II y sus carnicerías en Congo y la igualmente destructiva y letal tortura de la colonia francesa que en 1908 generó el virus del SIDA y su propagación por todo el mundo a lo largo de 72 años; son estas alianzas entre el horror y el comercio las que me llevan a la exaltación del rayo de sol tamizado por el polvo del camino; son estos recordatorios milenarios los que me encontraré cuando pasee por el claustro del monasterio de San Cugat del Vallés y en mi melodía atisbe quizá a reconocer la vieja bestia que anida en mí.
¿Cuál es mi grito?
¿Cuál es mi respuesta?
Porque me deleito en el polvo que tamiza la últimos rayos del sol de la tarde.
Porque el rizo que el viento genera en las aguas, establece en mi piel una suerte de exaltación de las percepciones mundanas.
¿Acaso sirve tanta sensibilidad para bien morir?
Temo agosto como se teme la malaria.
No quiero los jardines ni las tapias ni los setos recortados. Prefiero, bien lo saben los capiteles del claustro del monasterio de San Cugat del Vallés, los matorrales, la hierba seca, el cardo que se yergue poderoso en mitad de una tierra seca, la elevación que no muestra más que amarillo y gris; temo como animal que sabe de su instinto sin poder nombrarlo, las luces artificales en los edificios de las calles de Tokyo; hay en mi sangre la ponzoña de una ira que no se agota, que es poderosa como las aguas dilatadas en su molecuralidad lasa, que todo es capaz de abarcarlo, que no hay dique que su furia, una mañana, no pueda derribar; no, no quiero la hierba segada, ni la escultura cursi de una sirena al fondo con su pecho de bronce y sus labios fríos; quiero, exijo, la lechuza, el escarabajo que camina entre sus enemigas las hormigas; quiero la levedad del puercoespín y que mi nombre genere una tentación bíblica, que aunque no sea posible cada que vez se pronunciara todo el mundo oyera Lilith. Son estos días de opresión en el pecho, de lengua inglesa, de versos en francés, de nostalgia alemana, de sometimiento kikuyu, de altivez mashai; son estos días de lanza y escoba, de centro comercial y rugido de leona, de escarcha y cieno, de elevación y mística, cuando preveo la canícula, el terrorífico rugir de los grados, la lenta maceración del cáncer, la historia de Leopoldo II y sus carnicerías en Congo y la igualmente destructiva y letal tortura de la colonia francesa que en 1908 generó el virus del SIDA y su propagación por todo el mundo a lo largo de 72 años; son estas alianzas entre el horror y el comercio las que me llevan a la exaltación del rayo de sol tamizado por el polvo del camino; son estos recordatorios milenarios los que me encontraré cuando pasee por el claustro del monasterio de San Cugat del Vallés y en mi melodía atisbe quizá a reconocer la vieja bestia que anida en mí.
Nuevo comentario:
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Miscelánea
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/07/2017 a las 00:16 | {0}