Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Donde apenas queda nadie; no es la boca del lobo; no hemos visto ratones; sí era la noche y aún así veíamos -los perros y yo- las siluetas de lombrices y escolopendras muy cerca de nuestros pies; la noche era; la noche egregia (este adjetivo se debe a la deriva de base sobre la que se construyen en mi mente los pensamientos más neutros) nos imponía y cuando nos cobijamos bajo la sombra del gran abedul y cuando apoyé mi espalda en su lomo plateado y los perros terminaron su ronda y se tumbaron a mis pies, acudió a mi pensamiento el peso de la noche, lo insigne de su cielo, la majestad de la oscuridad que produce en el ánimo de las gentes la sensación de embestida de toro; ¡Oh, Hécate! ¿Por qué siento este asombro ante la presencia del tiempo? ¿Existen las maldiciones? ¿Es el Destino un arma manejada por ángeles sin libido? Derrotados hemos dejado que nuestros párpados se cerraran; por algo que está más allá de la razón sabíamos -los perros y yo- que la naturaleza no nos atacaría en las próximas horas así es que descansamos; ¡Callan los autillos! ¡Se desliza con la suavidad del guante de seda el ofidio por la tierra! ¡Canta lejos un grillo que desea la hembra como el ciclo desea la contrarrecta! ¡Sí está cerca el río que mana callado hacia la mar! ¡Los insectos de la noche se cartean con nuestros poros y deciden hacerse un hueco para dormir en nuestros sacos lacrimales! En mitad de toda esa calma, a salvo de peregrinos y voces humanas, en la soledad de una selva viva, protegido por las fauces de los perros y por mi propia alerta animal, vuelvo a saber que nada es constante (ni siquiera la más simple de las leyes mecánicas) por mucho que se muestre lo mismo cada día porque nuestro tiempo es corto y las mutaciones largas; tan sólo las rocas podrían atestiguar lo que ahora piensa un ser finito y contingente que tuvo la desgracia de saberse viviendo; y nos quedamos dormidos.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/08/2025 a las 13:54 | Comentarios {0}


El quiosco. Marc Chagall. 1914
El quiosco. Marc Chagall. 1914

ÉL: Abandonar ahora (remueve las ascuas de una vieja estufa de carbón. Estamos a principios del siglo XX en la ciudad de Praga, en la Calle de los Alquimistas, si se quiere). Como si me hubiera quedado dormido. Mil ángeles sobre mí y la dulzura de unos dedos que surcaran mi cabello como si estuvieran sembrando. Podría valerme. Decir adiós con un gesto de la mano. Recordar a mi hijo cuando me quería. Podría reflexionar sobre algo (termina de remover las ascuas. Se frota las manos. Tiene un acceso de intenso dolor en los esternocleidomastoideos que dura unos minutos. No gritará. No maldecirá. Sabe que esa rigidez del cuello le durará días. Se chocará con objetos que se encuentren fuera de su estrecho campo de visión. Husmea en un cajón. Siente el impulso fuerte. La marea roja. La máscara). Preguntármelo todo una vez más y darme las mismas respuestas de siempre. En esta hora fría y tonta en la parte alta de la ciudad de Praga a principios del siglo XX. Nadie me echará de menos hasta dentro de unas horas. El infierno es los otros (hace una pausa. Medita sobre si. El silencio se va haciendo grande a medida que avanza la rigidez en el cuello). Mi verdadero corazón no contiene nada. Lo verdadero ha de estar vacío. A mí aún me queda materia en el corazón. No te lo puedo enseñar verdadero. ¡Qué ingenuo y estúpido siempre, siempre, siempre! (En un lavabo mugriento -verdín, óxidos, restos orgánicos, patas y cuerpos de insectos- se lava las manos y se las seca con un trapo manchado de reglas). No sé si la vida me dará para vaciarlo. Tampoco querrías verlo. Mirar el vacío debe de ser como quedarse ciego. Hoy no es agosto y tiemblo y divago sobre corazones huecos a los que imagino como inmensos orfanatos sin huérfanos sobre cuyas paredes siempre golpea la misma sombra (Recuerda una escena con su hijo. Hace más de veinte años. No llega a emocionarse). Nunca en este mes estuvimos juntos (su hijo y él, creemos). Afuera llovía. Olía a norte con bosque de castaños infectado de eucaliptus. Tú corrías con tus primos. Tu madre te miraba mientras a su lado una de sus hermanas -rubia como descendiente de francos- permite que el sol enrede sus rayos en sus cabellos. Esta escena, bien lo sabes, es una broma, un infinito chiste contado desde el Tártaro. (Ríe mucho y con tristeza). Un padre y su hijo se han abrazado cerca de mi casa; el perro ha bebido a mis espaldas; debo irme una tarde más; una tarde más sin saber... hace muchos, muchos años en un reino junto al mar... nunca vieron tan blanca la luna... adiós... adiós (cómo llora, cómo forma un océano, cómo se agostan los campos, cómo rugen los inviernos, cómo se arranca el corazón que no estaba hueco).
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/08/2025 a las 13:24 | Comentarios {0}


Ottla y Franz Kafka 1914
Ottla y Franz Kafka 1914


 
02_kafka_t_ii_parte_ii_cap_7_el_alquimista.mp3 02 Kafka T II Parte II cap 7 El Alquimista.mp3  (12.25 Mb)

Sonidos

Tags : Lecturas en alta voz Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/08/2025 a las 19:30 | Comentarios {0}


Orfeo encantando a los animales. Mosaico romano
Orfeo encantando a los animales. Mosaico romano

Inicio esta nueva sección sonora, Lecturas en alta voz, cuando agosto entra y el verano se va a poner a quemar.

 
01_poema_xiii_ii_parte_de_los_sonetos_a_orfeo_de_rilke.mp3 01 Poema XIII II parte de Los sonetos a Orfeo de Rilke.mp3  (4.56 Mb)

Sonidos

Tags : Lecturas en alta voz Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/08/2025 a las 00:50 | Comentarios {0}


Apólogo de un hombre a punto de olvidar



Sería quedarse dormido. Oler tan sólo la tierra. Permanecer con los ojos cerrados. Hay líquenes cerca. También hay ratones. No hablar. No emitir sonido alguno. Intentarlo al menos. Con relajación. El esfuerzo hay que dejarlo lejos, donde se almacenan el miedo, la ansiedad o las fobias a no ser, sí, a no ser, que todo se cree cada vez; que, en realidad, no haya memorias de dolor y que sea ése el motivo por el lo tememos tanto; que cada vez se cree la conciencia de ansia, que nazca cada vez que la sentimos, que no sepamos a ciencia cierta a dónde nos lleva... si nos lleva; que suframos la fobia cada vez como sufrimos aquella primera en la que nos sentimos solos en el mundo. Hay un temor a la represalia. Hay un reconocimiento del miedo. La edad te va dejando sin temeridad. Quedarse dormido, escribía. Oler tan sólo a tierra. No mirar. No emitir. Conjurarse con uno mismo hasta el delirio de un San Antonio; conjurarse con la belleza de no ofender; conjurarse con los manos cruzadas sobre el pecho, bajo el peso de la luna, una noche en la que al final refrescó. 
Sería llegar a la sabiduría. Abrir los ojos sólo entonces. Mirar. Poder transmitir en la mirada la vacuidad del mirar de las vacas, la pura ausencia de emoción, la inexistencia del juicio. Mirar tan sólo. Se realzaría mucho el encuentro si se diera bajo un cielo vestido de nubes sobre las que choca, irregular, la luz. Mirar. No oler. No hablar. No palpar. No degustar. Quizá más tarde, en otra era, hechos piedra.
Hacia allá camina, a solas dentro de su mente. No se va haciendo pequeño aunque se aleje...
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/07/2025 a las 17:11 | Comentarios {0}


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