Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Cuando Pitágoras escuchó los martillos en la fragua ella aún estaba muerta
No le importaba -a la muchacha, sí a Pitágoras- si 1+2+3+4=10 ni que el 1 es el punto, el 2 la línea, el 3 la superficie y el 4 el volumen
y por eso decían los pitagóricos que todo es número
Ella estaba muerta, aún faltaban XXVI siglos para que su boca se hiciera en el útero de su madre
y años después esa boca ya formada se acercara a la del muchacho que la esperaba con el deseo (llámese ansia) que produce la dopamina
Los campos de la Magna Grecia
debían de ser en todo semejantes a los campos que hoy podríamos contemplar y Crotona sería una ciudad digna de ser alabada por un poeta local 
sólo que al poeta se le escaparía la muchacha nonata, su boca se le escaparía y la minifalda que llevaba
el día que decidió besar al joven que generaba dopamina a espuertas cada vez que la veía
El Cielo será más o menos el mismo XXVI siglos después
y las vacas habrán aumentado un poco el volumen de sus ubres en los lugares en las que se las ordeñe a diario (también las ubres de cabras y ovejas)
Tampoco Pitágoras adivinará a Darwin
mientras Darwin sí parece que intuyera a Ramón y Cajal
con lo cual, por qué no, quizá vislumbrara en sus sueños de viejo, ya enfermo de los nervios, la boca de la muchacha que se formaría en el útero de su madre casi un siglo y medio después en la ciudad de Madrid
La escarcha la vieron idéntica Pitágoras, Darwin y la muchacha aunque no igual si respetamos la amargura de Heráclito cuando se lamentaba del continuo movimiento y cambio de las cosas
El joven sin embargo no recuerda, a día de hoy, haber visto nunca la escarcha; de hecho lo jura cada vez que ella, entre arrumacos, se lo pregunta, ¿De verdad no viste nunca la escarcha? Yo te llevaré a ver la escarcha. ¡Tócame! Él, entonces, ardiente y pujantes sus testículos, la toca, toca sus humedales y sus colinas; toca sus llanuras y sus acantilados; toca sus desiertos y sus selvas; tocas sus cavernas y sus cimas; toca sus cascadas; toca sus cabos; toca sus esquinas mientras muerde y murmura, Escarcha, sí escarcha. La escarcha
Nadie podrá asegurar que Pitágoras prohibiera comer habas
ni podrá achacar de manera irrefutable -cuestión de la que alardean los científicos: la irrefutabilidad- que Darwin acabara aterrado ante la Naturaleza no por locura sino por conocimiento 
Daimones siempre ha habido
y el pecho de la muchacha escondía uno
La mano entonces
La Constructora
como el avefría
como el canto del mirlo al caer la tarde

Ensayo

Tags : Atrofias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/07/2018 a las 14:54 | Comentarios {0}



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