Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Al alimón con Isaac Alexander


Proclama
¡Cojamos a los rijosos y cortémosles en rodajitas sus putos cojones!
Que se queden secos de su lefa asquerosa que debe saber a amarga leche venida de la amarga leche de su padre.
Cojámosles en vivo y a cada palabra ofensiva arranquémosles un trozo de escroto y dejemos sus gónadas en carne viva y cantemos entonces un tema de Sex Pistols mientras aporreamos sus pollas con nuestras guitarras y bailamos desnudos alrededor de su miseria y su ordinariez.
Extirpemos a los hijos de puta de este mundo que en todo podría ser bello y audaz y peligroso. Esos que en voz baja alardean de sus conquistas y establecen comparaciones de órganos que no les pertenecen.
Hay una frontera, exponemos, entre el sexo y la desvergüenza; hay una belleza en la suciedad de los olores y los sabores y hay un enfangarlo todo con viejas represiones de curas lanzando sermones de cierto dios cavernoso.
Inventemos el castigo del olvido. Enarbolemos la paz entre los seres. Seamos felices con nuestras propias mendacidades. Agrupémonos para defendernos de los miserables que utilizan sus auditorios para corear sus escabrosidades.
Porque tenemos que defender la belleza. Porque tenemos que apaciguar la matanza del buen gusto a base de fuerza y de coraje y arces en otoño y de selvas vírgenes. Tenemos que defender el humor que no daña y la crítica que abarca el error y su acierto.
A esos rijosos, a esos que se inquietan y alborotan a la vista de la hembra y escupen babas por no saber vencer su moral de sacristía y bata negra; a esos, decimos, cortémosles las pelotas y que como castrati canten alabanzas al Señor de los Descojonados mientras nosotros, juntas nuestras manos, entonamos cantos de sexos enamorados del cuerpo, de todo lo que el cuerpo dona a los sentidos.
¡Ah, miserables! ¡Cuánto mal hacéis a la belleza de dos cuerpos -o tres o mil- que se enlazan en el baile germinal de los placeres! ¡Cuánto denigráis la condición de piel de nuestros hábitos! ¡Qué mal conocéis el cuerpo de la mujer del que tanto os vanagloriáis y al que con tanto desprecio os referís!
Tenemos que acabar con ese miedo que sale por vuestras bocas en forma de ofensa, con esa sonrisita meliflua de tenorio de cartón piedra, con esas manos fofas que no saben apreciar la textura de una piel, con esas miradas de sapos que no ocultan a príncipe alguno, antes de que la epidemia de estos bestias nos llegue a todos y nos olvidemos de que el propósito de la vida es vivir la alegría del goce y que el cuerpo de la mujer -como el del hombre- es un territorio fértil, lleno de descubrimientos, suave y brusco, pequeño y eterno sin mácula ninguna, sin belleza estándar.
¡A por ellos! ¡A por los canallas! ¡A callar sus bravuconadas! ¡A la batalla, camaradas, a la batalla!

Miscelánea

Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/11/2010 a las 19:33 | Comentarios {1}


Relato basado en Los Evangelios Apócrifos, edición de Aurelio de Santos Otero y editado por Biblioteca de Autores Cristianos y en la novela Rey Jesús, escrita por Robert Graves y editada por Plaza&Janés


Mientras Joaquín se encuentra en el desierto a lo largo de sus cuarenta días y sus cuarenta noches, Ana se desespera y achaca sus males -la esterilidad y desde este momento su viudedad pues piensa Ana que Joaquín ha muerto- a una maldición divina. Una de sus criadas -Judith- la anima e incluso la arenga y le hace ver que mal hará a los ojos de Dios si se queda en la casa, desesperándose de su mala fortuna cuando, en realidad, no sabe cuál es o no es la tal. Ana se defiende, se opone a ir con su criada a la Fiesta de los Tabernáculos (en nota al Proto Evangelio de Santiago se duda de cuál sea esta Fiesta) y al final cede, se hace un tocado, toma sus vestidos de novia y sobre la hora nona -las tres de la tarde- baja al jardín para pasear (una segunda versión, más novelesca, dice que Ana y Judith bajaron a la ciudad, a la casa de la hermana de Ana; que criada y ama salieron a pasear y que, por una calleja, desembocaron en una casa con la cancela abierta; que allí Ana se quedó sola y llegó hasta un rincón de un hermoso jardín -quizá sí bajo la sombra de un laurel- donde se le apareció el Ángel) y allí se sienta -¿bajo el laurel?- y se lamenta: ¡Oh, Dios de nuestros padres! Óyeme y bendíceme a mí de la manera que bendijiste el seno de Sara dándole como hijo a Isaac. Entonces eleva sus ojos al cielo y ve un nido de pájaros y se lamenta de nuevo de esta dolorosa y cruda forma: ¡Ay de mí! ¿Por qué habré nacido y en qué hora habré sido concebida? He venido al mundo para ser como tierra maldita entre los hijos de Israel; éstos me han colmado de injurias y me han barrido del templo de Dios ¡Ay, de mí! ¿A quién me semejo yo? No a las aves del cielo, puesto que ellas son fecundas en tu presencia, Señor ¡Ay de mí! ¿A quién me parezco yo? No a las bestias de la tierra, pues aun estos animales irracionales son prolíficos ante tus ojos, Señor ¡Ay de mí! ¿Con quién me puedo comparar? Ni siquiera con estas aguas, porque aun ellas son fértiles ante ti, Señor ¡Ay de mí! ¿A quién me he igualado yo? Ni siquiera a esta tierra, porque también ella es feraz, dando sus frutos oportunamente, y te bendice a ti, Señor.
Y he aquí que terminadas sus jeremiadas -si nos es dado utilizar este adjetivo que hace referencia a las lamentaciones del también bíblico Jeremías- se le apareció a Ana un Ángel del Señor que le dijo (aunque en otras versiones, el Ángel le da a beber un bebedizo. Ana cae dormida. Tiene un sueño divino. Despierta en su cama, en la de su casa, no en la de su hermana. Le cuenta el sueño a Judith y se ve que está embarazada) las siguientes palabras: Ana, Ana, el Señor ha escuchado tus súplicas; concebirás y darás a luz y de tu prole se hablará por los siglos de los siglos en todo el orbe. Y nada más se hubo ido la voz del Ángel, dos mensajeros acudieron a ella con la nueva de que Joaquín, su esposo, estaba vivo y había vuelto tras escuchar la voz de un Ángel de Dios que le había dicho: Vuelve Joaquín con tus rebaños, que Ana, tu mujer, va a concebir en su seno.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/11/2010 a las 17:50 | Comentarios {0}


50
1.- ¿De dónde?
2.- La fuente
3.- El descubrimiento
4.- La canción
5.- El bolso marrón en la papelera
6.- La asunción
7.- La milicia de los borriquillos
8.- La desazón del insulto
9.- La misa
10.- La belleza del cielo una tarde de vuelta de Toledo
11.- La ira
12.- El nacimiento de la soberbia
13.- La masturbación inconclusa por miedo a morir de placer
14.- La primavera
15.- La sensación de libertad. Los ojos de la primera mujer
16.- El encuentro con el Otro. El primer beso. El primer pecho
17.- La final del campeonato del mundo de fútbol entre Argentina y Holanda mientras hacía el amor por vez primera
18.- La huída
19.- La decisión. La isla
20.- La cueva. El mar. Las pulseras. El otoño. El hambre. El abandono. La intransigencia
21.- La amistad
22.- La independencia
23.- La radio
24.- Las noches. Los amores. Los bares. La música
25.- El teatro
26.- Las casas. Una detrás de otra
27.- La desolación
28.- Primera relación en pareja
29.- La televisión. La duda. El engranaje
30.- Otra familia
31.- Viejos problemas
32.- La enfermedad del padre
33.- La desolación
34.- El matrimonio
35.- El enfrentamiento continuo
36.- El miedo
37.- El camino de Santiago. El estudio
38.- El nacimiento
39.- La separación
40.- El aturdimiento
41.- Las drogas. Siempre las drogas
42.- La soledad era esto
43.- Lujuriosa joven. El abandono
44.- El segundo encuentro
45.- El gran auto engaño
46.- Continuación de la quimera
47.- La belleza de la infancia
48.- Segunda separación
49.- La gran crisis
50.- La esperanza

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/11/2010 a las 18:50 | Comentarios {1}


Relato basado en Los Evangelios Apócrifos, edición de Aurelio de Santos Otero y editado por Biblioteca de Autores Cristianos y en la novela Rey Jesús, escrita por Robert Graves y editada por Plaza&Janés.


Poco se suele saber (o poco se solía saber) de los abuelos de Cristo -El Ungido- y de su madre María -Myriam-. En el Protoevangelio de Santiago, en El Evangelio del Pseudo Mateo y en el Libro sobre la natividad de María se habla más de Ana y Joaquín. Estos tres son parte de los Evangelios Apócrifos ortodoxos. También escribe sobre ello Robert Graves en su Rey Jesús.
Ana y Joaquín eran descendientes de la tribu de David. Descendientes de Reyes, por lo tanto. Como tantas mujeres a lo largo del Antiguo Testamento, Ana -de avanzada edad- es estéril y su esposo Joaquín -devoto y respetado en el Templo- sufre por ello.
La patriarcalidad de esta religión se ve siempre en que la importancia del sufrimiento sobre la esterilidad de la mujer, reside más en el hombre que en la propia mujer estéril. Y esta aseveración se confirma cuando en los cuatro textos a los que he hecho mención, se antepone el sufrimiento de Joaquín -y la humillación, como ya veremos- a la de la propia Ana.
Su historia comienza cuando en una Fiesta importante en el Templo -no se sabe a ciencia cierta de qué Fiesta se trata- Joaquín va a ofrecer el primero sus dones al Señor y Rubén se planta ante él y le recrimina, No te es lícito ofrecer el primero tus ofrendas, por cuanto no has suscitado un vástago en Israel. (Acerca de este Rubén, unos dicen que era un Sumo Sacerdote pero en el códice Fa del Protoevangelio, se matiza que este Rubén era uno cualquiera de la misma tribu. No es del todo inverosímil esta explicación dada la gran estima que sentía todo israelita por la fecundidad y el desprecio que sentían para quienes, por no tenerla, eran considerados como dejados de la mano de Dios).
Joaquín, ante semejante desprecio hecho en las gradas del Templo, salió de allí y se dirigió a los archivos para consultar si algún Justo, en alguna ocasión, había quedado sin descendencia entre las tribus de Israel. Y cuál no sería su desesperación cuando vio que no, que nunca un justo había quedado sin descendencia.
Tanta vergüenza sintió que al salir del Templo, en vez de comparecer ante su esposa, marchó al desierto acompañado de un criado (aunque en algunas versiones marcha solo) y plantó allí su tienda y ayunó cuarenta días y cuarenta y noches, diciéndose a sí mismo, No bajaré de aquí, ni siquiera para comer y beber, hasta tanto que no me visite el Señor, mi Dios; que mi oración me sirva de comida y de bebida.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/11/2010 a las 11:51 | Comentarios {0}


Julia y yo
Julia y yo
¡Felicidades, Julia! ¡No sabes cuánto te echo de menos! Contigo se murió mi Bertrand Russell de andar por casa, con sus zapatillas de fieltro, aguantando siempre hasta que se rompían. He recuperado la máquina de escribir que me regalaste cuando cumplí los diecisiete años y también la tristeza que siento cada día por no poder llamarte al 552 31 95 y ver qué tal estás, si has desayunado, si los ojos no te duelen ya.
¡Felicidades, Ángel mío, Cabello de Plata, Idea Feliz! Ampárame, dulce anciana, en estos días de noviembre que se han quedado más pequeños sin ti. Cómo me gustaría ir esta tarde a Emilio Ortuño 11 con una inmensa tarta de cumpleaños y sentarme a tu lado en tu desvencijado sillón y cogerte esa mano suavísima (como sólo los ancianos tenéis la piel), con las uñas pintadas de rojo y pasar las horas entre recuerdos y añoranzas, entre futuros y respuestas, entre miradas y sonrisas, entre mañanas y ayeres.
¡Felicidades, mujer que en la derrota siempre sonrió! ¡Felicidades, mujer que en el abandono no se dejó! ¡Felicidades, mujer que en la desgracia supo llorar con valentía! ¡Felicidades, Julia, mi Juan de Mairena, mi Allan Watts, mi Krishnamurti, mi Montaigne!

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2010 a las 11:56 | Comentarios {0}


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