Si dijeras, si lo dijeras, de una vez y para siempre, te levantaras porque estabas tumbada y habías pasado la noche gimiendo por quien ya estaba lejos, allende los Mares; si dijeras, si te atrevieras, quizás abriendo la ventana del patio interior de tu casa, desde lo alto, desnuda de cintura para abajo; abierto al mundo el nacimiento del mundo; si dijeras; si admiraras tu propio descubrimiento pero lo admiraras sin tensión, sin exaltación, más bien lo admiraras pasmada como cuando el descubrimiento surge aumentado a través de la lente del microscopio y sabes, de una vez y para siempre, que una de las posibles causas de la enfermedad son los microbios (los ves, la lente de aumento desveló lo invisible. Entonces no hay nada que demostrar, tan sólo tienes que mostrar); si te asomaras al patio interior, desnuda de cintura para abajo, habiendo descubierto minutos antes, cuando estabas tumbada, con el camisón arrebujado entre tus piernas y la pesadez de la noche que ya ha avanzado mucho; tumbada en postura fetal, ladeada hacia la ventana que tiene las persianas medio echadas y a través de las lamas se entrevé la noche con luna, la misma luna que fluye entre tus piernas ahora, la luna roja de los días fecundos, la luna roja del tránsito a la vida y de la vida al morir como allende al Mar, los cálidos mares de los sures cálidos. 
					 
				 
						 Si dijeras, si descubrieras, como hemos dicho, pasmada, asomada a la ventana del patio interior de tu casa, desnuda de cintura para abajo, con la luna roja deslizándose por tus muslos, aislada de todo lo que pueda significar, sin darle -digámoslo así- importancia aunque sí con cierto orgullo en ti misma, orgullo que no sea desafío, orgullo que no sea altanería sino orgullo íntimo, orgullo de descanso, para siempre como la presencia del microbio aumentado por la lente; si concibieras ese estado y desde esa concepción vivieras; si pudieras aún más, sí aún más, si pudieras, digo -decimos-, transmitírnoslo; yo -nosotros- vecinos tuyos asomados a las ventanas interiores del patio, viéndote asomada a tu ventana, desnuda de cintura para abajo y con la luna roja fluyendo por tus muslos y pudieras hacernos concebir en nosotros ese espacio, ese descubrimiento tuyo nacido en la noche cuando gemías por aquél que ya no volverá nunca o por aquello que ya no volverá nunca y que sin embargo te abrió la vía para que ahora puedas asomarte a la ventana interior del patio, desnuda de cintura para abajo, exenta de altanería, exenta de soberbia, iluminada por la claraboya donde la aurora extiende por momentos sus rosáceos dedos, con la luna roja bañando tus tobillos y la sonrisa de los que saben lo que tú has descubierto.
					 
				 
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/07/2014 a las 17:43 |